UD 7. La racionalidad práctica I Ética
1.- Teorías éticas
¿Puede haber alguna verdad demostrable sobre cuestiones éticas?
¿Puede haber normas morales válidas para todos los seres humanos?
¿Se puede estar equivocado en cuestiones morales?
¿Cómo tener seguridad con respecto a lo que debemos hacer?
¿Existen el deber moral o la obligación moral? ¿Si existe de dónde viene?
Si la ética trata sobre “lo que debe ser” ¿cómo podemos demostrarla?
Si comparamos los siguientes enunciados: “la nieve es blanca” (se sabe por experiencia) “dos más dos son cuatro” (por coherencia en el lenguaje matemático)... “debemos tratar a los demás como nos gustaría ser tratados”. Ese último enunciado es ya un juicio moral. ¿Cuál es el criterio de certeza para ese juicio moral? En la historia de la ética ha habido dos posiciones opuestas.
Cognitivismo y no-cognitivismo
Los cognitivistas afirman que sí se puede justificar lo que debemos hacer y la mayor parte de los filósofos así lo han afirmado, pero también ha habido casos de no-cognitivismo que lo niegan. Vamos a empezar por analizar estos últimos.
NO – COGNITIVISMO
Los autores neopositivistas afirman que solo se puede predicar “verdadero” o “falso” de los juicios de la ciencia formal o empírica, pero no de los juicios morales porque estos no se pueden demostrar. Los juicios morales solo sirven para expresar nuestras creencias y nuestras actitudes de aprobación o de desaprobación, en general, estados emotivos. Cuando decimos que algo es justo pretendemos influir en los demás. Decir que algo es justo equivale a decir “yo lo apruebo, apruébalo tú también”. Si el otro se resiste a cambiar de actitud, entonces empezamos a argumentar, pero nuestros argumentos solo pretenden persuadir, nunca servirán para demostrar nada. En realidad no hay nada válido o inválido en el terreno moral de lo que debería ser.
Hume en el siglo XVIII fue el primer representante del emotivismo. Analizando el ejemplo del asesinato dijo que si describimos los hechos: el asesino actuando, la víctima que cae con el puñal, la sangre ... los gritos de la gente que lo vio... el bien o el mal no aparecen entre ellos.
Somos nosotros los que con nuestro sentimiento de desaprobación y de repulsa del crimen lo ponemos de manifiesto con nuestra emotividad. Según Hume, hay unos mismos sentimientos en todos los seres humanos normales que nos hacen aprobar moralmente lo que beneficia a la paz y a la supervivencia de la especie humana, y desaprobar lo que nos perjudica. Pero el bien y el mal lo decidimos nosotros a partir de lo que sentimos.
Ha habido también otros autores que han afirmado una postura decisionista que mantiene que lo bueno o lo malo es lo que nosotros decidimos que sea. Según Hobbes, lo bueno y lo malo son conceptos que hemos puestos los hombres colectivamente a partir del pacto social que dio origen a la sociedad y al estado. Nietzsche, dirá que el concepto de bien o de mal lo hemos inventado nosotros. “Al no poder vengarnos lo llamamos perdón”, en la moral de los esclavos “la fábrica de ideales apesta a mentira”. También Sartre afirma que cada ser humano elige libremente lo que considera bueno o malo. Todos estos autores coinciden en que no hay nada bueno o malo en sí. Los valores son algo subjetivo.
Todos los autores relativistas afirman que lo bueno o lo malo dependen de la opinión de cada uno. Si esto es cierto, entonces la ética debería limitarse a describir lo que se ha tenido como bueno o malo en cada sociedad, en las diferentes épocas, pero no debería tratar de justificar qué valores o qué normas son mejores, comparando unas morales con otras. La ética como justificación racional no tendría ningún sentido. La discusión sobre o que está bien o mal sería como una cuestión de gustos en la que no cabe discutir. En último término se podría decir que los actos de un racista tienen igual valor que los de Gandhi, pues para cada uno lo que hace “está bien”. Si todo vale, nada vale realmente.
