Don Quijote de la Mancha

PROLOGO

Con motivo del IV centenario del nacimiento de Cervantes, se celebró en la Sorbona, en el mes de diciembre de 1947, un acto solemne eel cual el Sr. Bataillon, profesor del Colegio de Francia, decía: (Cervantes no es ningún predicador, ningún propagandista. Es novelista y es hombre.)) Los dos elementos asi subrayados van tan unidos a lo largo de la obra de Cervantes, y especialmente del Quijote que al leer la novela se hace imposible dejar de pensar en la vida del hombre,y no sentir en casi cada uno de los episodios una experiencia intima del novelista.

Miguel de Cervantes Saavedra nació en 1547 en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, donde su padre era cirujano.

La familia, por circunstancias de índole económica, pasó de allí a Valladolid, luego a Sevilla y a Madrid. Los cambios continuos de una a otra ciudad no podían favorecer los estudios de Miguel: sin embargo pudo estudiar en el Colegio de la Compañia de Jesús en Sevilla, y en Madrid aprovechar las lecciones del humanista López de Hoyos, de quien fué discípulo predilecto. Pronto termina el periodo escolar y universitario de su vida, en que ya empieza a manifestarse algo de los disturbios que van a caracterizarla.

A los veintiún años, Cervantes pasa a Italia, de soldado en los tercios españoles. Se dedica a la milicia. El 7 de octuhre de 157l, en Lepanto, a pesar de estar enfermo, quiere tomar parte en el comhate contra el Turco, y, manifestando allí su heroísmo fué herido en la mana izquierda, por lo cual le llamaron sus contemporámos; el Manco de Lepanto, o Manco sano.

Curado en el hospital de Mesina, participa en varias batallas más: Corfú, Navarino, La Goleta, Túnez. Y en 1575, felicitado y recompensado por Don Juan de Áustria, vuelve de Nápoles a España; cuando, cerca de la costa francesa de Marsella, corsarios turcos atacan y apresan la galera en que viene. Cautivo 5 años en Argel, Cervantes no cesa de pensar en la deseada libertad, organizando varias veces la fuga para él y sus compañeros: a pesar de repetidos fracasos no se desalienta, y entre los cristianos de los baños de la ciudad argelina aparece como un jefe que nunca desespera.

Rescatado en 1580 por frailes trinitarios, vuelve por fin a la amada patria, y llega a Madrid. Con el rescate termina el período heroico de su vida,y con la vuelta a la Corte se inicia la existencia sin gloria del soldado lisiado y mal correspondido que solicita cargos civiles: vienen los apuros económicos.

Cervantes proyecta consagrarse a las letras,ya que se le ha hecho imposible dedicarse a las armas. Escribe para el teatro, representándose varias comedias suyas en Madrid. En 1585 publica su primera obra, la Galatea, novela pastoril. Pero fracasan en parte sus ilusiones literarias. No pudiendo atender a las necesidades de su hogar, se marcha a Sevilla, donde hasta 1602 se ganará la vida en las comisiones de Agente proveedor de la Real Armada. No sin sufrir dificultades en.sus gestiones,ya que varias veces le encarcelaron, si bien por poco tiempo. Tal vez fué en la cárcel de Sevilla donde dió principio a un cuento o novela corta que, desarrollándose, vino a ser la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

La obra fué publicada en 1605 en Madrid; alcanzando un éxito sin precedentes: en el mismo año se hicieron seis ediciones.

César Oudin publicó en Paris la primera traducción francesa en 1614.

En 1606, Crrvantes pasa de Valladolid, donde residia desde 1603, a Madrid. Empieza para él un perlado de intensa actividad literaria. En 1613 aparecen las Novelas Ejemplares, en 1614 su Viaje del Parnaso, largo poema de critica literaria.

Este mismo año sale a luz un 2º tomo de El Ingenioso Hidalgo, continuación apócrifa de la primera parte, firmada por un tal Licenciado Alfonso Ferruíndez de Avellaneda, natural de Tordesillas, cuya verdadera identidad aun no se ha logrado conocer. Este plagio incitó a Cervantes a publicar la verdadera segunda parte: la que vió la luz el año siguiente. En 1615 publicó también Ocho comedias y ocho entremeses nuevos.

Agotadas ya sus fuerzas, agravándose su hidropesia, murió en 1616, cuatro dlas después de dedicar al Conde de  Lemos, su protector, la novela heroica de Los Trabajos de Persiles y Segismunda, su obra póstuma puhlicada al año siguiente.

Desarrollóse pues la vida de Cervantes en los reinados de Carlos V, Felipe II, Felipe III . en la época de mayor brillo de la monarquia española, época en que se podla creer todavia en la posibilidad de acabar con la Reforma en el Norte de Europa, y vencer en el Mediterráneo al Islamismo. Pero la vida de Cervantes fué también la del viajero por los pueblos y ciudades de España e Italia, la del recaudador de los tributos para la Invencible Armada, la del encarcelado, a quien fui dado conocer no sólo la superficie gloriosa de las cosas, sino también los arcanos de una sociedad decadente ya.

En esta participación de Cervantes al mundo mitico de la Edad Media que va desapareciendo y al mundo moderno que acaba de formarse, radican las ambigütdad8s de la novela, y el propio don Quijote

1 - ALONSO QUIJANO EL BUENO

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme,

no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lintejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino.

Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que asl ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años: era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana.

Es pues de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de. su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías que leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos. En resolución él se enfrascó tanto en su letura, qu.e se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio: y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles. Y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dió loco en el mundo, y fué que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fué limpiar unas armas que habían sido de sus bisagüelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple: mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para porbar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle malla facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo poniéndole unas barras de hierro por dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Fué luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Goneta, que lanlum pellis el ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban.

Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces: pues estaba muy puesto en razón que mudando su señor estado, munase él también el nonlbre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fué rocin, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a si mismo, y en este pensamiento duró otros ocho dias, y al cabo se vino a llamar don Quijote: de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias pues sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocin, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin alma.

i Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando halló a quien dar nombre de su dama! y fué, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo habia una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos: y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso: nombre a su parecer músico y peregrino, y significativo como todos los demás que a él y asus cosas había puesto.

(Cap. I)

II - LA VENTA-CASTILLO

y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana antes del día (pues era uno de los calurosos del mes de julio) se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.

Mas apenas se vió en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fué que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero: y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más sulocura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que talle tenían.

Caminó todo el día por le campo de Montiel y, al anochecer...

Vió, no lejos del camino por donde iba, una venta. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada: y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho, y pasar al modo de lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuése llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vió a las dos mozas que alli estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estaban solazando.

En esto sucedió acaso, que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huída su miedo, alzándose la visera de papelón, y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:

-No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.

Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, no pudieron tener la risa y fué de manera que don Quijote vino a correrse, y a decirles:

-.Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez a demás la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mio non es de ál que de serviros.

El lenguaje no entendido de las señoras y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo, y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, comoeran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo:

-Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amen del lecho (porque en esta venta no ha y ninguno) todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que talle pareció a él ei ventero y la venta) respondió:

-Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque Mis arreos son las armas, Mi descanso el pelear, etc ...

El huésped le respondió:

-:Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir siempre velar: y siendo así, bien se puede apear con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche.

Y diciendo esto, fué a tener del estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo.

Dijo luego· al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad: y acomodándole en la caballeriza volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, (que ya se habían reconciliado con él); las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás superion ni pudieron desencajarle la gola ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos;- mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar.

Le preguntaron si quería comer alguna cosa.

-Cualquiera yantaría yo, respondió don Quijote, porque a lo que entiendo me haría mucho al caso.

A dicha acertó a ser viernes aquel día, y no habia en toda la venta sino unas raciones de un pescado, que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en· otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.

-Como haya muchas truchuelas, respondió don Quijote, podrán servir de una trucha; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que Una pieza de a ocho. Cuanto más que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.

Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas: pero era materia de grande risa verle comer, porque cama tenía puesta la celada y alzada la visera, no podla poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y así una de aquellas señoras servía deste menester; mas al darle de beber no fué posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino: y todo esto lo recebía en paciencia a trueco deno romper las cintas de la celada.

Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las mozas damas y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna, sin recebir la orden de caballería.

(Cap.II)

III - CÓMO DON QUIJOTE SE ARMÓ CABALLERO

Arrodillándose ante el ventero, don Quijote le rogó encarecidamente que le armase caballero.

El ventero era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped; y por tener que reír aquella noche determinó de seguirle el humor; y así le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que en caso de necesidad él sabía que se podían velar dondequiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo, que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo.

Preguntóle si traía dineros: respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que en las historia. no se escribía, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara, no por eso se había de creerlo que no los trujeron ; y asi tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes llevaban bien herradas las bolsas u, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase ,si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas como si mal alguno hubiesen tenido; mas que en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada, que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse: y por esto le daba por consejo que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.

Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así se dió luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila, y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche. Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas, y la armazón de caballería que esperaba. Admiráronse de tan extraño género de locura y fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que con sosegado ademán,unas veces se paseaba, otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabó de cerrar la noche con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto e! nove! caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta, ir a dar agua a su recua, y fué menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila, e! cual viéndole llegar, en voz alta le dijo:

-Oh tú quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas de! más valeroso andante que jamás se ciñó espada, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.

No se curó e! arriero destas razones (y fueramejor que se curara, porque fuera curarse en salud); antes·, trabando de las correas las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto e! pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea, dijo:

-Acorredme, señora mia, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece: no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo, y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga alzó la lanza a dos manos, y dió con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que si segundara con otro no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas, y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese: y así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él habia usado, sin que él supiese cosa alguna: pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole cómo ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer, tampoco era necesaria: que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello, en mitad de un campo se podía hacer; y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más que el había estado más de cuatro.

Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo.

Advertido y medroso desto, el castellano trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual (como que decía alguna devota oración), en mitad de la leyenda  alzó la mano, y dióle sobre el cuello un gran golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldarazo (siempre murmurando entre dientes como que rezaba). Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción , porque no fué menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonlas.

(Cap. IlJ)

IV - PRIMERA HAZAÑA DEL CABALLERO

Don Quijote decidió volverse a su aldea y proveerse de camisas y de un escudero, como se lo habla encomendado su padrino, el ventero.

No habia andado mucho cuando le pareció  que a su diestra mano de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oido, cuando dijo: 

«Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa que ha menester mi favor y ayuda.» 

Y volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. Y a pocos pasos que entró por el bosque vió atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de' quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo, porque, decía:

-La lengua queda y los ojos listos.

y el muchacho respondía:

-No lo haré otra vez, señor mío: por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.

Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

-.Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede: subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vió sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:

-Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaqueria dice que lo hago de miserable por no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.

-¿ Miente delante de mí, ruin villano? dijo don Quijote. 

Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica, si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: desatadlo luego.

El labrador baJó la cabeza, y sin responder palabra desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debla su amo. Él dijo que nueve meses a siete reales cada mes.

Hizo la cuenta don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase si no quería morir por ello.

-El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. 

-¿Irme yo con él, dijo el muchacho, más? iMal año! no señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desollará como a un San Bartolomé.

-No hará tal, replicó don Quijote, bastaque yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo Jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga.

-Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballeria alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.

-Importa poco eso, respondió don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras.

-Así es verdad, dijo Andrés; pero este mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?

