LA ACCIÓN
Aristóteles en el Libro I de La Metafísica mantiene la excelencia del conocimiento por sí mismo. El origen de la filosofía lo pone en la admiración, buscando el filósofo el conocimiento, independiente de su utilidad. Esta visión idealista (el mundo de lo teórico por encima de lo práctico) y también elitista (hay que gozar de ocio, ser una clase ociosa, como los sacerdotes en Egipto, para poder dedicarse a la teoría pura) se prolonga a través de la historia llegando a ser una forma de marcar a los seres humanos según el tipo de actividad a la que se dedican: recordemos frente al trabajador Sancho a Don Quijote, hidalgo con una menguada hacienda que le hace pasar hambre a él y a su famélico Rocinante, pero incapaz de hacer trabajo manual por estar atrapado en la trampa de una clase social ociosa. A tal nivel queda sublimado el conocimiento no práctico que las palabras que lo designan hacen referencia a la divinidad misma: Teoría, del griego Dios y ver, o contemplación, del latín templo.
La crítica de Marx a esta concepción es contundente: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. (Tesis XI sobre Feuerbach) Aparece de forma clara el principio de la acción como esencial y determinante de la teoría. Es ésta la que está en función de aquella y no al revé. Pero la acción, como interactuar con el mundo tiene muchas facetas.
En primer lugar la acción que supone un actuar sobre la realidad comporta al mismo tiempo una pasión, algo que padece la acción.
Acción y pasión son distinguibles analíticamente, pero son dos términos que se refieren a aspectos inseparables. Toda acción es sobre algo, que la padece, y todo lo que se padece es fruto de una acción ejercida sobre ello. En el caso del hombre la realidad física actúa sobre él, haciéndole que sea lo que es y, al mismo tiempo, éste actúa sobre la realidad cambiándola. En el conocimiento el concepto de verdad es el encuentro de la realidad física incidiendo sobre el hombre y de éste actuando física y a otros niveles sobre esa realidad. El resultado de esto sería una construcción, el Mundo es mi Mundo.
Repasando lo que hemos dicho arriba podemo ver que, aunque todo lo que hace el hombre es acción, sin embargo, tradicionalmente se ha considerado el conocimiento como una forma de acción específica, o incluso de no-acción. Así se ha distinguido entre teoría y praxis, acción y contemplación... etc., y las consecuencias ya señaladas de distinción de clases por el tipo de acción: clase poderosa y ociosa, clase intelectual, trabajadores de cuello blanco y, en la base de la pirámide, los trabajadores manuales.
LA ACCIÓN HUMANA
Acción. (R. A. E.) (Del latín actio. -onis.) f. Ejercicio de una potencia. II 2. Efecto de hacer...
El primer problema que encontramos en castellano es que en un solo término traduce dos sentidos distintos del Latín:
Actio -onis (Spes) (ago) f.: acción, ejecución, realización, actividad... II actitud, gesto, ademán oratorio II manifestación de la actividad...
Acción viene de actio y éste del verbo ago. El significado es de ejecutar, el de actividad. Sin embargo en castellano este sentido se cruza con el del verbo latino facio, de donde, a través de facere, viene la palabra hacer y que tiene un sentido más próximo a producir. Para preguntar sobre la acción interna (odiar, ver, oír) se utiliza la misma palabra que para la acción externa (luchar, barrer, modelar): ¿qué haces?. Y sin embargo esos haces se refieren a dos actividades muy distintas: La obra interna y la obra externa, lo agible y lo factible. En latín se distingue el agere, del verbo ago, para la obra interna, y el facere, del verbo facio para la externa. De alguna manera se corresponden con los términos griegos praktón para la interna y poietón para la externa. Obsérvese hasta que punto se confunden en castellano que la R. A. E. define el uno por el otro:
Agible. ( Del lat. Agibilis.) adj. Factible o hacedero.
Resumiendo lo anterior, bajo el término acción se esconden dos significados, lo agible y lo factible, la acción propiamente y la producción. Ni que decir tiene que esta división es meramente analítica, aunque necesaria para comprender el problema, y que en realidad, y desde una perspectiva materialista, no hay ninguna acción meramente interna en el hombre, pues hasta el más leve pensamiento sería fruto del metabolismo de un cerebro en intercambio energético con el medio.
