Etapas
El animismo.
En su intento de sobrevivir el hombre necesita adelantarse a los acontecimientos para actuar de manera adecuada, Comte decía prever para proveer: saber cuándo ataca el enemigo o el depredador, cuándo se produce sequía, qué plantas son comestibles… La experiencia va dando unas pautas de actuación adecuadas. Una fuente principal de orientación es el conocimiento de sí mismo: yo actúo de determinada manera en ciertas circunstancias, por lo tanto mi enemigo actuará de manera similar a como yo lo hago ¿Y el resto de los seres: las piedras, las tormentas, las plantas…? En un primer momento lo lógico consiste en ampliar a todos los seres las mismas características que observo en mí mismo, suponer que todo actúa con la misma intencionalidad que yo lo haría: lo mismo que yo golpeo al enemigo cuando me enfado, una piedra desprendida de una montaña me intenta golpear porque está enfadada. Suponer que todo tiene una especie de alma, anima, que la mueve a actuar como a nosotros mismos, es la etapa conocida como animismo. La actuación correcta consistirá en no enfadar a estas fuerza naturales y en caso de que se desencadenen, aplacarlas.
Los dioses
En la medida que avanzan las condiciones materiales de vida (aparecen asentamientos estables, se desarrollan la agricultura y la ganadería y surgen los imperios) nuevas formas de explicación vienen a desplazar a las anteriores: del animismo al animal tótem, totemismo, y de este a los dioses protectores de los pueblos y de las actividades. Las fuerzas de la naturaleza, tormentas, volcanes, vida y muerte,,, se personalizan en entidades divinas; a menudo estos dioses con forma animal son recuerdos del tótem tribal. Ahora los sucesos vienen motivados por la voluntad de los dioses y muchas veces esta voluntad sigue pautas que se pueden observar y, por tanto, predecir lo que va a suceder. Pero para que no se altere esta cadena de acontecimientos es importante no enfadar a la divinidad, que no proceda a un castigo, y si así sucediese, calmarla y lograr su perdón. Una nueva casta sucesora de los chamanes acapara los conocimientos, los sacerdotes: ellos observan el cielo y la tierra, hacen las primeras mediciones de ambos, germen de la geometría y de la astronomía, y son mediadores con la divinidad. Al importante desarrollo tecnológico de este momento, corresponde un avance en conocimientos teóricos, pero el fundamento último de explicación de la realidad radica en un más allá, aunque todavía bastante cercano (el faraón es el mismo dios entre los hombres) y este más allá pertenece a otro tipo de mundo, el de los dioses.
La pensamiento metafísico
El paso importantísimo dado en Grecia consistió en independizar las propiedades de los dioses de estos mismos dioses: el dios es poderoso, bueno, justo… si estas cualidades las independizamos llegamos a lo bueno, lo justo, lo poderoso… A partir de este momento no es necesario recurrir a los dioses, porque aquello que les definía pasa a ser algo independiente con existencia propia. Aparecen así toda una serie de entidades abstractas: esencia, sustancia, causa… que existen en sí mismas y que son las que explican las realidades visibles del mundo en que vivimos. Esto no significa que el pensamiento teológico desaparezca de golpe, ni mucho menos, pero aunque se sigan manteniendo los dioses, o incluso un solo Dios como sucede con la herencia hebrea, lo cierto es que la explicación de la realidad pasa por estas entidades y nos va a ser dada en forma de cualidades: así al estudiar la realidad se pregunta por el qué de las cosas, por su esencia. Para explicar cualquier fenómeno se cree necesario explicar qué es ese fenómeno. Todo esto presenta algunos problemas: las entidades que sirven de explicación son tan invisibles como los dioses mismos, hasta el punto de que algunos filósofos consideraron que esas entidades preexistían en un mundo aparte, el mundo de las esencias, distinto y separado del mundo material en que vivimos nosotros. En segundo lugar esas entidades guardan, podríamos decir así, memoria de su pasado teológico, y siguen necesitando de un apoyo divino que las fundamente y de consistencia: la Idea de Bien, en Platón, el Acto Puro en Aristóteles o el Dios de los cristianos, judíos y musulmanes.
El pensamiento moderno
El paso trascendental dado por la modernidad es dejar de preguntar por las cualidades de las cosas y centrarse en aquello que podemos medir, pesar y comprobar, las cantidades. Se renuncia a conocer qué es una cosa para acceder al cómo es esa cosa. No tenemos que preocuparnos por entidades del más allá, ya sean dioses o sustancias, lo único que podemos conocer es lo que tocamos y esto lo conocemos pesándolo, contándolo. No significa esto que se nieguen los dioses, puede haberlos, pero la razón sólo me permite conocer verdaderamente aquello que puedo medir. Aunque el pensamiento moderno en sí mismo no es ateo, como acabamos de decir, su propia lógica conduce a ello y, lo que es más, al encumbramiento de la razón como medida absoluta de toda la realidad, sin ningún otro presupuesto y como esperanza total de emancipación de la humanidad: son los ideales que estallan en la Revolución francesa.
La crisis de la Razón
A mediados del siglo XX quedaba claro, como mostró Adorno, que: el desarrollo imparable de la Razón no sólo no había llevado a la liberación de la humanidad, sino que, por el contrario, había producido los mayores horrores conocidos nunca gracias a las técnicas racionales y científicas de matanza masiva. A esta crítica se unieron otras voces desde distintos ámbitos configurando lo que se llamó la postmodernidad. Lo cierto es que el movimiento, si se puede llamar así, no es uniforme, ni tienen una única línea de desarrollo, pero sí que cuestiona el valor absoluto de la Razón y lo sustituye por diversas dosis de relativismo, irracionalismo, pragmatismo, etc. La situación no es fácil, porque precisamente más allá de la Razón no se tiene nada con qué contar, y por mucho relativismo que en algunos momentos se proclame, hay valores y situaciones a las que la mayoría de estos pensadores reaccionan, Con esto nos damos cuenta de lo delicado que es el estatus de nuestro conocimiento, y de la paradoja ya vista por Kant de la necesidad de una crítica a la razón, pero que se efectúe con la razón misma: la razón es juez y parte. Esto nos lleva a la opción que hemos elegido desde un principio: la razón como principal instrumento de conocimiento, pero no como algo absoluto, sino como algo que debe estar continuamente contrastada con la realidad, y sometida a la revisión de sí misma, todo lo cual nos conduce a verdades no eternas, sino enclavadas en su contexto histórico y que han de ser superadas cuando el desarrollo de los propios conocimientos alumbre nuevas perspectivas antes desconocidas.