-No niego, hermano Andrés, respondió el labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en e! mundo, de pagaros como tengo dicho un real sobre otro y aun sahumados.

-.Del sahumerio os hago gracia, dijo don Quijote, dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado: si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar aunque os escondáis másmque una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y en diciendo esto, picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos.

Siguióle el labrador con los ojos, y cuando vió que había traspuesto del bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés, y dijole:

-Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado.

-Eso juro yo, dijo Andrés, y cómo que andará vuestra merced acertado con cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que según es de valeroso y de buen juez, vive Roque que si no me paga, ique vuelva y ejecute lo que dijo!

-·También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. 

Y asiéndole del brazo le tornó a atar a la encina, donde le dió tantos azotes que le dejó por muerto. 

«Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aquéste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades.»

Pero al fin le desató, y le dió licencia que fuese a buscar a su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia.

Andrés se partió algo mohino jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas; pero con todo esto él se partió llorando, y su amo se quedó riendo: y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote, el cual contentisimo de lo sucedido iba caminando hacia su aldea.

(Cap. IV)

V - CABALLERO Y MERCADERES

Habiendo andado como dos millas descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que como después se supo eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia.

Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo, y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer; y así con gentil continente y denuedo se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y puesto en la mitad del camino estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que ya él por tales los tenía y juzgaba), y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oir levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo:

-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la extraña figura del que las decla; y por la figura y por las razones , luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía; y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto ; le dijo:

-Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís, mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.

-Si os la mostrara, replicó don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero confiado en la razón que de mi parte tengo.

- Señor caballero, replicó el mercader,suplico a vuestra merced en nombre de todos estos pnnclpes que aquí estamos, que porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso por complacer a vuestra merced diremos en su favor todo lo que quisiere.

-.No le mana, canalla infame, respondió don Quijote encendido en cólera, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.

Y en diciendo esto, arremetió  con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader.

Cayó Rocinante, y fué rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo, tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada con el peso de las antiguas armas. Y entretanto que pugnaba por levantarse, y no podía, estaba diciendo:

-Non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva; atended: que no por culpa mía, sino de mi caballo estoy aquí tendido.

Un mozo de mulas de los que alli venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y lIegándose a él tomó la lanza, y después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que a despecho y pesar de sus armas le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado, y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que con toda aquella tempestad de palos que sobre él vía no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, que talle parecían.

Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar en todo él del pobre apaleado.

(Cap. IV)

VI - DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA

Don Quijote logró, con ayuda de un vecino suyo, volver a la aldea. Decidió salir otra vez a probar nuevas aventuras.

En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. DecÍale entre otras cosas don Quijote, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podia suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas alguna insula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. Dió luego don Quijote orden en buscar dineros; y vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. Avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que le era menester: sobre todo le encargó que llevase alforjas. Él dijo que sí llevaría, y que asimesmo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba ducho a andar mucho a pie. En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas con todo esto determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado. Todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese, en la cual caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.

Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo la había prometido. Dijo en esto a su amo:

-Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar por grande que sea.

A lo cual le respondió don Quijote:

-Has de saber, amigo Sancho Panza, que fué costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos, hacer gobernadores a sus escuderos de las Ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella, porque ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches les daban algun título de conde, o por lo menos de marqués de algún valle o provincia de poco más o menos; pero si tú vives, y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo.

-Desa manera, respondió Sancho Panza, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina y mi hijos infantes.

-.¿Pues quién lo duda? respondió don Quijote.

-Yo lo dudo, replicó Sancho Panza, porque tengo para mí que aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para reina; condesa le caerá mejor; y aun Dios y ayuda.

-Encomiéndalo tú a Dios, Sancho, respondió don Quijote, que él dará lo que más le convenga.

(Cap. VII)

VII - AVENTURA DE LOS MOLINOS

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y así como don Quijote los vió, dijo a su escudero:

-La ventura' va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

-¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.

-Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

-Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.

-Bien parece, respondió don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y diciendo esto, dió de espuelas a su caballo Rocinante sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole qué sin duda alguna eran molinos de viento y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse; lo cual visto por don Quijote dijo:

-Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo me lo habéis de pagar. 

Y en diciendo esto y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fué rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fué el golpe que dió con él Rocinante.

-¡Válame Dios!" dijo Sancho, ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

-Calla, amigo Sancho, respondió don Quijote, que las cosas de la guerra más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que el sabio Frestón ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

-Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza; y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante que medio despaldado estaba.

(Cap. VIII)

VIII - EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS

Don Quijote venció en singular batalla a un escudero vizcaino. A pesar de venir herido en una oreja, no pudo menos de ufanarse por tal victoria,y dijo a Sancho:

-Díme por tu vida ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto' de la tierra? ¿has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer,. más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?

-La verdad sea, respondió Sancho, que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni escrebir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced, yo no le he servido en todos los días de mi vida; lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.

-Todo eso fuera bien excusado, respondió don Quijote, si a mí se me acordara de hacer una redoma de! bálsamo de Fierabrás, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.

-,¿Qué redoma y qué bálsamo es ése? dijo Sancho Panza.

-Es un bálsamo, respondió don Quijote, de quien tengo la receta en la memoria, con e! cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna: y ansí cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte de! cuerpo que hubiere caldo en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se hiele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo; luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana.

-Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese extremado licor, que para mi tengo que valdrá la onza adonde quiera más de a dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente; pero es de saber ahora si tiene mucha costa el hacelle.

-'Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres, respondió don Quijote.

-Pecador de mí, replicó Sancho, ¿pues a qué aguarda vuestra merced a hacelle y a enseñárme!e?

-Calla, amigo, respondió don Quijote, que mayores secretos pIenso enseñarte y mayores mercedes hacerte: y por ahora curémonos, que la oreja me duele más de lo que  yo quisIera.

-(Cap. X)

IX - ORÍGENES DE LA CABALLERfA ANDANTE

Don QuiJote y Sancho toparon con unos cabreros y luego con dos gentileshombres. Trataron éstos, por abreviar el camino, de divertirse con la locura del caballero.

Cesó esta plática, y comenzóse otra, preguntando e! que se llamaba Vivaldo a don Quijote, qué era la ocasión quele movía' a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió don Quijote:

-La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera: el buen paso, el regalo y e! reposo allá se inventó para los blandos .cortesanos; mas e! trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes; de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.

Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y por averiguarlo más, y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo que qué quería decir' caballeros andantes.

-¿No han vuestras mercedes leído, respondió don Quijote, los anales e historias de Inglaterra donde se tratan las famosas fazañas de! rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña, que este rey no murió, sino que por arte de encantamento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro?

Pues en tiempo deste buen rey fué instituída aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda. Desde entonces, de mano en mano fué extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y communicarnos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos profeso yo; y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare en ayuda de los flacos y menesterosos ...

-Yo tengo para mí, replicó el caminante, que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

-Eso no puede ser, respondió don Quijote; digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan natural les es a los tales ser enamorados, como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores, y por el mesmo caso que estuviese sin ellos no sería tenido por legítimo caballero.

-Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, dijo el caminante, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión; y le suplico nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.

Aquí dió un gran supiro don Quijote y dijo:

-Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yola sirvo; sólo sé decir que su nombre es Dulcinea, su patria El Toboso, un lugar de la Mancha, su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía, su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos ellseos, su cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve.

-El linaje, prosapia y alcurnia querriamos: saber, replicó Vivaldo.

A lo cual respondió don Quijote:

-Es de los del Toboso de la Mancha, linaje aunque moderno tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia aunque vivía tan cerca del Toboso.

(Cap. XIII)

X- LOS YANGÜESES

Amo y escudero se internaron luego en un bosque.

Vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba junto del cual corría un arroyo apacible y fresco, tanto que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta que rigurosamente comenzaba ya a entrar. Apeáronse don Quijote y Sancho, y dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que alli había, dieron saco a las alforjas, y sin ceremonia alguna en buena paz y compañía amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron.

No se había curado Sancho de echar trabas a Rocinante. Ordenó pues la suerte y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas gallegas de unos arrieros yangüeses, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba yagua, y aquel donde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los yangüeses. Sucedió pues que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño tomó un trotico algo picadillo, y se fué a comunicar su necesidad con ellas; mas ellas, que a lo que pareció debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla en pelota, pero lo que él debió más de sentir fué que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que le derribaron malparado en el suelo.

Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando, y dijo don Quijote a Sancho:

-A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no son caballeros sino gente soez y de baja ralea; dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.

-,¿ Qué diablos de venganza hemos de tomar, respondió Sancho, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá no somos sino uno y medio?

-Yo valgo por ciento, replicó don Quijote; y sin hacer más discursos echó mano a su espada y arremetió a los yangüeses, y lo mismo hizo Sancho Panza incitado y movido del ejemplo de su amo; y a las primeras dió don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda. Los yangüeses, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y cogiendo a los dos en medio comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahinco y vehemencia: verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo, y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo pues los yangüeses el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante .

El primero que se resintió fué Sancho Panza,y hallándose junto a su señor, con voz enferma y lastimada dijo:

, Señor don Quijote, ah señor don Quijote.

-,¿Qué quieres, Sancho hermano? respondió don Quijote con el mismo tono afeminado y doliente que Sancho.

-'Querría si fuese posible, respondió Sancho Panza, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Bias, si es que la tiene vuestra merced ahí a mano, quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos como lo es para las feridas.

-Pues a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? respondió don Quijote; mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo, y así creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería ha permitido el Dios de las batallas que se me diese este castigo; por lo cual, hermano Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano a la espada para ellos, porque nolo haré en ninguna manera, sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con todo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adonde se extiende el valor de este mi fuerte brazo.

Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder diciendo:

-Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar: así que séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada ni contra villano ni contra caballero, y que desde aquí para delante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya de hacer persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición alguna.

(Cap. XV)

XI - LA VENTA

Sancho logró poner a su amo atravesado en el asno, ya que Rocinante no podía llevar a nadie. Avanzando hacia el camino real divisaron una venta que fué, a la cuenta de don Quijote, un castillo ...

El ventero, que vió a don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada sino que había dado una caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas.

Tenía el ventero por mujer a una no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa, y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y así acudió luego a curar a don Quijote, y hizo que una hija suya doncella, muchacha' y de muy buen parecer, la ayudase a curar a su huésped.

Servía en la venta asimesmo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas : no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote, en un camaranchón que en otros tiempos daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años, en el cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote, y. aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada cuyos hilos si se quisieran contar no se perdiera uno solo de la cuenta.

En esta maldita cama se acostó don Quijote; y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída.

-No fueron golpes, dijo Sancho, sino que la peña tenia muchos picos y tropezones, y que cada uno habia hecho su cardenal. Y también le dijo: Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester, que también me duelen a mí un poco los lomos.

-Desa manera, respondió la ventera ¿también debistes vos de caer?

-No caí, dijo Sancho Panza, sino que del sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo que me parece que me han dado mil palos.

-.Bien podría ser eso, dijo la doncella, que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo, y que nunca acababa de llegar al suelo, y cuando despertaba del sueño hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído.

-.Ahí está el toque, señora, respondió Sancho Panza, que yo sin soñar nada, sino estando más despierto que ahora estoy, rrie hallo con pocos menos cardenales que mí señor don Quijote.

-,¿Cómo se llama este caballero? preguntó la asturiana Maritornes.