¿Todas las opiniones son válidas y respetables?
COGNITIVISMO
En la historia de la ética, la mayor parte de los filósofos pertenecen a la posición cognitivista que afirma que se puede conocer y fundamentar la validez de nuestros juicios morales, solo que no hay un acuerdo sobre la cuestión de en qué consista esa fundamentación.
Históricamente los primeros intentos de fundamentación fueron las éticas del bien supremo humano que sostienen que llamamos “bueno” a todo lo que nos acerca al fin que los seres humanos siempre perseguimos por naturaleza: ser felices.
2.- La ética de Aristóteles
En su obra “La ética para Nicómaco”, Aristóteles afirmó que ser feliz es autorrealizarse como ser humano o ser capaz de alcanzar el fin propio de un ser humano. Todo en la naturaleza evoluciona hacia su perfección: la semilla tiende a convertirse en un árbol, el niño en un ser adulto... ¿existe alguna actividad que sea sólo de los seres humanos? Algo que sea solamente propio de nosotros y no de otros seres. Si lo encontramos, el ejercicio de esa actividad será lo que nos lleve a nuestra perfección y a ser felices.
Toda actividad humana persigue algún bien: la medicina busca la salud, la construcción hacer una casa, la estrategia militar, la defensa de la polis... ¿Existe algún fin último que justifique todos los demás fines que perseguimos? Sí lo hay: la felicidad. Pero aunque todos podemos estar de acuerdo en eso, no conseguimos hacerlo en el tipo de vida que pueda lograr ese fin.
La felicidad debe ser un bien perfecto que no sea solo un medio para lograr otro fin. Un bien suficiente que haga deseable la vida y que, para quien la posea, ya no desee nada más. Los honores, la riqueza, el placer no cumplen esos requisitos. El placer acompaña la actividad del hombre feliz, pero no puede ser el bien supremo en sí mismo algo que también desean los niños y los animales; el dinero es sólo un medio para lograr otras cosas; los honores dependen del reconocimiento de los demás y las opiniones son cambiantes... hoy eres popular, mañana, no.
Si la felicidad depende del ejercicio de la actividad más propia del ser humano, esta es sin duda pensar racionalmente, conocer. En eso nos distinguimos de los demás seres. La vida del sabio o vida contemplativa, la del sabio que busca la verdad, es según Aristóteles, el tipo de vida que puede llevarnos a nuestra perfección y felicidad. La satisfacción que acompaña a esa actividad es el bien perfecto y suficiente.
Pero Aristóteles era realista y sabía que el ejercicio continuo del pensamiento es imposible para nosotros porque nos cansamos, tenemos que dormir, comer, divertirnos y relacionarnos con los demás para ser felices... entonces afirmó la necesidad de otros bienes externos como tener amigos, una familia, salud, algo de riqueza...
Por otra parte, para lograr una perfección como seres humanos es preciso contar con una sabiduría práctica que nos permita saber elegir bien en la vida y ese saber es la prudencia.
Por la prudencia podemos desarrollar la virtud ética que es el hábito de elegir el justo medio entre el exceso y el defecto, considerados ambos vicios. Por ejemplo: la valentía es el justo medio entre la temeridad (el exceso) y la cobardía (el defecto). Igualmente, la generosidad es la virtud, como término medio entre el derroche (el exceso) y la tacañería (el defecto); y la magnanimidad, entre la vanidad y la pusilanimidad (entre los que se creen más que nadie y los que tienen baja autoestima, diríamos hoy).
