Roman Wcislo (Polonia, 1964) fue estudiante de Teología en Cracovia. Desde 1991 es el párroco de San Marcos, en Santiago. Hace tres décadas que cambió su Galitzia natal, en Polonia, por la comunidad donde concluye el camino Jacobeo, donde llegó tras su ordenación sacerdotal como misionero de Nuestra Señora de La Saleta. Sus padres siguen viviendo en Rzeszow, a un centenar de kilómetros de la frontera con Ucrania. Allí los estaba visitando hace un mes, cuando Rusia comenzó la guerra: “Nunca viví una guerra en directo. Creo que vosotros tampoco visteis una guerra en Europa, que es nuestro continente. Estamos aquí, vivimos aquí. Una cosa es ver la guerra por la televisión y otra ver las consecuencias de la guerra en tu ciudad, en tus vecinos”.
—¿Qué le inspiró para acoger a decenas de refugiados?
—La historia es un poco larga, pero la cuento. Justo cuando estalló la guerra el 24 de febrero, yo estaba en Polonia visitando a mis padres. A causa del covid llevaba 2 años sin poder ir. Mi ciudad está a 100 km de la frontera de Ucrania y el primer día de guerra ya había refugiados. No sé cómo explicarlo, seguro que vosotros habéis visto imágenes de Siria, yo también las vií, pero no se compara una imagen con tocar a la gente, con ver a esas madres e hijos que se están cayendo de cansancio. Te conmueve, te toca.
—Usted es de Polonia, aunque lleva muchos años de sacerdote en Galicia y estaba allí en el momento de la invasión, muy cerca de la frontera de Ucrania. ¿Ha tenido que ver este factor para decidirse a ayudar a sus antiguos vecinos?
—Ese también es otro motivo, claro. Yo tengo ya bastantes años, 58, y nunca viví una guerra en directo. Creo que vosotros tampoco visteis una guerra en Europa, que es nuestro continente. Estamos aquí, vivimos aquí. Una cosa es ver la guerra por la televisión y otra ver las consecuencias de la guerra en tu ciudad, en tus vecinos. Entre los polacos y ucranianos nos entendemos, igual que los gallegos y los portugueses. Los consideramos vecinos y hermanos. Entonces esto también influye mucho en esta decisión. Llegan estas personas al Monte do Gozo, os podéis hacer una idea: tenemos 43 personas (3 hombres mayores, niños y las demás son mujeres). La mayor parte de esas mujeres dejaron a sus maridos en Ucrania, que las acompañaban hasta la frontera y volvían para ir al frente. En la frontera la Guardia Ucraniana miraba cada pasaporte, las mujeres con niños pueden pasar y los maridos se quedan para ir al frente o para ir a la reserva para luchar. Entonces, es una situación muy difícil para las personas que están aquí. Las mujeres cada día llaman a sus maridos para asegurarse de que simplemente siguen vivos. Os podéis imaginar lo que sienten por dentro, aunque sonríen y quieren crear un ambiente normal, pero por dentro son un volcán.
—Los niños refugiados, ¿consiguen volver a jugar y a hacer actividades normales?
—Los niños son los que más rápido se acostumbran a la nueva realidad, porque, la verdad es que nos trajeron muchos juguetes para niños, muchísimas cosas. Tenemos niños pequeños. El más pequeño en este momento tiene 2 años y el chico más grande tiene 13 años. En ese momento tenemos 16 niños. Los niños son los que más rápido cambian el chip o se acostumbran a la situación. Así que son los Están jugando y se oyen risas. Llegan con su patinete o su moto de plástico, andan con su bicicleta por ahí. Como nosotros tenemos mucho espacio en esta casa, tienen mucho terreno para jugar y para estar juntos.que mejor se acostumbran. Sin embargo, hay algunas pequeñas que cada noche lloran porque quieren volver a casa y sus madres nos dicen que es imposible tranquilizarlas.
—¿Qué retos significativos se ha encontrado en el acogimiento inicial de los refugiados?
—Muchos retos. Nosotros somos parte de la Iglesia de Santiago y, por lo tanto, primero tuve que pedir el permiso de nuestro obispo Don Julián, que me lo dio sin problema. Después, nosotros colaboramos con Cáritas de la diócesis de Santiago, que es realmente quien nos mantiene aquí. Pero el reto principal fue cómo traerlos aquí, pues estamos a 3000 km de Polonia y, claro, alguien tiene que pagar el autobús, y nosotros no tenemos dinero. Por eso, cuando ya conseguimos todos los permisos y Cáritas nos dijo que nos apoyaba, nos preguntamos: ¿Y ahora quién nos paga el autobús, porque nosotros no tenemos 9000 euros? Pero era jueves por la mañana, nos planteamos la pregunta y el viernes por la mañana nos llama la empresa que nos hace el seguro y nos dice:
—¿Cómo estás?