Un problema más complicado es comprender qué se quiere decir con el término humano y que sirve para calificar la acción. La R. A. E. define lo humano como "lo perteneciente al hombre o propio de él", pero en su entrada número 8 remite a acto humano, que a su vez es definido como "el que procede de la voluntad libre con advertencia del bien o mal que se hace".
Humano sería lo propio del hombre, pero no todo, sino aquello que le pertenece en cuanto hombre, es decir, aquello que no comparte con otros seres y sin lo cual no sería hombre. El hombre en cuanto ser físico está sometido a las mismas leyes que el resto de los seres físicos, la inercia, la gravedad... En cuanto ser vivo comparte toda una serie de actos y necesidades con los seres vivos, crecer, alimentarse... Cuando el hombre actúa sometido a estas leyes físicas o biológicas hace lo que se llaman hechos del hombre. El problema es si se puede encontrar un conjunto de actividades específicamente humanas.
Generalmente se piensa que, aparte de otras muchas diferencias, es en el orden del cerebro donde nuestra especie se distancia más del resto de los seres vivos. La capacidad cerebral y por lo tanto el ejercicio de esta capacidad en el orden del conocer y en el del decidir podrían ser las claves para distinguir el comportamiento de nuestra especie. En esta línea es en la que apunta la entrada "acto humano" de la R. A. E. arriba señalada: voluntad libre y advertencia de lo que se hace. O más claro, saber y querer lo que se hace. Serían acciones humanas las que el hombre hace en ejercicio de su libertad, sabiendo lo que hace y queriéndolo.
Los problemas que surgen a partir de este momento son múltiples:
1. ¿La inteligencia es el rasgo diferencial definitivo?. Sabemos que hay animales con más o menos inteligencia ¿hacen acciones humanas?. Y los niños pequeños o los deficientes profundos ¿no son humanos?. Porque si aquella es la que define al hombre ¿qué pasa con los que no llegan?. ¿O acaso se puede buscar como característica un rasgo que no es necesario poseerlo para ser humano? porque en ese caso no estaríamos ante una acción humana que se define por su carácter esencialmente humano. Hay que tener mucho cuidado con las respuestas a estas preguntas porque ya sabemos a dónde llevaron a los nazis, y no solamente a los nazis, en su forma de considerar a los humanos que no encajaban con el modelo que ellos consideraban adecuado.
2. ¿Existe la libertad?. ¿Qué libertad?. ¿Puede el hombre actuar marcándose él mismo sus normas de conducta?. ¿Todos los animales actúan de manera ciega o movidos por sus impulsos?. ¿No es cierto que se descubren variaciones individuales en la conducta de los animales que hacen entrever la complejidad de estas?.
Se puede anticipar que estas preguntas tienen diferentes respuestas según la época histórica y la posición ideológica del que contesta. Más adelante se analizarán detenidamente estas cuestiones, en todo caso se puede considerar, provisionalmente, que los rasgos señalados sirven, en su totalidad, no aisladamente, como diferenciadores de nuestra especie. La acción humana sería aquella que el hombre hace en cuanto hombre, esto es sabiendo lo que hace y queriéndolo al mismo tiempo.
Saber y querer, entendimiento y voluntad para una larga tradición ética, serían los presupuestos de la libertad. Se puede aceptar un cierto grado de conocimiento y una voluntad no totalmente determinada. Si buscamos la sabiduría total y la voluntad absolutamente indeterminada, no hay nada que hacer. Basta con lo señalado, con que el sujeto de la acción no esté condenado a actuar de una manera concreta, que se puedan dar diversas respuestas y que aquel conozca un abanico de ellas y pueda elegir sin estar determinado a una en concreto. Por supuesto que aquí ya se apuntan unas cuestiones: no es lo mismo conocer más posibilidades que menos, no es lo mismo estar sin presiones que presionado, hay por lo tanto grados de libertad. Pero es importante tener en cuenta que no hay nada aséptico, todo está relacionado con otras cosas y por lo tanto, cualquier decisión está condicionada por una serie de circunstancias que inciden sobre el objeto haciéndolo borroso y sobre el sujeto nublándole el juicio, pero condicionado no es lo mismo que determinado. Lo determinado anula la libertad, lo condicionado la hace más difícil.
Considerando lo anterior se ve que la acción humana no tiene sólo porqué, como los sucesos o acontecimientos, sino que también para qué, es decir, no sólo tiene causas que la condicionan sino también finalidades que explican la elección del sujeto y que hacen que no solamente se pueda explicar, sino también comprender.
