SI CIEN VECES LO LEO, CIEN VECES ME HACE PROFUNDAMENTE LLORAR

Molestaba a toda la familia. Y no podían enfadarse con él —era el cabeza de familia, el más viejo—, pero se enfadaban conmigo. Eso era más fácil. Decían: «¿Por qué vas una y otra vez a ver si se ha puesto el sol? Ese viejo te está echando a perder totalmente».

Me puse muy triste porque sólo encontré el libro Zorba el Griego cuando mi abuelo se estaba muriendo. Lo único que sentí en su pira funeraria fue que a él le habría encantado que yo se lo hubiera traducido y se lo hubiera leído. Le había leído muchos libros. Él no había recibido educación. Sólo podía escribir su firma, eso era todo. No podía ni leer ni escribir, pero estaba muy orgulloso de ello. Solía decir:

—Menos mal que mi padre no me obligó a ir a la escuela; si no, me habría echado a perder. Esos libros perjudican mucho a la gente. Me decía:

—Recuerda, han perjudicado a tu padre, han perjudicado a tus tíos; constantemente están leyendo libros religiosos, escrituras, y todo eso es basura. Mientras ellos leen, yo vivo, y es bueno conocer a través del vivir. Me solía decir:

—Te mandarán a la universidad; no me harán caso. Y yo no puedo hacer nada, porque si tu padre y tu madre insisten, te mandarán a la universidad. Pero cuidado: no te pierdas en los libros.

Disfrutaba de cosas pequeñas. Le pregunté:

—Todo el mundo cree en Dios, ¿por qué tú no, baba? —Yo le llamaba baba; esa es la palabra que se utiliza en la India para decir «abuelo».

—Porque no tengo miedo —dijo.

Una respuesta sencilla:

—¿Por qué he de tener miedo? No hace falta tener miedo; no he hecho nada malo, no le he hecho daño a nadie. Sólo he vivido mi vida alegremente. Si hay algún Dios y me lo encuentro alguna vez, no podrá estar enfadado conmigo. Yo estaré enfadado con él: «¿Por qué has creado un mundo así?». No tengo miedo.

Cuando se estaba muriendo, se lo volví a preguntar, los médicos decían que le quedaban sólo unos minutos de vida. Su pulso se estaba debilitando, su corazón se estaba apagando, pero él estaba totalmente consciente. Le pregunté:

—Baba, una pregunta...

Él abrió los ojos y dijo:

—Conozco tu pregunta: ¿Por qué no crees en Dios? Sabía que me ibas a hacer esta pregunta cuando me estuviera muriendo. ¿Piensas que la muerte me va a asustar? He vivido tan alegremente y tan completamente que no lamento morirme. ¿Qué más voy a hacer mañana? Lo he hecho todo, no queda nada. Y aunque mi pulso se vaya haciendo cada vez más lento, y el latido de mi corazón cada vez más lento, pienso que todo va a ir muy bien, porque me siento lleno de paz, muy tranquilo, muy silencioso. No puedo decir ahora si moriré completamente o viviré. Pero debes recordar una cosa: no tengo miedo.