-Don Quijote de la Mancha, respondió Sancho Panza, y es caballero aventurero, y de los mejores y más fuertes que de luengos tiempos acá se han visto en el mundo.

-,¿Qué es caballero aventurero? replicó la moza.

-,¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos? respondió Sancho Panza: pues sabed, hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesteosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero.

-,¿Pues cómo vos, siéndolo deste tan buen señor, dijo la ventera, no tenéis a lo que parece siquiera algún condado?

-,Aún es temprano, respondió Sancho, porque no ha sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra: verdad es que si mi señor don Quijote, sana desta herida o caída, y yo no quedo contrecho della, no trocaria mis esperanzas con el mejor título de España ...

El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote, estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego junto a él hizo el suyo Sancho: sucedía a estos dos lechos el del arriero. Después de haber visitado éste a su recua, y dádole el segundo pienso, se tendió en sus enjalmas, y se dió a esperar a Maritornes.

Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y aunque procuraba dormir no lo consentía el dolor de sus costillas, y don Quijote con el dolor de las suyas tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía.

Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las extrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; y fué que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo, y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual vencida de su gentileza se había enamorado dél, y prometido que aquella noche, a finto de sus padres, vendria a estar con él una buena pieza. Pensando pues en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora (que para él fué menguada) de la venida de la asturiana, la cual en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y atentados pasos entró en el aposento donde los tres alojaban, en busca del arriero; pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió, y sentándose en la cama a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendió los brazos para recebir a su fermosa doncella la asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos delante buscando al arriero: topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama; tentóle luego la camisa, y aunque ella era de arpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales: los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol escurecia, y el aliento, que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento no le desengañaban, los cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía quetenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura: y teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a bablar.

El bueno del arriero se fué llegando· más al lecho de don Quijote y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones que él no podía entender; pero como vió que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenerla, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto, y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre, y no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote se las paseó todas de cabo a cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dió consigo en el suelo a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes porque habiéndola llamado a voces no respondía. Con esta sospecha se levantó, y encendiendo un candil se fué hacia donde había sentido la pelaza. La moza, viendo que su amo venía, y que era de condición terrible, toda medros¡ca y alborotada se acogió a la cama de Sancho Panza, que aún dormía, y allí se acorrucó y se hizo un ovillo.El ventero entró diciendo :

-¿Adónde estás, perra? A buen seguro que son tus cosas éstas.

En esto despertó Sancho, y sintiendo aquel bulto casi encima de sí pensó que tenía la pesadilla, y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la cual sentida del dolor, echando a rodar la honestidad dió el retorno a Sancho con tantas, que a su despecho le quitó el sueño, el cual viéndose tratar de aquella manera y sin saber de quién, alzándose como pudo se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.

Viendo pues el arriero a la lumbre del candil del ventero cuál andaba su dama, dejando a don Quijote acudió a dalle el socorro necesario: lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fué a castigar a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. Y así daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa, que no se daban punto de reposo; y fué lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y como quedaron a escuras, dábanse tan sin compasión todos abulto, que a doquiera que ponían la mano no dejaban cosa sana.

Alojaba acaso aquella noche en la venta, un cuadrillero de los que llaman de la santa Hermandad, el cual oyendo asimesmo el extraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, y entró a escuras en el aposento diciendo:

-Ténganse a la justicia, ténganse a la santa Hermandad. y el primero con quien topó fué con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho tendido boca arriba sin sentido alguno, y echándole a tiento mano a las barbas no cesaba de decir: «Favor a la justicia»; pero viendo que el que tenía asido no se bullia ni meneaba se dió a entender que estaba muerto, y que los que alll dentro estaban eran sus matadores, y con esta sospecha reforzó la voz diciendo:

-Ciérrese la puerta de la venta, miren no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre. 

Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz.

Retiróse el ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho, solos los desventurados don Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, y salió a buscar luz para buscar y prender los delincuentes.

(Cap. XVI)

XII - EL CASTILLO ENCANTADO

Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo don Quijote, y con el mismo tono de voz con que el día antes había llamado a su escudero cuando estaba tendido en el val de las estacas, le comenzó a llamar diciendo:

-:Sancho amigo, ¿duermes? ¿duermes, amigo Sancho?

-¡Qué tengo de dormir, pesia a mi! respondió Sancho lleno de pesadumbre' y de despecho; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche.

-Puédeslo creer ansí sin duda, respondió don Quijote, porque o yo sé poco, o este castillo es encantado, porque has de saber ... mas esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte.

-Sí juro, respondió Sancho.

-Has de saber, dijo don Quijote, que esta noche me ha sucedido una de las más extrañas aventuras, y por contártela en breve sabrás que poco ha que a mí vino' la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. Sólo te quiero decir que al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por donde venía, vino una mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante, y asentóme una puñada en las quijadas, tal que las tengo todas bañadas en sangre, y después me molió de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los arrieros por demasías de Roci-nante nos hicieron el agravio que sabes: por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí.

-Ni para mí tampoco, respondió Sancho, porque más de cuatrocientos moros me han aporreado, de manera que el molimiento de las estacas fué tortas y pan pintado.

-No tengas pena, amigo, dijo don Quijote, que yo haré ahora el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos.

Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era muerto. Llegó, y como los halló hablando en tan sosegada conversación, quedó suspenso. Bien es verdad que aun don Quijote se estaba boca arriba sin poderse menear de puro molido y emplastado. Llegóse a él el cuadrillero y díjole:

-Pues ¿cómo va buen hombre?

-Hablara yo más bien criado, respondió don Quijote, si fuera que vos. ¿ Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero?

El cuadrillero que se vió tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y alzando el candil con todo su aceite dió a don Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado, y como todo quedó a escuras salióse luego, y Sancho Panza dijo:

-:Sin duda, señor, que éste es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros sólo guarda las puñadas y los candilazos.

-As! es, respondió don Quijote, y no hay que hacer caso destas cosas de encantamentos, ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas, que como son invisibles y fantásticas no hallaremos de quien vengarnos aunque más lo procuremos. Levántate Sancho si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo, que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado.

Levantóse Sancho con harto dolor de sus huesos, y fué a escuras donde estaba el ventero, y encontrándose con el cuadrillero, le dijo:

-:Señor, quienquiera que seáis, hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama mal ferido por las manos del encantado moro que esta en esta venta.

Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso, y por que ya comenzaba a amanecer abrió la puerta de la venta, y llamando al ventero le dijo lo que aquel buen hombre quería. El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don Quijote.

(Cap. XVII)

XIII - EFECTOS MARAVILLOSOS DEL BÁLSAMO DE FIERABRÁS

En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta se resolvió de ponello en una alcuza. o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación, y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz a modo de bendición; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero. Hecho esto, quiso él mismo hacer luego la esperiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo que él se imaginaba, y así se bebió de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se había cocido casí media azumbre, y apenas lo acabó de beber cuando comenzó a vomitar de manera que no le quedó cosa en el estómago, y con las ansias y agitación del vómito le dió un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo así, y quedósc dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento que se tuvo por sano, y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía acometer desde allí adelante sin temor alguno cualesquiera ruinas, batallas y pendencias por peligrosas que fuesen.

Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concediósc!o don Quijote, y él, tomándola a dos manos con buena fe y mejor talante se la echó a pechos y envasó bien poco menos que su amo.

Es pues el caso que el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan delicado como el de su amo, y así primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas con tantos trasudares y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado.

Viéndole así don Quijote le dijo:

-Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe aprovechar a los que no lo son.

-Si eso sabía vuestra merced, replicó Sancho, mal haya yo y toda mi parentela,

¿para qué consintió que lo gustase?

En esto hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales: sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida; duróle esta borrasca y malandanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado que no se podía tener; pero don Quijote, que como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras; y así forzado deste deseo, él mismo ensilló a Rocinante y enalbardó" al jumento de su escudero, a quien también ayudó a vestir y a subir en el asno.

(Cap. XVII)

XIV - CÓMO CABALLERO Y ESCUDERO SE SALIERON DE LA VENTA

Ya que' estuvieron los dos a caballo, puesto don Quijote a la puerta de la venta llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo:

-Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida: si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías.

El ventero le respondió con el mismo sosiego:

-Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece cuando se me hacen: sólo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas.

-¿Luego venta es ésta? replicó don Quijote.

- y muy honrada, respondió el ventero.

-Engañado he vivido hasta aquí, respondió don Quijote, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero pues es ansí que no es castillo sino venta, lo que se podrá hacer por ahora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo,con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.

-Poco tengo yo que ver en eso, respondió el ventero; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.

-Vos sois un sandio y mal hostelero, respondió don Quijote, y poniendo piernas a Rocinante, se salió de la venta sin que nadie le detuviese; y él, sin mirar si le seguía su escudero se alongó un buen trecho.

El ventero, que le vió ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Sancho Panza, el cual dijo, que pues su señor no había querido pagar, que tampoco él pagaría, porque siendo él escudero de caballero andante como era, la mesma regla y razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas.

Quiso la mala suerte del desdichado Sancho, que entre la gente que estaba en la venta se hallase gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mismo espíritu, se llegaron a Sancho, y apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y echándole en ella determinaron salirse al corral, y allí puesto Sancho en mitad de la manta comenzaron a levantarle en alto, y a holgarse con él.

Las voces que e! mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo, e! cual deteniéndose a escuchar atentamente creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y hallándola cerrada la rodeó por ver si hallaba por donde entrar: pero no hubo llegado a las paredes de! corral, que no eran muy altas, cuando vió e! mal juego que se le hada a su escudero. Vióle bajar y subir por e! aire con tanta gracia y presteza, que si la cólera le dejara tengo para mí que se riera.

Probó a subir desde el caballo a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo, y así desde encima de! caballo comenzó a decir tantos denuestos y baldones a los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escrebilIos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco ni aprovechó hasta que de puro cansados le dejaron.

Trujéronle allí su asnoy subiéndole encima le arroparon con su gabán; y la compasiva de Maritornes, viéndole tan fatigado le pareció ser bien socorrelle con un jarro de agua, y así se le trujo de! pozo porser más frío. Tomóle Sancho, y llevándole a la boca se paró a las voces que su amo le daba diciendo:

-.Hijo Sancho, no bebas agua, hijo, no la bebas, que te matará; ves aquí tengo e! santísimo bálsamo (y enseñábale la alcuza de! brebaje) que con dos gotas que dél bebas sanarás sin duda.

A estas voces volvió Sancho los ojos como de través , y dijo con otras mayores:

- Por dicha ¿hásele olvidado" a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos, y déjeme a mí: y e! acabar de decir esto y e! comenzar a beber todo fué uno, mas como al primer trago vió que era agua, no quiso pasar adelante, y rogó a Maritornes que se le trujese de vino, y así lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo pagó de su mesmo dinero, porque en efecto se dice deIla que aunque estaba en aquel trato tenía unas sombras y lejos de cristiana.

Así como bebió Sancho, dió de los carcaños a su asno, y, abriéndole la puerta de la venta de par en par, se salió deIla muy contento de no haber pagado nada.

(Cap. XVII)

XV - EL CUERPO MUERTO

En una aventura, por cierto desgraciada, don Quijote perdió tres ó cuatro muelas ... El y Sancho, atenazados por el hambre, prosiguieron su camino hasta ya entrada la noche.

