Tema 3. La Filosofía
La asignatura que vamos a estudiar se llama Filosofía y el primer problema que nos plantea es saber de qué hablamos cuando decimos esta palabra. Esta dificultad no es sólo del estudiante que se enfrenta por primera vez a una nueva disciplina y que, con las debidas cautelas y un poco de paciencia, puede ir haciéndose una idea precisa de lo que los especialistas entienden por aquella; aquí el problema es también para estos que no siempre están de acuerdo con considerar, ni siquiera de forma aproximada, bajo la rúbrica Filosofía una misma cosa.
Fijándonos en la palabra misma vemos que es de origen griego y está compuesta de dos raíces distintas, filo y sofía, amor y sabiduría, lo cual nos daría un sentido etimológico aproximado de amor a la sabiduría, o deseo de sabiduría. Este término, que aparece antes como filosofar y filósofo que como filosofía misma, aunque se remonta a Herodoto y a Tucídides, no adquiere un significado preciso hasta Pitágoras, tal y como viene siendo tradicional atribuírselo (Cicerón, D. Laercio y Jámblico). La intención supuesta en Pitágoras sería la de distinguirse, como amante de la filosofía, filósofo, de aquel que ya posee la misma, el sabio, el sofos.
Definir una cosa por el origen de la palabra que la designa se llama hacer una definición etimológica y el problema que esto nos produce es que al final lo que hemos definido es el origen de la palabra y no la cosa misma, aunque en muchos casos haya una indudable relación entre la palabra y la cosa, tanto porque al buscarse la palabra se ha intentado ajustar lo más posible a lo que quiere designar (como cuando se inventa la palabra televisor para designar un aparato que nos permite ver a lo lejos), como porque inventado el rótulo, la palabra, condiciona las actividades que pretenden incluirse bajo él. Tenemos que ir por lo tanto a eso que históricamente se ha llamado filosofía para saber de qué se trata; esto es lo que algunos llaman definición real, es decir de la cosa misma, y es aquí donde el desacuerdo entre especialistas es máximo, hasta el punto de que lo que muchos consideran como lo más propio de la filosofía otros ni siquiera lo consideran filosofía.
De las diversas interpretaciones, que se han dado y se dan a lo largo de la historia de la filosofía, Bueno presenta una sistematización, una reordenación, que puede servirnos a nosotros también como guía:
Según éste análisis hay dos grandes formas de concebir la filosofía, como actividad exenta del presente o bien como actividad inmersa en el presente, esto es, analizando la filosofía desde el momento actual se puede concebir como una actividad comprometida e implicada con el momento que vivimos, del cual saca sus materiales, sus análisis, etc. y entonces decimos que está inmersa en ese presente, o bien se puede concebir como una actividad que puede prescindir del momento actual, porque sus intereses y motivos de reflexión los saca de otra parte y decimos que está exenta.
En cuanto exenta hay dos formas de concebirla, o bien de forma dogmática considerando que la filosofía no tiene que ver con el presente porque ella sólo se ocupa de unos objetos inmutables y eternos, el Ser, Dios, Verdad... y de unos primeros principios que pueden ser conocidos por el hombre y de los cuales se derivan otros muchos conocimientos. Así concebida la filosofía sería considerada como una ciencia similar a las otras, incluso la más elevada y segura de todas, diferente de ellas por la nobleza y firmeza de sus objetos. La otra forma de considerar la filosofía exenta es pensándola como una disciplina meramente histórica, de tal forma que la filosofía no sería otra cosa más que la historia de la filosofía, el recuento de las opiniones, discusiones de filósofos y escuelas.
En cuanto a la filosofía como actividad inmersa en el presente, es decir comprometida con el momento actual, se pueden distinguir también dos grandes opciones, la filosofía como actividad adjetiva, como un subproducto segregado por la cultura del momento, o bien como algo sustantivo, es decir como una actividad que tiene su propio objeto pero, a diferencia de la actitud dogmática, este objeto no es algo inamovible, eterno ni exento, sino que se origina en la misma práctica científica, política, ética, etc. del momento en que vivimos.
