TU ERES EL MONJE Y TU ERES EL GATO

Nansen se encontró a dos grupos de monjes que disputaban por la posesión de un gato. Nansen fue a la cocina y regresó con una cuchilla. Tomó el gato y les dijo a los monjes:

—Si alguno de vosotros puede decir la palabra adecuada, salvará al gato.

Nadie dijo ni una palabra, de modo que Nansen cortó el gato en dos y le dio una mitad a cada grupo.

Cuando Joshu regresó esa noche, Nansen le contó lo ocurrido. Joshu no dijo nada. Sólo se puso las sandalias sobre la cabeza y se marchó.

Nansen dijo:

—Si hubieses estado aquí, habrías salvado al gato.

La vida no puede ser salvada por la mente, el pensar, la lógica. La vida sólo puede salvarse mediante un salto irracional, mediante algo que no es intelectual, sino total. Pero todo este relato parece excesivamente cruel. Los discípulos de Nansen se disputaban un gato. Nansen tenía un gran monasterio compuesto por dos alas. El gato iba de una a otra, y los monjes de ambas sostenían que el gato les pertenecía; y era un hermoso gato.

Los monjes no sabían qué hacer. Sabían que si decían algo que proviniera de la mente el gato moriría, de modo que permanecieron en silencio. Pero ese silencio no era un silencio real; de haber sido así, el gato se habría salvado. No se quedaron en silencio porque fueran silenciosos; se quedaron en silencio porque no podían encontrar nada para decir que proviniera de la no-mente, que proviniera de una fuente interior, del ser mismo, del centro. Se quedaron en silencio por cálculo. Se trataba de una táctica: mejor quedarse en silencio, porque así el maestro podía engañarse y creer que ese silencio era la respuesta que daban; eso es lo que estaban diciendo.

Pero no puedes engañar a un maestro. Y si puedes engañarlo, es que no es un maestro. El silencio de los monjes era falso. Por dentro, había alboroto, por dentro había un continuo parlotear Pensaban y pensaban, buscaban la respuesta que les permitiera salvar a ese gato. Estaban muy agitados por dentro; la mente toda funcionaba a gran velocidad. El maestro debe haberlos mirado. Sus mentes no estaban inactivas, no estaban inactivos; no había meditación, no había silencio. Su silencio no era más que una falsa fachada. Puedes sentarte en silencio sin ser silencioso, y puedes hablar y ser silencioso; puedes andar y permanecer inactivo o sentarte quieto como una estatua y estar en actividad. La mente es compleja. Puedes correr, andar, moverte y, por dentro, en lo profundo del centro, no ocurre nada, estás inactivo.

Todos querían salvar al gato, todos querían poseer el gato; el gato era realmente hermoso..

No fue Nansen quien mató al gato. Parece que lo mató, pero en realidad lo mataron los monjes. Siempre que posees algo viviente, ya lo has matado. Siempre que dices poseer a una persona viviente, has asesinado, porque la vida no puede ser poseída. El gato iba de un ala a la otra. El gato estaba vivo, plenamente vivo, más vivo que ninguno de esos monjes. No tenía hogar, no le pertenecía a nadie. Era como una brisa: a veces pasaba por el ala izquierda, a veces por la derecha. Y el gato nunca dijo que esos monjes le pertenecían, ni que aquellos monjes le pertenecían. Nunca poseyó.

Estos monjes no pudieron salvar al gato porque estaban divididos. Nansen les estaba diciendo: «Haz algo, di algo, en forma unificada, en forma santa, sin división. Actúa como unidad y este gato puede salvarse». Ni uno de ellos pudo actuar y el gato fue cortado.

Y luego, por la noche, llegó del exterior otro monje, otro discípulo que no había estado en el monasterio. Nansen le contó la historia:

—Ocurrió esto y debí cortar el gato. Tuve que cortarlo en dos porque no había modo... Estos estúpidos no pudieron salvar al gato. No pudieron decir ni una palabra, no pudieron actuar de una manera zen. Sólo el zen, nada más, podría haber salvado al gato.

El discípulo oyó la historia, se puso los zapatos sobre la cabeza y se marchó. Nansen lo llamó y dijo:

—Si hubieses estado allí, el gato se habría salvado.

Ése era el hombre adecuado. ¿Qué hizo? ¿Qué clase de comportamiento...? Se quitó los zapatos, se los puso en la cabeza, y se marchó. Dijo muchas cosas sin hablar. La primera: oyó la historia y no la comentó. El mono estaba silencioso; la mente no parloteaba. No trató de pensar en una respuesta, simplemente actuó. Esa acción no provino de la mente, la acción surgió de su ser total. Y ¿qué hizo? Se puso los zapatos en la cabeza ¡absurdo! Pero de ese modo dijo que la mente, la cabeza, no vale más que los zapatos. Los zapatos, la cosa más despreciable; se los puso en la cabeza. Dijo con su acto: «La mente no es otra cosa que zapatos. La mente no tiene valor, pensar no puede ser de ayuda. La mente debe ser arrojada a los zapatos. Aun los zapatos son más dignos, más merecedores de respeto que la mente». Eso fue lo que dijo, después, simplemente, se marchó.

Y Nansen declaró:

«Si hubieses estado aquí esta mañana, podrías haber salvado al gato. Ese gato se hubiera salvado».