2. El medio

La

preparación para el XXXII MCDMX empezó desde hace rato. Este año decidí no correr tantas carreras cortas, enfocarme más a mis largas distancias, cuidar mis tendones y no sobre entrenarme para evitar baja de defensas. Eso sí, de marzo a mayo venían programadas algunas carreras de 5, 10 y 12 km. Éstas me darían la adaptación y preparación para regresar al ritmo. Cerraba esta primera etapa de preparación con la 34.a Carrera del Día del Padre.

La Carrera del Día del Padre es de mis favoritas. Tiene un gran significado para mí. Hace 4 años, llevaba un poco más de medio año que había empezado a correr. Los 5 km se veían superados, los 10 km parecían ya estar cerca de ser dominados. Lo más importante es que no veía que mi padre recuperara el ánimo ni las ganas de moverse, pero que el irme a ver correr lo motivaba. Así, decidí dar el siguiente paso con dos objetivos en mente: 1) demostrarme a mi misma que podía con esa barrera mental de que correr no era lo mío y que nunca podría correr más de los 10 km que ya había logrado. 2) Hacer de la carrera un medio de motivación para mi padre, ¡qué mejor que regalarle 21 km! Lo mejor fue que al terminar la carrera, con las piernas adoloridas y casi sin poder caminar, me di cuenta de algo, la única barrera para no hacer un maratón era yo misma, así que podía y tenía que tomar la decisión y correr un maratón. Comenzó entonces esta aventura del exceso de kilómetros.

Así, el de hoy 15 de junio de 2014 fue mi tercer medio maratón del día del padre. Igual que el primero y el segundo, me cargue de imágenes de mi padre y de mi abuelo y salí a regalarles cada paso que daba. A ratos difícil correr con tanta emoción encima, pero al mismo tiempo se transforma en un motorcito que te reanima cuando sientes que no quieres dar más.

Hace dos semanas hice mi carrera larga de 19 km, me fue muy bien y me sentí listísima para un buen medio maratón. Sin embargo, hace una semana tuve un calambre en la pierna derecha mientras dormía. Eso me dejó un poco adolorida y bastante insegura sobre lo que podría pasar hoy, sobre lo que podría dar hoy. Es impresionante cómo la mente, con sus inseguridades puede menoscabar el trabajo realizado en un buen entrenamiento y una buena alimentación. Mi cuerpo llegó listo, mi mente temerosa.

El año pasado me fue muy mal con la llegada a la carrera. De Insurgentes y Eje 10 a Perisur hicimos una hora. Llegué tarde, aunque justo a tiempo para salir con mi bloque. No quería que me volviera a pasar. Eso y otros asuntos de logística, hicieron que hoy estuviera ahí desde las 5:50. Un poco temprano, los puestos de tamales apenas se estaban poniendo. La luna iluminaba el escenario. Pronto empezó a llegar la gente, miles y miles llenando rápidamente los carriles centrales del Periférico. Desafortunadamente no pude encontrarme con Jorge y su papá para salir juntos.

Después de escuchar el himno, se escuchó el disparo de salida. Despacito y con calmita avanzó el contingente.

Ya el Sol iluminaba el camino. Yo crucé la línea de inicio 15 minutos después del disparo. En ese momento decidí que no sería por tiempo, que sería por disfrutarla lo más posible. Quería ir tomando foto tras foto. Disfruté de los espectaculares, la gente a mi alrededor con sus historias personales, de superación, de solidaridad, de amor, de todo un poco. Disfruté de cada puente, de cada subida y de cada bajada, incluso del bache en el que me tropecé y se me torció el tobillo. Disfruté de las porras de la gente, di la mano a cuanto pude, recolecté sonrisas, palabras de aliento, miradas de admiración, ¡pufff! ¡Cuánta energía positiva! Tenía ganas de sacar la cámara e ir tomando fotos a todos, a los corredores, a los voluntarios, a las porras, a los detalles. Pero no, si hacía eso, nunca acabaría.

Un pico en el trayecto fue en mi kilómetro 9, ahí vi en sentido contrario a Jorge y a su papá. Me dio muchísimo gusto, me llenó de alegría. Espero lo hayan disfrutado mucho. Me dio tranquilidad ver la frescura de Jorge. Le grité, pero no alcanzó a escucharme.

Antes de eso, por ahí de mi kilómetro 5 me topé con los punteros, ya iban en el kilómetro 15. Primero vino euforia de ver esas gacelas, ¡con qué facilidad lo hacen! Después vino el bajón, ¡pufff! ¡Yo apenas iba en el 5! Bueno, no importa, yo mantengo el esfuerzo por más tiempo que ellos, así que a mí me cuesta más que a ellos. ¿Ellos podrán mantener ese ritmo cardiaco por el doble de tiempo? Porque yo sí. Claro, mis piernas no pueden moverse a esa velocidad y mi corazón no me permite ir más rápido, pero en cuanto a trabajo cardiaco, me queda claro que yo trabajo más.

En fin, mi tiempo no fue maravilloso, 2:25:10, pero ¡cómo lo disfruté! Así que ahí estaré para la próxima, con el mismo motor que he tenido en los anteriores y con el mismo motor que me empuja a ser mejor cada día: mi padre.

Y ahora, a seguir con el entrenamiento y la preparación para el maratón. Vienen por delante muchas carreras largas, mucho cuidado en mi dieta e hidratación.