Rubens

Danza de aldeanos [Rubens]

Hacia 1636-1640, óleo sobre tabla, 73 x 106 cm [P1691].

El arte de Pedro Pablo Rubens es el producto de dos tradiciones y culturas artísticas, la flamenca y la italiana. El cuadro Danza de aldeanos es buena muestra de ello. La idea de pintar numerosas figuras danzando desordenadamente en un paisaje la tomó Rubens de uno de los pintores que mayor influencia ejercieron sobre él, Pieter Bruegel el Viejo, autor de varias escenas festivas protagonizadas por campesinos flamencos. El homenaje más claro de Rubens a su antecesor es la Kermesse (Musée du Louvre, París), una gran tabla pintada hacia 1630 donde decenas de campesinos aparecen danzando y bebiendo, algunos de ellos borrachos, besándose, vomitando, orinando e incluso fornicando. Este cuadro refleja la admiración que sentía Rubens por la pintura flamenca y por el abandono festivo que se manifiesta en las tradiciones de los campesinos locales. En otros cuadros del artista, como la Ofrenda a Venus (Kunsthistorisches Museum, Viena), los protagonistas del baile se han transformado en figuras mitológicas (sátiros, ninfas y amores), que expresan un estado ­ideal de placer y coexistencia entre el hombre y la naturaleza heredado de referentes literarios como la poesía de Horacio y Virgilio. Estas dos tradiciones aparecen mezcladas en el cuadro Danza de aldeanos, lo que convierte a este pequeño lienzo en uno de los mejores ejemplos de la coexistencia de dos tradiciones artísticas en el arte de Rubens. En el cuadro aparecen ocho parejas que danzan de forma un tanto inestable, como si luchasen por acercarse unos a otros y por mantenerse en pie ante la energía de su propio movimiento. La disposición de las figuras y su actividad recuerdan las tradicionales representaciones de las fiestas campesinas flamencas. Mientras que varias figuras parecen vestir trajes contemporáneos, otros visten atuendos antiguos, lo que demuestra que se trata de personajes mitológicos. Así sucede con una figura situada a la derecha de la composición, que lleva una corona vegetal y una piel de leopardo que le cubre el cuerpo, y que, sin duda, es el dios Baco. El personaje que toca una flauta encaramado a un árbol o el que intenta besar a la mujer en el primer plano de la composición son miembros del cortejo del dios del vino. Un componente importante de la actividad placentera en la que participan los protagonistas del cuadro es el deseo sexual, que se muestra en las actitudes de muchos de los personajes y en su presentación semidesnuda. El deseo es un concepto que aparece con frecuencia en la obra de Rubens, quien lo entendía como un componente fundamental de la vida, origen de la fertilidad, que se manifiesta en esta obra en el paisaje primaveral y abundante que sirve de fondo a la escena. En definitiva, estamos ante un cuadro que celebra el ideal pastoral y festivo como modelo vital. El cuadro Danza de aldeanos se documenta por primera vez en la colección del artista tras su muerte, donde se describe como una «danza de paisanos italianos». La presencia del cuadro entre los bienes del pintor indica que seguramente no fue un encargo. La obra fue adquirida por el rey Felipe IV a sus herederos y se inventaría por primera vez en el Alcázar de Madrid, la residencia principal del rey en la capital, en 1666. Permanece en la colección real hasta su ingreso en el Museo del Prado, donde se documenta por primera vez en el inventario de 1834.