Yendo pues desta manera, la noche escura, el escudero hambriento, y el amo con gana del comer, vieron que por el misrno camino que iban, venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo. Y apartándose los dos a un lado del camino tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser, y de allí a muy poco descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venia una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo enlutados hasta los pies de las mulas, que bien vieron que no erancaballos en el sosiego con que caminaban: iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y compasiva.

Esta extraña visión a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedomen el corazón de Sancho y aun en el de su amo, y así fuera en cuanto a don Quij}ote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo, Lo contrario le avino a su amo, al

cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo, que aquella era una de las aventuras de sus libros: figurósele que la litera eran andas donde debía de ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada; y sin hacer otro discurso enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar; y cuando los vió cerca, alzó la voz y dijo:

-Deteneos, caballeros, quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis.

-Vamos de priesa, respondió uno de los encamisados, y está la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís. y picando la mula pasó delante.

Sintióse desta respuesta grandemente don Quijote, y trabando del freno dijo:

-Deteneos y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado, si no, conmigo sois todos en batalla.

Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que alzándose en los pies dió con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer el encamisado comenzó a denostar a don Quijote, el cual ya encolerizado, sin esperar más, enristrando su lanzón arremetió a uno de los enlutados, y maIferido dió con él en tierra, y revolviéndose por los demás era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba, que no parecía sino que en aquel instante le habían nacido alas a Rocinante según andaba de ligero y orgulloso. Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, y así, con facilidad, en un momento dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino a los de las máscaras que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados asimesmo envueltos y revueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover, así que muy a su salvo don Quijote los apaleó a todos, y les hizo dejar el sitio, mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.

Todo lo miraba Sancho admirado del ardimiento de su señor, y decía entre sí: « Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice.» Estaba una hacha ardiendo en el suelo junto al primero que derribó la mula, a cuya luz le pudo ver don Quijote, y llegándose a él le puso la punta del lanzón en el rostro diciéndole que se rindiese, si no que le mataría, a lo cual respondió el caído:

- Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada: suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate, que cometerá un gran sacrilegio, que soy bachiller, y tengo las primeras órdenes : llámome Alonso López, soy natural de Aleovendas, vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas, vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fué depositado, y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.

-¿ y quién le mató? preguntó don Quijote.

-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron, respondió el bachiller.

-Desa suerte, dijo don Quijote, quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte si otro alguno le hubiera muerto: pero habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mismo hiciera si a mí mismo me matara; y quiero que sepa vuestra reverencia, que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.

-No sé como pueda ser eso de enderezar tuertos, dijo el bachiller, pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos que vais buscando aventuras.

-No todas las cosas, respondió don Quijote, suceden de un mismo modo: el daño estuvo, señor bachiller Alonso López, en venir como veníades de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejábades cosa mala y del otro mundo, y así yo no pude dejar de cumplir con mi obligación acometiéndoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que érades los mismos satanases del infierno, que por tales os juzgué y tuve sIempre.

-Ya que así lo ha querido mi suerte, dijo el bachiller, suplico a vuestra merced, señor caballero andante, que tan mala andanza me ha dado, me ayude a salir de debajo desta mula, que me tiene tomada una pierna entre el estribo y la silla.

-Hablara yo para mañana, dijo don Quijote, ¿y hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán?

Dió luego voces a Sancho Panza que viniese; pero él no se curó de venir, porque andaba ocupado desbalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de comer. ..

Acudió a las voces de su amo, y ayudó a sacar al señor bachiller de la opresión de la mula, y poniéndole encima della le dió la hacha, y don Quijote le dijo que siguiese la derrota de sus compañeros. Díjole también Sancho:

-;Si acaso quisieren saber esos señores quién ha sido el valeroso que tales los puso, diráles vuestra merced que es el famoso don Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura.

Con esto se fué el bachiller; y don Quijote preguntó a Sancho que qué le había movido a llamarle el Caballero de la Triste Figura más entonces que nunca.

-Yo se lo diré, respondió Sancho, porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura de poco acá que jamás he visto; y débelo de haber causado o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.

-No es eso, respondió don Quijote, sino que el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribír la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo como lo tornaban todos los caballeros pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada,. cuál el del Unicornio,. aquél, de las Doncellas,. aqueste, el del Ave Fénix,. el otro, el Caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra; y as!, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante. 

(Cap. XIX)

XVI - EL YELMO DE MAMBRINO

Después de comer del repuesto de los frailes, los dos pasaron la noche lo mejor que pudieron y, a la mañanasiguiente, se pusieron en camino.

En esto comenzó a llover un poco.

De allí a poco' descubrió don Quijote un hombre a caballo, que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun él apenas le hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo:

-,¿No ves aquel caballero que hacia nosotros viene sobre un caballo rucio rodado que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?

-Lo que veo y columbro, respondió Sancho, no es sino un hombre sobre un asno pardo como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.

-Pues ése es el yelmo de Mambrino, dijo don Quijote; apártate a una parte, y déjame con él asolas, verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mío el yelmo que tanto he deseado.

Es pues el caso que el yelmo y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que ni tenía botica' ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sÍ, y así el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacia de azófar, y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó a llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba: venia sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y ésta fué la ocasión que a

don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero y yelmo de oro; y cuando él vió que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristro con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera le dijo:

-Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe.

El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vió venir aquella fantasma sobre si no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza sino fué el dejarse caer del asno abajo, y no hubo tocado al suelo cuando se levantó más ligero que un gamo, y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento; dejóse la bacia en el suelo, con la cual se contentó don Quijote. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual tomándole en las manos dijo:

-Por Dios que la bacía es buena, y que vale un real de a ocho como un maravedí, y dándosela a su amo se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje, y como no se le hallaba dijo:

-Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debía de tener grandísima cabeza, y lo peor dello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa.

-¿De qué te ríes, Sancho? dijo don Quijote.

-Ríome, respondió él, de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete, que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.

-¿Sabes qué imagino, Sancho? que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún extraño accidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta queparece bacía de barbero, como tú dices; pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero: y en este entretanto la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada, cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada.

-Pero, dígame vuestra merced, dijo Sancho, qué haremos deste caballo rucio rodado, que parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martina que vuestra merced derribó, que según él puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego, no lleva pergenio de volver por él jamás, y para mis barbas si no es bueno el rucio.

-Nunca yo acostumbro, dijo don Quijote, despojar a los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos y dejarlos a pie: si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo, que en tal caso lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita: así que, Sancho, deja ese caballo o asno, o lo que tú quisieres que sea, que como su dueño nos vea alongados de aquí volverá por él.

-Dios sabe si quisiera llevarle, replicó Sancho, o por lo menos trocalle con este mío, que no me parece tan bueno: verdaderamente que son estrechas las leyes de caballería, pues no se extienden a dejar trocar un asno por otro, y querría saber si podría trocar los aparejos slqulera.

-En eso no estoy muy cierto, respondió don Quijote, y en caso de duda, hasta estar mejor informado digo que los trueques si es que tienes dellos necesidad extrema.

-Tan extrema es, respondió Sancho, que si fueran para mi mesma persona no los hubiera menester más.

Y luego habilitado con aquella licencia hizo mutatio capparum, y puso su jumento a las mil lindezas.

(Cap. XXI)

XVII - LOS GALEOTES

Don Quijote alzó los ojos y vió que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro, por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos, dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo con escopetas, y los de a pie con dardos y espadas, y que así como Sancho Panza los vido' dijo:

-Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.

-¿Cómo, gente forzada? preguntó don Quijote. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?

-No digo eso, respondió Sancho, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras, de por fuerza.

-En resolución, replicó don Quijote, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza y no de su voluntad.

-.AsÍ es, dijo Sancho.

-Pues desa manera, dijo su amo, aquí encaja la ejecución de mi oficio, desfacer fuerzas, y socorrer y acudir a los miserables.

Llegó en esto la cadena de los galeotes, y don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos den informalle y decille la causa o causas por que llevaban aquella gente de aquella manera. Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de su majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.

-Con todo eso, replicó don Quijote, querría saber de cada uno dellos en particular la causande su desgracia.

La otra guarda de a caballo le dijo:

-Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventuradas, no es tiempo éste de detenernos a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mismos.

Con esta licencia, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él respondió ...

Volviéndose a todos los de la cadena, dijo don Quijote:

-De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carisimos, he sacada en limpio que aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro, y finalmente el torcido juicio del juez hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades: quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres; cuanto más, señores guardas, añadió don Quijote, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se lo haya cada uno con su pecado, Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello.

-Donosa majadería, respondió el comisario: bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato; los forzados de! rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo.

Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín quetrae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.

-Vos sois el gato y el rato y e! bellaco, respondió don Quijote; y diciendo y haciendo arremetió con él tan presto, que sin que tuviese lugar de ponerse en defensa dió con él en e! suelo mal herido de una lanzada, y avínole bien, que éste era e! de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero volviendo sobre sí pusieron mano a sus espadas los de a caballo; y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran procurando romper la cadena donde venían ensartados.

Fué la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acorneter a don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.

Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fué el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y arremetiendo al comisario caído le quitó la espada y la escopeta, con la cual apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte, como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.

Llamando don Quijote a todos los galeotes, que andaban alborotados, y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:

-De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud; dígolo porque ya habéis visto, señores, con maniliesta experiencia el que de mí habéis recebido, en pago del cual querría, y es mi voluntad, que cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos. luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que su caballerú, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad, y hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes a la buena ventura.

Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:

Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos sino solos y divididos y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca; lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra.

-Pues voto a tal, dijo don Quijote (ya puesto en cólera), don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena acuestas.

Pasamonte, que no era nada bien sufrido, viéndose tratar mal y de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte comenzaron a llover tantas y tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela, y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce.

Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído cuando fué sobre él el estudiante, y le quitó la bacia de la cabeza, y dióle con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos; quitáronle Una ropilla que traía sobre las armas. A Sancho le quitaron el gabán, y dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte.

Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote, el jumento cabizbajo y pensativo sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos; Rocinante tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho en pelota, y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.

(Cap. XXII)

XVIII - DON QUIJOTE Y AMADÍS

Temerosos de la Santa Hermandad, Sancho y don Quijote se internaron en la Sierra Morena. Hicieron noche en un sitio apartado. Pero Ginés de Pasamonte encontró a sus libertadores dormidos y así pudo hurtarle el asno al pobre Sancho. Su amo le prometió darle tres de los que en su casa tenía ...

-Señor, dijo Sancho, ¿es buena regla de caballeria que andemos perdidos por estas montañas sin senda ni camino?

Calla, Sancho, dijo don Quijote, porque te hago saber que me trae por estas partes el deseo que tengo de hacer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra, y será tal, que he de echar con ella el sello a todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero.

-,¿Y es de muy gran peligro esa hazaña? preguntó Sancho Panza.

- No, respondió el de la Triste Figura; puesto que de tal manera podía correr el dado, que echásemos azar en lugar de encuentro; pero todo ha de estar en tu diligencia.

-,¿En mi diligencia? dijo Sancho.

-Sí, dijo don Quijote, porque si vuelves presto de adonde pienso enviarte, presto se acabará mi pena, y presto comenzará mi gloria; y porque no es bien que te tenga más suspenso esperando en lo que han de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fué uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fué uno; fué el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Amadís fué el norte, el lucero; el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos, que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo pues esto así como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más cerca de alcanzar la perfección de la caballería: y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fué cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudando su nombre en el de Beltenebrós; nombre por cierto significativo y propio para la vida que él de su voluntad habia escogido: asi que me es a mi más fácil imitarle en esto, que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas, y deshacer encantamentos; y pues estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para qué se deje pasar la ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrece sus guedejas.

