Desde que crucé la línea de meta del XXX Maratón Internacional de la Ciudad de México ya quería correr el XXXI. Es impresionante que después del dolor y sufrimiento durante los últimos 10 km en unos cuantos segundos me hubiera olvidado de ellos y dominara el sentimiento de poder y felicidad de haberlo logrado.
Sin embargo el año estuvo rudo y con obstáculos. Primero una tos que no me dejó hacer ejercicio aeróbico en diciembre y enero. Eso produjo una baja enorme en mi rendimiento y un aumento de 7 kg. Así que hubo que recurrir a medidas drásticas y armar un buen equipo de apoyo para poder llegar a la meta. David fue el entrenador de la parte física y Mariana me apoyó en los últimos dos meses con la parte de nutrición para poder llegar al día M en un mejor peso, bien alimentada e hidratada.
Pero bueno, en el camino, se cruzó una piedra en abril que me llevó literalmente al suelo con una buena contusión en la rodilla y el muslo izquierdos, los que hicieron que bajara el buen ritmo que llevaba. Para mayo una gripa de los mil demonios y de varias semanas mermó nuevamente mi entrenamiento.
Cuando parecía que ya iba muy bien por los últimos dos meses de entrenamiento, en el mero pico, a tres semanas del día M, se inflamaron los dos tendones de Aquiles y el flexor izquierdo. La inseguridad y la sombra de no poder correr el segundo maratón me hacían sentir desesperada. Tocó tener mucha paciencia para lograr la recuperación a tiempo y ver con filosofía mi siguiente participación en el MCM. No iba a ser por tiempo como era la intención inicial. Iba a ser nuevamente por demostrarme a mi misma que puedo hacerlo. Que no importaban los contratiempos, llegaría a la meta.
Después de mucho hielo, rodillos, MAT, hielo-calor, ejercicios para fortalecer, alberca, probar diferentes vendajes y regresar a tenis un poco más viejos, me regresó la esperanza. Eso sí, mi entrenador me tuvo que echar un buen sermón sobre la importancia de mantener mi integridad física para poder seguir corriendo. Creo que el pobre estaba más nervioso que yo y temía que me fuera a tronar los tendones.