María José Alonso Fernández (Carrizo de la Ribera, León, 1958) es licenciada y doctora en Farmacia estudio en la Universidad de Santiago (USC). Además desde 1998 es catedrática de su Departamento de Farmacia y Tecnología Farmacéutica. Tras pasar por la Universidad de París (1986-87), la Universidad de Angers (1989) y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (1991-92), crea en Santiago el primer laboratorio de nanotecnología farmacéutica. Además, ha sido Vicerrectora de la USC y responsable de la creación de centros singulares de investigación y del Campus Vida donde trabaja hoy en día, liderando un equipo de investigación de nanofármacos en el CIMUS y el grupo de investigación NANOBIOFAR.
En la web Ell@s dijo que “su sueño desde la infancia fue el de conocer el mundo, no como turista sino a través de las vivencias personales y la creación de lazos de amistad con numerosos países”. Un sueño en el que son fundamentales la investigación y la curiosidad: “Para mí la curiosidad era cómo los fármacos consiguen curar enfermedades”. Y esa curiosidad y el hecho de que tanto su madre como su hermana murieran de cáncer la llevaron a investigar posibles curas para esta enfermedad con determinación: “A día de hoy el ámbito de investigación más importante en mi grupo de investigación es el cáncer”. La investigación representa la conexión con el mundo global y, como dice ella, siempre le “preocupó el hacer algo útil para la sociedad”. Y para eso debe compatibilizar su pasión por la investigación con su vida fuera del laboratorio ya que, como dice en la página web Ell@s, ”la familia, los amigos y el trabajo son las fuerzas motoras” de su vida.
—Para empezar esta entrevista, ¿cómo fue la primera vez que oyó hablar de cáncer y de qué manera la sorprendió?
—Empiezo diciendo que cuando yo tenía vuestra edad o un poco mayor, me gustaba mucho la química y me empecé a preguntar, no solo sobre el cáncer, sino sobre todas las enfermedades.. Para mí la curiosidad era cómo los fármacos consiguen curar enfermedades: ¿Qué le pasa a esa molécula química que cuando la tomamos nos sentimos mejor, que incluso llega a curar enfermedades tan graves como el cáncer? El cáncer es un descontrol de las células de nuestro organismo en una determinada región debido a problemas fundamentalmente genéticos y que empieza a funcionar en desacuerdo con el resto del organismo. Yo pensaba: “¿Qué es lo qué pasa para que un fármaco, una molécula química, llegue a esos lugares?” La verdad es que me empecé a interesar en las enfermedades y en particular en el cáncer porque veía a tanta gente morir cuando empezaba a estudiar farmacia; pero lo cierto es que, con el paso del tiempo, lamentablemente me ha ido interesando más y más. ¿Y por qué digo lamentablemente? Porque estamos rodeados de gente que padece cáncer. Para mi pesar mi madre falleció de cáncer gástrico, pero antes tuvo carcinoma de mama, y mis dos hermanas padecieron carcinoma de mama. Una de mis hermanas falleció hace un año de cáncer de páncreas. Todo esto es demoledor, para las personas y para la sociedad. Siempre me preocupó el hacer algo útil para la sociedad. El ámbito biomédico es un ámbito en el que lo que haces para la sociedad en el desarrollo de nuevos medicamentos y tratamientos tiene un impacto muy claro; y eso fue lo que me sedujo. Yo diría que no fue el cáncer lo que me sedujo en principio, sino que me sedujo poder tratar cualquier enfermedad, pero sí que es cierto que a día de hoy el ámbito de investigación más importante en mi grupo de investigación es el cáncer. También entiendo que creada por motivos personales por lo que os acabo de comentar.
—Como acaba de decir, su madre y su hermana fallecieron de cáncer. ¿De qué modo fue eso lo que más la impulsó a investigar sobre esta enfermedad?
