Hno. AGATHANGE HENRI
Henri LAHONDES
1874 + 3 – V – 1924
Henri nació en Chambon- le– Château, en la diócesis de Mende. Un sacerdote, un misionero, un Hermano de las Escuelas Cristianas, y una religiosa de San Vicente de Paul: cuatro vocaciones superiores en la familia de un hombre principal en su comunidad, robusto cristiano que varias veces fue electo como alcalde de su comunidad.
En estas páginas queremos conservar el recuerdo de un joven tenía una instrucción superior, muy inteligente y hábil. Durante la recreación destacaba en la explicación del Santo Evangelio, pronto encontró un compañero que le hacía preguntas por el maligno placer de encontrar una respuesta errónea. Pero él salía victorioso de esas preguntas hechas sólo para fastidiarlo.
Después de su noviciado, el Hermano Agathange Henri, pasó al escolasticado, y desde sus primeros días en esta casa él se afirmó como religioso por sus actitudes de modestia, de humildad, mortificación y regularidad. Una cortesía hecha de caridad embellecía su conducta. Con gran alegría, decía uno de sus profesores, veo su aspecto serio y a la vez dulce y amable, era piadoso “terrestre y celesta, se parecía a esos jóvenes santos con son el ideal de la juventud”
Con su título de maestro, nuestro Hermano inicia su labor educativa en el Noviciado Menor, después va a San Nicolás de Issy. Ya era un hombre apreciado por sus buenos consejos, y capaz de consolar en las penas. Uno de sus alumnos, de San Nicolás, recuerda con gusto, como el Hermano Agathange Henri, lo sostuvo y ayudó cuando siendo interno tuvo momentos difíciles.
Dotado con una disposición especial para el dibujo, el joven profesor siguió clases con el Hermano Charles Albert, que enseñaba esta especialidad en varias escuelas en especial en Passy y en la escuela de San Francisco Javier.
Cuando vino el tiempo de la dispersión, se ofreció a los Superiores para trabajar por la gloria de Dios donde ellos lo enviaran; fue escuchado después de varios meses en el Noviciado apostólico de Clermont Ferrand, llegado el tiempo se embarcó para México. Uno de sus compañeros de viaje relata las siguientes impresiones: El Carísimo Hermano Agathange Henri, jefe de nuestro grupo, manifestaba mucho tacto, de tal manera que ningún incidente enturbiara las relaciones entre los Hermanos durante la travesía. Víctima el mismo del mal del mareo, se obligaba a atender a los Hermanos que estaban mal por lo mismo.
En Zacatecas, a donde fue enviado, se mostró como un inferior generoso y el consejero discreto del Hermano Director. Monseñor Franco, obispo de esta ciudad y benefactor del Instituto, habiendo resuelto de construir un edificio para el Internado y la escuela gratuita; al Hermano Agathange Henri se le designo como ayudante del arquitecto, en este trabajo hizo lucir sus preciosas cualidades y habilidades siendo muy apreciados y admirados sus diseños arquitectónicos.
Mientras tanto se perfeccionaba en el estudio de la lengua castellana, y se entregaba por completo a su trabajo en clase, y cuando la ocasión se presentaba se ofrecía para realizar trabajos suplementarios que le pedían bien que la caridad le exigía, es así como se constituye en enfermero de un joven Hermano enfermo de una fuerte neumonía y del Hermano Director, que sufría violentos ataques de reumatismo. El Hermano Agathange Henri combinaba su trabajo en clase con el cuidado de los Hermanos y podría haber dicho lo que el Hermano Bourlette: “Tengo el pie derecho en mi clase, el pie izquierdo en la otra clase, mi espíritu con el enfermo y mi corazón en el cielo”
En 1910 fue nombrado director de la nueva escuela y comunidad de Toluca. Se le presentan grandes dificultades: locales inapropiados, indisciplina de los alumnos, exigencias de algunas autoridades... Su paciencia y su tacto le hacen triunfar pronto y se ve la prosperidad de la escuela.
Bajo su amable dirección, escribió un hermano, la vida en comunidad es muy agradable; él se esfuerza en descubrir que cosas pueden agradar a la comunidad y si eso está dentro de los reglamentos de usos y costumbres y sí así es lo realiza. Era un hermano lleno de bondad, ameno y de espíritu sobrenatural, en sus entrevistas públicas o privadas. Tenía una pena visible ya que era testigo de infracciones que se cometían a la Regla, sobre todo con respecto a recibir regalos de los alumnos o de sus padres, tuvo que pedir el cambio de un Hermano, muy destacado, pero poca apegado a este punto de regularidad, pues Dios bendice el apostolado de quienes son fieles a la Regla.
Recibió el gran favor de participar en el Segundo Noviciado. Los Superiores le habían ofrecido que fuera a visitar a su familia, pero en su austeridad hizo el sacrificio de encaminarse directamente a Lembeqc, sin pasar por su familia.