Y yo digo:
—Yo bien, pero, mira, tengo este problema: Queremos abrir la casa de acogida para los refugiados y no tenemos dinero para el autobús.
Y a continuación me dice:
–Ah, bueno, espera un momento.
Tardó como una hora y luego me volvió a llamar y me dijo que nos pagaban el autobús. Así que el reto principal fue traer a la gente desde allá y se resolvió en un día. Después, claro, hay otros muchos retos. La comida, por ejemplo, nos la ofrece el Banco de Alimentos, pero no nos da de todo. Para la carne, las verduras y la fruta tenemos que apañarnos. Son muchas bocas que alimentar. Otro problema es el servicio médico. Tenemos en este momento dos chicos rusos haciendo de traductores que hablan con cada persona que necesita asistencia médica. Ahora, mientras estoy hablando aquí, uno de esos chicos está con dos señores mayores en urgencias en el hospital.
—Después de unos días, ¿cómo se sienten los ucranianos al estar fuera de su país?
—Añorando su país. Además, hay personas mayores que miran las noticias de Ucrania cada día y siguen el avance de la guerra y los bombardeos y entonces lo pasan muy mal.
Pero hay gente que intenta acostumbrarse aquí,aunque el primer problema para ellos es el idioma, ya que no hablan español ni gallego. Pero lo que tiene una ventaja muy grande es que Galicia es muy bonita, dicen ellos, y Santiago les encantó, se enamoraron de Santiago, por lo que es una ventaja muy grande que se sientan bien aquí.
—¿Qué trámites legales tienen que ayudarles a realizar para poder residir en Galicia y cómo es el proceso para ellos?
—Los trámites legales son bastantes. Primero, tienen que conseguir un papel, un documento que se llama NIE, que es para los extranjeros. Ahora mismo, cuando estamos grabando esto, cuatro personas del grupo están en extranjería, haciendo estos papeles. Es un papel que les permite estar aquí de forma legal y también poder tener un trabajo. Eso es lo primero. Y cuando tengan ese papel, el NIE, entonces llamamos a los servicios médicos, a la seguridad social, y tienen que ir a la Ciudad de la Cultura, ahí donde vacunaban antes, y les hacen como una tarjeta médica, para que ellos puedan ir de forma legal a su ambulatorio, a su médico. Ese es el segundo paso. Después, tienen que empadronarse en Santiago, y ese es el siguiente paso. Ahora vamos a empezar ya con el empadronamiento, porque ya casi todos tienen el NIE, y muchos tienen su seguro médico.
—¿En qué otros aspectos, aparte de los legales, los están ayudando en sus primeros días aquí y cómo es el proceso entre que llegan y salen del albergue?
—Ya hablé de los traductores, ¿no? Que tenemos dos traductores rusos. Y yo creo que es importante destacar que hay aquí rusos que ayudan a los ucranianos, porque allí en el país luchan, se matan mutuamente y aquí se ayudan.
Después vamos a hacerle un curso de español, porque también uno de esos chicos rusos se ofreció para hacerles un pequeño curso de español, por lo menos para que puedan entenderse y hablar en la calle, en el trabajo o en un bar.
Ayer empezaron también una terapia con un psicólogo, algo que es muy importante. Hay un psicólogo voluntario que se ofreció a hacer con ellos encuentros. Empezaron ayer y era muy curioso porque a la hora que habíamos quedado vinieron unos pocos, pero después poquito a poco empezaron a venir y casi vinieron todos. Y el psicólogo me decía que iban a estar ahí una hora y media, y casi tardaron tres horas en salir porque era muy importante ese encuentro. Y ese encuentro va a ser cada dos semanas porque es una ayuda muy importante para ellos. Después, de parte del ayuntamiento de Santiago hemos recibido el bono bus para ellos, así que cada uno puede desplazarse de forma gratuita desde el Monte do Gozo hasta la ciudad en autobús, algo que también les ayuda a conectar con más gente y ser más libres, porque simplemente ya se pueden mover libremente por la ciudad en autobús.
—¿Cómo se sienten los traductores rusos al estar aquí y ver las noticias y como está actuando su país con Ucrania?
—No sé cómo se sienten porque no hablamos de eso, no entramos en temas de la guerra. Pero yo tampoco les pregunto a las madres que están allí. Si ellas quieren hablar, nos hablan a nosotros y nos cuentan. Pero, si no quieren, yo no toco ese tema. Y con los chicos rusos tampoco. Ellos simplemente ayudan y ya está. Vienen para ayudar y los ucranianos los acogen con alegría y con reconocimiento porque saben que hay alguien que les puede traducir, que se entienden, que les pueden ayudar a comunicarse y están muy agradecidos hacia ellos. Hay una buena relación.
—¿Cuáles son las sensaciones que tienen los refugiados ante la respuesta de los gallegos y de personas como usted y otros voluntarios que los están ayudando?
