SELECCIÓN DE POEMAS DE :Juana de Ibarbourou

SELECCIÓN DE POEMAS DE : Juana de Ibarbourou

Reseña biográfica Poeta uruguaya nacida en Melo en 1892.

Desde muy joven empezó a publicar los primeros poemas bajo el seudónimo de Juanita de Ybar, los cuales fueron compilados en su primer libro, «Lenguas de Diamante», obra que la lanzó a la más resonante fama. Su estilo inicial fue apasionado y sensual dentro de la órbita modernista, vinculándose luego al vanguardismo. Su verso, con el paso del tiempo, ganó serenidad y melancolía, haciéndola alcanzar el Premio Nacional de Literatura en 1959.

Falleció en 1979. ©

Amémonos

Bajo las alas rosa de este laurel florido,

amémonos. El viejo y eterno lampadario

de la luna ha encendido su fulgor milenario

y este rincón de hierba tiene calor de nido.

Amémonos. Acaso haya un fauno escondido

junto al tronco del dulce laurel hospitalario

y llore al encontrarse sin amor, solitario,

mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

Amémonos. La noche clara, aromosa y mística

tiene no sé qué suave dulzura cabalística.

Somos grandes y solos sobre el haz de los campos

y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,

con estremecimientos breves como destellos

de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.

Amor

El amor es fragante como un ramo de rosas.

Amando, se poseen todas las primaveras.

Eros trae en su aljaba las flores olorosas

de todas las umbrías y todas las praderas.

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,

de salvajes corolas y tréboles jugosos.

¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,

ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!

Perfume de floridas y agrestes primaveras

queda en mi piel morena de ardiente transparencia

perfumes de retamas, de lirios y glicinas.

Amor llega a mi lecho cruzando largas eras

y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

Así es la rosa

De la matriz del día

se alzó la rosa vertical y blanca

mientras todo rugía:

la tierra, el aire, el agua.

Tendí la mano para protegerla,

criatura de paz y de armonía,

completa, virgen, intocable, exacta

en la extensión total del mediodía.

Y me llevó el brazo la metralla.

Impávida seguía

en su serenidad y su victoria,

aunque en mi sangre la embebía.

Ni mi alarido hizo temblar sus pétalos

ni apagó su fragancia mi agonía.

Era la rosa, la perfecta y única.

Nada la detenía.

Bajo la lluvia

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!

¡Cómo moja mi falda,

y pone en mis mejillas su frescura de nieve!

Llueve, llueve, llueve,

y voy, senda adelante,

con el alma ligera y la cara radiante,

sin sentir, sin soñar,

llena de la voluptuosidad de no pensar.

Un pájaro se baña

en una charca turbia. Mi presencia le extraña,

se detiene... me mira... nos sentimos amigos...

¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!

Después es el asombro

de un labriego que pasa con su azada al hombro

y la lluvia me cubre de todas las fragancias

de los setos de octubre.

Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado

como un maravilloso y estupendo tocado

de gotas cristalinas, de flores deshojadas

que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.

Y siento, en la vacuidad

del cerebro sin sueño, la voluptuosidad

del placer infinito, dulce y desconocido,

de un minuto de olvido.

Llueve, llueve, llueve,

y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

Como la primavera

Como un ala negra tendí mis cabellos

sobre tus rodillas.

Cerrando los ojos su olor aspiraste

diciéndome luego:

-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?

¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?

¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras

porque acaso en ellas exprimiste un zumo

retinto y espeso de moras silvestres?

¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!

Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.

¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:

-¡Ninguno, ninguno!

Te amo y soy joven, huelo a primavera.

Este olor que sientes es de carne firme,

de mejillas claras y de sangre nueva.

¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo

las mismas fragancias de la primavera!

Cual la muerte de Lot

Un perfume de amor me acompañaba.

Volvía hacia la aldea de la cita,

bajo la paz suprema e infinita

que el ocaso en el campo destilaba.

