Capítulo 28. La Regenta. Esta escena se produce en “El Vivero”, la casa de campo de los marqueses de Vegallana, adonde había ido a pasar el día lo más selecto de la aristocracia de Vetusta y en donde les sorprende una tormenta. Entre los invitados están Ana Ozores (la Regenta) y don Álvaro Mesía
Y mientras abajo sonaba el ruido confuso y garrulo de las despedidas y los preparativos de marcha, y detrás el estrépito de los que corrían en la galería, y allá en el cielo, de tarde en tarde, el bramido del trueno, la Regenta, sin notar las gotas de agua en el rostro, o encontrando deliciosa aquella frescura, oía por la primera vez de su vida una declaración de amor apasionada pero respetuosa, discreta, toda idealismo, llena de salvedades y eufemismos que las circunstancias y el estado de Ana exigían, con lo cual crecía su encanto, irresistible para aquella mujer que sentía las emociones de los quince al frisar con los treinta.
No tenía valor, ni aun deseo de mandar a don Álvaro que se callase, que se reportase, que mirase quién era ella. “Bastante lo miraba, bastante se contenía para lo mucho que aseguraba sentir y sentiría de fijo”.
“No, que no calle, que hable toda la vida”, decía el alma entera. Y Ana, encendida la mejilla, cerca de la cual hablaba el presidente del Casino, no pensaba en tal instante ni en que ella era casada, ni en que había sido mística, ni siquiera en que había maridos y magistrales en el mundo. Se sentía caer en un abismo de flores. Aquello era caer, sí, pero caer al cielo.
Para lo único que le quedaba un poco de conciencia, fuera de lo presente, era para comparar las delicias que estaba gozando con las que había encontrado en la meditación religiosa. En esta última había un esfuerzo doloroso, una frialdad abstracta, y en rigor, algo enfermizo, una exaltación malsana; y en lo que estaba pasando ahora ella era pasiva, no había esfuerzo, no había frialdad, no había más que placer, salud, fuerza, nada de abstracción, nada de tener que figurarse algo ausente, delicia positiva, tangible, inmediata, dicha sin reserva, sin trascender a nada más que la esperanza de que durase eternamente. “No, por allí no se iba a la locura”.
Don Álvaro estaba elocuente; no pedía nada, ni siquiera una respuesta; es más, lloraba, sin llorar, por supuesto, “de pura gratitud, sólo porque le oían”. “¡Había callado tanto tiempo! ¿Que había mil preocupaciones, millones de obstáculos que se oponían a su felicidad? Ya lo sabía él; pero él no pedía más que lástima, y la dicha de que le dejaran hablar, de hacerse oír y de no ser tenido por un libertino vulgar, necio, que era lo que el vulgo estúpido había querido hacer de él.”
· Tema.
· Busca en el diccionario el significado de las palabras subrayadas.
· Tipo de narrador justificándolo con fragmentos del texto.
· Estructura.
· Aspectos que consiguen verosimilitud en el texto.
· Localiza texto fragmentos en los que se aprecie: 1- el ruido exterior, 2-el murmullo del amor, 3-la confusión externa, 4- la emoción interna y contenida de la Regenta que le hace sentir por primera vez algo que se parece a la felicidad.
· Importancia de los hechos que suceden en este fragmento para el desenlace de la obra.
· Localiza al menos un ejemplo de: personificación, doble adjetivación, paradoja, metonimia y metáfora
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