XXXIV Maratón de la Ciudad de México

Éste maratón ha sido el más difícil de todos. Dicen que "no hay quinto malo", pero en esta ocasión no estuve tan segura.

Varios días antes, quizá un par de semanas atrás del día "I", empecé a darme cuenta que estaba muerta de miedo, que me aterraba el maratón. Lo que más miedo me daba era no poder, el quedarme en alguna parte del camino, derrotada y sin poder concluir. ¿Qué le iba a decir a los todos los seguidores? ¿Cómo iba a explicar semejante derrota? Pero al mismo tiempo, ¿cómo decirles que moría de miedo y que en lo único que pensaba era en salir corriendo?, pero para algún lugar lejano del maratón. Sentía como todo mi cuerpo se encogía y se hacía bolita previendo el dolor que vendría. De repente sentía dolor en el hombro, como si estuviera en el kilómetro 35, o me dolía la rodilla como si fuera en la subida de La Paz, o me dolía el tendón de Aquiles como si llevara muuuuchos kilómetros recorridos. Era simplemente mi cerebro mandando señales de terror y ansiedad a todo mi cuerpo.

Sin embargo, seguí con el plan. Seguí cuidando mi comida, seguí haciendo mis rutinas de fuerza, seguí con el plan de kilometraje. Todo como si estuviera muy lista, aunque por dentro me paralizara el terror. Físicamente me sentía fuerte. Mi cuerpo había respondido bien. Había logrado bajar de los 62 kilos, gracias a la guía de Annabel y el cuidado de Raul. Mis piernas se sentían fuertes y en los brazos experimentaba una fuerza que nunca lo había hecho. Pero eso no importaba, el cerebro decía que no iba a poder, que no estaba lista.

Es difícil expresar esta experiencia a los demás. Por fuera pareciera todo normal. El comentario lógico es "ya lo haz hecho", "tú puedes", "eres una campeona". Pero el cerebro no está en capacidad de asimilar esas frases o el cariño de los demás. Está muerto de miedo y se cierra ante cualquier posibilidad. Al contrario, el pánico aumenta al pensar que no llegaré a la meta.

Por primera vez fui sola por el paquete de corredor. No lo disfrute. No tuve mucho tiempo para curiosear ni para asimilar. La organización del sitio no ayudó mucho. Me compré una gorra y una sudadera. No me permitiría usarlas si no lo terminaba, era mi "zanahoria". Si a la buena no estaba funcionando, tocaba buscar motivadores externos para lograrlo.

El día anterior pasé un buen susto y un mal rato que hicieron cambiar el plan de descanso y tranquilidad total para hacer ejercicios de visualización, a un estado de angustia y pánico sobre el futuro. Por fortuna sólo fue el susto y todo estuvo bien. Dejó la secuela mental de cuestionarse sobre la vida, la salud, la vejez, el futuro, ... Daría mucho que pensar y reflexionar en los siguientes 42.195 kilómetros.

Intenté dormir temprano, pero la adrenalina derramada, no ayudaba. Decidí descansar lo mejor posible aunque no durmiera lo suficiente. Fueron tan solo 6.5 horas. No era grave, es el promedio de sueño normal, así que energía sí tendría. No la adicional de un buen descanso, pero tendría que ser suficiente.

Así llegó el gran día. No quería llegar a la salida, es lo más tarde que he llegado a una carrera. Quería que temblara, así la obligación me llevaría a dejarlo sin necesidad de dar explicaciones, menos si se trataba de una explicación que nadie entendería. No era algo físico, era un terror mental. Para el colmo, los tiempos de salida programados se retrasaron. En vez de salir a las 7:30, salió el bloque después de las 8:00. Esos 30 minutos adicionales, sólo alimentaron las ansias. Esta vez no eran ansias positivas, esta vez sólo quería teletransportarme a un mundo alterno donde estuviera yo escondida en una cueva.