La concepción adjetiva de la filosofía, en la que ésta aparece como algo segregado por la cultura del momento puede ser entendida como la filosofía espontánea de los científicos, cuando se considera que la práctica de la ciencia conlleva, una especie como de halo filosófico que los científicos por ser tales poseerían sin más, y cuando ésta concepción se amplía a cualquier tipo de actividad humana entonces nos encontramos con la concepción adjetiva de la filosofía mundana, donde ahora la excrescencia o halo es segregado por cualquier actividad, así se dice: la “filosofía del suspenso generalizado”, “la filosofía de la vuelta ciclista”... En cuanto a la concepción sustantiva hay que decir que muchas son las posibilidades que se pueden plantear, pero especial importancia tendrá para nosotros (postura próxima a la propuesta por Bueno, aunque la simplificación que hacemos nos puede alejar), la consideración de la filosofía como actividad crítica o bien como forma de saber de segundo grado, es decir que presupone como objeto previos unos conocimientos de primer grado, científicos, éticos, políticos, etc.
Recapitulemos lo dicho hasta ahora para no perdernos:
1. Nos hemos preguntado qué es filosofía.
2. Hemos hecho una aproximación mediante la definición etimológica.
3. A continuación hemos buscado la definición real y hemos encontrado diversas concepciones de la filosofía a lo largo de la historia.
4. Recurrimos a la sistematización de Bueno para reordenar las diversas concepciones según su relación con el momento presente.
5. Encontramos una concepción dogmática que considera que la filosofía es una ciencia que tiene objetos propios (las ideas de Ser, Bien, Justicia...), que son independientes del momento histórico.
6. La concepción histórica plantea la filosofía como la historia de la filosofía
7. La concepción adjetiva considera la filosofía como un subproducto segregado por la ciencia u otras actividades culturales.
8. La concepción crítica considera que la filosofía tiene un objeto propio, pero que éste le viene dado por la práctica científica, política, etc., de cada momento, por lo que éstas son presupuestos de aquella.
Ahora podemos seguir adelante. Más arriba indicamos que íbamos a sostener una concepción crítica de la filosofía, ha llegado el momento de matizar esta afirmación y de fundamentarla de alguna manera. Lo primero es advertir que son muchas y muy distintas las filosofías que se consideran críticas; de las diversas concepciones nosotros estamos próximos a una visión de la filosofía como actividad inmersa en el presente y crítica. Cómo es esa actividad y en qué difiere de otras formas de conocer es lo al final de este tema ha de quedar, en la medida de lo posible, fundamentado y ello lo vamos a lograr precisamente rechazando de manera razonada las opciones que nos parecen menos afortunadas.
Crítica viene de un vocablo griego que quiere decir, separar, distinguir y eso es lo que encierra el vocablo castellano: juzgar, analizar, discriminar... Partiendo, pues, de una postura crítica no nos queda más remedio que distinguir algunos conceptos que nos pueden llevar a confusión. Lo primero que hay que distinguir son los términos conocimiento, saber y ciencia:
Conocimiento es la acción y el efecto de conocer. Conocer es “averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas” (DRAE). El saber es, sin embargo, un conocimiento más profundo de las cosas, un conocimiento fundado. Por último ciencia es un saber fundamentado, ordenado y sistematizado con las características de seguridad, previsibilidad, etc., propias de la práctica científica actual, a la que hay que referirse para definirlo, aunque se produzca un cierto círculo vicioso. Lo importante a retener es que mientras que toda ciencia es un conjunto de conocimientos, no todo conocimiento es ciencia, de la misma manera que todo saber es conocimiento, pero no todo saber es ciencia. Podríamos representar:
Esta aclaración terminológica no es por pura quisquillosería del profesor, sino que se trata de poder situar a la filosofía entre los distintos tipos de conocimientos.