—Efectivamente, yo ya trabajaba en cáncer, pero, lógicamente, el sufrimiento que tenemos los familiares de fallecidos de cáncer te da mucho más impulso, más ánimo. Al final los seres humanos somos así, nos preocupa lo que está ocurriendo en el mundo, lo que está ocurriendo en Ucrania, pero nos preocupa mucho más lo que nos está ocurriendo a nosotros, entra mucho más en nuestro corazón, lógicamente porque son seres queridos. Para mí, el fallecimiento de mi madre; es decir, ¿cómo es posible que no hubiera tratamientos para el cáncer gástrico hace 12 años, en el caso de mi madre, y, en el caso de mi hermana, para el cáncer de páncreas hace un año? Pues sí, me ha influido. En estos momentos, como os decía, este es un foco muy importante de investigación. Por eso, la mayor parte de mi laboratorio trabaja en cáncer, aunque no únicamente, pero sí más de la mitad. En conclusión, sí que ha influido.
—Por otra parte, nos gustaría que nos dijera qué es lo que le parece más importante a la hora de investigar sobre el cáncer y por qué.
—Es una pregunta muy complicada, porque ¡es que hay tantos ámbitos en los que investigar! La verdad es que se ha progresado mucho en las últimas décadas. Las últimas décadas han sido de gran impulso de la biología molecular y celular. Cuando nacieron vuestros padres, de aquella había un gran desconocimiento de cómo funcionaban los fármacos; eso también me preocupaba y dije: “Si no se sabe cómo funcionan muchos de ellos, si es algo meramente empírico, de probar y ver qué pasa, ¿En qué ámbitos hay que investigar?” Yo voy a decir los ámbitos en los que se ha investigado y que han dado grandes avances y que yo espero que se siga trabajando en esa línea.
En el diagnóstico del cáncer es importantísimo, porque el cáncer, si no se diagnostica a tiempo, ya no hay tratamiento. Debemos pillarlo antes de que tengamos el organismo lleno en el ámbito del diagnóstico, usando las tecnologías genómicas, que significa hacer un screening masivo de nuestros genes y de las proteínas que están copiadas por esos genes porque, al final, los cánceres lo que son son proteínas anómalas, cuya síntesis fue errónea genéticamente hablando. Entonces, progresar en esas tecnologías genómicas es muy importante.
Es tan importante que un investigador en cáncer, uno de los primeros de España, Mariano Barbacid, que trabaja en el Centro de Investigaciones Oncológicas de Madrid, dijo: “Dentro de poco no vamos a hablar de cáncer de estómago, de mama, de colon, sino que vamos a hablar cáncer de la proteína RAS”, que se presenta de forma anómala en muchos tipos de cánceres, por ejemplo, de pulmón y de páncreas, de los más graves. Lo importante no es que esté tanto en el pulmón o en el páncreas como las anomalías genéticas es el RAS en ambos casos. Lo que se está haciendo ahora, que es lo más moderno, es lo que se llaman tratamientos personalizados y que también se llama medicina de precisión. Es ir a actuar directamente sobre esa proteína mutada. Este es un ámbito, para conocer los genes y las proteínas, muy importante.
Otro ámbito es que una vez que hemos identificado el error genético, le llamamos la diana y usamos el término inglés, el target, queremos desarrollar un fármaco. ¿Y qué tipo de fármaco desarrollamos? Los más potentes son los denominados fármacos biológicos, y se distinguen de los fármacos químicos en que estos se crean en el laboratorio haciendo una síntesis química mientras los fármacos biológicos se producen en unos grandes tanques donde hay células a las que les pedimos que fabriquen fármacos; es decir, que modificamos las células para que fabriquen el fármaco. Son las células máquinas de fabricación de fármacos. En ese ámbito se ha progresado mucho en las últimas dos décadas y, por ejemplo, algunos cánceres de pulmón se pueden tratar gracias a esos fármacos biológicos. Una de las categorías de los fármacos biológicos son los fármacos ARN, que son secuencias de nucleótidos y que es, en teoría, material genético; es decir, que son fármacos genéticos. Entonces, lo que hacemos es que nuestro organismo regula esa proteína que funciona mal gracias a estos fármacos genéticos. Entonces, para resumir, hablamos de tecnologías genómicas, fármacos biológicos y, por último, nanotecnología, que es lo que hago yo. ¿Y qué hacemos en nanotecnología? Introducir ese fármaco biológico, que puede ser RNA o una proteína, en unas nanopartículas para llevarlo a su diana terapéutica. Porque, cuando nos inyectan un fármaco o nos lo tomamos por la boca, ese fármaco se distribuye por todo el organismo y no sabe a dónde tiene que ir; pero nosotros en nuestro laboratorio introducimos ese fármaco en unas nanopartículas que lo llevan a donde tiene que ir, al órgano diana; y así conseguimos tratar el cáncer.
