Hno. ALFONSO FIDEL José de Jesús Torres Quintero 1898 +20 X 1930
José de Jesús nació en Tinguintín, Michoacán. A temprana edad perdió a sus papas, transcurriendo sus años de infancia y juventud en un ambiente de inseguridad y de trastornos políticos a causa de la revolución mexicana y más tarde a la persecución religiosa que se vivieron en México los años de 1913 a 1918.
El adolescente se sentía atraído por la vida religiosa, pero los años pasan sin poder tener los medios para realizar su deseo de corresponder al llamado divino. Providencialmente se encontró con el Maestro Don Antonio Romero, profesor el de la escuela parroquial de su ciudad natal, que preparaba jóvenes que más tarde presentaba al Hermano Reclutador para que ingresaran al Noviciado Menor. Este maestro se ofreció al Hermano Reclutador para estudiar la vocación de José de Jesús y hacerle adquirir los conocimientos básicos de un futuro educador cristiano.
El Hermano Reclutador, con cierto temor, acepta a este obrero de la novena hora, con instrucción rudimentaria y pobre. Lo puso a prueba largo tiempo, pero el aspirante no se desanimó en ningún momento. Decía: “voy a salvar mi alma es por eso que voy abandonar el mundo”
El joven fue admitido en el noviciado cuando contaba con veinte años y tomó el Hábito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas el 21 de diciembre de 1921 y a la vez el nombre de Hermano Alfonso Fidel. Tenía 23 años.
Durante sus tres años de formación el Hermano Alfonso Fidel manifestó una maravillosa buena voluntad tanto para cumplir con las exigencias de la Regla, como para aprovechar la adquisición de una espiritualidad y los estudios a los que accedió. A pesar de que su inteligencia se comenzó a desarrollar tarde y su memoria era algo lenta logra tener realizaciones intelectuales: dominio de la lengua francesa para expresarse corrientemente en ella y con corrección además de su aptitud pedagógica.
El Hermano Alfonso Fidel inicia su labor educativa en los colegios de la Capital Mexicana, al mismo tiempo que se declaraba la persecución cristera, que tantos mártires dio a la Iglesia mexicana. Los Superiores juzgaron prudente enviar a todos los Hermanos jóvenes que trabajaban en México a Cuba; es así que, en octubre de 1926, el Hermano Alfonso Fidel llegó al Colegio de La Salle de la Habana, como profesor de los chicos.
Sólo dos años de apostolado fecundo, en la clase de los chiquitos. El testimonio de un Hermano nos dice: “Algunos días antes de morir el Hermano, le hice saber que sus alumnos preguntaban por su estado de salud, nuestro Hermano respondió: Díganles a estos alumnos que pronto yo estaré en el cielo y que ahora yo rezo por ellos para que sean buenos cristiano; pediré a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen que le dé alguno la vocación religiosa”. Cuando supieron la muerte de su querido maestro, uno de ellos escribió la siguiente nota, a uno de los Hermanos de loa comunidad: “me sentí muy triste cuando supe la muerte del Hermano Alfonso Fidel, he llorado mucho, le esto agradecido por todo el bien que me hizo, espero que desde lo alto del cielo me ayudará a ser siempre bueno. Me voy a esforzar en practicar las virtudes que aprendí de él. El domingo próximo mi comunión va a ser por el eterno descanso de su alma”
La modestia, la abnegación y piedad fueron las virtudes características de su vida religiosa. Nunca se exaltaba ni subía la voz, siendo siempre disciplinado y ordenado, atento a las indicaciones de los Hermanos, confesaba, ingenuamente, su ignorancia en muchos aspectos. Obedecía con esmero a las indicaciones del Hermano Inspector, y atribuía a su inexperiencia sus fallas o dificultades.
Era exacto en el cumplimiento de los ejercicios de comunidad, su tiempo libre lo dedicaba, en la sala de comunidad, a calificar cuadernos o a la preparación de sus lecciones. Muy servicial, ponía su tiempo y su persona al servicio de quien se lo pidiera. Sin ruido cumplía su deber, de desplazaba en silencio de un lugar a otro, dejando por doquier un buen ejemplo.
Sus virtudes sencillas eran practicadas en forma viril, sostenidas por una piedad edificante. Los que hicieron el retiro anual de 1928, en que nuestro Hermano hizo su profesión perpetua quedaron impresionados por la devoción demostrada, durante las largas visitas al Santísimo y la forma de hacer el Viacrucis.
Mientras pudo leer, su libro preferido fue el Nuevo Testamento y la vida de Nuestro Santo Fundador, su amor al Instituto lo demostraba rezando por las buenas vocaciones, esta suplica se hizo más patente cuando llegaron los largos meses de su enfermedad y sufrimiento que marcaron la última etapa de su vida.
Enviado a Guatao, a la casa de reposo, se le declaró la tuberculosis. Atendido en el hospital eclesiástico de la Habana; nuestro Hermano pasó los dos últimos años de su vida en oración continua, edificando a todos los que lo visitaban, por su resignación y aceptación de la voluntad de Dios y por su agradecimiento para todos los que lo cuidaban o visitaban.
En la tarde del 20 de octubre, entregó piadosamente su alma a Dios, habiendo realizado durante ocho años el fin que se había trazado al ser admitido en el Instituto: “Me voy a salvar”.