Según los fines perseguidos en la acción humana se puede clasificar ésta. Si se buscan las acciones por sí mismo, el fin es lo considerado bueno, se está ante el bien moral, en el campo de la ética. Si se buscan por el placer que producen, se está ante el bien deleitable, en el campo de la estética. Y si se buscan porque sirven para obtener un bien mayor, es el bien útil, en el terreno de la técnica. Otras muchas clasificaciones se podrían hacer atendiendo a otros aspectos, al objeto de la acción por ejemplo, pero por el momento es suficiente.
Es fácil ver que esta división no deja de ser arbitraria. Lo útil, puede ser bello o no y al mismo tiempo bueno o malo. La dificultad desaparece al observar que lo importante es que esta clasificación sirve para analizar un aspecto concreto de la acción, desde una perspectiva determinada y atendiendo a la finalidad de la misma. El paisaje se aclara aún más si se deja el sentido "agible" de acción para las acciones morales, y el "factible", más próximo a producción, para las acciones estéticas o técnicas, sin importar que éstas puedan ser, en algún sentido internas, como es el resolver un problema matemático, que se puede considerar un problema de técnica matemática. Para ello se pueden distinguir dos clases de productos: los manufacturados y los mentefacturados.
LA PRODUCCIÓN
La acción externa, facere, engloba aquellas acciones humanas, en las que la finalidad recae fuera del sujeto, o se podía decir mejor, es la consideración de las acciones en cuanto externas al sujeto.
Se pueden distinguir aquellas que tienen por finalidad ellas mismas, por la satisfacción que producen; es la búsqueda de lo bello, en el campo del arte y de la estética, y aquellas que se buscan como medios o instrumentos para conseguir otros fines, es lo útil y su campo es la técnica.
LO ÚTIL
Vivir es mantenerse vivo. Ejecutar una serie de acciones que ayuden a continuar viviendo. Vivir conlleva un gasto energético y una necesidad de reponer este gasto. Se produce así un intercambio del ser vivo con el medio. El ser vivo modifica el medio y extrae de él lo necesario para seguir vivo, pero además, si puede, trata de vivir bien, sobrevivir sí, pero satisfacer otras necesidades que no siendo vitales para él, incluso en algunos casos pudiendo ser mortales, calman otros impulsos u otros deseos. Es difícil decir en que momento la búsqueda cotidiana de alimento se convierte en el ser humano en "trabajo", pero para que se dé éste es necesaria una cierta planificación y una intencionalidad, componentes ya señalados de la acción humana.
Frente al mero subsistir, el trabajo aparece como una actividad compleja que, como tal, sólo es posible en las sociedades humanas. En primer lugar el trabajo viene a satisfacer las necesidades biológicas del ser humano, alimento, abrigo, calefacción... Pero no sólo estas necesidades sino también otras supraorgánicas que son propias de nuestra especie y que, en algunos casos surgen íntimamente relacionadas con el propio trabajo. Ortega dice que éstas se explican por hecho de que el hombre no sólo necesita vivir, sino vivir bien, necesita bienestar. Así dicho, no es cierto. Se puede observar que los animales, al menos los más desarrollados, no sólo cubren sus necesidades, sino que procuran hacerlo de la forma más placentera posible, rechazando un tipo de comida por otra más sabrosa, por ejemplo. Pero si por vivir bien se entiende vivir de acuerdo con un modelo de vida "bueno", dar una finalidad a la vida, orientarla hacia algo, entonces sí que esto parece ser privativo del hombre.
Precisamente, el trabajo, como acción humana, se va a distinguir de las actuaciones que los animales llevan a cabo para sobrevivir, por su carácter de planificación consciente dela actividad. Pero, a su vez, se diferencia de otro tipo de acciones humanas por su carácter de satisfacción de las necesidades, tanto biológicas, como suprabiológicas. Este carácter de compartir con los animales la satisfacción de la necesidad, y con las actividades superiores la planificación consciente es lo que ha llevado a muchos a considerar el trabajo como el puente entre el animal y el hombre, como el principal agente de humanización, o más claramente, a considerar que el hombre no sólo hace trabajos, sino que al mismo tiempo el hombre es hecho por el trabajo.
Y ésta es otra importante característica del trabajo: la interacción hombre-naturaleza. El trabajo transforma el medio, lo modifica, pero esta modificación revierte sobre el hombre mismo, la naturaleza transformada le transforma. Al trabajar, el hombre, no sólo hace cosas, sino que por medio de éstas se hace a sí mismo.
