Alberto Girri
Gatos
Hoy, domingo,
deponen su ferocidad,
su mando
de orejas erguidas,
su arcaica brujería,
y optan por echarse
a inspeccionar nuestro descanso,
la labor de clasificación,
rotulado, encasillamiento,
de nuestras pequeñas construcciones,
y acaso el displicente ronroneo
es un perdón,
un acorde
de la música del instinto.
A media tarde
dejamos de interesarles,
enmudecen,
y con envidiable solidaridad
corren hacia sus iguales,
la abeja que revolotea en el jardín,
la hoja cayendo en espiral
sin sentido aparente:
velos rojizos
y dorados lustres vegetales
cuelgan de sus zarpas.
Estirados en el sillón,
mirando esos enigmáticos juegos,
nuestras sensaciones se aclaran,
se hacen más claras
que los dictados del cerebro.
No, no los llamaremos,
la interrupción les disgustaría.