El sufrimiento, el dolor, el destierro fueron el pagó de la primera siembra lasallista en México, siembra que no quedó infecunda, sembradores valientes, después de visto arrasados los campos, volvieron a sembrar.
Dios siempre providente tuvo sus caminos para que la siembra se realizara y fuera fecunda. Primero fue el regreso de los 4 valientes exiliados de Cuba que llegaron a preparar la siembra de las casas de formación, los valientes jóvenes mexicanos, llega y son la esperanza de esta siembra generosa.
Los campos de la educación están desiertos, y el llamado a los sembradores proviene ahora del gobierno francés a los Hermanos que vuelva a abrir las escuelas de México. La entrevista del Hermano Carlos Bovey con el Señor ministro Brian quien pide 20 Hermanos para México y en cambio ofrece la promesa de protección moral y financiera de parte del gobierno francés.
Para 1919 el Hermano Carlos había conseguido a 12 Hermanos que estaban dispuestos a regresar a México, que fueron completados con unos pocos que regresaron de los Estados Unidos, y los primeros Hermanos mexicanos. Fruto de la primera siembra.
México sufrió la revolución cristera, los colegios no fueron tocados, las casas de formación sufrieron ya sea los licenciamientos, o bien la expatriación de los jóvenes en formación, pero la esperanza estaba viva, el campo producía.
En 1931, se celebró con gran gozo el primer cuarto de siglo de la presencia de La Salle en la tierra mexicana.
CONCLUSIÓN:
Estos Hermanos llegaron para entregarse a Dios y hacer una siembra de valores cristianos, abrir surco fundando nuevas escuelas y siendo Hermanos para sus semejantes. He aquí algunas de sus palabras de lo que les implicó esta entrega: “Je veux être un bon frère mexicain” . Otro Hermano al despedirse de su familia les dijo: “Mírenme bien, sí, mírenme bien pues es la última vez que me ven.” Tenía entonces 18 años.
La característica básica de estos Hermanos Franceses y de los mexicanos que fueron llegando fue: Una entrega intensa al servicio de Dios en lo personal y en lo apostólico. Eran lo que tenía que ser: testigos del amor de Dios en esta tierra. Hombres unidos, hombres de gran piedad y fervor religioso, hombres sin miedo a la pobreza y a las limitaciones, hombres que trajeron la antorcha de la Salle y con su luz se convirtieron en Sembradores de Estrellas según la expresión del Hermano José Cervantes.