Sylvia Plath
Amapolas en Octubre
Ni siquiera los cirros de la mañana saben manejar faldas así.
Ni la mujer en la ambulancia
Cuyo corazón rojo florece asombrosamente a través de su abrigo–
Un regalo, un regalo de amor
En absoluto solicitado
Por un cielo
Que, pálido y flamígero,
Enciende sus monóxidos de carbono, por los ojos
inmóviles y embelesados bajo los bombines.
Oh, Dios mío, quién soy yo
Para que estas bocas tardías griten abiertas
En un bosque de escarcha, en un amanecer de acianos.