¿Por qué regresar a correr el Maratón?

Llevo siete maratones completados. El primero empezó como un reto de hacer lo que en mi realidad e imaginación era imposible. Empezó con la gran duda "¿será que yo también puedo?". Siguió con un "no tiene ella/él nada de extraordinario o mejor que yo, sólo que ella/él han logrado lo que yo creo imposible para mí". Esta necesidad de demostrar(me) que yo también era capaz empezó a alimentar mi disciplina en el entrenamiento y la decisión en lograrlo.


Mi primera experiencia fue mágica y transformadora. Sufrí dolor, angustia, desesperación. Pero por mucho que estas sensaciones y otros sentimientos me acompañaron por varios kilómetros (y días después), el sentimiento de triunfo, de sentirse invencible, de satisfacción, de orgullo, de plenitud, … y tantos más, sobrepasaron todo lo demás y me han llevado a regresar una y otra vez.


Los últimos tres maratones no han sido fáciles. En el del 2016 sufrí una crisis mental muy fuerte. Sobreponerme a ella en los últimos 15 kilómetros representó toda una batalla de todo mi ser con esos pensamientos oscuros y derrotistas. El miedo me abrumaba y la desolación me consumía. Voces y caras de personas queridas que han estado en ese trayecto una y otra vez, me inyectaron de esa energía adicional que se requirió para vencer a mis demonios. No quería volver a correr un maratón.


El de 2017 fue pesado pues la sombra de esa batalla me acompañaba. Eso, junto con las diferentes partes de mi cuerpo que se habían ido lastimando, me llevaron a mi primer maratón de más de 6 horas. Lo que me llevó a regresar esa ocasión fue justamente lo derrotada que me había sentido el año anterior. No quería quedarme con ese sentimiento. No podía permitírmelo. Era rendirse. Era aceptar que el maratón me había vencido y que yo no había estado a la altura del reto impuesto 5 años atrás. A pesar de los dolores físicos y que mi pie derecho, rodilla izquierda y hombro quedaron enojados y sentidos, logré sanar el daño mental del año anterior. Había logrado demostrar(me) que soy invencible. Este sentimiento y convicción me ayudó muchísimo los siguientes 4 meses. El ritmo de trabajo y estrés fueron llevaderos al repetirme a mi misma "has corrido un maratón, ¡puedes con todo! No, ¡espera! has podido con 6 maratones, ¡puedes con esto y más!". Y así transcurrieron los días y las noches de intenso trabajo.


El maratón de 2018 no fue mejor. Llegaba al entrenamiento con 5 kilos de más. Logré bajar 2. Estaba pesada, mi cuerpo estresado y cansado. Mi entrenamiento distaba mucho de ser el ideal. El tiempo disponible no me daba para más. Por mi mente pasó no correrlo. Pero dejaría mi colección de medallas en MEXICo. Con la o minúscula pues tenía la del medio maratón. Pero yo sabría que había tirado la toalla y que no había concluido un ciclo. Un ciclo artificial e impuesto por una estrategia de mercadotecnia de un sexenio de gobierno. En fin, regresé porque no hay que dejar ciclos inconclusos.


Al concluir el último maratón me sentí satisfecha y di por cerrado el tema. Con Raúl platiqué de no correr más maratones, sólo medios maratones. Mi cuerpo estaba agotado, con varios dolores que ya parecían crónicos, como el de mi pie y de mi rodilla. Del hombro ya no digo. Ha sido parte de mi vida desde muy joven. Había ya demostrado lo que quería demostrar(me). Así pasaron los meses.


Empezó 2019. No vislumbraba en el horizonte de mis planes correr el maratón. Me puse como meta correr el Medio maratón del Día del Padre. Mi entrenamiento era básico. No veía mejoras al pésimo nivel que había llegado. Mis tiempos se habían ido hasta 9 minutos por kilómetro. Las molestias, si bien no eran limitantes, eran persistentes. El peso estaba en casi 69 kg. Tremendamente malo. No sólo por los índices de salud, sino por el impacto en mis articulaciones y el esfuerzo al corazón. Trabajé en la dieta pero para junio, apenas estaba en 66.5 kg y 8.5 minutos por kilómetro. Si bien había mejorado, haría un par de minutos menos de las 3 horas en el medio maratón. No parecía buena idea correr el maratón. Los tiempos pronosticados se iban muy por arriba de las 6 horas. Mi pie y rodilla no estaban contentos. Había descartado la posibilidad de correrlo. Estaba iniciando un proceso de aceptación para despedirme del maratón. No regresaría.