—Ustedes trabajan en el desarrollo de nanofármacos en el CIMUS. ¿Qué avances han conseguido en la lucha contra el cáncer utilizándolos como tratamiento?
—En la línea en la que estaba comentando, hemos conseguido que los fármacos lleguen a su diana terapéutica de forma más eficaz porque si no, los fármacos, por así decirlo, son tontos, no saben a dónde tienen que ir. Los administramos y se distribuyen, pero no van a donde tienen que ir. Por eso, si los introducimos en una nanopartícula que actúa como vehículo transportador, ese fármaco va a ir a su diana terapéutica y, como consecuencia, el fármaco va a ser más eficaz, porque va directo a la diana, y menos tóxico porque no va a ir a lugares donde podría causar un efecto dañino. Por ejemplo, hay tratamientos del cáncer ya comercializados que, si no van transportados en nanopartículas, resulta que producen daños cardíacos, causan lesiones en el corazón, pero, si van transportados en esas nanopartículas, no causan daño.
—Usted dijo antes que los cánceres más graves son los de pulmón y páncreas, ¿cuáles cree que son los siguientes más graves y por qué?
—Digo los más graves en el sentido de que hay dos problemas. Normalmente no se detectan hasta que están muy avanzados, sobre todo el cáncer de páncreas, porque no da ningún tipo de sintomatología hasta que ya estás muy mal. Entonces, si no hay ninguna sintomatología, si no está diagnosticado, no se trata. Cuando yo digo más graves digo aquellos en los que el índice de fallecimiento es más alto. Hay dos parámetros, uno, de todos los que lo sufren cuántos se curan, y otro, cuántos lo sufren. Porque, por ejemplo, el cáncer de mama, que a día de hoy hay una buena curación en la mayoría de los pacientes, pero la incidencia es altísima. Por eso, aunque se curen la mayoría, sigue habiendo mucha gente que se muere de este cáncer. En cuanto al cáncer de pulmón, lo padece mucha menos gente, la mayoría son fumadores, pero en la mayoría de los casos es mortal. El cáncer de páncreas es uno que es fatal también. Pero después de esto, depende de cómo lo miremos: el cáncer de mama no es tan grave en el sentido de que la mayoría se cura; sin embargo, esa anomalía que produce el cáncer de mama es muy agobiante. Otro de los que están resultando a veces difíciles de tratar pero no siempre, ya que depende de la persona, es el de colon, que también es complicado. Pero hay muchos complicados. El de cuello de útero también es complicado. Es decir, que unos son más abundantes y otros son peligrosos y otros son abundantes y peligrosos.
—De todos los trabajos realizados en su laboratorio, ¿cuáles han sido sus descubrimientos más importantes en los últimos años y qué importancia tienen en la lucha contra el cáncer?
—Llevamos casi 20 años trabajando en un tratamiento para el cáncer precisamente con fármacos biológicos con anticuerpos monoclonales. ¿Esa palabrota os suena? Los anticuerpos monoclonales son fármacos biológicos, es decir, son proteínas grandes. La mayor parte de los fármacos son pequeños en comparación al tamaño de una célula, sin embargo, los fármacos biológicos son grandes. Imaginaos que tenemos una célula, que esta célula tiene un error y resulta que viene el monoclonal, que es un fármaco grande con tres brazos, y lo abraza, lo anula, no permite que trabaje esa proteína y así anula el cáncer. Estos anticuerpos monoclonales, circulan por el organismo, se degradan fácilmente y pierden sus “patitas”. Son como un embudo, tienen dos “patitas” arriba y una abajo y se degradan, se rompen, fácilmente. Por otro lado, están en la sangre y no son capaces de llegar a los órganos porque nosotros entre la sangre y los órganos tenemos epitelios, que son barreras, y quedan ahí atascados. Entonces, nosotros los metemos en una nanopartícula que va por el organismo, llega al tumor y allí lo libera. Ahora os voy a contar una aventura interesante. Teníamos muy buenos resultados en animales de experimentación, en ratones, pero el ratón es muy distinto del humano, por lo que hay que hacer lo que se llama el desarrollo clínico de los fármacos. Una vez que has hecho los experimentos, hay que pasarlos a humanos, pero para dar este paso del ratón al humano hace falta mucho dinero. Nosotros no tenemos ese dinero, pero tampoco estamos capacitados. Son las empresas las que hacen ese trabajo y para nosotros no es tan interesante porque el descubrimiento ya está hecho; son otros los que luego comprueban que el descubrimiento está bien hecho y lo validan en humanos, no en ratones. Entonces para eso hemos creado una empresa nosotros mismos, una de mis alumnas es la jefa y ella está consiguiendo mucho dinero para que ese fármaco llegue a la clínica; ese dinero se lo da gente rica que decide dar dinero para la ciencia y otros no tan ricos, pero que han sufrido el cáncer y quieren dar su dinero. Entonces, este es el descubrimiento más importante, ya que hemos visto un modo de transportar fármacos biológicos a sus dianas y lo estamos aplicando a dos tipos de cáncer: pulmón y páncreas.