De regreso de este largo retiro, retomó su función de Director, con una generosidad renovada y a la vez colabora con el Hermano Anthime Louis en la elaboración del libro de lectura: “Curso de Lectura en lengua Castellana”
Hubiera continuado en esta escuela de Toluca, si las crisis cardiacas no se lo hubieran impedido, por lo cual pidió ser descargado de esta responsabilidad. Accediendo a sus deseos, los Superiores, lo enviaron al Noviciado del Distrito en calidad de Subdirector y enfermero general de la casa. Es el año de 1912, la enfermedad parece poner fin a su apostolado. Pero Dios tiene sus designios. En realidad, en esta fecha comienza el periodo más laborioso y fecundo de su existencia.
El Hermano Visitador, que durante cinco años había sido su director, dijo: “El Hermano Agathange Henri tiene una singular facilidad para resolver problemas como lo hizo en 1914 que gracias a la revolución carrancista las casas de formación tuvieron que ser transferidas a la isla de Cuba. Fue él que, a pesar de su timidez natural, su débil salud, enfrentó los hechos más terribles, sea en el momento de salir de la Capital, sea en Córdoba o en Veracruz, en ayuda de todos los Hermanos expulsados de México. Después fue el arreglo de los locales de San Diego de los Baños, la hizo de carpintero, albañil, decorador, y pintor. Todos los testigos de esos hechos terribles, recuerdan como él supo afrontar esas penosas circunstancias sin perder la alegría y haciéndose siempre la persona útil.
En 1917, las casas de formación vuelven a México, el demuestra una gran abnegación, tacto e inteligencia de la que es capaz, ya que sería el subdirector, enfermero y agregaría después el ser reclutador del Distrito y al mismo tiempo supervisor de las obras de ampliación y mejoramiento en la casa de formación de San Borja.
En su calidad de subdirector del noviciado, el Hermano Aghatange Henri tenía que ser catequista. En su santo empleo, se esmeraba en dar explicaciones claras, objetivas y a menudo originales y siempre muy apreciadas. Muchos de sus antiguos novicios, aprovecharon sus explicaciones para sus propios catecismos. De un tiempo a otro, escribió uno de ellos, yo releo una de sus conferencias sobre el cielo y sobre las facilidades que tenemos para ganarlo en nuestra vocación; esta lectura me anima mucho.
El estudio preferido de nuestro Hermano fueron las ciencias religiosas; también su competencia en la doctrina cristiana, la historia de la Iglesia, la liturgia, el derecho canónico, su saber sobre estos temas le habían dado notoriedad. Los Superiores queriendo aprovechar sus conocimientos y su experiencia en la enseñanza catequética, le confiaron la redacción de un manual escolar en tres cursos sobre la doctrina cristiana, esos tres cursos eran concéntricos, obra que una vez editada recibió la aprobación del Señor Arzobispo de México.
Desde muy joven el Hermano se inició en el estudio de los clásicos, llegó a conocer ampliamente la lengua latina, para dar a su alma piadosa el gusto de comprender las oraciones de la Iglesia. Toda su vida fue un apóstol de la liturgia y del canto llano. Ese canto él lo sabía interpretar y lo hacía gustar a los que lo rodeaban. Amaba repetir que “Ese es el canto de la Iglesia”.
Enfermero durante los once últimos años de su vida, nuestro Hermano escribió algunos apuntes sobre enfermedades ordinarias. Algunos se dieron cuenta del valor que tenían estos escritos pues señalaba la utilidad de algunas medicinas y remedios. Si se le presentaba un caso grave, llamaba al Doctor y hacía lo que este prescribía. Con los enfermos se mostraba tierno, amable, alegre, prudente y digno, nunca la menor familiaridad.
Como Reclutador, el Hermano Aghatange Henri tomó muy en serio su misión, ya que era una misión muy necesaria. En 1914, no había ninguna escuela de los Hermanos, todas habían desaparecido. Entonces buscó entre los Sacerdotes y personas piadosas, indicadas por los Señores Obispos, que le indicaran posibles candidatos y para atraer la bendición de Dios sobre su trabajo, él rezaba, se mortificaba y se sacrificaba en sus largos viajes en los cuales tenía muchos contratiempos.
Generalmente el salía de madrugada y caminaba a pie los cinco kilómetros que lo separaban de la cuidad, participaba en la misa en la iglesia más próxima y comulgaba; y por todo desayuno se contentaba con un trozo de pan, que desde el día anterior había separado. Frecuentemente tenía que guardar ayuno de 10 u 11 horas para poder comulgar, el hacia ese ayuno meritorio.
En los ferrocarriles el compraba su boleto en tercera clase, que era la más modesta, su peculio era muy reducido y no sabemos cómo, se podía sostener. Durante sus recorridos leía, o rezaba con el fin de sustraerse de conversaciones inútiles y de preguntas indiscretas. Las visitas que hacía a las familias eran corteses, amables y llenas de naturalidad. “su llegada a nuestra casa, reconocía una familia, es como una bendición de Dios y una invitación a hacer el bien”. Su admirable modestia y su mirada angelical invitó a más de un adolescente a solicitar du admisión al Noviciado.
