Tras saber que Nahúm estaba bien en casa, decidimos emprender el regreso. No estaba fácil, no había circulación por Insurgentes y Eje 10 venía caótico y estaba lleno de gente. Decidí que cruzar CU y llegar a la gasolinera de Universidad y Eje 10 era lo más conveniente, así que emprendimos la marcha.
No íbamos solas. Iban algunos solitarios con caminar peculiar y otros acompañados por familia o amigos. El paso de algunos de nosotros era similar, como si nos hubiéramos bajado del caballo, tratando de evitar el tener que bajar escaleras y dando brinquitos chistosos si lo teníamos que hacer. Los rostros eran una mezcla perfecta de cansancio, dolor y satisfacción. El camino se me hizo larguísimo, pues cada paso lo sentía, pero se me hizo cortísimo, son unos cuantos metros.
Llegando a Eje 10, lo que pasó primero fue un pesero que iba al metro Quevedo, así que nos trepamos, iba lleno y un muchacho amablemente nos cedió su asiento. Preferí que se sentara Yolanda, pues tenía miedo de sentarme y no querer pararme más. El tráfico en Eje 10 y Av. Universidad era espantoso. Gente y más gente de rosa y de amarillo, familias, amigos, tratando de tomar algún taxi o transporte público, lo que fuera. Mientras la gente en sus carros, algo desesperada por el caos.
Llegamos a Quevedo, la bajada del pesero fue difícil. Por fin tengo señal en el celular y entra el mensaje de Raúl diciéndome que está orgulloso de mí por haberlo logrado. Mi corazón late.
Ahí sentí ya un hambre tremenda, me comí mi plátano, pero era claro que ya necesitaba azuquitar con urgencia. Así que decidimos hacer una escala para abastecernos. Entramos al City Café. En el lavamanos me encontré con un chico con su playera de “finisher” del medio. Él reconoció el rosa de la mía. Nos felicitamos mutuamente. Era su primer medio, me preguntó si estaba muy cañón echarse el completo, que lo había pensado pero que había decidido no hacerlo pues en realidad sólo se había entrenado para medio. Buena decisión. Ya el próximo año estará listo.
El almuerzo me supo a gloria. Justo lo que necesitaba para empezar con la recuperación. Ahora había que seguir el camino a casa. Salimos a Miguel Ángel de Quevedo. Mucho tráfico era la constante. Lo que pasó primero fue un pesero, así que adelante. Había un solo lugar, esta vez sí lo acepté, ya tenía un poquito de fuerzas para pararme más adelante. Un par de cuadras y bajó alguien más y mi má se pudo sentar. Me sentía algo aturdida, creo que era el cansancio que se empezaba a dejar sentir. Ese camino que recorro a diario parecía diferente, me parecía la gente más amable, me parecía parte de una aventura, no era como el diario. Hacía un recuento de las últimas 7 horas de mi vida, era mucho lo vivido, recorrido y pensado. ¡Qué locuras se me ocurren!
Llegamos a nuestra parada. Había que bajar los escalones del pesero. ¡Puff!! Eso sí dolió. Me alcazó a ver un chico que estaba en la esquina con su bicicleta y rápidamente fue a mi auxilio. Me tendió su mano y me ayudó amablemente a bajar. Ya abajo me pregunto, “¿Si se pudo?” A lo que respondí, “¡claro que se pudo!” Me felicitó. Fue un hermoso reconocimiento recibido de un extraño. Su expresión en la cara me lo dijo todo y terminó de darme la energía necesaria para llegar a casa. Todavía había que caminar 5 cuadras más. ¡Qué son 5 cuadras más cuando has recorrido del Centro a Polanco, de ahí a Chapu, luego a la Condesa, y de ahí a CU! ¡No son nada!
Llegando fui a ver a Chivín. Mi inspiración para muchas metas, entre ellas mi salud. Hicimos un recuento del recorrido, nos detuvimos con más detalle en Chapultepec y en Insurgentes, el encuentro con Aidé, Jesse, Jimena y Mateo, la entrada al Estadio y el regreso a casa. Disfruté con él mi “M”. Espero que me acompañe para la “E”, la “X”, la “I”, la “C” y la “O”.
Me despedí de mi má. Nuevamente me había demostrado su fortaleza, se había sobrepuesto a todo para poder estar ahí, apoyándome desde la salida hasta la llegada, no del maratón, sino de mi vida entera. ¡Gracias madre! No solo por ese día, sino por todo, sobre todo tu gran ejemplo.
De ahí a mi casa. Abro la puerta y Frijolita me recibe con su playera del maratón puesta. Moviendo su colita a toda velocidad de la emoción de verme. Le pongo su medalla. Ella me ha acompañado en muchos de los kilómetros de entrenamiento, así que ella también se la ha ganado. Nos subimos al cuarto y ahí está Raúl, el amor de mi vida, enfermito en cama, esperando para felicitarme.
Al fin en casa. Se ha terminado la aventura. He llegado a la meta. He logrado regresar a casa. Ahora quedan un titipuchal de pensamientos, análisis y aprendizajes de este viaje. Habrá que escribirlos, habrá que dejarlos en claro, habrá que digerirlos, habrá que seguirlos, habrá que …