—¿Los donantes ricos los hay en mayor o menor medida?
—Hay mucha gente rica en el mundo pero pocos que quieran utilizar su dinero para la ciencia; y, normalmente, lo quieren utilizar para obtener un beneficio, aunque hay veces que no que simplemente lo dan altruistamente sino que deciden invertir. A lo mejor invierten un millón de euros, pero, si la empresa empieza a funcionar, deciden llevarse cien millones. A esa gente se les llama inversores y no son donantes altruistas, pero es gente tan rica que, aun sabiendo que lo más probable es que pierdan el dinero, nos lo da, porque el margen de éxito de un fármaco desde que tú has comprobado que tiene muy buenos resultados en ratones hasta que llega a la gente es un porcentaje muy bajo; como mucho un 10%. La mayoría de cosas que hacemos en ratones no se reproducen en humanos. Luego están los animalistas que dicen: “¡Ah, los animales!” Pero, claro, tendremos que probarlo primero en animales, ¿no?
—¿Qué le gustaría que investigara más a fondo sobre el cáncer y por qué?
—Me gustaría que conociéramos mejor la biología del cáncer a pesar de que no trabajo en ese campo. Hay trabajo en la nanotecnología, pero para que un laboratorio pueda diseñar un buen nanotransportador del fármaco es necesario que conozcamos muy bien la biología del cáncer. Y hay otro ámbito del cáncer que me gustaría destacar: estamos empezando un proyecto muy interesante en esa línea que es el cáncer que afecta al cerebro, porque, si ya es difícil llegar al cáncer del pulmón, en el cáncer del cerebro es muchísimo más difícil porque está protegido por barreras y hacer llegar fármacos al cerebro es ciertamente complicado. Es uno de los logros que me gustaría para los próximos años.
—Uno de los problemas principales contra el cáncer son los efectos secundarios. ¿De qué modo cree que se podría mejorar esto pronto?
—Con la nanotecnología nosotros creemos que los fármacos, cuando los administramos, ellos saben a dónde tienen que ir. Cuando os tomáis un fármaco, ¿nunca os preguntáis a dónde va esto? Esto va por todo el organismo; es decir, os lo tomáis por la boca, llega al intestino y de ahí se distribuye por el organismo y se queda en unos lugares más que en otros. Esto, en función de su estructura química, tiene apetencias por partes de la estructura del organismo. Entonces, el problema es que los fármacos que más se usan en cáncer desde hace muchas décadas, como la quimioterapia, son fármacos citotóxicos; es decir, que matan células, pero no distinguen las buenas de las malas, con lo cual lo que recibes va por todo el organismo matando todo lo que se encuentra. Por eso os decía antes que había algunos fármacos de quimioterapia, como por ejemplo la doxorubicina, a la que le encanta el corazón y mata células del músculo cardíaco. Entonces, este es un efecto adverso por el que a veces la gente y, por lo tanto, es muy importante saber dirigir esos fármacos a la diana. Y eso lo hacemos con la nanotecnología: preparamos un “cochecito”, como digo yo, un transportador que tiene un GPS colocado y que va al tumor.