En conclusión, la vida que nos lleva a ser felices es la que nos permite ejercitar nuestra razón para encontrar la verdad y la prudencia para saber elegir conforme a una virtud perfecta. El hombre bueno será así el hombre sabio, virtuoso y feliz. En esto seguirá en parte, el intelectualismo ético de Sócrates, quien ya había dicho que nadie yerra (se equivoca) a propósito, por lo que el que conozca el bien, actuará bien, (lo que hacía del malvado solo un ignorante). Pero, Aristóteles añadirá que no basta con conocer el bien, sino que también hay que querer hacerlo. Tan necesario es el conocimiento como la voluntad. No solo hay que conocer el bien, también hay que practicarlo.
Además, hay que poner esa virtud o excelencia personal al servicio de la polis, de la comunidad, porque el ser humano es un ser sociable por naturaleza. Sólo un dios o un animal pueden vivir sin necesitar de los demás. El que piense que solo importa su bien individual, se equivoca. Ese es el “idiotés” (de donde viene la palabra actual “idiota”). El bien de cada ciudadano depende en gran parte del bien común. El ser humano es el ser más sociable que hay por naturaleza porque poseemos razón y lenguaje, tenemos palabra y no solo voz, para poder poner en común con los demás lo que pensamos que es justo, lo bueno para todos etc. Por eso en Aristóteles no se pueden separar ética y política ya que ambas están conectadas.
3.- Hedonismo de Epicuro
En el Helenismo, tras la conquista del Imperio de Alejandro Magno las antiguas polis habían perdido su independencia y los griegos se encontraban muy perdidos en ese tiempo de inestabilidad política. Entonces empezaron a surgir filosofías que daban gran importancia al pensamiento ético para guiar al hombre como individuo hacia la autarquía, la autosuficiencia, la paz interior frente a los cambios continuos. Entre estas escuelas están el Estoicismo y el Hedonismo de Epicuro. Estos últimos son los llamados “filósofos del jardín”.
Epicuro no creía en la vida después de la muerte, ni tampoco en los dioses, pues afirmaba “de los dioses, si existen, no debemos preocuparnos por ellos, pues tampoco ellos se ocupan de nosotros”.
Consideraba que el fin de la vida humana es tener una existencia placentera. Defendía los valores hedónicos (hedoné significa placer en griego). Todos buscamos las sensaciones placenteras y huimos del dolor, hasta los animales lo hacen. Pero no todos los placeres son buenos para nosotros porque algunos pueden esclavizarnos. Lo mejor es aprender a disfrutar de los placeres sencillos y naturales, como un buen vaso de agua después de hacer ejercicio, o una buena conversación con un amigo. Si usamos bien la razón podemos hacer un cálculo, dejando a un lado todo lo que no es ni natural ni necesario. Hay que ser moderados y evitar los excesos. “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita” dijo en su obra “Carta a Meneceo”. Es mejor no crearnos necesidades superfluas.
También añadió que es mejor alejarse de la vida agitada de la política y la fama. Es mejor refugiarse en la vida privada con la familia y los amigos. (Los estoicos, recomendaban lo contrario, participar en la política). En cualquier caso, Epicuro decía que para encontrar la paz interior también hay que hacer una crítica de las creencias falsas que nos llevan a preocuparnos sin necesidad. Por ejemplo: ¿el temor a la muerte? cuando estamos muertos ya no sentimos nada. ¿El destino? el hombre es libre para elegir y no hay nada predeterminado de antemano. De los dioses, como ya hemos dicho, si no se preocupan por nosotros ¿por qué nos vamos a preocupar nosotros de ellos?
Epicuro recomienda la sensatez y rechazar aquellos placeres que no son ni naturales ni necesarios. La meta del ser humano es ser libre y tratar de lograr la independencia y la serenidad (ataraxia en griego). Gozar de lo que nos ofrece la naturaleza, de los placeres sencillos y de la buena amistad. Hay que lograr el bienestar físico y la paz interior eligiendo bien.