En mis labios ardientes aleteaba

la caricia final, pura y bendita,

y era como una alegre Sulamita

que a su lar, entre trigos regresaba.

Y al llegar a un recodo del camino

tras el cual queda oculto ya el molino,

el puente y la represa bullidora,

volví atrás la cabeza un breve instante,

y bajo el tilo en flor, ¡vi a mi amante

que besaba en la sien a una pastora!

Como una sola flor desesperada

Lo quiero con la sangre, con el hueso,

con el ojo que mira y el aliento,

con la frente que inclina el pensamiento,

con este corazón caliente y preso,

y con el sueño fatalmente obseso

de este amor que me copa el sentimiento,

desde la breve risa hasta el lamento,

desde la herida bruja hasta su beso.

Mi vida es de tu vida tributaria,

ya te parezca tumulto, o solitaria,

como una sola flor desesperada.

Depende de él como del leño duro

la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,

que solo en él respira levantada.

Despecho

¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto,

tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;

tanto, que este rictus que contrae mi boca

es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo

(como en los retratos de viejo abolengo),

es por la fatiga de la loca risa

que en todos mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, que estoy cansada! Déjame que duerma,

pues como la angustia, la alegría enferma.

¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!

¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,

ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos.

Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,

es por el esfuerzo de reírme tanto...

El fuerte lazo

Crecí

para ti.

Tálame. Mi acacia

implora a tus manos su golpe de gracia.

Florí

para ti.

Córtame. Mi lirio

al nacer dudaba ser flor o ser cirio.

Fluí

para ti.

Bébeme. El cristal

envidia lo claro de mi manantial.

Alas di

por ti.

Cázame. Falena,

rodeé tu llama de impaciencia llena.

Por ti sufriré.

¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!

¡Bendita sea el hacha, bendita la red,

y loadas sean tijeras y sed!

Sangre del costado

manaré, mi amado.

¿Qué broche más bello, qué joya más grata,

que por ti una llaga color escarlata?

En vez de abalorios para mis cabellos

siete espinas largas hundiré entre ellos.

Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas,

como dos rubíes, dos ascuas bermejas.

Me verás reír

viéndome sufrir.

Y tú llorarás.

Y entonces... ¡más mío que nunca serás!

Estío

Cantar del agua del río.

Cantar continuo y sonoro,

arriba bosque sombrío

y abajo arenas de oro.

Cantar...

de alondra escondida

entre el oscuro pinar.

Cantar...

del viento en las ramas

floridas del retamar.

Cantar...

de abejas ante el repleto

tesoro del colmenar.

Cantar...

de la joven tahonera

que al río viene a lavar.

Y cantar, cantar, cantar

de mi alma embriagada y loca

bajo la lumbre solar.

Fusión

Mi alma en torno a tu alma se ha hecho

un nudo apretado y sombrío.

Cada vuelta del lazo sobre humano

se hace raíz, para afianzarse hondo,

y es un abrazo inacabable y largo

que ni la muerte romperá. ¿No sientes

cómo me nutro de tu misma sombra?

Mi raíz se ha trenzado a tus raíces

y cuando quieras desatar el nudo,

sentirás que te duele en carne viva

y que en mi herida brota sangre tuya.!

Y con tus manos curarás la llaga

¡y ceñirás más apretado el nudo!

Hora morada

¿Qué azul me queda?

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,

qué dicha se hace miel entre mi boca

o qué río me canta frente al pecho?

Es la hora de la hiel, la hora morada

en que el pasado, como un fruto acedo,

sólo me da su raso deslucido

y una confusa sensación de miedo.

Se me acerca la tierra del descanso

final, bajo los árboles erectos,

los cipreses aquellos que he cantado

y veo ahora en guardia de los muertos.

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias

y sólo tengo la lealtad del perro

que aún vigila a mi lado mis insomnios

con sus ojos tan dulces y tan buenos.

Implacable

Y te di el olor

de todas mis dalias y nardos en flor.

