El 3 de enero de 2021 murió el amor de mi vida, aquél en quien había centrado mis sueños, mis fantasías y mis ilusiones desde los 11 años. Tuve varias parejas antes de re-encontrarnos justo en el momento en el que estábamos listos para el otro. Vivimos 16 años juntos, casi 15 de ellos casados. El matrimonio tuvo de todo, momentos increíbles y tiempos difíciles. Había días en que no podía imaginar mi vida sin él y otros en los que llegué a pensar que una distancia entre nosotros podría ayudar a resolver nuestras diferencias. Lo importante es que siempre dominó lo positivo, su apoyo para que yo creciera y me sintiera plena en otros aspectos de mi vida.
Sin embargo, sin ningún aviso ni advertencia, el 1 de enero no pudo pararse más de la cama. Le faltaba el aliento, ya no tenía fuerzas. Parecía una enfermedad en el sistema digestivo, quizás alguna úlcera. Pero para el 2 por la noche la cosa se complicó y requirió de oxígeno. Finalmente, el 3 accedió que fuéramos al hospital. Cuando me despedí de él, le pedí que luchara y le dije que nos veríamos pronto. Poco tiempo después el médico me dio la noticia. El amor de mi vida había dejado de existir. Sentí volverme loca. Sentí como todo mi mundo se derrumbaba. Sentí como todo mi cuerpo perdió fuerzas y se colapsaba en un grito y un llanto profundo, uno que no me dejaba ni respirar. Parecía una película de drama, una novela con un final macabro. No podía ser realidad lo que estaba pasando, quería desesperadamente despertarme de esa horrible pesadilla.
A pesar de estar en área Covid y que a él lo habían tratado como sospechoso de Covid, el doctor me permitió despedirme de él. Recuerdo su rostro tranquilo. Toqué su mano e intenté sentirlo a través de los dos guantes que traía puestos. Quería besarlo pero me contuve. Podía escuchar su voz diciéndome que no podía bajar la guardia, que debía mantenerme bien protegida del Covid, que fuera prudente. Así que en silencio, tratando de mantener la calma y de asimilar la escena, en mis pensamientos le dije adiós y le agradecí lo que me dio en vida. Él me había agradecido por todo justo antes de partir hacia el hospital. Él sabía que era el final.
Lo que vino después fueron llamadas para avisar a su familia, a la mía, a algunos amigos míos, a la funeraria. Empezaron los trámites, la toma de decisiones. Tocó, de un instante a otro, volverme en la responsable. Él siempre se encargaba de todo. Yo había cómodamente dejado todo en sus manos. Casi al amanecer tocó regresar a casa. A su cuerpo se lo habían llevado a la funeraria. Lo resguardarían hasta dos días después, cuando se realizaría la cremación. No habría funeral, no habría más despedida. Parecía tan irreal.
Ya en mi casa logré llorar un poco. No podía dormir, cada que dormía despertaba sintiendo como me faltaba el aliento y sin poder respirar. Tampoco podía comer, no me entraba nada de alimento. Traté de mantenerme lo mejor hidratada posible para no desfallecer. Tenía miedo de que tanto dolor me llevara a cometer locuras, que no pudiera con él y que buscara una salida de emergencia de este mundo. El dolor era indescriptible. Sentía como me aplastaba el pecho.
Tocó pasar los siguientes ocho días sola en mi casa. Estábamos en la tercera ola del Covid y yo había pasado unas 12 horas en el hospital en área Covid, no podía arriesgar a mi familia. A pesar de la soledad, siempre tuve la compañía de mi familia por teléfono. Eso me permitió pedir ayuda. Así que para el quinto día, bajo recomendación médica, empecé a tomar Clonazepam, y al día once comencé terapia psicológica.
Pasar esos días en soledad me permitió sumergirme en un abismo de dolor; ver lo más oscuro del fondo de esa fosa tenebrosa; reconocer mis sentimientos, uno a uno por separado y en conjunto y en el día 15 decidir que quería levantarme y seguir viviendo. El amor de mi vida se había ido y mi padre también lo había hecho unas semanas atrás dejándome otro vacío enorme. Sin embargo, yo seguía viva y con el único sentido de vivir la vida, ningún otro, me levantaría y lo haría. Así, salí a la calle, tomé a la vida por los cuernos, puse sobre la mesa todo lo que tenía que atender y retomé el control.