—En los últimos años el virus SARS-COV 2 ha cambiado mucho las cosas. ¿Cómo afectó la pandemia del COVID-19 a su trabajo y en general a la investigación sobre el cáncer?
—A mi trabajo le afectó enormemente y a mí como persona me afectó enormemente por varias razones. La primera, porque, en cuanto fui consciente de que era una pandemia, me sentí obligada por mi trayectoria científica a desarrollar una vacuna, y para eso lo que necesitaba eran tres cosas: leer mucho, porque rápidamente empezó a haber información de las revistas científicas y, entonces, me entró como una especie de presión de decir: “Tengo que leerme todo todos los artículos científicos”. Lo segundo fue preguntarme qué puedo hacer. Contactar con todos mis amigos del mundo y preguntarles si van a hacer algo porque uno solo no hace nada, ya que la investigación es un trabajo de equipo multicultural y no vale el equipo de al lado; tiene que haber muchos cerebros pensando de manera muy distinta. Lo tercero fue el dinero. Una vez que yo vi lo que quería hacer y con quién lo quería hacer, me digo: “¿Y ahora dónde está el dinero?” Pues conseguimos un poco de dinero del gobierno y formamos un equipo muy grande en España y con gente de Bélgica y nos pusimos a trabajar. Había gente experta en I.A., inmunólogos o gente de los medios de comunicación. Y mi parte era desarrollar las nanopartículas transportadoras de la vacuna, que era el ARN.
Realmente estos dos años han sido de una tensión emocional enorme porque hemos trabajado muchísimo. Nunca trabajamos tanto y tampoco nunca sentimos una responsabilidad tan grande como la de intentar salvar al mundo de una pandemia. Ha sido un trabajo muy bonito, muy intenso, y nunca jamás en mi trayectoria, y son más de tres décadas de investigación, sentí tanta presión por hacer algo. Tenía su parte bonita, pero es verdad que también estamos muy cansados del esfuerzo tan enorme a nivel psicológico y a nivel de reflexión, de debate y de capacidad de actividad científica. Pero finalmente las vacunas se han fusionado gracias a la ciencia, han funcionado muy bien y estamos muy contentos, no solo porque ya salimos de ello sino porque estamos muchísimo más preparados para otras posibles epidemias o pandemias que puedan venir y que seguramente vendrán.
—El proyecto, ¿lo ha conseguido finalizar?
—Lamentablemente nos quedamos en esa etapa que decía antes, es decir, hicimos el trabajo del laboratorio en ratones, le pasamos la información a una empresa española que vino a nuestro laboratorio a aprenderlo todo, pero por ahora no se ha hecho nada. Imagino que es por falta de dinero; es decir, una vez más el paso del ratón al humano ha sido muy difícil. Fijaos lo que representa la financiación. Las diferencias en las cifras de dinero que teníamos nosotros comparadas con el que tenían las empresas que lo desarrollan son abismales. Pero lo que nosotros hemos hecho no ha sido en vano porque lo compartimos. De hecho voy a estar en Vancouver en una reunión con los creadores de la vacuna de RNA, en concreto con los creadores de las nanopartículas que proceden de Vancouver, y vamos a analizar todos allí lo que hemos aprendido de la pandemia y lo que vamos a hacer en lo sucesivo. Y no se trata de que nosotros desarrollemos los medicamentos, sino que desarrollemos el conocimiento que les va a permitir a las empresas desarrollar esos medicamentos.
—En los últimos años se han solidarizado muchas personas con la investigación sobre el cáncer. Respecto a las finanzas, ¿cómo lo han notado?
—No sé si lo hemos notado, pero es verdad que hay más inversión. En estos últimos dos años se ha incrementado bastante la inversión en investigación, y sí que lo hemos notado. Ayer en una reunión en el Ministerio de Ciencia hablaban del incremento tan grande que se ha producido en la financiación y sí que lo hemos notado, pero lo que pasa es que, cuando partes de muy poco, el 40% de muy poco es poco. Pero sí, lo hemos notado.
—¿Qué opinión tiene al respecto a que se experimente con animales en el laboratorio?¿Es necesario?