Stuart Mill
4.- La ética utilitarista de John Stuart Mill
Según este autor del siglo XIX la verdadera felicidad no puede ser algo individual. Si somos seres sociales por naturaleza, como ya dijo Aristóteles, nadie puede ser realmente feliz si ve desgracia a su alrededor. Todos debemos colaborar para que haya la mayor felicidad posible para el mayor número posible de personas. Ese es el llamado principio de la utilidad. Una acción será moralmente buena si contribuye a la mayor felicidad posible para todos. Por ejemplo, el asesinato es condenable porque lleva al sufrimiento de muchas personas, la víctima, su familia, sus amigos etc. En cambio, una donación altruista, sería una buena acción por sus consecuencias.
Como Bentham, también utilitarista, Mill entendía la felicidad como una vida placentera en sentido hedonista. Pero, a diferencia de Epicuro, su hedonismo es ya social, no individualista.
La cuestión es cómo podemos ponernos de acuerdo para lo que sería la vida más placentera para todos, teniendo en cuenta que todos podemos tener diferentes gustos y aficiones.
Distintos valores. ¿Se podría hacer un cálculo de la cantidad de placer que nos proporcionan diferentes cosas que diera una clasificación válida para todos? Todos podemos estar de acuerdo en que hacen falta unos mínimos de riqueza, salud etc. para no ser infelices, pero luego lo que nos haga felices a partir de ahí, puede variar mucho. John Stuart Mill contestó que se podría decir que los mejores placeres son aquellos que todos elegimos de hecho en la práctica. Sin embargo dijo que todos los placeres no son iguales, unos son mejores que otros. Hasta sugirió que cualquiera preferiría vivir una vida humana, aun siendo desgraciada (como la de Sócrates, condenado a muerte por el estado) antes que conformarse con vivir una vida animal, como la de un cerdo satisfecho en su pocilga.
Pero además de esa objeción sobre la falta de acuerdo sobre lo que nos puede hacer más felices a todos, que ya había visto Aristóteles, se pueden hacer otras objeciones: si la felicidad colectiva o de la mayoría exigiera la eliminación de algunas personas o de sus derechos fundamentales, como matar a alguien que haya causado mucho dolor, pongamos un tirano, ¿sería esa una acción justa? ¿Se puede justificar cualquier medio para lograr la felicidad de la mayoría? Y sobre todo, ¿Es lo mismo siempre “lo que conviene a nuestro interés” para ser felices que “lo que consideramos que debemos hacer” porque es lo más justo?
Frente a estas éticas del bien supremo, surgirán las llamadas éticas del deber o éticas formales, a partir de la crítica de Kant.
Kant
5.- La ética del deber de Kant
Kant, autor de la Ilustración del siglo XVIII, hizo una crítica de todas las éticas anteriores a él porque creía que cuando una persona siente su deber moral, no está pensando en conseguir su felicidad sino en hacer lo que cree que es más justo y lo correcto. Dijo que los pensadores anteriores solo habían dado consejos de la prudencia para lograr lo que cada uno pensaba que era el bien supremo humano, algo en lo que tampoco se habían puesto de acuerdo, porque cada autor solamente hizo una generalización a partir de su propia experiencia. Por ejemplo, un autor medieval como Santo Tomás de Aquino, decía que solo podemos alcanzar la felicidad, después de haber muerto en el más allá, al reunirnos con Dios; en cambio, Epicuro decía que había que aspirar a tener una vida placentera disfrutando con moderación de los placeres de este mundo. Nuestro deber moral no se puede basar en el logro de la felicidad ni individual, ni colectiva porque en ocasiones, actuar correctamente no es hacerlo como desearíamos para ser felices. Por ejemplo: los alemanes que protegieron a la familia de Ana Frank. No lo hicieron por ser felices, sino para hacer algo justo, a pesar del miedo a los nazis.
Todos deseamos ser felices y a la vez estar en paz con la propia conciencia. A veces, actuar conforme al deber nos trae consecuencias que no favorecen nuestra felicidad. No siempre coinciden el bien en sentido moral y lo que nos conviene para ser felices.
