Veo en la multitud un par de caras conocidas. Son una pareja que van al gimnasio. Estaban saludando a otro corredor. No importó que no me vieran. Su presencia me dio ánimos. Pocos metros después escuché mi nombre. Un muchacho me dijo “¡Vamos Xyoli, tú puedes!”. ¿Quién es? ¿Quién es? Soy muy despistada y luego no me acuerdo de la gente. Quería pararme a reconocerlo, a preguntarle, ¿de dónde te conozco? Cuando al fin me cayó el veinte. A nadie nos conocían. La mayoría llevábamos nuestros nombres en los números. Así que la gente los veía y echaba la porra personalizada. Los demás a mi alrededor recibieron tanta porra porque sus nombres eran fáciles y comunes: ¡Vamos Juan! ¡Vamos Lucía! … Ahora entiendo las caras de “no, … no sé cómo y no logro hacer que mi cerebro mande la orden a la boca y salga tu nombre, sigue corriendo, … ¡vamos Vero!”. Era eso, no podían leer mi nombre, no sabían cómo pronunciarlo. No era que no me quisieran echar porras o que los demás llevaran mucha porra, era mi nombre. Así que gracias a este chico que se animó a pronunciarlo y además, lo hizo perfecto. Mi nombre sonó como el mismísimo canto de los ángeles. Y no, estaba vez no estaba escuchando como que Dios me hablaba, que luego me enteré que no es Dios, sino la Virgen. En fin, llegó mi porra personalizada. Más energía, más ánimos.
Phil desde hace rato había marcado los 40 km. En eso escucho una avalancha de “I like it!”, “Go, Go Go!” y “Yayyyy!” Eran varios nuevamente, celebrando que Runtastic decía que había logrado los 42.195. ¡Noooo! No se vayan, todavía me faltan casi dos kilómetros. ¡Este Phil que no sabe medir! Debería traer mejor un teodolito, ahí sí tendría precisión. Bueno, estaría chistoso parar ahora, al fin Phil dice que ya logré la distancia. No, quiero mi medalla. Quiero tener esa “M”. Quiero llegar al estadio. Quiero ver el pebetero. Quiero ver a mis papás en la meta. Tengo que seguir. Ni modo Phil, aprende a medir mejor para la próxima por favor. Bueno, más bien, la próxima sí te callo.