Sylvia Plath
Albada

El amor te dio cuerda como a un reloj de oro macizo.

La matrona te dio palmadas en los pies, y tu grito pelado

se incorporó a los elementos.


Nuestras voces resuenan, amplificando tu llegada. Nueva estatua.

En un museo destemplado, tu desnudez

ensombrece nuestra seguridad. Te rodeamos expectantes como paredes.


Si soy tu madre,

lo soy como la nube que condensa un espejo y allí proyecta

el instante mismo en que el viento la borra lentamente.


Toda la noche la polilla de tu aliento

titila entre las rosas anodinas. Me despierto a escuchar:

en mi oído se mueve un mar lejano.


Un grito, y salgo de mi cama a trompicones, vacuna y floreada

con mi camisón victoriano.

Tu boca se abre, y es limpia como la de un gato. El marco de la ventana


palidece y engulle sus estrellas sin brillo. Y ahora ensayas

tu puñado de notas;

las nítidas vocales se elevan como globos.

19 de febrero de 1961

Sylvia Plath en Ariel [1965]

Trad. Jordi Doce