Lo que llamamos conocimiento, es lo más amplio, cualquier forma de conocer es conocimiento, por lo tanto los conocimientos más o menos fundados, más o menos perfilados, son todos conocimientos. Desde esta perspectiva tanto los saberes como las ciencias son formas de conocimiento. Lo que pasa es que la mayor parte de nuestros conocimientos no son ni científicos ni saberes. La forma más abundante de conocimientos, incluso me atrevería a decir adelantando materia, la más vital para nuestra supervivencia, es la que llamaremos conocimiento ordinario. El conocimiento que tengo de mis amigos, del banco donde me siento, del paseo de vuelta hasta casa, del salto que doy jugando, se mueven en este orden de conocimientos. Esto no excluye que como biólogo no pueda tener un profundo conocimiento del cuerpo humano como un conjunto de células que forman tejidos, órganos, etc., pero vivir diario yo no me relaciono con tejidos, sino con fulanito que es mi amigo, ni invito a metabolizar nutrientes a la víscera digestiva de mi novia, sino que salgo con ella y nos tomamos un helado. Además de esta forma ordinaria hay otras, el conocimiento técnico que consiste en saber hacer algo de una manera especializada. Rozando este tipo de conocimiento, en realidad derivando de él, retroalimentándose mutuamente, se encuentra un tipo de conocimiento especial del que ya hemos hablado, el conocimiento científico, la ciencia, y que se distingue por su complejidad, su firmeza, etc. y del que ya dijimos que para definirlo no nos queda más remedio que echar mano de la práctica científica. Las ciencias, no la ciencia, explican parcelas de la realidad a partir de toda una práctica que incluye, unos métodos, unos principios, unos conceptos, un instrumental, etc. propio de cada una de ellas, y no siempre muy concordantes. Pues bien, entre aquel conocimiento ordinario y este científico hemos dicho que hay una forma de conocimiento que constituyen los saberes.
Saber es conocer algo en profundidad, es decir, es un conocimiento fundado, pero no llega a ser científico. Este no llega no quiere decir disminución ni menor importancia, sino simplemente que no cumple los requisitos necesarios para constituir una ciencia, aunque luego la importancia del mismo pueda ser tanta o incluso mayor que el del conocimiento científico. ¿Cómo podemos fundamentar un conocimiento? Para nosotros la respuesta posible sólo es una: sometiéndole al juicio de la razón, pero no actuando ésta en vacío, sino en confrontación con la realidad y con el conjunto de conocimientos disponibles en nuestra época. Aquí no hay otra prueba más que la solidez argumentativa y la consistencia con el conjunto de los conocimientos. Quien dice que sabe ha de poder sostener lo que dice ante el acoso dialéctico de sus oponentes. Y este es un criterio fundamental para desenmascarar los abundantes falsos saberes o falsas sabidurías que se autofundan a sí mismas, lo sé porque lo sé, o bien que se consideran elegidas, lo sé por revelación de los extraterrestres.
Rechazamos por tanto, como falsos saberes:
La poesía. Puede ser una interpretación de la realidad, pero no un saber, en la medida en que el poeta no tiene por qué fundamentar ni dar cuenta de sus sentimientos. Y menos mal, porque entonces dejaría de ser poesía para ser otra cosa.
La religión. Por lo menos toda aquella parte sobre la que no se puede razonar porque ha sido inspirada por un Ser Superior y su alcance desborda nuestra razón, que lo único que puede hacer es creérselo. Si fuera de otra manera la fe no sería fe, sino demostración, y la religión pasaría a ser otra cosa, saber o ciencia.
Los saberes ocultos. Que proliferan en todo momento y en este cambio de siglo se hacen palpables. No son saberes en la medida que su adjetivo, oculto, nos priva de la publicidad de su fundamento, o mejor dicho, cuyo adjetivo sirve para ocultar la ausencia de fundamento.
Los mitos, en la medida en que aparecen como una mezcla en distintas proporciones de los puntos anteriores.
Y muchos más.
Esto no quiere decir que no haya verdaderos conocimientos e incluso saberes fundados en algunos de los puntos anteriores, sino que en la medida en que son verdaderos conocimientos o saberes no son poesía, religión, ocultismo o mito, y en la medida en que son estos no pueden ser saberes.
Pues bien, frente a estos falsos saberes, la filosofía se nos presenta como un verdadero saber. Y esto precisamente porque aquello que dice lo intenta fundamentar en oposición a las posturas alternativas. Y la forma de fundamentarlo es, como habíamos señalado anteriormente, apoyándose en la razón y en contraste directo con los datos que nos ofrece la realidad que nos envuelve.