A lo largo de la historia del pensamiento, en cada época, se ha dado más importancia a una característica que a otra y esto ha forzado diversas consideraciones sobre el trabajo. En la antigüedad se veía la satisfacción de las necesidades como algo próximo a las bestias, el trabajo era despreciado y se dejaba a los esclavos. No es hasta la edad moderna cuando se empieza a ver el poder de transformación externo del trabajo y éste se revaloriza, pero va a ser partir de las luchas obreras del s. XIX, en especial con los análisis de Marx, cuando se comprenda el potencial autocreador del trabajo para el hombre y la sociedad. Empieza así lo que se podría llamar la mística del trabajo o, en palabras de Nietzsche, la fiebre de laboriosidad. Especialmente dramática es ésta sobrevaloración en una sociedad, la de inicios del 2.000, que por su creciente robotización, va camino de un paro estructural creciente y de un nuevo peligro, la elite de los trabajadores en una sociedad de parados... y de clases pasivas.
Para sobrevivir, los homínidos llenaron el mundo de piedras extrañas. En realidad ya no eran piedras, porque no eran un mero producto natural, ahora eran útiles, herramientas hechas, aunque fuera de manera tosca, por aquellos mismos homínidos. Los palos, las piedras, el fuego, tenían algo en común, eran objetos manufacturados, artefactos. Éstas son las primeras manifestaciones de la técnica, manifestaciones muy humildes, pero que encerraban todo el potencial de la posterior evolución. Cambiaron radicalmente las posibilidades de vida: facilitaron el trabajo, abrieron nuevas fuentes de recursos, independizaron, de alguna manera, a aquellos seres de la tiranía de la inmediatez natural.
Si la primera aproximación a la técnica es la de creación de herramientas, máquinas, y hasta de seres vivos, con las características deseadas por el ingeniero genético, su poder transformador de la realidad no viene sólo de ahí. Técnica es también la utilización de procedimientos que llevan al fin buscado. Técnicas de concentración, un futbolista muy técnico, técnicas de organización... Se hace referencia a la utilización de un procedimiento como si fuera un instrumento.
Estas dos caracterizaciones tienen algo en común. La técnica consiste en hacer, hacer cosas, objetos, pero también procedimientos. No es un hacer cualquiera, tiene una finalidad, facilitar, hacer más fácil y, para esto es, sobre todo, un saber hacer. Hacer un hacha supone saber hacerla, una técnica respiratoria se tiene que saber hacer, aunque se pueda respirar sin saber y sin técnica. La ligazón de la técnica con el saber une íntimamente a aquella con la racionalidad. Razón y técnica tienen un maridaje extraño, se necesitan, a veces se confunden, difícilmente se puede explicar la una sin la otra y también, en muchas ocasiones, parecen pugnar por destruirse mutuamente.
Los griegos contrapusieron physis y téchne, la naturaleza y lo artificial, los seres naturales y los artificiales, y sin embargo ésta diferencia no es insalvable. La técnica sale de lo natural, opera con su materia y obedece sus leyes, a veces lo imita y otras veces lo idealiza y lo perfecciona. El Discovery escapa de nuestra atmósfera, no porque desobedezca a la gravedad, sino, precisamente, siguiendo las leyes de combustión de su carburante y de la aerodinámica, leyes naturales. El resultado, sin embargo, es un mundo nuevo, diseñado por el hacer humano, un mundo a imagen y semejanza suyo, que se despega de lo natural y que cada vez se reconoce menos en ello. Y este mundo no es neutral. Él, a su vez, se vuelve sobre el hombre, y lo remodela. Desde el más civilizado al más primitivo, el hombre es un ser artificial. Hablar de hombre natural además de una ficción es una contradicción; si se es hombre, no se es natural.
Basta lo señalado para poder vislumbrar algunos de los problemas fundamentales de nuestra época y que se ha de plantear la filosofía: Si la técnica es, en su sentido más general, un conjunto de reglas para conseguir algo, para producir cosas y acciones, y además tiene carácter acumulativo, se convierte en un poderoso instrumento de transformación, capaz de intervenir en todas las esferas de la realidad y por lo tanto de modificarla, tanto para bien como para mal.
En el ámbito humano, sabiendo que el hombre es hijo de la técnica, se plantea el problema de la deshumanización de aquel por ésta. ¿Hasta dónde puede llegar a manipularse una realidad que directamente nos transforma? ¿Hasta dónde es lícito permitir esa desnaturalización progresiva de la humanidad?