—Comentaba anteriormente que la etapa más difícil en el desarrollo de un medicamento es conseguir que lo que ocurre en el animal ocurra en el humano. Imagínate que fuéramos directamente al humano. No existe otra opción que hacerlo en animales, sino estaríamos experimentando con los seres humanos y muchos se nos morirían, lo mismo que se nos mueren muchos ratones. Hay veces que cuando oyes a gente hablar de ese modo parece que es más importante el animal que el humano. Sin embargo, es literalmente imprescindible realizar experimentos en animales porque no podemos hacerlos directamente en humanos, de tratamientos que no sabemos si van a funcionar. Pero lo que hacemos es minimizar el uso de animales.
Lo que sí es cierto es que cuando yo empecé a investigar compraban animales al señor de al lado, comprábamos conejos y hacíamos todo lo que nos daba la gana porque no existía ningún tipo de control. Pero hoy en día sí. Además ahora los ratones de experimentación son super caros y ya no te digo nada los conejos, que cuestan cientos y cientos de euros, o los monos, que cuestan miles de euros. Existe un comité de ética en el que tú tienes que declarar que tienes unos resultados y, por lo tanto, hay posibilidades de que un fármaco funcione. Lo he testado in vitro, es decir, en el laboratorio en cultivos celulares, y nos gustaría probarlo en animales. Y lo vamos a testar en tantos grupos de animales, con unas dosis determinadas. Es decir, que hay que hacer un dossier de información detallada con todo lo que vas a hacer con esos animales. Además, si los anestesias hay que seguir un protocolo, siempre de no sufrimiento. Yo recuerdo que cuando hacía yo la tesis, les dábamos un golpe en el cuello, los desnucábamos y nos quedábamos tan anchos, pero a día de hoy tiene que ser una anestesia y un procedimiento no traumático para el animal. Entonces, están bien todo tipo de prevenciones y usar animales solo cuando es necesario, pero ¿es posible desarrollar medicamentos sin el uso de animales? No, imposible.
—En el cáncer hay tanto células benignas como malignas. ¿Habría alguna manera de eliminar solamente las malignas?
—La nanotecnología es la herramienta más estudiada en estos momentos, pero sí que es cierto que más allá de la nanotecnología hay personas que trabajan en la modificación química del fármaco, que se denomina biotecnológica. Se trata de la evolución del fármaco sin tener que usar el nanotransportador. La nuestra es la utilización más activa para conseguir fármacos menos tóxicos y más biológicos.
—¿Qué importancia tiene el trabajo en equipo para una investigación como la suya?
—Es absolutamente esencial. Lo primero que les digo a los investigadores cuando llegan a mi laboratorio es que hay que tener una capacidad de trabajo en equipo y, si no se logra, hay que desarrollarla. Hay que tener una especial sintonía en la investigación, que es marcarse retos y resolver problemas. Muchas veces la investigación es trabajar en un mundo totalmente desconocido y, por lo tanto, hay que ser paciente, resiliente y colaborativo; hay que tener un entorno de empatía y ser generoso, ayudar a los demás. Esto es fundamental. Se necesitan muchas mentes trabajando juntas para desarrollar algo. Es muy difícil pensar, sobre todo en el ámbito biomédico, que una persona sola, aislada, pueda realizar una investigación. Es más, todos los proyectos que realizamos los realizamos en colaboración con otros laboratorios de todas las partes del mundo, y la mayoría los tengo como estoy haciendo con vosotros, por vía telemática: con Francia, con Bélgica en el CIMUS una vez al mes, y es así como trabajamos en equipo y logramos realizar un estupendo trabajo, sea por la vía que sea. Y esta habilidad la adquieren los alumnos que realizan el doctorado y les viene genial para el futuro en su trabajo, porque hablamos de cualidades, de actitudes, de saber ponerse en el papel del otro, de saber escucharle y de saber entenderle.
—Ha trabajado usted en varios lugares como EE.UU. ¿Qué diferencias hay en cuanto a la investigación en los diferentes países?