Un digno maestro de escuela, que tenía en gran honor preparar buenos muchachos para nuestro Instituto, escribió: “Qué era muy humilde, ese buen Hermano y su fisonomía era la de un santo”. Más explícita fue la mamá de un Hermano joven que decía: “Si todos los Hermanos son como el Hermano Agathange Henri, no tengo dudas de que llegaran a ser santos” Este buen Hermano nos ha edificado por su prudencia, su modestia, su dignidad llena de simplicidad, yo lo venero como un hombre de gran virtud.
Cuando, acompañaba a algunos postulantes, este digno Hermano Reclutador a la casa de formación, se constituía en un hotelero amable y atento, buscaba que se alimentaran y se refrescaran, arreglaran sus cosas y después se distrajeran haciéndoles jugar antes de la salida del tren. Pero una vez que este valiente obrero, había puesto a sus reclutados en manos del Hermano Director del Noviciado Menor, evitaba inmiscuirse en la forma de actuar de sus queridos reclutados.
El Buen Dios lo recompensaba ampliamente, el apostolado de nuestro cohermano, que tímido por naturaleza y bien convencido de su debilidad, había aceptado por obediencia un empleo que no iba con sus deseos.
Seguido iba a la capilla a recomendar a la oración de los Novicios y novicios menores su nueva salida en búsqueda de vocaciones. Con gran emoción, difícilmente disimulada, tomaba CONGÉ del Hermano Director y después le pedía su bendición. Él quería mucho la vida comunitaria, que se sentía mal fuera de ella, como fuera de su elemento. Y decía: “No fuimos hechos para el mundo”.
Durante su segundo Noviciado el Hermano Agathange Henri había tomado la resolución: “De no poner toda su atención en el hombre más bien poner su vista en Jesús y no juzgar” En sus retiros posteriores, este ferviente religioso recordaba su ideal y con un severo análisis, lo ponía en paralelo con su actuar.
En sus retiros posteriores, el ferviente religioso recordaba este ideal y con un severo análisis lo ponía al paralelo de sus actos. Su presencia, decía un Hermano profeso, con quien tuvo una relación estrecha, me ha hecho mucho bien porque es un hombre de Dios porque inspira, ante todo, puntos de vista sobrenaturales y juicio de las cosas bajo los principios de la fe. Su conversación es reconfortante nada tiene de cosas de la tierra, de vileza o egoísmo, ni de vanidad. La buena relación con Dios y el bien de las almas, la extensión de nuestro Instituto, el sacrificio de nosotros mismos, las grandes y santas causas tales eran el objeto de sus pensamientos sobre los que hacía constantes esfuerzos. Cuando estaba obligado a decir alguna cosa sobre sí mismo, lo hacía envuelto en un velo de humildad, que estaba uno a considerar la siguiente, muy de él: “la quinta rueda del carro"
Los últimos trabajos que le había confiado la obediencia, lo llamaban seguido a la comunidad. Él llegaba sin hacer ruido, en su recogimiento habitual, hacia una visita al Santísimo, después con una gran sencillez y delicadeza, exponía el hecho por el cual había sido convocado, y una vez terminado su asunto regresaba a su querido noviciado, no sin antes haber recibido el testimonio de estima por parte de los jóvenes hermanos, sus antiguos novicios.
Siempre me ha producido la impresión de que el Hermano Agathanges es un religioso que tiene mucho trabajo y que ha librado duras batallas y tenido grandes victorias sobre sí mismo. Por eso ha llegado a un desprendimiento de si, a una libertad de corazón que eleva al alma sobre las miserias de la vida y la hace respirar en una atmósfera celeste.
Muy limpias, puras y sobrenaturales han sido sus intenciones, ha conocido la contradicción y sentido el aguijón de la crítica. Su alma delicada fue sensible a esta prueba, pero ha conservado su serenidad. Las opiniones humanas no pudieron detener el impulso de su celo apostólico, fue la obediencia quien le indicó el camino a seguir. Como no buscaba alabanzas ni se dejaba atrapar por la censura.
Esta ascensión incesante durante toda su existencia hacia el ideal de la vida religiosa y del apostolado sobrenatural fue a recibir una recompensa.
El viernes 29 de febrero de 1924, violentos dolores obligaron a nuestro Hermano a acostarse, después de sesenta horas de atroces dolores, soportados sin una mínima queja y con una gran paciencia digna de los corazones impregnados del amor divino, su alma desertó de su cuerpo extenuado.
La muerte de este eminente religioso, escribió su antiguo director, deja entre nosotros un inmenso vacío. No dudamos que numerosas vocaciones que dirigió hacia nuestro Instituto, le habrán preparado un mejor recibimiento cerca de Dios. Sus restos mortales reposan en la parroquia vecina, su tumba será un piadoso encuentro los días de salidas regulares, de nuestros sujetos en formación ...