Y te di el tesoro,

de las ondas minas de mis sueños de oro.

Y te di la miel,

del panal moreno que finge mi piel.

¡Y todo te di!

Y como una fuente generosa y viva para tu alma fui.

¡Y tú, dios de piedra

entre cuyas manos ni la yedra medra;

y tú, dios de hierro,

ante cuyas plantas velé como un perro,

desdeñaste el oro, la miel y el olor.

¡ Y ahora retornas, mendigo de amor,

a buscar las dalias, a implorar el oro,

a pedir de nuevo todo aquel tesoro!

Oye, pordiosero:

ahora que tú quieres es que yo no quiero.

Si el rosal florece,

es ya para otro que en capullos crece.

Vete, dios de piedra,

sin fuentes, sin dalias, sin mieles, sin yedra,

igual que una estatua,

a quien Dios bajara del plinto, por fatua.

¡Vete, dios de hierro,

que junto a otras plantas se ha tendido el perro!

La cita

Me he ceñido toda con un manto negro.

Estoy toda pálida, la mirada extática.

Y en los ojos tengo partida una estrella.

¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!

Ya ves que no luzco siquiera una joya,

ni un lazo rosado, ni un ramo de dalias.

Y hasta me he quitado las hebillas ricas

de las correhuelas de mis dos sandalias.

Mas soy esta noche, sin oros ni sedas,

esbelta y morena como un lirio vivo.

Y estoy toda ungida de esencias de nardos,

y soy toda suave bajo el manto esquivo.

Y en mi boca pálida florece ya el trémulo

clavel de mi beso que aguarda tu boca.

Y a mis manos largas se enrosca el deseo

como una invisible serpentina loca.

¡Descíñeme, amante! ¡Descíñeme, amante!

Bajo tu mirada surgiré como una

estatua vibrante sobre un plinto negro

hasta el que se arrastra, como un can, la luna.

La enredadera

Por el molino del huerto

asciende una enredadera.

El esqueleto de hierro

va a tener un chal de seda

ahora verde, azul más tarde

cuando llegue el mes de Enero

y se abran las campanillas

como puñados de cielo.

Alma mía: ¡quién pudiera

Vestirte de enredadera!

La espera

¡Oh lino, madura, que quiero tejer

sábanas del lecho donde dormirá

mi amante, que pronto, pronto tornará

(Con la primavera tiene que volver.)

¡Oh rosa, tu prieto capullo despliega!

Has de ser el pomo que arome su estancia.

Concentra colores, recoge fragancia,

dilata tus poros, que mi amante llega.

Trabaré con grillo de oro sus piernas,

cadenas livianas del más limpio acero,

encargué con prisa, con prisa al herrero

Amor, que las hace brillantes y eternas.

Y sembré amapolas en toda la huerta.

¡Que nunca recuerde caminos ni sendas!

Fatiga: en sus nervios aprieta tus vendas.

Molicie: sé el perro que guarde la puerta.

La higuera

Porque es áspera y fea,

porque todas sus ramas son grises

yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,

ciruelos redondos,

limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras

todos ellos se cubren de flores

en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste

con sus gajos torcidos, que nunca

de apretados capullos se viste...

Por eso,

cada vez que yo paso a su lado

digo, procurando

hacer dulce y alegre mi acento:

"Es la higuera el mas bello

de los árboles todos del huerto".

Si ella escucha,

si comprende el idioma en que hablo,

¡Que dulzura tan honda hará nido

en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,

cuando el viento abanique su copa,

embriagada de gozo le cuente:

"Hoy a mí me dijeron hermosa".

La hora

Tómame ahora que aún es temprano

y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría

esta taciturna cabellera mía.

Ahora , que tengo la carne olorosa,

y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligera

la sandalia viva de la primavera

Ahora que en mis labios repica la risa

como una campana sacudida a prisa.

