Qué hay dentro de tu bolsa para que tengas tanto tanto miedo ?????

Un maestro iba con su discípulo predilecto de un lugar a otro. Tuvieron que atravesar una jungla. El discípulo estaba sorprendido porque el maestro decía: «Ve más rápido, tenemos que atravesar la jungla deprisa. El sol se está poniendo y pronto se hará de noche».

El discípulo llevaba muchos años con el maestro, y nunca le ha­bía dado miedo la noche. Nunca había tenido tanta prisa. Pero esta vez llevaba una bolsa colgada del hombro. Se aferraba a ella y de vez en cuando metía la mano dentro y palpaba algo; luego parecía tran­quilizarse.

El discípulo estaba asombrado: «¿Qué le ocurre? ¿Qué hay den­tro de la bolsa para que tenga tanto miedo?». Pero era un camino largo, y aunque lo hacían casi corriendo, en mitad de la jungla les sorprendió la noche. Por primera vez, el discípulo veía temblar a su maestro, al borde de una crisis nerviosa.

—¿Qué ocurre? —le preguntó—. Hemos estado en la jungla muchas veces, y también nos hemos quedado a dormir. Somos sannyasins, hemos renunciado al mundo. Aunque venga una fiera sal­vaje y nos coma, no tenemos que preocuparnos de nada. Algún día tendremos que morir. Siempre habrá algún riesgo: una enferme­dad, una fiera salvaje, un enemigo. Además, lo importante no es cuándo mueres, sino cómo mueres. Nosotros dos sabemos cómo morir. ¿Por qué tener miedo?

Pero el maestro ya no estaba en condiciones de escucharle. Se detuvieron en un pozo y el maestro dijo:

—Estoy sediento y cansado; saquemos un poco de agua para la­varnos y rezar la oración del atardecer.

Estaba tan nervioso que ni siquiera se había dado cuenta de que el sol ya se había puesto.

Le dio la bolsa a su discípulo.

—Cuida de la bolsa —le pidió.

El maestro fue a sacar agua del pozo. Era la oportunidad que había estado esperando el discípulo para mirar dentro de la bolsa y ver qué había. Al abrir la bolsa descubrió que el maestro llevaba un lingote de oro. Ahora ya sabía de qué tenía miedo. No era a la muer­te o a las bestias salvajes, tampoco era a la noche, sino a los ladro­nes, a los bandidos. Y la causa era el lingote de oro. Sacó el lingote y lo tiró a la selva, encontró una piedra del mis­mo tamaño, que pesaba casi lo mismo, y la metió en la bolsa. Cuan­do el maestro volvió, lo primero que hizo fue recoger su bolsa. Pe­saba igual que antes, así que el lingote debía de estar dentro.

Empezaron a caminar de nuevo, más rápido que antes.

—Ya no hace falta que vayas tan rápido —dijo el discípulo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el maestro.

—Hace rato que he tirado la causa de tu miedo —respondió.

—¿La causa de mi miedo? —inquirió el maestro—. ¿Cómo pue­des tirar la causa del miedo?

—Mira en tu bolsa —respondió el joven.

El maestro sacó la piedra.

—¡Dios mío! —exclamó—. Has tirado mi lingote de oro. Ahora ya no tenemos prisa, podemos quedarnos aquí toda la noche.

Y se quedaron en la jungla.

Por la mañana el maestro le dio las gracias al discípulo.

—Has hecho bien. Yo estaba asustado porque tenía algo que perder. El miedo no tiene sentido si no hay nada que perder. He dor­mido muy bien. Con ese lingote no habría dormido en toda la no­che. Lo habría tocado constantemente para comprobar que seguía ahí. Pero has hecho lo correcto.

Cuando tienes algo que perder, tienes miedo