En la naturaleza el problema se presenta similar. Mediante la técnica el hombre ya no dialoga con la naturaleza, sino que, como diría Heidegger, la provoca, la fuerza a ir por dónde él quiere. Problemas de residuos, devastación del medio, efectos no queridos.
En cuanto a la sociedad, aparece un peligro creciente, según aumenta la capacidad de la técnica: La posibilidad de control absoluto del último rincón del globo. La uniformidad de todas las sociedades. El funcionamiento mundial en manos de una nueva casta, los tecnócratas.
Bello viene del latín bellus y éste de benullus, bonito, agradable. La R. A. E. lo equipara a bueno, excelente. Lo cierto es que hay realidades ante las cuales el ser humano hace un juicio de agrado o desagrado, independientemente de su utilidad, oportunidad u otras consideraciones. Esa atracción de la que gozan algunos objetos que nos hace desearlos por su propio disfrute, que los hace agradables, bonitos, buenos, es lo que se llama belleza. El problema que se plantea es qué naturaleza tiene lo bello, qué es, porqué agrada. En este caso también Platón es el primero que trata este tema y puede servir de guía.
En una obra casi de juventud, donde, entre las propias, todavía resuenan las enseñanzas de su maestro Sócrates, el diálogo Hipias mayor, se plantea el problema de qué es lo bello, en una discusión entre Hipias y Sócrates. Interrogado sobre qué es lo "bello en sí" Hipias va perdiendo terreno y señalando diversas cosas: lo bello son las cosas bellas (una mujer bella, un caballo bello), lo adecuado, lo útil, lo bueno, lo que da satisfacción, lo que piensa la mayoría y por último lo práctico. Hipias no puede responder a qué es aquello que comparten las cosas, un caballo y una mujer, para que se pueda decir que son bellas. El diálogo se cierra con un proverbio en boca de Sócrates: "lo bello es difícil".
En su época de madurez, ya con ideas propias, Platón se atreve a decir algo de eso que es tan difícil, de la belleza. En la República (L. X) vuelve a rechazar lo que la multitud de ignorantes consideran tal. En Fedro habla de la visión de lo bello como algo supraceleste. Las cosas son bellas porque participan de lo "Bello en sí". Esto existe independiente y anterior a ellas y se muestra al hombre con una especial claridad. La belleza resplandece. En el Banquete cuenta como el amor a la belleza, que se refleja en los cuerpos bellos, atrae al hombre para que vaya ascendiendo en la contemplación de la misma en un proceso en el que cada vez se aleja más de la materia y se fija en la Belleza misma.
Como en el caso anterior pueden parecer elucubraciones sin interés práctico, pero no sucede así. Las posiciones planteadas entonces han tenido gran importancia histórica y muchas siguen vigentes. Las explicaciones psicologistas defienden que la belleza no tiene otro origen que el de nacer en nuestro dinamismo psíquico. Las sociológicas plantean la belleza como producto de una sociedad determinada. Los formalistas encuentran la belleza en la forma. Mientras que los realistas creen que la belleza existe independientemente de nuestro pensamiento, así los naturalistas postulan la belleza como naturaleza y el arte debería imitar a ésta.
El momento histórico actual, tanto en estética como en otros campos, es muy similar al que se enfrentaba Platón en sus diálogos, en cuanto al relativismo. Hoy existe la creencia generalizada de que todo es igual de válido y que todo tiene similar valor. La conclusión en estética de esta postura es que lo bello es lo que a cada uno le parece bello, y algunos, los más eclécticos, se atreven a mantener “que eso, que la belleza es un poco de todo lo que se ha apuntado". El problema del relativismo no es tanto el que se adopte como postura meditada, como teoría capaz de explicar la realidad, porque como tal ha de fortalecer sus argumentos y enfrentarse a los del contrario y ceder si no puede defenderse dignamente, sino que su gran problema, en la mayoría de los casos, es que es una excusa fácil para no pensar y para no asumir las consecuencias del pensamiento. Un campo tan simple, aparentemente, como el de la estética, con presiones muy importantes sobre la vida del ciudadano en el consumo de su propia imagen y de su ocio, es muy propicio para volver a reflexionar sobre los planteamientos platónicos y preguntar: ¿qué hay en común entre las cosas, una mujer, un caballo, un cuadro, para que las llame a todas bellas?