Después...¡oh, yo sé

que nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo

como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano

y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca

y se vuelva mustia la corola fresca.

hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves

que la enredadera crecerá ciprés?

La inquietud fugaz

He mordido manzanas y he besado tus labios.

Me he abrazado a los pinos olorosos y negros.

Hundí, inquieta, mis manos en el agua que corre.

He huroneado en la selva milenaria de cedros

que cruza la pradera como una serpie grave,

y he corrido por todos los pedrosos caminos

que ciñen como fajas la ventruda montaña.

¡Oh amado, no te irrites por mi inquietud sin tregua!

¡Oh amado, no me riñas porque cante y me ría!

Ha de llegar un día en que he de estarme quieta,

¡ay, por siempre, por siempre!

con las manos cruzadas y apagados los ojos;

con los oídos sordos y con la boca muda,

y los pies andariegos en reposo perpetuo

sobre la tierra negra.

¡Y estará roto el vaso de cristal de mi risa

En la grieta obstinada de mis labios cerrados!

Entonces, aunque digas: -¡Anda!, ya no andaré.

Y aunque me digas: -¡Canta!, no volveré a cantar.

Me iré desmenuzando en quietud y en silencio

bajo la tierra negra,

mientras encima mío se oirá zumbar la vida

como una abeja ebria.

¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento

fugitivo e inquieto!

¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca

se te oprima a los labios!

Después será ceniza sobre la tierra negra.

La pequeña llama

Yo siento por la luz un amor de salvaje.

Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;

¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge

el calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,

lo mismo que las almas taciturnas y buenas.

Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.

Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera

una cosa que vive, que siente, que medita,

un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado

una pequeña llama de dulzura infinita

para tus largas noches de amante desolado.

La promesa

¡Todo el oro del mundo parecía

diluido en la tarde luminosa!

Apenas un crepúsculo de rosa

la copa de los árboles teñía.

Un imprevisto amor, mi mano unía

a tu mano, morena y temblorosa.

¡Éramos Booz y Ruth ante la hermosa

era que circundaba la alquería!

-¿Me amarás?- murmuraste. Lenta y grave

vibró en mis labios la promesa suave

de la dulce, la amable moabita.

Y fue como un ¡amén! en ese instante

el toque de oración que alzó vibrante

la rítmica campana de la ermita.

La sed

Tu beso fue en mis labios

de un dulzor refrescante.

Sensación de agua viva y moras negras

me dio tu boca amante.

Cansada me acosté sobre los pastos

con tu brazo tendido, por apoyo.

Y me cayó tu beso entre los labios,

como un fruto maduro de la selva

o un lavado guijarro del arroyo.

Tengo sed otra vez, amado mío.

Dame tu beso fresco tal como una

piedrezuela del río.

La tarde

He bebido del chorro cándido de la fuente.

Traigo los labios frescos y la cara mojada.

Mi boca hoy tiene toda la estupenda dulzura

de una rosa jugosa, nueva y recién cortada.

El cielo ostenta una limpidez de diamante.

Estoy ebria de tarde, de viento y primavera.

¿No sientes en mis trenzas olor a trigo ondeante?

¿No me hallas hoy flexible como una enredadera?

Elástica de gozo como un gamo he corrido

por todos los ceñudos senderos de la sierra.

Y el galgo cazador que es mI guía, rendido,

se ha acostado a mis pies, largo a largo, en la tierra.

¡Ah, qué inmensa fatiga me derriba en la grama

Y abate en tus rodillas mi cabeza morena,

mientras que de una iglesia campesina y lejana

nos llega un lento y grave llamado de novena!

Lacería

No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza

y es un hueco sonido de campanas mi risa.

No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos,

y al estrecharlas tocas comida de gusanos.

No trences mis cabellos. Mis cabellos son tierra

con la que han de nutrirse las plantas de la sierra.

No acaricies mis senos. Son de greda los senos

que te empeñas en ver como lirios morenos.