—Hay diferencias. Yo sigo bastante el método americano porque he trabajado y estudiado allí en una de las 5 mejores universidades del mundo. Y en EEUU hay universidades con un nivel alto, un nivel medio y un nivel bajo, no como aquí en España, que son prácticamente todas iguales. Una cosa que me llamó la atención de allí fue que no tenían límite de dinero, que yo podía investigar en lo que quisiera y que realmente no tienes un jefe que te diga haz esto o haz lo otro. Robert Langer, que era mi jefe y que es el número uno de mi campo de investigación no me decía: “Haz esto”. Yo le decía: “Quiero hacer esto”, y él me solía decir: “That sounds good!” (¡Me parece estupendo!). Entonces, es ese modo de poder hacer lo que quieres, aunque haces muchas tonterías, pero también tu imaginación vuela más lejos. Esa investigación cuesta mucho dinero por sus errores, por las muchas cosas que haces mal, pero aprendes a base de hacerlo mal. Pero aquí no se puede permitir eso porque no hay presupuesto y, por eso, yo intento explicarles a mis alumnos de máster y doctorado que sean ellos los que vuelen y generen las ideas.
—Usted dirige un equipo de investigación muy importante. ¿Qué queda todavía pendiente para que haya más mujeres en puestos de investigación como el suyo?
—En mi trabajo siempre hubo muchas mujeres, y es un asunto que me preocupa muchísimo, así que me encanta verlas, porque en investigación hay muchas mujeres; sobre todo en investigación biomédica, ya que, no sé si es por razones evolutivas, educacionales o culturales, nosotras tenemos una tendencia por ámbitos como la educación o mismo la sanidad. Pero el problema está en el promedio que tienen las mujeres de liderazgo. Esto quiere decir que no dirigen un laboratorio sino que se quedan en un nivel intermedio, y eso tiene que ver con las decisiones de la mujer a lo largo de su vida. Por eso yo dirijo una asociación llamada For Women in Science en la que intentamos que las mujeres no dejen su trabajo ni pierdan su condición porque se casan y tienen hijos. Entonces tienen que entender que es una tarea de dos personas y no de una. Muchas mujeres me han preguntado si he dejado mi vida personal por la investigación y yo les contesto que no he dejado nada, y mucho menos por la familia, que ha estado ahí para apoyarme, ni por mis amigos. Es una cuestión de prioridades. A mí me fastidia que muchas mujeres, cuando realizan un doctorado o se van a otro país y no progresan en su carrera científica, deciden dejarlo porque el entorno social les dice que no pueden. Pero nadie está predestinado a nada en esta vida.
—Si tuviera que pedir un deseo, ¿cómo mejoraría su laboratorio los próximos años?
—Lo que más me satisface de mi laboratorio, aparte de los hallazgos, es ver la evolución de los estudiantes de doctorado mientras trabajan conmigo durante tres o cuatro años. Es una evolución magnífica. Empiezan con miedos, pero llegan a dar conferencias por todo el mundo, a compartir sus ideas y a conseguir buenos puestos de trabajo. Cuando yo veo que mis alumnos están felices en sus trabajos, en parte gracias a la formación que recibieron, me siento muy feliz. Es como el profesor Sacido, al que seguramente sus antiguos alumnos le envíen notas de agradecimiento diciéndole que gracias a él decidieron hacer tal cosa, pues a mí me pasa igual. Yo recuerdo a mis profesores del instituto perfectamente, casi mejor que a los de la universidad. Y lo digo continuamente: “Gracias a Don Manuel, de química, estudié farmacia”. Luego en la universidad ocurre lo mismo: hay profesores que te gustan, que calan hondo en tu forma de ser y de actuar, pero durante la tesis es una convivencia día a día y es una formación muy interesante. .
Por otra parte, a mí me gustaría que los tratamientos que hemos desarrollado pudieran llegar a comercializarse y a ser útiles para todo el mundo. Yo soy consciente que ya hemos participado en el desarrollo de medicamentos que están comercializados, pero me gustaría conseguir algo que sea genuino nuestro, que la mayor parte del esfuerzo haya sido nuestro. Pero lo más importante es cuando recibo un email y me dicen exalumnos que están trabajando en tal sitio y que están trabajando bien. No quiero ser arrogante en esto, pero sí es cierto que el profesorado influye muchísimo en la trayectoria del alumnado, no por los conocimientos impartidos, sino cómo llegan a vosotros. Por eso me gustaría seguir influyendo en la formación, como he venido haciendo hasta ahora. Y, si es posible, me gustaría ver más mujeres en puestos altos, aunque esto está mejorando significativamente.