Dejamos Insurgentes. El camino nos lleva por los estacionamientos, no puede ser menos directo. Sigue habiendo gente en cada metro. Las porras siguen. Un par de personas a medio camino nos indican que los corredores sin número hasta ahí llegaron y que deben dejar el circuito. No podrán entrar al estadio. Esto lo sabíamos desde hace tiempo. Aun así, la gente gritaba, "¡que los dejen terminar!" Conforme abandonaban el circuito se incorporaban al grupo que se encontraba tendido en el asfalto, estirando, recuperándose.
Se termina el estacionamiento, ¡qué emoción, estamos por entrar al estadio! ¡Oh no! Un túnel con una subida tremenda. No me la esperaba. La entrada por el otro lado es todo de bajada, sólo se deja ir uno hasta llegar al tartán. Por aquí hay que volver a apretar, toca armarse de fuerzas, jalar aire, darle la instrucción a las piernas de levantar las rodillas, ¡vamos brazos, ayuden! Brazada de subida a todo lo que da. ¡Puff! Sólo fueron unos cuantos metros, oscuros y empinados. Al final del túnel, la luz. Y el tartán. La pisada se siente diferente, ahora sí floto. ¿Dónde estará la porra oficial? ¿Me estarán viendo? ¿Habrán logrado llegar? No puedo voltear a buscarlos, lo intento, pero no distingo a nadie. No distingo caras, no veo la cabecita blanca. Había marcado a Yolanda antes de entrar al estadio, pero me mandó a buzón. Ni modo, espero me estén viendo.
Últimos metros. ¡Disfrútalos! ¡Alza las manos! ¡Corre más rápido! ¡Cierra, cierra! ¡Lo has logrado! Cruzaste la meta nuevamente. Ahora sí, me auto declaro maratonista.