En ese momento, no lo pensaba mucho, pero pensaba que no podría volver a enamorarme. Pensaba que no buscaría y menos encontraría sin buscar un nuevo amor. Si acaso, cuando estuviera lista, buscaría algún compañero de gratos momentos, sin compromisos emocionales. Evitaría sentir nuevamente todo lo que el amor implica. No obstante, al mismo tiempo, sentía que yo soy una persona que le gusta amar y que tiene una gran capacidad para ello. Parecía un gran desperdicio pero no lo haría.
No, no fue de un día para otro. Tampoco fue fácil. Fueron algunos meses de sentirme sin concentración, sin dirección ni sentido, sin mucha energía para continuar. Pero poco a poco, esa conexión que logré con mis sentimientos más profundos, esa honestidad conmigo misma por permitirme sumergirme y resurgir, ese amor que me rodea de toda mi familia y mis amigos, me fueron dando la fuerza necesaria para ir restableciéndome.
Y así, un día, con gran curiosidad y algo de miedo, salí a una cita. Sólo era a comer con un conocido, era alguien con quien escasamente había tenido una conversación personal fuera de la poca interacción profesional. No obstante, pasó algo que me sorprendió. Al verlo, quería abrazarlo. Al escuchar su situación de terminación de su matrimonio, quería abrazarlo y confortarlo. Cuando me contaba de su vida, de sus hijos, de sus planes, me visualizaba en ellos. Sí, fantaseo mucho, imagino historias. Pero en este caso parecían tan reales. Buscaba pretextos para continuar la plática pero el restaurant cerraba, así que hubo que concluirla.
Al otro día inició una conversación por WhatsApp, una en la que se mostró genuinamente preocupado por mí, queriendo apoyarme. En muy poco tiempo se empezó a convertir en alguien que me importaba, que me gustaba leer, que me hacía sentir acompañada, apoyada, admirada y apreciada.
Parece que decidió conquistarme por el estómago. Comenzó con un riquísimo pozole, mi comida favorita. De ahí, ha sido una constante fila de ricuras culinarias que mantienen despiertos mis sentidos, que me hacen disfrutar cuando los degusto, que me hacen compartir con mi familia y que me hacen pensar en él.
En nuestra tercera salida, un mes después de la primera, sentí algo más. Sentí atracción. Pude apreciar la posibilidad de compartir mis días con alguien positivo y tranquilo. Se sintió bien, parecía tener todo el sentido del mundo. Todavía con reservas y sin saber cómo hacerlo, nos mantuvimos tomados de las manos por un largo tiempo, al terminar la noche, nos abrazamos y con toda la ternura de un primer intento, nos dimos un pequeño beso de despedida con el cubrebocas bien puesto.
Una semana después, tras dejarme la deliciosa comida de la semana, cual escena de película romántica en tiempos de pandemia, casi como lo había imaginado, tomó mi cubrebocas y con todo cuidado lo retiró de mi boca para darme un pequeño beso que vino a decirnos a ambos que estábamos listos y que queríamos entrar a esta nueva aventura, comenzando una nueva etapa en nuestras vidas.
Tres días después, en una conversación por WhatsApp, recibí la pregunta “¿Quieres ser mi novia?” Sentí de todo. Sentí culpa por sentirme tan bien en tan poco tiempo, sentí miedo de embarcarme en un nuevo compromiso pero sobre todo, sentí una gran emoción, una gran ilusión y unas ganas tremendas de decir que sí. ¿Por qué no? Lo que estaba empezando a sentir valía la pena vivirlo, sentirlo con plenitud y sí, también con compromiso.
Desde entonces, esta nueva historia de amor crece día a día. Las noches interrumpen nuestras conversaciones WhatsApperas. Todos los días me alimento con comida deliciosa que sigue sin falta trayéndome. También todos los días, mi WhatsApp se llena de emojis de besitos y algunos días, también de hermosas flores. Yo me he permitido ser romántica y hasta quizás un poco cursi. Poco a poco me he ido liberando de perjuicios que me autolimitaban a recibir atención o cariño, o que incluso no me dejaban expresarme abierta y ampliamente. Solía cuidar las formas y los momentos. Ahora me siento libre y tranquila. He abierto nuevamente la puerta de mi corazón. He dejado entrar a un hombre maravilloso que me hace soñar con un futuro a su lado.
No sé cómo vaya a seguir esta nueva historia de amor. Lo importante es que ha comenzado y he decidido vivirla y disfrutarla porque mi único objetivo en esta vida, es vivirla.