Además el valor de las normas sería algo relativo. Si odio a alguien, lo que desearía es verlo muerto. Entonces que esté bien matar o respetar la vida ¿depende de si nos hace felices? Las normas morales solo serían un medio para un fin y tendrían un valor relativo.
Según Kant, actuar bien es hacerlo conforme al deber y solo por respeto al deber, no pensando en la propia felicidad. Podemos obrar por inclinación natural, pensando en nuestros intereses para ser felices, o por miedo, o pensando en lo que otros dirán... o simplemente obrar con la intención de hacer el bien moral. La buena voluntad es buena solo por la intención y no por lo que se consiga en la práctica, porque a veces no podemos prever todas las consecuencias, por ejemplo, en ocasiones, intentando mediar en una discusión entre amigos, al final solo logramos que los dos se acaben enfadando con nosotros, pero ese resultado no convierte en mala nuestra intención de hacer el bien. Moralmente, lo único que cuenta de verdad es la intención. Lo único que hay bueno de verdad en el mundo es la buena voluntad.
Todo lo demás se puede utilizar para bien o para mal: la inteligencia, la belleza, el dinero, la buena suerte etc.
Cuando el ser humano sigue su razón y actúa como cree que debe, de forma autónoma, entonces lo hace libremente y se siente responsable de sus actos. Kant también criticó que las otras éticas eran heterónomas porque si no pudiéramos más que obedecer las reglas para ser felices, entonces no tendríamos autonomía y no podríamos sentirnos responsables al elegir.
Solo podríamos hacer lo que nos llevara a ser felices en cada momento. El deber moral no viene del exterior, sino de nosotros mismos. Por eso nos sentimos “auto- obligados” y responsables de nuestros actos. Ni siquiera, porque lo mande Dios. (Es interesante para analizar como ejemplo, el caso bíblico de Abraham cuando recibe el mandato de Dios de matar a su hijo Isaac). El ser autónomo solo se puede obedecer a sí mismo, a su conciencia, para poder sentirse en paz consigo mismo.
¿Cómo podemos saber cuál es el deber moral en cada situación? Para eso Kant dio una fórmula a la que llamó “el imperativo categórico”: “obra conforme a una máxima que puedas querer que sea una ley válida para cualquier ser racional”. Por ejemplo: mentir, ¿estaríamos dispuestos a que todo el mundo mintiera? Si la respuesta es, “solo válido para nosotros en caso de apuro”, entonces no es correcto. Si piensas que un comportamiento puede ser válido para todos, como por ejemplo, “ser solidarios con quien lo necesite”, entonces ese comportamiento sí será correcto. En otra reformulación del imperativo categórico dijo: “trata a la humanidad, tanto en tu persona, como en la de los demás, siempre como un ser válido en sí mismo, y nunca solo como un medio”. En el fondo, solo nos pueden parecer válidas aquellas maneras de actuar que respeten a todos los seres humanos en sus derechos, por lo que solo así podrían servir como leyes morales válidas para todos. Kant también criticó a las demás éticas porque habían confundido a los mandatos de las normas morales con imperativos hipotéticos: “si quieres ser feliz...no mientas”. “Si quieres...” bajo esa condición. Pero las normas morales no son imperativos hipotéticos, sino categóricos o absolutos. No dice “si quieres ser feliz no debes mentir”, solo dice “no debes mentir”.