Arranqué. Ha sido la carrera más sola que haya hecho. En algunos trayectos el contingente no estaba muy poblado , hubo momentos que no llevaba a nadie a mi alrededor. Los primeros kilómetros no fueron tan difíciles. Logré disfrutarlos, tomé fotos, iba al pendiente de la app que nunca funcionó. La hidratación fue otro problema. Uno va programado a tomar agüita cada 2.5 kilómetros y resultó que para los que veníamos en los últimos bloques había un retraso de al menos un kilómetro. Incluso algunos puestos ya no tenían agua. Soy tan maniática que siempre cargo con mis dos botellitas, una de agua y otra de Gatorade, para situaciones como ésta. Así que pude mantenerme hidratada. Pero esto sin duda alimentaba mi ansiedad cuando llegaba la marca del 2.5, avanzaba y avanzaba y no encontraba agua. ¿Debía tomar la decisión de tomar de mis botellitas o esperar un poco más?

Es difícil seguir adelante cuando todos te rebasan, cuando tú apenas estás en el km 7 y los punteros ya van en el 27, cuando tú apenas vas a llegar al 17 y ellos ya terminaron. Pero te encuentras en el camino a Peluchín, un señor de edad muy avanzada, con unos 10 kilos encima de peluches. Lleva su paso y una sonrisa en el rostro, que lo llevaron más de 6 horas después a la meta. También te encuentras a un señor empujando a su esposa enferma en silla de ruedas. La lleva también hasta la meta.

La porra oficial estuvo en el punto de siempre, listos para echar las porras a todo pulmón, en compañía de una extraña que se unió a la porra con singular alegría. Esa toma de energía en el kilómetro 19, ayudó a continuar. Los vería a la vuelta, pasado el kilómetro 20.5 para despedirlos y volverlos a encontrar en el estadio. Esta vez su paso fue más lento y no lograron cruzar el metro a tiempo para verme pasar. Unos metros antes de pasar por el segundo punto acordado me entró nuevamente la ansiedad, ¿y si no están? Y no estuvieron. Entré en pánico, ¿les pasaría algo? Marco a mi mamá, quien iba saliendo del metro en ese momento. Volteo y la veo, como me buscaba en el pelotón. Me regreso a abrazarla y a llenarme de su amor para poder entrar a Chapultepec.

Chapultepec es la zona del silencio, no hay gente echando porras. Es la parte más solitaria del maratón. Los árboles y la naturaleza te acompañan, pero no es que ellos te inyecten de ánimos y de energía. A la entrada al bosque puse la primera untada de Lonol en el hombro. No iba a permitir que me doliera. Y así hice tres veces más en los siguientes 20 kilómetros. Se me pasó un poquito la mano y terminé con una quemadura en el hombro.

Ya llevaba medio maratón. Los calambres estaban presentes, varios iban cayendo a mi alrededor.

En la salida de Chapultepec esperaba ver a los muchachos, pero no había nadie. Todas las bicicletas se habían ido. No los alcancé. A seguir corriendo. Todavía me siento fuerte. La lucha conmigo misma y mis demonios era fuerte pero manejable pero claramente me había programado para que a partir del kilómetro 30 me cuestionara a mí misma. Y así fue. El azote mental estuvo tremendo. Fue una lucha infernal. Escucharme decir "no puedes", "retírate", "¿qué haces aquí?", ... paso a paso, era desgastante y desmotivador. A punto estuve de mandar todo a volar. De sentarme en un banca y ponerme a llorar. De hablarle a Raul sollozando para que fuera por mí en algún punto de la Condesa. En vez de eso pasé al baño.

Días antes me di cuenta que si todo salía conforme a calendario, el domingo del maratón estaría en el tercer día de menstruación. Si bien no era el peor escenario, sí uno muy incómodo. Quería que se adelantara o que se atrasara lo suficiente para llegar al lunes siguiente. Sí se atrasó, pero no lo suficiente. En el kilómetro 30, aproximadamente, sentí un cólico. No había duda de lo que venía. Mujeres y hombres no somos iguales. Nuestras fisiologías definitivamente son diferentes. Cada mes se nos recuerda esta diferencia. Las alternativas hormonales para evitar esas situaciones, para algunas no son opción. Quizá fue este estado hormonal que contribuyó al desbalance mental.