-En efecto, dijo Sancho, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?

-¿Ya no te he dicho, respondió don Quijote, que qulero imitar a Amad!s, haciendo aqui del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella habia cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, y hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura? Y podrá ser que yo viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientas, alcanzó tanta fama como el que más.

-Paréceme a mí, dijo Sancho, que los caballeros que lo tal ficieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias; pero vuestra merced ¿qué causatiene para volverse loco? ¿qué dama le ha desdeñado? ¿o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Tobosoha hecho alguna niñería con moro o cristiano?

-Ahí está el punto, respondió don Quijote, y esa es la fineza de mi negocio: ¡qué volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias! El toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más, que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso. Así que, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tan no vista imitación: loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras, y siéndolo no sentiré nada.

Ansí que de cualquiera manera que responda saldré del conftito y trabajo en que me dejares, gozando el bien que me trujeres por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares por loco.

(Cap. XXV)

XIX - LA PENITENCIA DE DON QUIJOTE

Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña, que casi como peñón tajado estaba sola entre otras muchas que la rodeaban; corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban; había por allí muchos árboles silvestres, y algunas plantas y flores que hacían el lugar apacible.

Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia, y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuvIera sin juicio:

-Éste es el lugar, ¡oh cielo! que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos me habéis puesto; éste es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continos y profundos suspiros moverán a la contina las hojas destos montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena que mi asendereado corazón padece.

¡Oh tú, escudero mío, agradable compañero en mis prósperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo cuentes y recites, a la causa total de todo ello!

y diciendo esto se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla; y dándole una palmada en las ancas le dijo:

-Libertad te da el que sin ella queda ¡oh caballo tan extremado por tus obras cuan desdichado por tu suerte! De aquí a tres días, Sancho, te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

-¿Pues qué más tengo de ver, dijó Sancho, que lo que he visto?

-Bien estás en el cuento, respondió don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.

-Por amor de Dios, dijo Sancho, que mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas, que a tal peña podrá negar, y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer que, ya que a vuestra merced parece que son aquí necesarias calabazadas, y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase digo, con dárselas en el agua, o en alguna cosa blanda como algodón, y déjeme a mí el cargo, que yo diré a mi señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.

-Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho, respondió don Quijote; mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras, porque de otra manera sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relasos, y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir. Ansí que mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico.

-Ruégole a vuestra merced, respondió Sancho, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vista, y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora; y escriba la carta, y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

-¿Purgatorio le llamas, Sancho? dijo don Quijote, mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor si hay otra cosa que lo sea.

-Quien ha infierno, respondió Sancho, nula es retencio, según he oído decir.

-No entiendo qué quiere decir retencio, dijo don Quijote.

-Retencio es, respondió Sancho, que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede, lo cual será al revés en vuestra merced: y póngame yo una por una en el Toboso, y delante de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las necedades y locuras (que todo es uno) que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner más blanda que un guante, aunque la halle más dura que un alcornoque; con cuya respuesta dulce y melificada volveré por los aires como brujo, y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno, y no lo es, pues hay esperanza de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa.

(Cap. XXV)

XX - ¿QUIÉN ES DULCINEA?

-Así es la verdad, dijo el de la Triste Figura: pero ¿qué haremos para escribir la carta?

-  y la libranza pollinesca también, añadió Sancho.

-Todo irá inserto, dijo don Quijote. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien y aun más que bien escribilla, que es en el librillo de memoria, y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará.

¿Pues qué se ha de hacer de la firma?' dijo Sancho.

-Nunca las cartas de Amadís se firmaron, respondió don Quijote.

-Está bien, respondió Sancho; pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa, si se traslada, dirán que la firma es falsa, y quedaréme sin pollinos.

-La libranza irá en el mesmo librillo firmada, que en viéndola mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla; y en lo que toca a la carta de amores pondrás por firma: Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y hará poco al caso que vaya de mano' ajena, porque a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mla ni carta mla, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin extenderse a más que a un honesto mirar, y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad, que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que ha de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado.

-Ta, ta, dijo Sancho, ¿qué, la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

-Ésa es, dijo don Quijote, y es la que merece ser señora de todo el universo.

Bien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo: vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora. ¡Oh qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre; y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana, con todos se burla, y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse; y querría ya verme en camino sólo por vella, que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire; y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote, que hasta aquí he estado en una grande ignorancia, que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado.

-Ya te tengo dicho, Sancho, dijo don Quijote, que eres muy grande hablador, y que aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso tanto vale como la más alta princesade la tierra: bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél, Y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así sin que sobre ni falte nada; y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad. y diga cada uno lo que quisiere que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.

-.Digo que en todo tiene vuestra merced razón, respondió Sancho, y que soy un asno.

Pero venga la carta, y a Dios, que me mudo.

(Cap. XXV)

XXI - UNA CARTA DE AMOR Y UNA CARTA DE PAGO

Sacó el libro de memoria don Quijote, y apartándose a una parte, con mucho sosIego comenzó a escribir la carta, y en acabándola llamó a Sancho y le dijo que se la quería leer por que la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, porque de su desdicha todo se podia temer. A lo cual respondió Sancho:

-Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro, y démele, que yo le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate, que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me llamo; pero con todo eso dígamela, que me holgaré mucho de oilla, que debe de ir como de molde.

-Escucha, que así dice, dijo don Quijote:

Carta de don Quijote a Dulcinea del. Toboso.

«SOBERANA y ALTA SEÑORA':

»El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, magüer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho, te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía! del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy, y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

»Tuyo hasta la muerte

                           EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA.»

-Por vida de mi padre, dijo Sancho en oyendo la carta, que es la más alta cosa que jamás he oído: pesia a mí, y cómo que le dice vuestra merced ahí todo cuanto quiere, y qué bien que encaja en la firma El Caballero' de la Triste Figura. Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no hay cosa que no sepa.

-Todo es menester, respondió don Quijote, para el oficio que yo traigo.

-Ea pues', dijo Sancho, ponga vuestra merced en esotra vuelta la cédula de los tres pollinos, y fírmela con mucha claridad por que la conozcan en viéndola.

-'Que me placen, dijo don Quijote. y habiéndola escrito se la leyó, que decía así:

«Mandará vuestra merced por esta primera de pollinos, señora sobrina, dar a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé en casa, y están a cargo de vuestra merced: los cuales tres pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquí recebidos de contado, que con esta y con su carta de pago serán bien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena a veinte y dos de agosto deste presente año.»

-Buena está, dijo Sancho, fírmela vuestra merced.

-No es menester filmarla, dijo don Quijote, sino solamente poner mi rúbrica, que es lo mesmo que firma, y para tres asnos y aun para trecientos fuera bastante.

-Yo me confío de" vuestra merced, respondió Sancho; déjeme, iré a ensillar a Rocinante, y aparéjese a echarme su bendición, que luego pienso partirme sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que, yo diré que le vÍ hacer tantas, que no quiera mas.

Pidió la bendición a su señor, y no sin muchas lágrimas de entrambos se despidió dél; y subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, y que mirase por él como por su propia persona, se puso en camino del llano; y así se fué, aunque todavía le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer dos locuras.

Mas no hubo andado cien pasos cuando volvió y dijo:

-Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien, que para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.

-¿No te lo decía yo? dijo don Quijote: espérate, Sancho, que en un credo las haré. y desnudándose con toda priesa los calzones quedó en carnes y en pañales; y luego sin más ni más dió dos zapatetas en el aire, y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que por no verlas otra vez volvió Sancho la rienda a Rocinante, y se dió por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.

(Cap. XXV)

XXII - POR QUÉ LIBERTO• DON QUIJOTE

A LOS GALEOTES

Poco después de salir de la Sierra Morena, en la misma venta de Maritornes, Sancho topó con el cura y barbero de su pueblo, que venían en busca de su amigo el hidalgo. Les contó la penitencia de su amo, y el cura imaginó, sin decirlo a Sancho, disfrazarse de doncella andante y, pidiendo al caballero « la» socorriese, volverle a su pueblo. Caminando hacia donde se había quedado don Quijote, los tres hombres vieron a una hermosa moza, llamada Dorotea... Le contaron la locura de don QuiJote, y propuso ella, sin que la oyese Sancho, de ser la Princesa menesterosa ... Hallaron a don Quijote seco, amarillo y hambriento.

Pusiéronse luego todos en camino.

-Ruego al señor licenciado, dijo a esta sazón don Quijote, me diga qué es la causa que le ha traído por estas partes tan solo, tan sin criados, y tan a la ligera, que me pone espanto.

-.A eso yo responderé con brevedad, respondió el cura, porque sabrá vuestra merced, señor don Quijote, que yo y maese Nicolás, nuestro amigo y nuestro barbero, íbamos a Sevilla a cobrar ciertos dineros que un pariente mio, que ha muchos años que pasó a Indias, me había enviado, y no tan pocos que no pasen de sesenta mil pesos ensayados que es otro que tal; y pasando ayer por estos lugares nos salieron al encuentro cuatro salteadores, y nos quitaron hasta las barbas; y es lo bueno que es pública fama por todos estos contornos que los que nos saltearon son de unos galeotes, que dicen que libertó casi en este mesmo sitio un hombre tan valiente, que a pesar del comisario y de las guardas los soltó a todos; y sin duda alguna él debía de estar fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco como ellos, o algún hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca entre la miel; quiso defraudar la justicia, ir contra su rey y señor natural, pues fué contra sus justos mandamientos. Quiso, digo, quitar a las galeras sus pies, poner en alboroto la Santa Hermandad, que había muchos años que reposaba; quiso, finalmente, hacer un hecho por donde se pierda su alma y no se gane su cuerpo.

Habíales contado Sancho al cura y al barbero la aventura de los galeotes, que acabó su amo con tanta gloria suya; y por esto cargaba la mano el cura refiriéndola, por ver lo que hacía o decía don Quijote, al cual se le mudaba la color a cada palabra, y no osaba decir que él había sido el libertador de aquella buena gente.

-Estos pues, dijo el cura, fueron los que nos robaron, que Dios por su misericordia se lo perdone al que no los dejó llevar al debido suplicio.

No hubo bien acabado el cura cuando Sancho dijo:

-Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fué mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos.

-Majadero, dijo a esta sazón don Quijote, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angustia por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías. Yo topé un rosario y sarta de gente mohina y desdichada, y hice con ellos lo que mi religión me fide y lo demás allá se avenga; y a quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un mal nacido, y esto le haré conocer con mi espada.

Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión, porque la bacia de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgada del arzón delantero, hasta adobada del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.

Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabia el menguado humor de don Quijote, y que todos hacían burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y viéndole tan enojado le dijo:

-Señor caballero, sosiegue el pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo hablan sido librados los galeotes, él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara .

-.Eso juro yo bien, dijo el cura, y aun me hubiera quitado un bigote.

-Yo callaré, señora mla, dijo don Quijote, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se habla levantado, y iré quieto y pacifico ...

(Cap. XXIX· XXX)

XXIII - LA EMBAJADA DE SANCHO

Vieron por el camino por donde iban a un hombre en un asno: era Ginés de Pasamonte, el cual, viendo a toda la compañía, echó a correr y al momento desapareció, dejando al burro ...