Pareciera que siempre estuvo la intención ahí. Pareciera imposible de pensar que no lo iba a hacer. Pareciera un show de que no, cuando todos saben que sí. Pues resulta que esto último ha sido parte de mi vida y ha sido un elemento difícil de manejar. Poder reconocer cuándo son mis decisiones, mis momentos y mis gustos y no los que los demás vislumbran para/por mí, a ratos es difícil. Si regresaba a correr el maratón debía ser por mí. Por algo en mi interior. Por algo más fuerte que disfrutar de las porras y las muestras de cariño infinito que recibo. Por algo más fuerte que el sentimiento de reconocimiento y de admiración de los demás. ¿Qué hay más fuerte que toda esa energía y amor recibidos por meses de entrenamiento, 6 horas de maratón y días posteriores? No. No parecía suficiente.


Entrenar para un maratón que se corre en 6 horas no es poca cosa. Los entrenamientos de carrera larga de fin de semana, se vuelven en entrenamientos de mínimo 3 horas, el más largo de 4.5 horas, más media hora de estiramientos. Ahí se va la mañana entera de mi domingo. Además del descanso para medio recuperarse y no llegar el lunes en calidad de bulto al inicio de una semana intensa de trabajo. Entre semana, la cosa se complica. Si el entrenamiento consistiera de carrera al menos tres días, implicarían entrenamientos de entre 2 y 3 horas. Además de los entrenamientos de fuerza y demás. No, no tengo ese tiempo disponible. Parecía imposible.


¿Entonces por qué regreso? Llegó el día del padre. No pude correr el medio maratón. Me tocó ir a Stanford. Fue un fin de semana intenso, de profunda reflexión sobre mi vida pasada y mi futuro. Pude apreciar los diversos momentos difíciles, las decisiones tomadas en su momento, los caminos elegidos y reconocer mi trayecto como propio y el mejor vivido. Había perdonado a otros, pero no había terminado de perdonarme. La pregunta constante ese fin de semana fue “¿ahora que sigue?”. Responderla no ha sido fácil. Decidí empezar con pasitos cortos pero decididos en la dirección de lo que me gusta y me apasiona. Me gustan los retos. Me gusta demostrarme de lo que soy capaz. Me gusta sentirme útil. Me gusta sentir que contribuyo en algo. Me gusta pasar horas con mi mente y mi cuerpo. Me gusta conocerme y reconocerme. Me gusta ser obsesiva, obstinada, tenaz, persistente. Me gusta sobreponerme a mis propios obstáculos. Me gusta sentirme invencible y poderosa. Me gusta el proceso de preparación del maratón. Me gusta correr el maratón. ¡Correré el maratón! ¡SOY MARATONISTA!


Y así, con esa conclusión, estoy de regreso. Reconozco que lo mío, físicamente hablando, no es el maratón. Un medio maratón me implica esfuerzo y ya bastante dedicación. Un maratón está más allá de ese límite. Pero para eso estoy aquí, para romper límites, los míos y los impuestos, para ir más allá de lo que me es posible, para que cuando pienso que ya no hay más que dar, sacar esa voluntad que ha hecho que viva.


Entonces, me comprometí, me apliqué. La estrategia cambió y he tenido un excelente coach que me ha cuidado y diseñado un programa adecuado para mis tiempos y mis capacidades. Mi cuerpo y mente se han transformado nuevamente. Esta vez de manera más impresionante que las anteriores. Estamos a 10 días de la salida y me siento fenomenal. Como siempre, ha habido momentos de duda, pero la decisión está tomada. Mi cuerpo me lo pide, mi mente me lo exige. Espero sean menos de 6 horas. El tiempo que sea, habré triunfado nuevamente. Este proceso de transformación lo he amado y disfrutado.


¡Nos vemos el 25 de agosto en el Maratón de la Ciudad de México!