Salí del baño, me armé de valor, respiré hondo y retomé el paso. Iba toda cabizbaja cuando en eso escucho una voz a todo pulmón gritando mi nombre. Era una voz conocida y que ha alegrado mi andar en otros maratones. Era Alinne, iba con sus papás. Su presencia y sus porras me levantaron mucho el ánimo y agarré paso otros kilómetros. Sin embargo, la lucha interna no paró. Nuevo León se me hizo eterna. Parecía que nunca llegaría a Insurgentes. Tampoco que quisiera llegar, pues eso implicaba una subida que había sufrido en el pasado. Conforme la veía acercarse, sentía como me abordaba el terror, como las rodillas no dolían, pero se hacían presentes. Todo era mental. Quise parar y caminar esa subida, un gran peso me detenía. Sin embargo, piernas no pararon. No podían. El ritmo bajo dolía más que un movimiento fuerte. Trotaría con el mejor ritmo posible. Iría avanzando por segmentos. Tenía que caminar un poco. Así lo hice, respiré profundo, me sacudí un poco los malos pensamientos y logré retomar el ritmo.

Esta vez no me acompañaría Raymundo. La noche anterior me avisó que se había enfermado del estómago y correr deshidratado no es una buena idea. Sí sentí su ausencia. Llevarlo al lado me ha sacado fortaleza de donde ya no la hay. Me he sentido apoyada y cuidada. Ahora tocaba procurarme yo sola.

Recibo una llamada, era Luli preguntándome dónde estaba. Justo estaba en un momento de poca lucidez. No sabía dónde estaba. No reconocía nada. Sabía que estaba sobre Insurgentes, pero no lograba ubicarme. Estaba tan clavada en mi pesadez que tomó mucho esfuerzo de mi parte para regresar a la realidad y poner atención a mi entorno. Entre paso y paso, había llegado al World Trade Center. Así respondí a Luli, quien me dijo que ellos me esperaban en el Parque Hundido. No faltaba tanto.

Naranjas y más naranjas. En vez de agua, que no había, había una cantidad inmensa de gente echando porras, llevaron dulces, plátanos, refresco, naranjas, miel, crema de cacahuate, nutela, ... yo me fui por las naranjas. Comí una tras otra. No sé si era la sed, la necesidad de azúcar, o la ansiedad. ¡Bendita gente! Gracias por estar ahí, gracias por animar a una bola de locos desconocidos.

No sé cómo, logré llegar a Parque Hundido, en breve los vería, alzaba la mirada buscándolos. Logro reconocer a Aidé y a Mateo. Alzo los brazos, les hago señas. Tardaron en verme. Para mí fue un gran momento. Abrazo a Luli, quisiera decirle, me voy con ustedes a casa. Pero ella se va corriendo conmigo, la familia completa también. Veo sus rostros de alegría, de orgullo. Encuentro los ojos de Ximena y me inspiran a seguir. Ellos paran pero Luli sigue conmigo. Siempre lo ha hecho, desde que era una bebé. Hay que seguir, seguir siempre adelante. Estás rodeada de amor. Absórbelo como esponja y sigue adelante.

Apenas llevo unos metros lejos y me entra la nostalgia, me entra el terror nuevamente. Empieza mi paso errático. La mente a jugarme chueco. A pensar y pensar porqué había comenzado con semejante reto, qué me había llevado hasta ese punto. Nada parecía explicarlo, nada parecía que valiera la pena como para estar sufriendo el dolor físico y sobretodo la apaleada mental que me estaba dando. De pronto, decidí parar. Mis piernas tenían que dejar de moverse. Ya no iba a seguir. Hasta ahí iba a llegar. No más tortura física y mental.

Es también difícil cuando todos a tu alrededor caminan y abandonan. No sé cuál es más complicado mentalmente, cuál te merma más y te hace dudar de tus propias capacidades. Si el saber que hace horas llegó el primero o que muchos a tu alrededor van dejando el camino. Toca enfocarse en tu propio paso, escucharse a uno mismo y definir tu propio tiempo y tu propia estrategia, no importa que llegue horas después, no importa que los deje caminando atrás de mí. Yo soy la que tiene que llegar.