Apartáronse don Quijote y Sancho ...

Don Quijote dijo a Sancho:

-Díme ahora, ¿dónde, cómo, y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿quién te la trasladó? y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele.

-Señor, respondió Sancho si va a decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.

-Así es como tú dices, dijo don Quijote, porque el librillo de memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida, lo cual me causó grandísima pena por no saber que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos'.

-Así fuera, respondió Sancho, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán que me la trasladó del entendimiento tan punto por punto', que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta como aquella.

- y ¿tiénesla todavía en la memoria, Sancho? dijo don Quijote.

-No, señor, respondió Sancho, porque después que la dí, como ví que no había deser de más provecho, dí en olvidalla: y si algo se me acuerda es aquello del Sobajada, digo del Soberana señora, y lo último: Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura: y en medio destas dos cosas le puse más de trecientas almas, y vidas, y ojos míos'.

-Todo eso no me descontenta, prosigue adelante, dijo don Quijote. Llegaste, y ¿qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.

-.No la hallé, respondió Sancho, sino aechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

-Pues haz cuenta, dijo don Quijote, que los granos de aquel trigo eran granos de perlas tocados de sus manos; y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal o treche!?

-No era sino rubión, respondió Sancho.

-Pues yo te aseguro, dijo don Quijote, que aechado por sus manos hizo pan candeal sin duda alguna; pero pasa adelante: cuando le diste mi carta ¿besóla? ¿púsosela sobre la cabeza? ¿hizo alguna ceremonia digna de tal carta? o ¿qué hizo?

-Cuando yo se la iba a dar, respondió Sancho, ella estaba en la fuga de! meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está.

-Discreta señora, dijo don Quijote, eso debió de ser por leella despacio y recrearse conella. Adelante, Sancho; y en tanto que estaba en su menester ¿qué coloquios pasó contigo?

¿qué te preguntó de mí? y tú ¿qué le respondiste? acaba, cuéntamelo todo, ne se te quede en el tintero una mínima.

-Ella no me preguntó nada, dijo Sancho; mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles, ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.

-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal, dijo don Quijote, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por habenlle hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.

-Tan alta es, respondió Sancho, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.

-Pues cómo, Sancho, dijo don Quijote, ¿haste medido tú con ella?

-Medime en esta manera, respondió Sancho, que llegando a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.

-Pero no me negarás , Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno que yo no acierto a dalle nombre, digo un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?

-Lo que sé decir, dijo Sancho, es que senti un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que ella con el mucho ejercicio estaba sudada.

-No sería eso, respondió don Quijote, sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo, porque yo sé bien lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.

-Todo puede ser, respondió Sancho, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro.

- y bien, prosiguió don Quijote, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino, ¿qué hizo cuando leyó la carta?

-La carta, dijo Sancho, no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir, antes la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía, y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo; y finalmente me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que así le suplicaba y mandaba, que vista la presente saliese de aquellos matorrales, y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso.

-Todo va bien hasta agora, dijo don Quijote; pero díme ¿qué joya fué la que te dió al despedirte por las nuevas que de mí le llevaste?

Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento  de su recado.

-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza, pero eso debía de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fué lo que me dió mi señora Dulcinea por las bardas de un corral cuando della me despedí; y aun por más señas era el queso ovejuno.

-Es liberal en extremo, dijo don Quijote; y si no te dió joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de pascua, yo la veré y se satisfará todo.

(Cap. XXX-XXXI)

XXIV - ENCUENTRO CON ANDRÉS

Estando en esto acertó a pasar por alli un muchacho que iba de camino, el cual poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco arremetió· a don Quijote, y abrazándole por las piernas comenzó a llorar muy de propósito diciendo:

-jAy señor mío! ¿no me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.

Reconocióle don Quijote, y asiéndole por la mano se volvió a los que allí estaban, y dijo:

-Por que vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los insolentes y maloshombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días pasados pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas como de persona afligida y menesterosa; acudí luego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante, de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada. Digo que estaba atado a la encina desnudo del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo, y así como yo le ví, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento: respondió el zafio, que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: señor no me azota sino porque le pido mi salario. El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales aunque de mí fueron oídas no fueron admitidas; en resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobreotro, y aun sahumados. ¿No es verdad todo esto, hijo Andrés? ¿no notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse y notifiqué y quise?

-Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad, respondió el muchacho; pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.

-¿ Cómo al revés? replicó don Quijote,

¿luego no te pagó el villano?

-.No sólo no me pagó, respondió el muchacho, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dió de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado, y a cada azote que me daba me decía un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced; que a no sentir yo tanto dolor me riera de lo que decía. En efecto él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo, de todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía; mas como vuestra merced le deshonró tan sin propósito, y le dijo tantas villanías, encendióse!e la cólera, y como no la pudo vengar en vuestra merced, cuando se vió solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida. 

El daño estuvo, dijo don Quijote, en irme yo de allí, que no me habla de ir hasta dejarte pagado, porque bien debía yo de saber por luengas experiencias que no hay villano que guarde palabra que diere, si él ve que no le está bien guardalla; pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que si no te pagaba que había de ir a buscarle, y que le había de hallar aunque se escondiese en el vientre de la ballena.

-Así es la verdad, dijo Andrés; pero no aprovechó nada. Más quisiera tener agora con qué llegar a Sevilla, que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes.

Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y dándoselo al mozo le dijo:

-Toma, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.

-,¿ Pues qué parte os alcanza a vos? preguntó Andrés.

-Esta parte de queso y pan que os doy, respondió Sancho.

Andrés asió de su pan y queso, y viendo que nadie le daba otra cosa abajó su cabeza, y toel camino en las manos como suele decirse.

Bien es verdad que al partirse dijo a don Quijote:

-Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.

Íbase a levantar don Quijote para castigalle; mas él se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguillo. Quedó corridísimo don Quijote del cuento de Andrés, y fué menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no reirse por no acaballe de correr del todo.

(Cap. XXXI)

XXV - LOS LIBROS DE CABALLERÍAS Y SUS LECTORES!

Al día siguiente llegaron a la venta de Maritornes. Don (Quijote se acostó luego porque venia cansado por tan larga penitencia como la que había hecho a imitación de Amadís. Mientras dormía, el huésped aderezó una buena comida a los demás.

Trataron sobre comida, estando delante el ventero, su mujer, su hija, Maritornes y todos los pasajeros, de la extraña locura de don Quijote. La huéspeda les contó lo que con él y con el arriero les habla acontecido, mirando si acaso estaba alll Sancho; como no le viese, contó todo lo de su manteamiento', de que no poco gusto recibieron. Y como el cura dIjese que los libros de caballerlas que don Quijote habla leido le hablan vueltó el juicio·, dijo el ventero: 

No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que a lo que yo entiendo no hay mejor lectura en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos, porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos· segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas. A lo menos de mí sé decir que cuando oyó decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.

- y yo ni más ni menos, dijo la ventera, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado que no os acordáis de renlr por entonces.

-Así es la verdad, dijo Maritornes; y a buena fe que yo también gusto mucho de oir aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unosnaranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto; digo que todo esto es cosa de mieles.

-Ya vos ¿qué os parece, señora doncella? dijo el cura hablando con la hija del ventero.

-No sé, señor, en mi ánima, respondió ella, también yo lo escucho, y en verdad aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oillo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras; que en verdad que algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo.

-Luego ¿ bien las remediárades vos, señora doncella, dijo Dorotea, si por vos lloraran?

-.No sé lo que me hiciera, respondió la moza, sólo sé que hay algunas señoras de aquellas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil inmundicias: y ¡Jesús! yo no sé qué gente es aquélla tan desalmada y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado le dejan que se muera o que se vuelva loco; yo no sé para qué es tanto melindre; si lo hacen de honradas, cásense con ellos; que ellos no desean otra cosa.

-Calla, niña, dijo la ventera, que parece que sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto.

-Como me lo pregunta este señor, respondió ella, no pude dejar de respondelle.

(Cap. XXXII)

XXVI - EL YELMO DE MAMBRINO ¿ ES UNA BACÍA?

Aquella noche, muchos viajeros acertaron a posar en la venta: don Fernando, hijo de un caballero andaluz; un gentilhombre, llamado Cardenio; una maravillosa señora, Lucinda, tan encantadora como Dorotea; don Luis, mozo enamorado, y cuatro criados de su padre; un Oidor de la Audiencia de Méjico, camino de Sevilla, y su hija, doña Clara.

Al dla siguiente, llegó otro viajero más ..

El demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mismo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero llevando su jumento a la caballeriza, vió a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vió la conoció, y se atrevió a arremeter- a Sancho diciendo:

- ¡Ah! don.ladrón, que aquí os tengo, venga mi bacía y mi albarda con todos mis aparejos que me robastes.Sancho, que se vió acometer tan de improviso, y oyó los vituperios que le decían, con la una mano asió de la albarda y con la otra dió un mojicón al barbero, que le bañó los dientes

en sangre; pero no por esto dejó el barbero la presa que tenía hecha en el albarda, antes· alzó la voz de tal manera que todos los de laventa acudieron al ruido y pendencia, y decía:

- Aquí del rey y de la justicia, que sobre cobrar mi hacienda me quiere matar este ladrón salteador de caminos.

-Mentís, respondió Sancho, que yo no soy salteador de caminos, que en buena' guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos.

Ya estaba don Quijote delante con mucho contento de ver cuán bien se defendía y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y propuso en su corazón de armarle caballero en la primera ocasión.

Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la pendencia, vino a decir:

-,Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la conozco como si la hubiera parido, y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré por infame; y hay más, que el mismo día que ella se me quitó me quitaron también una bacia de azófar nueva, que no se habla estrenado, que era señora de un escudo.

Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder, y poniéndose entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo,  que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:

-  Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fué, es y será el yelmo de Mambrino, el cual se le quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con legítima y lícita posesión! En lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; y se la dí, y él los tomó, y de haberse convertido de jaez en albarda no sabré dar otra razón sino es la ordinaria : que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballería: para confirmación de lo cual corre, Sancho hijo, y saca aqul el yelmo que este buen hombre dice ser bacía.

-Pardiez, señor, dijo Sancho, si no tenemos otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Mambrino como el jaez de este buen hombre albarda.

-Haz lo que te mando, replicó don Quijote, que no todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento. Sancho fué a do estaba la bacía y la trujo;

y as! como don Quijote la vió, la tomó en las manos y dijo:

-Miren vuestras mercedes con qué cara podrá decir este escudero, que ésta es bacía, y no el yelmo que yo he dicho; y juro por la orden de caballería que profeso, que este yelmo fué el mismo que yo le quité, sin haber añadido en él, ni quitado cosa alguna.

-¿Qué les parece a vuestras mercedes, señores, dijo el barbero, de lo que afirman estos gentiles hombres, pues aún porfían que ésta no es bacía sino yelmo?

Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino, y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo hablando con el otro barbero:

-:Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de examen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería sin que le falte uno, y ni más ni menos fuÍ un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo, y qué es morrión; y digo que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro, y la verdad de la mentira: también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.

-No por cierto, dijo don Quijote, porque le falta la mitad, que es la babera.

-Así es, dijo el cura, que ya había entendido la intención de su amigo el barbero; y lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus camaradas.