Todos queremos ser felices. Para Kant, la felicidad es una idea de la imaginación que nos sugiere que la felicidad sería que se cumplieran todos nuestros deseos, por completo y para siempre. Pero eso en la vida es muy difícil. A veces al malvado le va muy bien y al hombre bueno y justo, no. Solo el hombre bueno merece ser feliz. La felicidad no puede ser el fin al que tengamos que subordinar un comportamiento moralmente correcto. Más bien, debemos hacernos merecedores de la felicidad actuando bien moralmente. Si todos respetásemos a las demás personas estaríamos en un mundo mejor para vivir con justicia y paz. Además Kant era creyente, pero como filósofo, sólo podía admitir como postulados de la moralidad (supuestos teóricos indemostrables), además de una voluntad libre o autónoma, que Dios existe y que haya vida después de la muerte, si el alma es inmortal. Esas creencias solamente sirven para dar más sentido a nuestra condición de seres morales, ya que permiten que tengamos la esperanza de una justicia futura, pero no forman parte del conocimiento humano por estar fuera de la experiencia. Para Kant el bien supremo humano es: la perfección moral, la virtud más la felicidad. Sólo esa perfección puede hacer que merezcamos la felicidad.
Kant criticó las otras éticas por ser éticas “materiales” (no materialistas). Dijo que su ética era una ética “formal”. Una ética “material” es una ética que propone un bien supremo como fin último, como la felicidad por alcanzar la perfección de nuestra naturaleza, la vida placentera individual o colectiva, llegar a Dios... y que hace de las normas morales los medios para conseguir ese fin. Por el contrario, una ética “formal” es una ética que sólo nos dice cómo actuar para hacerlo correctamente. Se fija en la intención de nuestras acciones, en la buena voluntad; y en las condiciones que deben tener las normas morales para que estas sean justas: la universalidad (deben ser válidas para todos) y la incondicionalidad (deben cumplirse solo para estar en paz con uno mismo, no para conseguir la felicidad).
Podemos preguntarnos si cada uno al pensar por su cuenta, de forma autónoma, no llegaría a modos de actuar diferentes, aun cuando no pensáramos más que en hacer lo correcto. De ser así, ¿no sería Kant relativista al defender que cada uno debe actuar como crea más correcto?
¿Seguir la autonomía es actuar como cada uno opine subjetivamente? Kant dirá que cuando hacemos un uso puro de la razón sin pensar en los intereses individuales todos podemos llegar a las mismas ideas sobre lo que es justo. Recordemos que las personas mejores desde el punto de vista moral, las del nivel 6 de la clasificación de Kolhberg, como Gandhi, Martin L. King ... siempre han coincidido en las mismas formas de actuar correctas.
Otras objeciones a la ética de Kant han sido que es muy difícil hacer un uso “puro” de la razón, sin mezcla con nuestros intereses e inclinaciones naturales, sentimientos... para decidir qué debemos hacer; o también, que un político que solamente pensara en actuar con buena voluntad, en vez de tratar de calcular las consecuencias para los ciudadanos de sus decisiones políticas, seguramente siempre fracasaría como político. Sin llevarlo al extremo de la célebre idea de Maquiavelo “el fin justifica los medios”, los pensadores de la ética del diálogo, han tenido en cuenta esas objeciones al proponer que para decidir sobre qué normas son justas hay que pensar en las consecuencias que se seguirían para todos, si nos rigiéramos por ellas.
6.- Las éticas dialógicas. Rawls y Habermas.
Estas éticas se consideran también éticas formales o del deber, pero afirman que lo que decidamos cómo justo depende de un acuerdo a partir de un diálogo entre todos. Si Kant pensaba que no dejándonos influir por nuestros intereses egoístas, cualquier persona podría saber lo que debe hacer gracias a su propia conciencia, (a la voz de su razón), los autores de la ética del diálogo afirman que es mejor decidirlo por medio de un diálogo racional entre todos, ya que resulta más fácil ser objetivo e imparcial cuando se ha escuchado a todas las partes afectadas.
En una situación ideal de diálogo, afirma Habermas, todos tendrían el mismo derecho a ser escuchados y a participar dando sus opiniones sobre cuáles serían las normas más justas, por estar todos convencidos sobre qué es lo más justo. En el proceso de decisión, todos deberían mostrarse abiertos para escucharse entre sí, y dar su consentimiento tan sólo a los mejores argumentos.