Se podría preguntar ¿porqué no decimos que la filosofía sea una ciencia? La respuesta es compleja, pero podemos decir que no cumple los requisitos necesarios para que sea ciencia. Sus objetos, las ideas de Libertad, Bien, Dios... etc., no nos permiten actuar de la misma manera que se trabaja con los conceptos científicos. Y sin embargo aquellas ideas no son independientes de estos, como pretenden los que piensan que estos objetos inamovibles son captados por el filósofo, en general por la razón humana, y a partir de ellos constituir una ciencia, la más firme y segura porque sus objetos no cambian. Esta posición, que llamamos dogmática, es insostenible, porque no resiste la prueba de la realidad, que precisamente nos muestra que tal ciencia nunca se ha podido constituir. Frente a esta tesis de los objetos eternos nosotros mantenemos que tales ideas están conectadas con hechos y conceptos científicos y culturales a los cuales, a su vez, desbordan: los psicólogos mantienen un concepto de libertad como capacidad de elección, los juristas otro concepto de libertad, como no coacción, los físicos otro, próximo al de azar, como no determinación... todos estos conceptos son distintos y distintos a la idea de libertad, son determinados y fijos y permiten que se pueda operar con ellos, pero a su vez están relacionados con la idea de libertad, se retroalimentan con ella y a veces se escurre ésta en medio de la ciencia; es importante fijar los conceptos para saber con qué se está operando. Alguien podría decir que si ni siquiera es ciencia ¿para qué sirve? Aquí no queda más remedio que recordar que no necesariamente los conocimientos científicos son los más importantes para todo y que además es inevitable la reflexión en profundidad, la haga el científico o el filósofo, sobre aspectos relacionados con las ideas, y que independientemente de quien la haga, científico o filósofo, si lo hace correctamente está filosofando. Quien piensa que tales reflexiones no merecen la pena que considere que, precisamente, cuando usamos expresiones tales como “no hay derecho”, no estamos diciendo que no haya derecho, que lo hay, derecho en cuanto concepto de la ciencia jurídica, sino que no hay derecho en cuanto a una idea de Derecho, podríamos decir no científica. Lo mismo con lo Bueno, la Libertad, etc. Y estas ideas no son eternas, volvemos a insistir, sino que nacen de la práctica y teoría científica, política, social, etc. de cada época y aunque no sean propiamente científicas son muy importantes, incluso determinantes en el acontecer del mundo y de nuestras vidas.
Resumiendo nuestra posición, la filosofía no es ciencia, pero tampoco es una mera elucubración que se le puede ocurrir a cualquiera. La filosofía es un saber, originado a partir de la práctica científica, política, etc., fundamentado en el uso de la razón, que parte de estos conocimientos previos (científicos, tecnológicos, religiosos, etc.) y que ante ellos ensaya modelos alternativos y posibles de la realidad, en confrontación directa con otras alternativas posibles. Esta postura es lo que constituye una actitud crítica.
Aunque se acostumbra llamar Filosofía a otras actividades, que pueden tener más o menos en común con las líneas aquí señaladas, para no estirar como un chicle el significado de la palabra hasta el punto de que no signifique nada, usaremos el término Filosofía para englobar ese tipo de reflexión racional que se produce como prolongación natural de la actitud nacida en Grecia en el siglo VII a. n. e. y de la que también nació la palabra, como vimos en la definición etimológica. Es decir la Filosofía la entenderemos dentro de la tradición occidental, heredera de Grecia, donde nace el término y la actividad, y cuyo momento actual guarda memoria histórica de aquella. Con esto desechamos el término Filosofía para designar otros saberes u otras actividades nacidas en otras tradiciones, China, India, pero también en el Amazonas de los yanomamis, sin por ello mezclar y confundir estas actividades, que no sólo entre ellas, sino consigo mismo mantienen matices y actitudes muy diferenciados: por ejemplo, la lógica hindú tiene un grado de elaboración racional muy distinto de la escuela Vedanta, también hindú.
Considerando esta concepción de la filosofía como actividad racional de conocer, lo que tenemos que analizar a continuación es cuáles son los ámbitos fundamentales a los que se aplica esta racionalidad y cuáles son las preguntas más importantes que aborda la filosofía.