Los Paniora

Los PANIORA: el clan ESPAÑOL de NUEVA ZELANDA

Sucedió durante mis tres meses de viaje por Nueva Zelanda. Era uno de los objetivos de mi ruta: conocer a los maorís, especialmente a los paniora, el clan español de Nueva Zelanda. Pude contactar con ellos y estuve en sus casas, en sus cocinas, en sus escuelas, en sus marae y en su cementerio, el que es como una meca para ellos, allí donde está enterrado el precursor de todo esto: Manuel José de Frutos Huerta, el español que dio comienzo a la saga maorí con raíces españolas.

Los paniora: el clan español de Nueva Zelanda

Manuel José de Frutos Huerta, de Segovia a Nueva Zelanda.

Manuel de Frutos Huerta nació en 1811 en Valverde del Majano, un pequeño pueblo de Segovia. Hijo de un comerciante de lana, el declive que estaba sufriendo este comercio por aquellas fechas le hizo buscarse una vida distinta. Y la encontró a bordo de un barco. A comienzos de los años 30 del siglo XIX se embarcó rumbo a sudamérica, desde la cual partió en otro largo viaje a una tierra nueva, colonizada por los ingleses –con el capitan James Cook a la cabeza– a mediados del siglo anterior: Nueva Zelanda.

Manuel José llegó a Nueva Zelanda por su extremo norte, en la zona de Gisborne y allí comenzó una nueva vida, convirtiéndose en un comerciante poderoso, respetado tanto por ingleses como por maorís. Radicado en Port Awanui, Manuel José tuvo hasta cinco mujeres, todas pertenecientes a la iwi o tribu local, los Ngati Porou. De todos aquellos enlaces nació una extensa línea genealógica, conocida hoy como el clan de los españoles, los paniora (que significa españoles en maorí).

En 2017 yo recorrí Nueva Zelanda, y visité a varios de sus miembros, tanto en la Isla Sur, como en la Isla Norte y viví una de las mejores experiencias del viaje, que me hizo plantearme muchas cosas, como el significado de las banderas, de ser español y de serlo sin haber nacido en España.

Viviendo con los Paniora, los maorís españoles de Nueva Zelanda.

Con los paniora de la Isla Sur de Nueva Zelanda

Mi primer contacto paniora sucedió en la Isla Sur, en la localidad de Greymouth, en la costa oeste. Allí me recibieron Toni Manuel y Tessa Hunter. Al ver el apellido de Toni ya surge la primera circunstancia particular: como en Nueva Zelanda no se usa doble nombre y, debido a una confusión en la forma de escribir el nombre, los Paniora adquirieron Manuel como apellido (en algunos casos, también José, llamándose así mismos los «Joses»).

Toni Manuel es pintor y tallador de madera, una de las artesanías más importantes del país, junto al tallado de la piedra de jade (pounamu) o el tatuaje (el tā moko). En su casa pude verle trabajar, tallando materiales para la decoración de las casas y de las marae, las casas de encuentro ceremonial de los maorís. Allí comencé a saber más sobre el origen de su familia: supe que hasta el año 2005, los Paniora desconocían el origen exacto de su ancestro. Esto es algo fundamental para todo maorí, saber el origen de sus raíces.

«Solo al conocer tu genealogía puedes clavar tu lanza en la tierra y tener un futuro» dice un proverbio maorí.

No saber exactamente el origen de Manuel José y, por tanto, su propio origen, era un motivo de preocupación, incluso de vergüenza para los paniora. Pero en 2006, Diana Burns, una periodista neozelandesa arrojó luz sobre el tema, indagando en lo que describían los miembros más antiguos del clan español de Nueva Zelanda. De esta forma pudo rastrear el origen de aquel colono español hasta Valverde del Majano. Un año después, una expedición Paniora fue a conocer encontrarse con sus orígenes terrestres, en un viaje donde sellaron un hermanamiento con la población segoviana e incluso conocieron al Rey Juan Carlos.

Tras compartir un par de días con Toni y Tessa, acudí a Christchurch, en la costa este de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Allí me esperaba Riki Manuel, el hermano de Toni. Riki es tatuador y con él pude aprender un poco más sobre el Ta Moko, el tatuaje maorí, que tiene un especial significado para su cultura, pues es como un mapa personal de cada individuo, donde se define su procedencia, su tribu, su personalidad y su alma, expresada a través de distintos tipos de trazados y formas que el tatuador debe conocer (y saber dibujar).