En esas andaba cuando entra mensaje de Ángel preguntándome dónde estaba. ¿Ya habría llegado él? ¿Cómo le habría ido? ¿Habría pasado por su propia lucha mental? Le dicto a Siri la respuesta, estaba en Churubusco. Seguí con la lucha. A ratos ganaba una batalla más, callándome y sintiéndome invencible, pero le seguía una en la que perdía y me sentí la cucaracha que ya no puede caminar. Recibo otro mensaje de Ángel preguntándome nuevamente dónde estaba, le dicto a Siri: "En Barranca, voy como tortuga". Siri escribe "En Barranca, ¿y tú?". Ni modo, no pude decirle que si me iban a esperar necesitaban paciencia. Pero al menos me entero que ya está con Vala y los niños en Gálvez. Después de una batalla perdida, decido caminar. En eso escucho: "¡Ya vienen las barredoras!" Entonces me invade nuevamente el pánico. Excepto que en esa vez fue por no terminar, por ser levantada por la barredora en un total fracaso. Entonces retomo el paso y a correr. En La Paz, nuevamente mensaje de Ángel. Estaba cerca. Una subida más y los encontraría. No los veo. No los distingo. En eso veo a Frida y a Alonso. Mi corazón se llena de alegría. A pesar del Sol, del cansancio, ahí estaban para echarme porras. Son un empujoncito más hacia la meta.

La subida de Eje 10 me cuesta trabajo. Camino unos metros a paso veloz. Retomo carrera. Voy tratando de imaginar las llegadas anteriores al estadio. Trato de reconocer rostros amigos. En eso veo a Miguel y a Edgar. Ahí estaban mis pollitos. Echando porras y dándome ánimo. Ya eran los últimos metros. Vueltas en el estacionamiento y la entrada. La última subida. Imaginaba a Jorge empujándome y diciéndome "ya llegó doctora". Salgo al tartán. Busco a la porra oficial y la localizo. Le hago señas pero no me ve. ¡He cruzado la meta una vez más! Siento más alegría que en los tres anteriores. Sólo puedo comparar el sentimiento con la primera vez. Había ganado la guerra. Una guerra mental que había empezado días atrás, que me había llevado a la lona en muchas ocasiones en el trayecto, que me hizo dudar de mí misma, de mis capacidades, de mis deseos. La había vencido. Sí, sí era una campeona. No hay lucha más difícil que la mental. En años anteriores la lucha física se había vencido gracias a la fortaleza mental. Esta vez, la fortaleza física no pintó. La mente dominó. Gritaba a la porra "¡Llegué! ¡Lo logré, lo logré!" Más de uno debió pensar que era mi primera vez. No, no lo era, pero sin duda ha sido la peor y la más difícil.

La experiencia me dejó mucho. Ha sido, mentalmente, el maratón más difícil. Los otros fueron físicamente complicados. Quizá eso me llenó de temor. Éste ha sido en el que más débil he llegado mentalmente hablando. Logré concluir que no estaba ahí para demostrarle nada a nadie, que si había sido esa la intención en un momento, no podía seguirlo siendo. Que si lo terminaba iba a ser por mí y para mí y que si no era así, era momento de salir y dejarlo. Visualicé la meta, visualicé el objetivo y un buen bañito al final. Sí, eso quería, quería portar con orgullo la sudadera conmemorativa que me compré, quería colgar con orgullo la medalla, quería sentirme satisfecha como en las ocasiones anteriores. Adolorida, sí, pero orgullosa de mí misma. Y así, pasito a pasito, golpe tras golpe mental, y con apoyo de la porra que me quiere, llegué.

GRACIAS a ti por ser mi apoyo y fortaleza, gracias a ti porque sé que tu cariño es incondicional, gracias a ti por ser parte de mi vida.

A dos semanas de esta experiencia, me veo feliz, más fuerte y con más herramientas para hacer lo que sea que tenga y quiera hacer. Se vale sentir miedo, se vale sentir angustia y ansiedad, se vale dudar, pero toca tener clara la meta, eso me llevará a ella. Date una tregua pero no claudiques.