¿Y aún me quieres, amado? ¿Y aún mi cuerpo pretendes

y, largas de deseo, las manos a mí tiendes?

¿Aún codicias, amado, la carne mentirosa

que es ceniza y se cubre de apariencias de rosa?

Bien, tómame. ¡Oh laceria!

¡Polvo que busca al polvo sin sentir su miseria!

Las cuatro alas de abeja

He vuelto de la cita con cuatro alas de abejas

prendidas en los labios. Cuatro alas de abejas

doradas y bermejas.

Milagro como el de la barba de Dionisos,

el dios de acento dulce! La barba de Dionisos

que tenía cuatro alas de abeja en vez de rizos.

Tus labios en mis labios derramaron su miel

y brotaron las alas. Derramaron su miel

y tuve las dulzuras de un panal en la piel.

No riáis. Las cuatro alas de abeja no se ven.

Mas las siento en la boca. Las alas no se ven,

mas a veces, ¡prodigio!, vibran hasta en mi sien.

Y más adentro aún. Las dulces alas vibran

hasta en mi corazón. Las dulces alas vibran

y a mi alma de toda angustia y pena libran.

Mas si un día dejaran de aletear y zumbar...

si se hicieran ceniza... Si cesara el zumbar

de las alas que hiciste en mis labios brotar...

¡Qué tristeza de muerte! ¡Qué alas negras de queja

brotarían entonces! ¡Qué alas negras de queja

en lugar de las alas transparentes de abeja!

Las lenguas de diamante

Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,

vagamos taciturnos en un éxtasis vago,

como sombras delgadas que se deslizan sobre

las arenas de bronce de la orilla del lago.

Silencio en nuestros labios una rosa ha florido.

¡Oh, si a mi amante vencen tentaciones de hablar!,

la corola, deshecha, como un pájaro herido,

caerá, rompiendo el suave misterio sublunar.

¡Oh dioses, que no hable! ¡Con la venda más fuerte

que tengáis en las manos, su acento sofocad!

¡Y si es preciso, el manto de piedra de la muerte

para formar la venda de su boca, rasgad!

Yo no quiero que hable. Yo no quiero que hable.

Sobre el silencio éste, ¡qué ofensa la palabra!

¡Oh lengua de ceniza! ¡Oh lengua miserable,

no intentes que ahora el sello de mis labios te abra!

¡Bajo la luna-cobre, taciturnos amantes,

con los ojos gimamos, con los ojos hablemos.

Serán nuestras pupilas dos lenguas de diamantes

movidas por la magia de diálogos supremos.

Lo que soy para ti

Cierva,

que come en tus manos la olorosa hierba.

Can

que sigue tus pasos doquiera que van.

Estrella

para ti doblada de sol y centella.

Fuente

que a tus pies ondula como una serpiente.

Flor

que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti,

mi alma en todas sus formas te di.

Cierva y can, astro y flor,

agua viva que glisa a tus pies,

Mi alma es

para ti,

Amor.

Melancolía

La sutil hilandera teje su encaje oscuro

con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.

¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro

y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío

la velluda hilandera teje su tela leve.

En ella sus diamantes suspenderá el rocío

y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro

y en medio del silencio mis joyas elaboro.

Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío.

¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!

¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!

Millonarios

Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia

descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,

con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia

oblicua, refrescante y menuda, del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes

y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,

vamos a ser felices con el gozo sencillo

de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias

y la quinta suntuosa de aquel pobre señor

millonario y obeso, que con todos sus oros,

no podría comprarnos ni un gramo del tesoro

inefable y supremo que nos ha dado Dios:

ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.

Noche de lluvia

Llueve... Espera, no duermas,

estáte atento a lo que dice el viento

y a lo que dice el agua que golpea

con sus dedos menudos en los vidrios.

¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!

¡Con qué avidez se esponjará la hierba!

¡Cuántos diamantes colgarán ahora

del ramaje profundo de los pinos!

Espera, no te duermas. Escuchemos

el ritmo de la lluvia.