—Ese es un tema muy bonito porque lo primero que hay que decir es que hay muchísima gente que nos ayuda, instituciones también, empresas privadas también, gente que nos trae comida, que ofrece su tiempo, que se ofrece como voluntaria. Es algo muy bonito y eso hay que reconocerlo, ya que tenemos mucha ayuda de parte de la gente y también de las empresas. Por ejemplo, hay un almacén de verdura que cada tres días nos trae cosas frescas, fruta y verdura. Sin decir nada. Contactó con nosotros simplemente y ya está. Hay gente que nos trae huevos, otra que nos trae carne; hay gente que trae otras cosas y ellos lo ven. Este domingo vamos a hacer la pascua ucraniana porque no sé si sabéis que los ortodoxos celebran la pascua una semana después que nosotros. Nosotros hemos celebrado la pascua la semana pasada y ellos celebran la pascua la semana que viene. Entonces vamos a hacer una comida típica ucraniana y hemos invitado a toda esa gente que nos ayuda y nos trae cosas. Las hemos invitado para que coman con ellos y, así, hacer un encuentro muy bonito de gallegos y ucranianos.
—¿Cómo está siendo la respuesta de la gente de Santiago y de Galicia ante la llegada de estos refugiados?
—La gente es muy generosa, nos trae cosas y colabora con nosotros. Vienen a la puerta, abro y me dicen: ”Mira, es que vi una noticia en la televisión o la leí en el periódico y aquí traigo ropa o comida. A mí me sorprendió que la gente colaborase. Yo ya sabía que la gente colaboraba, pero la dimensión de la colaboración sí que me sorprendió.
—¿Qué es lo que más necesitan en este momento, si hay gente que quiere ayudarles, y cómo podríamos ayudarlos nosotros desde el instituto?
—En este momento son cosas ordinarias de cada día, como comida fresca, tipo carne, quesos, fiambres, verduras o cosas de uso diario. La gente envía mucha ropa y ellos la usan. No es que se almacene ahí, pero aún nos queda muchísima por si vienen nuevos refugiados que la puedan utilizar.
—Una vez que salen del albergue, ¿a dónde se dirigen los refugiados y cómo está siendo su adaptación a la vida en nuestro país?
—Poco a poco. La barrera más grande es el idioma. vas a un país y no hablas ese idioma, entonces te cuesta todo porque es un obstáculo que hay que superar. Por eso la semana que viene empezamos un curso para ellos de español. Por lo menos las cosas básicas. Porque los que tienen el NIE ya podrían trabajar y ser contratados. Podrían empezar una vida normal aquí en Galicia si alguien los contrata y, así, se incorporarían a la sociedad totalmente; porque, si tienen su trabajo, pueden tener su piso y así mantenerse.
—Y ya para terminar, ¿Cómo ve el futuro de la situación tanto de Ucrania como de los refugiados a los que está ayudando?
—Yo no lo sé, no soy capaz de predecir la guerra, la guerra es una guerra no sabemos si termina una a semana o dura 5 años como la Segunda guerra Mundial, que duró casi 6 años, no la sabemos el proyecto que tenemos nosotros en el Monte do Gozo es por lo menos para un año, en sentido que las personas que hemos alojado, acogido tienen seguro que durante un año los mantenemos ahí, que pueden estar tranquilos, pueden durante año pueden buscar otras salidas, pueden buscar su trabajo, tienen sitio donde vivir, por lo menos por un año, entonces nuestro proyecto por lo menos va a durar un año
—Antes dijo que, cuando los hijos lloraban, sus madres no los conseguían consolar y le pedían ayuda a usted. ¿Qué hacía usted para que los niños no estuvieran tristes?
—No, no me pedían ayuda para tranquilizar a su hijo, ya que si una madre no puede consolar a su hijo, yo creo que ya nadie puede hacerlo. Yo sé que algunas madres les daban tranquilizantes porque estaban muy mal. Y me acuerdo de un día, después de la cena, que un señor mayor estaba viendo las noticias de Ucrania en la tele con los niños delante y una madre se enfadó mucho con el señor y le dijo que apagara la tele, que salieron de allí para no vivir eso y que él lo estaba poniendo otra vez. Es muy difícil ayudarlos. Nosotros solo estamos con ellos, les alimentamos, y les escuchamos cuando quieren hablar.
—Usted dijo que los ucranianos ven las noticias. ¿De qué modo reaccionan al saber lo que está sucediendo?
—Solo hay algunas personas que las ven, es verdad, y son personas mayores. Las madres con los niños no quieren ver las noticias, no las ven, solo las ven las personas mayores y lo pasan realmente muy mal. Ayer uno de los señores, que es un señor mayor, me dijo que vio en las noticias cómo llegaba un transporte de armas a Ucrania desde Estados Unidos y los rusos con un misil explotaron todo el transporte hasta que desapareció. Otro me dijo que no había dormido en toda la noche. ¿Y qué le vas a decir? No le puedes decir nada. Solo puedes estar junto a él, escuchar lo que te cuenta y nada más.