Con Riki tuve el primer viaje al pasado de este clan español de Nueva Zelanda gracias a un libro: Olive Branches, Ramas de Olivo. Este es un libro escrito en la década de los 90 del siglo XX por la propia familia donde se resume gran parte de la historia familiar. En él pude ver con mis propios ojos aquello que había oído y visto en algunos vídeos: los paniora celebraban cada década una reunión familiar donde se vestían con trajes flamencos, hacían simulaciones de encierros, escuchaban música flamenca y comían tortilla de patata. Mientras Toni me explicaba, mi interior se iba revolucionando poco a poco: este clan maorí sentía España muy adentro, aunque realizaban una mezcla muy peculiar con todos los rasgos y clichés que definen la cultura española.

Riki me explicó que él, junto a Toni y otros miembros, estuvo en Valverde del Majano allá por 2006. Me contó también que Toni había tallado una pieza de madera que ahora se encontraba en el propio pueblo. En aquel viaje, los maorís también obsequiaron a sus familiares lejanos con unas piedras de jade verdes, las cuales, hoy día se encuentran en la fuente central del pueblo, donde están escritos todos los nombres que ha habido. Entre ambas piedras se encuentra un nombre, que destaca sobre el resto, el de Manuel José de Frutos Huerta.

El gran momento: con Big John y la tumba de Manuel José en la Isla Norte de Nueva Zelanda

Los dos momentos que viví en la Isla Sur fueron muy especiales, pero lo más potente de mi encuentro con los Paniora, el clan español de Nueva Zelanda, sucedió en la Isla Norte. Allí me encontré con Manuel José (casi) cara a cara.

Mi encuentro con los maorís españoles de la Isla Norte sucedió en Gisborne, una zona muy poco visitada por turistas. Allí me encontré con Edda McCabe, descendiente Paniora. Edda es especial, increíble. Su mirada, su voz, un pozo de paciencia y sabiduría encerrada en un cuerpo humano. Ella fue la que me presentó al GRAN PERSONAJE de la familia: Big John, uno de los miembros más mayores con vida de los paniora. John Manuel (o uncle John) es llamado así por su tamaño (cerca de 1 metro 90) y por sus proezas vitales.

Quedé alucinado con este hombre de casi 80 años, su energía, su vitalidad, su fuerza. Pasé junto a él 3 días, en el pueblo de Rangitukia, muy cerca de TikiTiki, en el extremo más perdido de la Isla Norte de Nueva Zelanda, muy cerca de aquel Port Awanui donde vivió Manuel José, el lugar donde tuvo su tienda y en el que plantó un olivo.

Con Big John conocí todo lo que me quedaba por aprender de Manuel José, de sus descendientes, del amor que tienen los paniora por España, un país que tienen en la otra punta del mundo pero que sienten como parte de ellos. Y este es el quid de la cuestión, como explico en este artículo de forma más extensa, este sentimiento español es un sentimiento libre de nacionalismos, libre de conflictos territoriales, es más un pertenecer a un espacio de tierra, de hacerse una sola cosa con él, más que de apropiarse de él, vallarlo y defenderlo hasta la muerte.

Los maorís no se apropian del terreno, se funden con él, lo consideran un familiar más, otro ser vivo como ellos.

Con Big John recorrí los rincones de la zona, visité escuelas donde explicamos juntos qué es España y quiénes son los Paniora, visitamos, después de un camino tortuoso, el olivo que plantó Manuel José 150 años atrás y, visitamos el lugar que más me impactó de todos: su tumba.

En una gran pradera, coronando una colina, se encontraba un pequeño cementerio. Entre tumbas (varias de otros Paniora), se encontraba una gran tumba, un pequeño mausoleo en piedra blanca. Y, sobre él, un escudo, el de los paniora, con una rama de olivo, el león de Castilla y los colores de la bandera española. Bordeando el escudo, el lema que que sirve como guía para los Paniora: adelante para siempre, escrito en perfecto español.

Aquel día llovía. Pero no me importaba. La emoción que sentía dentro era muy potente. Muy, muy potente. Estaba frente a un compatriota que había construido el clan español de Nueva Zelanda, una familia que, pese a encontrarse a miles de kilómetros de distancia, sentían de una forma más pura, más limpia y menos conflictiva que los propios españoles lo que es sentirse parte de España.

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