-,¡Válame Dios! dijo a está sazón el barbero burlado, que es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía sino yelmo; cosa parece ésta que puede poner en admiración a toda una universidad por discreta que sea. Basta, si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.

-.A mí albarda me parece, dijo don Quijote, pero ya he dicho que en eso no me entremeto.

-De que sea albarda o jaez, dijo el cura, no está en más de decirlo el señor don Quijote, que en estas cosas de la caballerla todos estos señores y yo le damos la ventaja.

-Por Dios, señores míos, dijo don Quijote, en lo que toca a lo que dicen que ésta es bacía y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero en lo de declarar si ésa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia definitiva, sólo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes.

-No hay duda, respondió a esto don Fernando, sino que el señor don Quijote ha dicho muy bien hoy, que a nosotros toca la definición deste caso, y porque vaya con más fundamento, yo tomaré en secreto los votos destos señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia.

Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote era todo esto materia de grandísima risa; pero para los que la ignoraban, les parecía el mayor disparate del mundo. Y después que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote conocían, dijo en alta voz don Fernando:

-El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber, que no me diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo; y así habréis de tener paciencia, porque a vuestro pesar y al de vuestro asno, éste es jaez y no albarda, y vos habéis alegado y probado muy mal de vuestra parte.

(Cap. XliV-XLV)

XXVII - LA VENTA OTRA VEZ ALBOROTADA

Uno de los cuatro criados dijo:

-,Si ya no es que esto sea burla pensada, no me puedo persuadir que hombres de tan buen entendimiento como son o parecen todos los que aquí están, se atrevan a decir y afilJuar que ésta no es bacía, ni aquélla albarda, porquevoto a tal (y arrojóle redondo) que no me den a mí a entender cuantos hoy viven en el mundo, al revés de que ésta no sea bacía de barbero, y ésta albarda de asno.

-.Bien podría ser de borrica, dijo el cura.

-·Tanto monta, dijo el criado, que el caso no consiste en eso, sino en si es o no es albarda.

Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habían entrado, que había oído la pendencia y cuestión', lleno de cólera y de enfado dijo:

-Tan albarda es como mi padre' y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de estar hecho uva!.

-Mentís como bellaco villano, respondió don Quijote, y alzando el lanzón, que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza, que a no desviarse el cuadrillero se le dejara allí tendido.

El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad. El ventero, que era de la cuadrilla, entró al punto por su varilla y por su espada, y se puso aliado de sus compañeros; los criados de don Luis rodearon a don Luis porque con el alboroto no se les fuese; el barbero viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; don Quijote puso mano su espada y arremetió a los cuadrilleros; don Luis daba voces a sus criados que le dejasen a él, y acorriesen a don Quijote y a Cardenio y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote; el cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa, y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dió una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó a reforzar la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad. De modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre; y en la mitad deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria a don Quijote que se vela metido dc hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante, y así dijo con voz que atronaba la venta:

-Tengánse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.

A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió diciendo:

-¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna legión de demonios debe de habitar en él? En confirmación de lo cual, quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos: venga pues vuestra merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante, y el otro de rey Sobrino, y póngannos en paz; porque por Dios todopoderoso, que es gran bellaquerla que tanta gente principal como aqui estamos se mate por causas tan livianas.

Los cuadrilleros, que no entendían el frasis de don Quijote, y se velan malparados de don Fernando, Cardenio y sus camaradas, no querían sosegarse; el barbero sí, porque en la pendencia tenía deshechas las barbas y el albarda.

Sancho, a la más mínima voz de su amo, obedeció como buen criado; los cuatro criados de don Luis también se estuvieron quedos viendo cuán poco les iba en no estarlo; sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel loco, que, a cada paso le alborotaba la venta. Finalmente el rumor se apaciguó,

la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo, y la venta por castillo  en la imaginación de don Quijote ...

Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor y del cura se apaciguó aquella máquina de pendencias por la autoridad de Agramante y prudencia del rey Sobrino; los cuadrilleros como miembros de justicia mediaron la causa, y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura a socapa, y sin que don Quijote lo entendiese, le dió por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo.

(Cap. XLV.XLVI)

XXVIII - DON QUIJOTE ENCANTADO

Dos días eran ya pasados los que había que toda aquella ilustre compañía estaba en la venta; y pareciéndoles que ya era tiempo de partirse, el cura y el barbero se concertaron con un carretero de bueyes, que acaso acertó· a pasar por allí, para que lo llevase en esta forma: hicieron una como jaula de palos enrejados, capaz que pudiese en ella caber holgadamente don Quijote, y luego todos por orden y parecer del cura se cubrieron los rostros y se disfrazaron, quién de una manera y quién de otra, de modo que a don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo había visto. Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas. Llegáronse a él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, y asiéndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que cuando él despertó con sobresalto no pudo menearse ni hacer otra cosa más que admirarse y suspenderse de ver delante de sí tan extraños visajes, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que sin duda alguna ya estaba encantado, pues no sepodía menear ni defender; todo a punto como había pensado el cura trazador desta máquina.

Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quien eran todas aquellas contrahechas figuras; mas no osó descoser su boca hasta ver en qué paraba aquel asalto y prisión de su amo; el cual tampoco hablaba palabra atendiendo a ver el paradero de su desgracia; que fué que, trayendo allí la jaula, le encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente que se pudieran romper a dos tirones.

Luego, tomaron la jaula en hombros aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de los bueyes. Pero antes que se moviese, salió la ventera, su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor de su desgracia. El cura y el barbero se despidieron de don Fernando y sus camaradas. Todos se abrazaron y quedaron de darse noticia de sus sucesos.

Subió a caballo el cura y también su amigo el barbero con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiéronse a caminar tras el carro; y la orden que llevaban era esta: iba primero el carro guiándole su dueño, a los dos lados iban los cuadrilleros, con sus escopetas: seguía luego Sancho Panza sobre su asno llevando de rienda a Rocinante; detrás de todo esto iban el cura y el barbero so bre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes.

Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies, y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra.

En esto volvió el cura el rostro, y vió que a sus espaldas venian hasta seis o siete hombres de a caballo, bien puestos y aderezados, de los cuales fueron presto alcanzados.

Saludáronse cortésmente; y uno de los que venian, que en resolución era canónigo de Toledo y señor de los demás que le acompañaban, viendo la concertada procesión del carro, cuadrilleros, Sancho, Rocinante, cura y barbero, y más a don Quijote enjaulado y aprisionado, no pudo dejar de preguntar qué significaba llevar aquel hombre de aquella manera.

Oyó don Quijote la plática, y dijo:

-Quiero, señor caballero, que sepades que yo voy encantado en esta jaula por envidia y fraude de malos encantadores, que la virtud más es perseguida de los malos, que amada de los buenos: caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que a despecho y pesar de la mesma envidia ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad, para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde. los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas.

-Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha, dijo a esta sazón el cura. Éste es, señor, el Caballero de la Triste Figura, si ya le oistes nombrar en algún tiempo, cuyas valerosas hazañas y grandes hechos serán escritos en bronces duros y en eternos mármoles, por más que se canse la envidia en escurecerlos, y la malicia en ocultarlos.

Cuando el canónigo oyó hablar al preso y libre en semejante estilo estuvo por hacerse la cruz de admirado.

En esto, Sancho Panza, que se había acercado a oir la plática, para adobarlo todo dijo:

-.Ahora, señores, quiéranme bien o quiéranme mal por lo que dijere, el caso de ello es, que así va encantado mi señor don Quijote como mi madre: él tiene su entero juicio, él come y bebe, y hace sus necesidades como los demás hombres, y como las hacía ayer antes que le enjaulasen. Siendo esto así ¿cómo quieren hacerme a mí entender que va encantado? y volviéndose a mirar al cura prosiguió diciendo:

-;¡ Ah señor cura, señor cura! ¿ Pensaba vuestra merced que no le conozco, y pensará que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo por más que disimule sus embustes. En fin donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escasez la liberalidad. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace; y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes ue mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que esta preso.

-,Adóbame esos candiles, dijo a este punto el barbero; ¿también vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? Vive el Señor, que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula, y que habéis de quedar tan encantado como él por lo que os toca de su humor y de su caballería. En mal punto os empreñastes de sus promesas, y en mal hora se os entró en los cascos la Ínsula que tanto deseáis.

-Yo no estoy preñado de nadie, respondió

Sancho, ni soy hombre que me dejaría empreñar del rey que fuese; y aunque pobre, soy cristiano viejo, y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores; y cada uno es hijo de sus obras, y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte a quien darlas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso; y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad; y quédese aquí, porque es peor meneallo.

(Cap. XLVI-XLVII)

XXIX - ¿ESTÁ DON QUIJOTE ENCANTADO DE VERAS?

En tanto que esto pasaba, viendo Sancho que podía hablar a su amo sin la continua asistencia del cura y el barbero, que tenía por sospechosos, se llegó a la jaula donde iba su amo, y le dijo:

-Señor, para descargo de mi conciencia le quiero decir lo que pasa cerca de su encantamento, y es que aquestos dos que vienen aquí encubiertos los rostros, son el cura de nuestro lugar y el barbero; y imagino han dado esta traza de llevarle desta manera de pura envidia que tienen, como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta pues esta verdad, síguese que no va encantado, sino embaído y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa, y si me responde, como creo que me ha de responder, tocará con la mano este engaño, y verá cómo no va encantado, sino trastornado el juicio.

-Pregunta lo que quisieres, hijo Sancho, respondió don Quijote, que yo te satisfaré y responderé a toda tu voluntad: y en lo que dices que aquellos que allí van y vienen con nosotros son el cura y el barbero nuestros compatriotas y conocidos, bien podrá ser que parezca que son ellos mesmos; pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas en ninguna manera.

Lo que has de creer y entender es, que si ellos se les parecen, como dices, debe de ser que los que me han encantado habrán tomado esa apariencia y semejanza, porque es fácil a los encantadores tomar la figura que se les antoja, y habrán tomado las destos nuestros amigos para darte a ti ocasión de que pienses lo que piensas, y ponerte en un laberinto de imaginaciones. Así que bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque así son ellos como yo soy turco; y en lo que toca a querer preguntarme algo, di, que yo te responderé aunque me preguntes de aquí a mañana.

--¡Válame nuestra Señora! respondió Sancho dando una gran voz; ¿y es posible que sea vuestra merced tan duro de celebro y tan falto de meollo, que no eche de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prisión y desgracia tiene más parte la malicia que el encanto? Pero pues así es, yo le quiero probar evidentemente como no va encantado. Lo que quiero saber es que me diga, sin añadir ni quitar cosa ninguna sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes.

-Digo que no mentiré en cosa alguna, respondió don Quijote; acaba ya de preguntar,que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho.

-Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo, y así pregunto, hablando con acatamiento, ¿si acaso después que vuestra merced va enjaulado y a su parecer encantado en esta jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores, como suele decirse?

-No entiendo eso de hacer aguas, Sancho, aclárate más si quieres que te responda derechamente.

-¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? pues en la escuela destetan a los muchachos con ello.

Pues sepa que quiero decir ¿si le ha venido gana de hacer lo que no se excusa?

-Ya, ya te entiendo, Sancho; y muchas veces, y aun ahora la tengo, sácame deste peligro, que no anda todo limpio.

