Luisa de Medrano. El problema.
Si ya antes las dudas sobre la existencia de Luisa de Medrano eran pocas, no sucedía lo mismo con la titularidad de su cátedra; ahora, después del trabajo de Oettel, no hay la menor duda de su existencia y de, al menos, su participación en algún momento en la vida universitaria. El problema surge por una especie de fetichismo léxico, por el que se busca a toda costa, por parte de algunas personas que se han acercado al tema, que se acepte como incuestionable que Luisa de Medrano ocupó una cátedra en propiedad. La verdad es que el tema es muy delicado, porque las fuentes que tenemos, Marineo Sículo y Pedro de Torres, no son muy amplias ni muy explícitas. Ni que decir tiene que esto no resta ni un ápice de la importancia que puede suponer ver a una mujer en una universidad española, a principios del siglo XVI, impartir una clase sin necesidad de ocultarse detrás de un velo, como 70 años antes tuvo que hacer Novella en Bolonia.
Como ejemplo de la dificultad de una afirmación tajante en un sentido o en otro se puede citar a dos autoridades incuestionables: Oettel, como principal especialista en Luisa de Medrano, y Menéndez Pelayo como el mayor erudito del pensamiento español. Aquí ya se puede adelantar que la conclusión de este trabajo está en línea con la de Oettel, pero matizando y añadiendo dificultades:
Las últimas líneas del trabajo de Oettel son:
“Tanto las altas dotes espirituales como la influencia de sus reyes hicieron que Luis de Medrano de Bravo de Lagunas de Cienfuegos pudiera alcanzar el grado de rector, y que Luisa de Medrano de Bravo de Lagunas de Cienfuegos llegara a la dignidad de catedrática en la Universidad de Salamanca” p.360.
Afirmación rotunda sobre la valía personal de Luisa, sobre el apoyo de los reyes a su familia y como convergencia de ambos factores el logro de la dignidad de catedrática. Pero esta afirmación había sido matizada previamente por la misma Oettel en el momento de investigar la presencia de Luisa en Salamanca de la forma que citamos arriba y que repetimos:
“la probabilidad de que Lucía no ocupara una cátedra en propiedad, sino más bien una cátedra extraordinaria, habiendo sido quizá sustituta del catedrático, por lo cual su nombre no figuraría en las actas” p. 340.
Pero esta ligera vacilación de Oettel no es nada con la que se puede observar en Menéndez Pelayo. Partimos de una cita que da Oettel, p. 328, y cuya referencia idéntica da también Vicenta Márquez, p. 159, en la que Menéndez Pelayo se refiere a la cátedra de Luisa. Al lado, contrapuesta una cita que no dan ellas, del mismo Marcelino, unos años después, donde ahora cree que la cosa no está demostrada.
¿Qué más? El estudio de las humanidades formó parte integrante de la cultura femenil más aristocrática y exquisita; y en las cartas de Lucio Marineo, y en el Gynecaeum Hispanae Minervae, que compiló D. Nicolás Antonio, viven, juntamente con el nombre de La Latina, los de Doña Juana Contreras, Isabel de Vergara, Antonia de Nebrija, la Condesa de Monteagudo, Doña María Pacheco, Doña Mencía de Mendoza, marquesa de Zenete, y otras doctas hembras, de una de las cuales, por lo menos (Doña Lucía de Medrano), consta, por relación de Marineo, el cual habla como testigo ocular, que tuvo cátedra pública en la Universidad de Salamanca, dedicándose a la explanación de los clásicos latinos. Y no hay duda que el grado de educación de la mujer, cuando es verdadero cultivo del espíritu y no pedantesca ostentación, suele ser el indicio más seguro del punto de civilización alcanzado por un pueblo.
Antología de los Poetas líricos españoles
¿Qué más? El estudio de las Humanidades formó parte integrante de la cultura femenil más aristocrática y exquisita; y en las cartas de Lucio Marineo, y en el Gynecaeum Hispanae Minervae, que compiló D. Nicolás Antonio, viven, juntamente con el nombre de La Latina, los de D.ª Juana Contreras, Isabel de Vergara, Antonia de Nebrija, la Condesa de Monteagudo, doña María Pacheco, D.ª Mencía de Mendoza, Marquesa de Zenete, y otras doctas hembras, de una de las cuales, por lo menos (Doña Lucía de Medrano), se dice, aunque no lo consigna su gran panegirista Marineo Sículo, que tuvo cátedra pública en la Universidad de Salamanca, dedicándose a la explanación de los clásicos latinos. Y no hay duda que el grado de educación de la mujer, cuando es verdadero cultivo del espíritu y no pedantesca ostentación, suele ser el indicio más seguro del punto de civilización alcanzado por un pueblo.
Bibliografía Hispano-Latina clásica,
El texto es casi todo idéntico, pero en la Bibliografía, obra de 1902, un poco posterior a la otra, cambia algunos puntos esenciales: al “consta del testigo ocular” se opone el “se dice aunque no lo consigna” (8).
Nota 8
Menéndez Pelayo, M. O.C., Antología de los poetas líricos castellanos, III, parte1ª, cap.XXI, p. 34, publicación fundación Ignacio Larramendi. El mismo texto con variaciones lo reproduce en Bibliografía Hispano-Latina clásica, Cicerón, pp. 216-7
Por si esto fuera poco, en el texto de la “Bibliografía…” añade una nota a pie de página donde se une el esfuerzo intelectual por reconstruir los hechos, con el prejuicio ideológico y sexista sobre el papel de la mujer. Es un ejemplo claro de que estamos en un tema donde la contaminación ideológica puede oscurecer y cargarse la credibilidad de lo investigado y del investigador:
Con referencia a él lo afirman Gil González Dávila en el Teatro de la Iglesia de Salamanca (pág. 216) y Clemencín (Elogio de la Reina Católica, pág. 410); pero yo no acierto a encontrar tal especie en la única carta de Marineo a Lucía Medrano, reproducida ya por Nicolás Antonio (B.H.N., tomo II, pág. 351); y eso que el erudito siciliano no anda parco de elogios y galanterías con la doncella salmantina (…) En general ha de recibirse con cautela lo que se cuenta del magisterio de las mujeres en nuestras universidades del siglo XVI. Ningún documento formal lo comprueba. Había mujeres muy doctas, pero tenían el buen gusto de serlo dentro de su casa. Sólo de Publia Hortensia de Castro y de Juliana Morell consta que sostuviesen tesis y conclusiones públicas, la primera en Évora y la segunda en Lyon, esta última a principios del siglo XVII. Hay algún otro caso menos comprobado. (ib. La negrita es mía)
Menéndez Pelayo no tenía la información de la que ahora disponemos, en ese caso, a pesar de la actitud que manifiesta en la nota, habría tenido que aceptar que Publia Hortensia de Castro y Juliana Morell no fueron las únicas que “consta que sostuviesen tesis y conclusiones públicas”