Apoya entre mis senos

tu frente taciturna.

Yo sentiré el latir de tus dos sienes

palpitantes y tibias,

como si fueran dos martillos vivos

que golpearan mi carne.

Espera, no te duermas. Esta noche

somos los dos un mundo,

aislado por el viento y por la lluvia

entre la cuenca tibia de una alcoba.

Espera, no te duermas. Esta noche

somos acaso la raíz suprema

de donde debe germinar mañana

el tronco bello de una raza nueva.

Panteísmo

Siento un acre placer en tenderme en la tierra,

bajo el sol matutino tibia como una cama.

Bajo mi cuerpo, ¡cuánta vida mi vientre encierra!

¡Quién sabe qué diamante esconde aquí su llama!

¡Quién sabe qué tesoro, dentro de una mirada,

surgirá de este mismo lugar donde reposo,

si será el oro vivo de una era sembrada,

o la viva esmeralda de algún árbol frondoso!

¡Quién sabe qué estupenda y dorada simiente

ha de brotar ahora bajo mi cuerpo ardiente!

Futuro pebetero que esparcirá a los vientos,

en las noches de estío, claras y rumorosas,

el calor de mi carne hecho aroma de rosas,

fragancia de azucenas, y olor de pensamientos.

Raíz salvaje

Me ha quedado clavada en los ojos

la visión de ese carro de trigo

que cruzó rechinante y pesado

sembrando de espigas el recto camino.

¡No pretendas ahora que ría!

¡Tu no sabes en qué hondos recuerdos

estoy abstraída!

Desde el fondo del alma me sube

un sabor de pitanga a los labios.

Tiene aún mi epidermis morena

no sé que fragancias de trigo emparvado.

¡Ay, quisiera llevarte conmigo

a dormir una noche en el campo

y en tus brazos pasar hasta el día

bajo el techo alocado de un árbol!

Soy la misma muchacha salvaje

que hace años trajiste a tu lado.

Rebelde

Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.

Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,

y bajo tus miradas de siniestro patriarca

las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,

Yo iré como una alondra cantando por el río

y llevaré a tu barca mi perfume salvaje,

e irradiaré en las ondas del arroyo sombrío

como una azul linterna que alumbrara en el viaje.

Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros

que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,

Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo.

Y extenuada de sombra, de valor y de frío,

cuando quieras dejarme a la orilla del río

me bajarán tus brazos cual conquista de vándalo.

Regreso

¿En qué silente cinturón de espuma

se oculta ahora la promesa yerta?

¿Tras de qué muro o entornada puerta

gime mi mundo?

¿Qué hora, qué mañana entre tumultos

de sol y risa, ya de cara al gozo,

me traerá su jazmín más primoroso

con la sortija mágica del rumbo?

Se quemó mi laurel entre la fiebre,

la palma fiel perdió su airón de fuego.

Ya sólo soy raíz, rígido ruego,

vástago de espiral lenta y endeble.

Pero yo me he de alzar del pudridero,

volveré a mi esplendor de carne y canto,

blanca y bruñida por mi propio llanto,

viva, de nuevo.

Reconquista

No sé de donde regresó el anhelo

De volver a cantar como en el tiempo

en que tenía entre mi puño el cielo

Y con una perla azul el pensamiento.

De una enlutada nube, la centella,

Súbito pez, hendió la noche cálida

Y en mí se abrió de nuevo la crisálida

Del verso alado y su bruñida estrella.

Ahora ya es el hino centelleante

Que alza hasta Dios la ofrenda poderosa

De su bruñida lanza de diamante.

Unidad de la luz sobre la rosa.

Y otra vez la conquista alucinante

De la eterna poesía victoriosa.

Salvaje

Bebo el agua limpia y clara del arroyo

y vago por los campos teniendo por apoyo

un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido

que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.

Así paso los días, morena y descuidada,

sobre la suave alfombra de la grama aromada.

