PRIMERO HAY QUE DECIDIR UNA COSA

Ouspensky tenía renombre; cuando fue a ver a Gurdjieff, Gurdjieff no era nadie. Por supuesto, fue con el conocimiento de que Gurdjieff era un hombre de ser, un hombre sin conocimientos realmente, pero de un ser muy sustancial. ¿Qué hizo Gurdjieff? Hizo algo hermoso: permaneció en silencio. Ouspensky esperó y esperó y esperó, se puso nervioso, empezó a sudar ante este hombre, porque él simplemente permanecía en silencio, mirándole; y eso era embarazoso. Sus ojos eran muy penetrantes, si quería podía quemarte con sus ojos; y su rostro era tal que, si quería, podía simplemente sacudirte fuera de tu ser con su rostro. Si miraba dentro de ti, te sentías muy incómodo. Gurdjieff permaneció como una estatua y Ouspensky empezó a temblar, le invadió la fiebre. Entonces preguntó: “¿Pero por qué estás en silencio? ¿Por qué no dices algo?".

Gurdjieff dijo: Primero hay que decidir una cosa, decidirla absolutamente; hasta entonces no diré ni una sola palabra. Entra en la otra habitación, encontrarás allí una: hoja de papel; escribe en ella todo lo que sabes, y también lo que no sabes. Haz dos columnas: una con tus conocimientos, otra con tus ignorancias, porque de lo que sepas no es necesario que yo te hable; lo sabes y no hay necesidad de hablar de ello. De todo lo que no sepas, te hablare".

Cuenta Ouspensky que entró en aquella habitación, se sentó en una silla, cogió el papel y el lápiz, y por primera vez en su vida se dio cuenta de que no ‑sabía nada. Este hombre destrozó todos sus conocimientos, porque, por primera vez, con consciencia, iba a escribir: Conozco a Dios. ¿Cómo escribir eso sin conocerlo? ¿Cómo escribir: "Se la Verdad"?

Ouspensky fue auténtico. Volvió después de media hora, entregó una hoja en blanco a Gurdjieff y dijo: "Ahora tú empiezas a trabajar. Yo no se nada".