Si las verdaderas normas morales nacen de la auto-obligación, de la propia conciencia, es imprescindible que al final del proceso todos estén convencidos, porque las normas morales en un desarrollo moral evolucionado de autonomía, no se pueden imponer desde afuera de la propia conciencia. De este modo, transforman el Imperativo categórico de Kant en la siguiente fórmula:
Las normas morales justas son aquellas en las que todos estaremos de acuerdo después de haber examinado todas las consecuencias que habría si todos las obedeciéramos.
John Rawls dijo que si una asamblea de seres racionales con un velo de la ignorancia sobre las circunstancias concretas de sus vidas, tuviese que decidir las condiciones más justas para vivir en sociedad, sin duda se basarían en los siguientes principios:
El mayor número de libertades posible compatibles con las libertades de los demás.
Igualdad de oportunidades en el acceso a todos los cargos y profesiones.
Las únicas desigualdades sociales y económicas que se deberían permitir en una sociedad justa son las que reportaran algún beneficio a quienes en la sociedad ocupan la posición más desfavorable.
Este último es el llamado por Rawls “principio de la diferencia”. Frente a los que ven en su éxito solo el reflejo de su propia virtud (su talento y su esfuerzo), Rawls asegura que nunca el éxito se debe del todo a uno mismo: nadie elige sus aptitudes naturales, la familia en donde se crió, ni las cualidades que de un modo arbitrario cada sociedad valora más. Lo malo de pensar que el éxito es sólo obra nuestra, es que esa falsa creencia obstaculiza la solidaridad social. Para Rawls la sociedad debe ser más una empresa cooperativa que competitiva. Por otra parte, tampoco sería justa una sociedad en donde no se permitiese ninguna desigualdad en el reparto de los bienes económicos, dado que todos los trabajos no exigen la misma formación o responsabilidad.
Tampoco debemos matar todo estímulo económico para que los que pueden trabajar mejor quieran colaborar al servicio de su sociedad. Todo eso afecta a los impuestos, las becas, las ayudas sociales etc.
En el diálogo, todos deberían poder ser escuchados sin excluir a nadie, pero si las verdaderas normas morales nacen de la auto-obligación de la propia conciencia, es imprescindible que todos al final acaben convencidos, porque las normas morales no se pueden imponer desde fuera de la propia conciencia, como hemos dicho, pero en la práctica, no existe ninguna asamblea real de seres racionales con un velo de ignorancia sobre las propias circunstancias vitales. Todos sabemos de nuestros intereses y circunstancias económicas y sociales reales. ¿Y si la asamblea decide algo contrario a lo que nosotros consideramos que es lo más justo: deberíamos obedecer a la asamblea o a nuestra conciencia? ¿Acaso la mayoría no puede equivocarse también? Con respecto a la ética de Kant, ahora ya no se tiene en cuenta solo la buena intención, sino también las consecuencias para los intereses de todos. En teoría, si se pudiese llegar a un consenso a partir del diálogo, esa decisión sería correcta moralmente.
CONCLUSIONES
Para los autores cognitivistas, el fundamento ético ha variado de unos a otros: en las éticas materiales del bien supremo, la naturaleza humana es la legitimación más empleada, la perfección de nuestra razón en la vida del sabio; la vida placentera que nos lleva a ser felices, ya sea individualmente, como decía Epicuro o colectivamente, como pedía el Utilitarismo... en otros autores religiosos medievales como Tomás de Aquino, al ser el hombre un ser creado por Dios, reunirnos con el Creador tras la muerte, siguiendo para ello los mandamientos divinos...
En la ética del deber de Kant, la justificación ética vendrá del uso puro de la razón que nos permitirá saber lo que debemos hacer, cuando tenemos la voluntad de hacer lo correcto, sin necesidad de guiarnos de la inclinación natural. En las éticas del diálogo, en cambio, la justificación de la ética vendrá del consenso o acuerdo entre seres racionales. Para los autores no cognitivistas, no habría ningún fundamento objetivo.