Comiendo de la carne jugosa de las fresas

o en busca de fragantes racimos de frambuesas.

Mi cuerpo está impregnado del aroma ardoroso

de los pastos maduros. Mi cabello sombroso

esparce, al destrenzarlo, olor a sol y a heno,

a savia, a yerbabuena y a flores de centeno.

¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena,

cual si fuera la diosa del trigo y de la avena!

¡Soy casta como Diana

y huelo a hierba clara nacida en la mañana!

¿Sueño?

¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca

con su mordedura que hasta el alma toca!

¡Beso que me sorbe lentamente vida

como una incurable y ardorosa herida!

¡Fuego que me quema sin mostrar la llama

y que a todas horas por más fuego clama!

¿Fue una boca bruja o un labio hechizado

el que con su beso mi alma ha llagado?

¿Fue un sueño o vigilia que hasta mí llegó

el que entre sus labios mi alma estrujó?

Calzaré sandalias de bronce e iré

a donde esté el mago que cura me dé.

¡Secadme esta llaga, vendadme esta herida

que por ella en fuga se me va la vida!

Supremo triunfo

Estoy ahora impregnada toda yo de dulzura.

Desde que me besaste, toda yo soy amor.

Y en la vida y la muerte, en lecho y sepultura,

ya no seré otra cosa que amor, amor, amor....

En la carne y el alma, en la sombra y los huesos,

ya no tendré más nunca otro olor y sabor,

que el sabor y el perfume que he absorbido a tus besos;

me has dado una fragancia, tersa y viva, de flor.

Hasta el último átomo de mi piel es aroma,

¡oh mortal podredumbre, te he vencido talvez!

Eres mi hermano , ¡Oh lirio! Eres mi hermana ¡oh poma!

Desde que él me besara, rosa mi cuerpo es.

Te doy mi alma desnuda...

Te doy mi alma desnuda,

como estatua a la cual ningún cendal escuda.

Desnuda como el puro impudor

de un fruto, de una estrella o una flor;

de todas esas cosas que tienen la infinita

serenidad de Eva antes de ser maldita.

De todas esas cosas,

frutos, astros y rosas.

Que no sienten vergüenza del sexo sin celajes

y a quienes nadie osara fabricarles ropajes.

¡Sin velos, como el cuerpo de una diosa serena

que tuviera una intensa blancura de azucena!

¡Desnuda, y toda abierta de par en par

por el ansia de amar!

«Toilette» suprema

Bajo el encanto sombrío

de la tarde de tormenta

hay trazos de luz violenta

en la amatista del río.

Y siento la tentación

de hundir mi cuerpo en la oscura

agua quieta que fulgura

bajo el cielo de crespón.

Intensa coquetería

del contraste con la onda

que hará mi carne más blonda

entre su gasa sombría.

Rara y divina «toalé«

que en la penumbra amatista

dará una gracia imprevista

a mi cuerpo rosa-té.

Ninguna tela más bella

En su pliegue ha de envolverme.

¡Nunca tornarás a verme

Con tal blancura de estrella!

Jamás caprichoso azar

ha dado, a ninguna amante,

un lecho más fulgurante

bajo el amado mirar.

Deja que el río me vista

con sus largos pliegues lilas,

y guarda en tus dos pupilas,

junto al fondo de amatista,

la visión loca y suprema

de mi cuerpo embellecido

por el oscuro vestido

y la sombría diadema.

Vida aldeana

Iremos por los campos, de la mano,

a través de los bosques y los trigos,

entre rebaños cándidos y amigos,

sobre la verde placidez del llano,

para comer el fruto dulce y sano

de las rústicas vides y los higos

que coronan las tunas. Como amigos

partiremos el pan, la leche, el grano.

Y en las mágicas noches estrelladas,

bajo la calma azul, entrelazadas

las manos, y los labios temblorosos,

renovaremos nuestro muerto idilio,

y será como un verso de Virgilio

vivido ante los astros luminosos.