-¡Ah! dijo Sancho, cogido le tengo: esto es lo que yo deseaba saber como al alma y como a la vida. Venga acá, señor, ¿podría negar lo que comúnmente suele decirse por ah! cuando una persona está de mala voluntad: no sé qué tiene fulano, que ni come, ni bebe, ni duerme, ni responde a propósito a lo, que le preguntan, que no parece sino que esta encantado? De donde se viene a sacar que los que no comen, ni beben, ni duermen, ni hacen las obras naturales que yo digo, estos tales están encantados; pero no aquellos que tienen la gana que vuestra merced tiene, y que bebe cuando se lo dan, y come cuando lo tiene, y responde a todo aquello que le preguntan.

-Verdad dices, Sancho, respondió don Quijote; pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos; y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían.

-Pues con todo eso, replicó Sancho, digo que para mayor abundancia y satisfacción sería bien que vuestra merced probase a salir desta cárcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun sacarle della, y probase de nuevo a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según va de malencólico y triste; y hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras.  Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano, replicó don Quijote, y cuando tú veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré en todo y por todo; perontú, Sancho, verás como te engañas en el conocimiento de mi desgracia.

En estas pláticas se entretuvieron el caballero andante y el mal andante escudero hasta que llegaron donde ya apeados los aguardaban el cura, el canónigo y el barbero. Sancho rogó al cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir no iría tan limpia aquella prisión como requería la decencia de un tal caballero como su amo.

Entendióle el cura, y, debajo de su buena fe y palabra le desenjaularon; de que él se alegró infinito y en grande manera de verse fuera de la jaula. Se apartó con Sancho en remota parte, de donde vino más aliviado y con más deseos de poner en obra lo que su escudero ordenase.

(Cap. XLVIII-XLIX)

XXX - Los HÉROES y SANCHO PANZA

Movido de compasión de ver la estrañeza de su grande locura, el canónigo trató de desengañar a don Quijote.

Atentisimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo; y cuando vió

que ya había puesto fin a ellas, después de haberle estado un buen espacio mirando le dijo:

-Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores, e inútiles para la república; y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises ni de Gaula ni de Grecía, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.

-Todo es al pie de la letra, como vuestra merced lo va relatando, dijo a esta sazón el, canónigo.

A lo cual respondió don Quijote:

-Añadió también vuestra merced diciendo que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de letura leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.

-Así es, dijo el canónigo.

-Pues yo, replicó don Quijote, hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced: porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fué en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el hielo enfría, ni la tierra sustenta ...

-Todo puede ser, respondió el canónigo, pero no es razón que un hombre como vuestra merced, tan honrado y de tan buenas partes, y dotado de tan buen entendimiento, se dé a entender que son verdaderas tantas y tan extrañas locuras como las que están escritas en los disparatados libros de caballerías.

-Bueno está eso, respondió don Quijote, los libros que están impresos con licencia de los reyes, y con aprobación de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente de todo género de personas de cualquier estado y condición que sean, ¿habían de ser mentira, y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas punto por punto y día por día que el tal caballero hizo o caballeros hicieron? Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia, y créame, que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto, sino léalos, y verá el gusto que recibe de su leyenda. Lea estos libros, y verá como le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición si acaso la tiene mala. De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos, y aunque ha tan poco que me vÍencerrado en una jaula como loco, pienso por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo, y no me siendo contraria la fortuna, en pocosdías verme rey de algún reino, adonde pueda

mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra: que mía fe, señor, el pobre está inhabilitado den poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que sólo consiste en el deseo, es cosa muerta como es muerta la fe sin obras. Por esto querría que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis amigos, especialmente a este pobre de Sancho Panza mi escudero, que es el mejor hombre del mundo; y querría darle un condado que le tengo, muchos días ha, prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.

Casi estas últimas palabras oyó Sancho a su amo, a quien dijo:

-Trabaje vuestra merced, señor don Quijote, en darme ese condado tan prometido de vuestra merced como de mí esperado, que yo le prometo que no me falte a mí habilidad para gobernarle; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo, y siéndolo haría lo que quisiese, y haciendo lo que quisiese haría mi gusto, y haciendo mi gusto estaría contento, y en estando uno contento no tiene más que desear, y no teniendo más que desear acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.

-No son malas filosofías esas, como tú dices, Sancho, dijo el canónigo, pero con todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de condados.

A lo cual replicó don Quijote:

-Yo no sé que haya más que decir, sólo me guío por el ejemplo que me da el grande Amadís de Gaula, que hizo a su escudero conde de la ínsula Firme, y así puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido.

Admirado quedó el canónigo de los concertados disparates (si disparates sufren concierto) que don Quijote había dicho, de la impresión que en él habían hecho las pensadas mentiras de los libros que había leído, y finalmente le admiraba la necedad de Sancho, que con tanto ahinco deseaba alcanzar el condado que su amo le había prometido.

(Cap. XLIX-L)

XXXI - LA VUELTA DE DON QUIJOTE

A cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote.

Acudieron todos a ver lo que en el carro venía, y cuando conocieron a su compatriota quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo a dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tío y su señor venía flaco y amarillo, y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fué oir los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.

A las nuevas de esta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vió a Sancho, lo primero que le preguntó fué que si venía bueno el asno; Sancho respondió que venía mejor que su amo.

- Gracias sean dadas a Dios, replicó ella, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, ¿qué bien habéis sacado de vuestras escuderias? ¿qué saboyana me traéis a mí? ¿qué zapaticos a vuestros hijos?

-No traigo nada deso, dijo Sancho, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.

-.Deso recibo yo mucho gusto, respondió la mujer: mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.

-En casa os las mostraré, mujer, dijo Panza, y por agora estad contenta que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.

- Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme, ¿qué es eso de ínsulas? que no lo entiendo.

-No es la miel para la boca del asno, respondió Sancho; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oirte llamar señoría de todos tus vasallos.

-,¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.

-.No te acucies, Juana, por saber todo esto apriesa, basta que te digo verdad, y cose la boca: sólo te sabré decir así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque de ciento que se encuentran las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sólo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado, y de otras molido; pero con todo eso es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda la discreción sin pagar ofrecido sea al diablo el maravedí.

Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron, y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho. Mirábalas él con ojos atravesados, y no acababa de entender en que parte estaba.

El cura encargó a la sobrina tuviese gran cuenta con regalar a su tío, y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, contando lo que había sido menester para traelle a su casa. Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo, allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates. Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas de que se habían de ver sin su amo y tío en el mismo punto que tuviese alguna mejoria, y así fué como ellas se lo imaginaron.

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia dellos a lo menos por escrituras auténticas. El cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le cestó inquerir y buscar todos los archivos manchegos por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías que tan validos andan en el mundo, que con esto se tendrá por bien pagado y satisfecho, y se animará a sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, a lomenos de tanta invención y pasatiempo.

(Cap. Llf)

XXXII - LA CONFESIÓN DE DON QUIJOTE

Por tercera vez don Quijote determinó de salir a buscar aventuras con el bueno de Sancho. Pero ¡cuántas desventuras! Quiso ir al Toboso a ver a su Señora Dulcinea: pero malos encantadores la habían transformado en una aldeana hedionda y mal criada, y nunca pudo desencantarla. 

Un vecino del lugar, Sansón Carrasco, Bachiller de Salamanca aficionado a las burlas, siguió a don Quijote hasta la ciudad de Barcelona donde, disfrazado de caballero andante, le venció en singular batalla, mandándole volviese a su tierra y allí se quedase un año sin probar aventuras. El desdichado de don Quijote volvió pues hacia la Mancha. Imaginó en el camino hacerse pastor, al modo de los héroes de las novelas pastoriles ... Pero por fin regresó a su casa ...

Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación' de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba, porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura, que le tuvo seis días en la cama; en los cuales fué visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza su buen escudero.

Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que por sí o por no atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro.

Oyólo don Quijote con ánimo sosegado; pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante.

Fué el parecer del médico, que melancolías y desabrimientos le acababan.

Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así, y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas, tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho, y dando una gran voz dijo:

-Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho. En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.

Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas , a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:

-,¿Qué es lo que vuesa merced dice, señor? ¿tenemos algo de nuevo? ¿qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres?

-Las misericordias, respondió don Quijote, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y susembelecos, y no me pesa, sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Ya me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos el cura, el bachiller Sansón Carrasco, y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.

Pero de este trabajo se excusó la sobrina con la entrada de los tres.

Apenas los vió don Quijote cuando dijo:

-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de AmadÍs de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante cabaIleria; ya conozco mi necedad, y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Cuando esto le oyeron decir los tres creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado. Y Sansón le dijo:

-¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuesa merced con eso? ¿y ahora que estamos tan a pique den ser pastores para pasar cantando la vida como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos.

-Los de hasta aquí, replicó don Quijote, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte con ayuda del cielo en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa, déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese, y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así suplico que en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.

Miráronse unos a otros admirados de las razones de don Quijote, y aunque en duda, le quisiseron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría, fué el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas, tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo.

Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él, y confesóle. El bachiller fué por el escribano, y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza, el cual Sancho (que ya sabia por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor) hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas.

Acabóse la confesión, y salió el cura diciendo:

-Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.

Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza su buen escudero, de tal manera que los hizo reventar las lágrimas de los ojos, y mil profundos suspiros del pecho; porque verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fué Alonso Quijano el Bueno a secas, y en tanto que fué don Quijote de la Mancha, fué siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.

(P. II Cap. LXXIV)

XXXIII - EL TESTAMENTO DE DON QUIJOTE

Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas dijo: iten es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula,pudiera ahora estando cuerdo darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece. y volviéndose a Sancho le dijo:

-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

-¡Ay! respondió Sancho llorando, no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mi la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron: cuanto más que vuesa merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, yel que es vencido hoy ser vencedor mañana.

-.Así es, dijo Sansón, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad des tos casos.

-;Señores, dijo don Quijote, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pá)aros hogaño; yo fuÍ loco, y ya soy cuerdo; fuí don Quijote de la Mancha, y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno: pueda con vuesas mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano. Iten mando toda mi hacienda a puerta cerrada a Antonia Quijana mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della u lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes. Iten es mi voluntad que si AntonIa quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosa sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe, y con todo eso mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pias a su voluntad. Iten suplico a los dichos señores mis albaceas, que si la buena suerte les trujere a conocer el autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le dí de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo se tendió de largo a largo en la cama.

Alborotáronse todos, y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después déste donde hizo el testamento, se desmayaba muy amenudo. Andaba la casa alborotada; pero con

todo comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos, y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías.

Hallóse el escribano presente, y dijo que nUnca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; e! cual, entre compasiones y lágrimas de los que alli se hallaron dió su espíritu: quiero decir que se murió.

Este fin tuvo el INGENIOSO HIDALGO DE LA MANCHA, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por alhijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero. y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:

-.AquÍ quedarás colgada desta espetera, y deste hilo de alambre, no sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adónde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte.

Pero antes que a ti lleguen les puedes advertir,y decirles en e! mejor modo que pudieres:

Tate, tate, folloncicos,

de ninguno sea tocada,

porque esta empresa, buen Rey,

para mí estaba guardada 

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar, y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar de! escritor fingido y tordesillesco, que se atrevió, o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal de!iñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio, a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar contra todos los fueros de la muerte a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere; y yo quedare satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimIento de los hombres, las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.

(P. 11 • Cap. LXXIV)