Hno. ADRIANO AGUSTIN
Salvador Campos González.
1907 + 7 VII 1927
Salvador Campos González nació en Momas, Zacatecas en el seno de una cristiana familia, como muchas de esa región.
La vida religiosa de este joven Hermano fue corta, ya que la enfermedad interrumpió su primer año de apostolado. No por eso su vida fue insignificante. A falta de una larga carrera y de virtudes maduradas con el tiempo, el dejó en todos los que lo conocieron, una doble lección: Su apego a su santa vocación y una fortaleza y resignación ante la enfermedad.
Alma recta, alegre y entusiasta, el Hermano Adriano Agustín acababa su formación del noviciado, cuando se inició el preludio de una campaña antirreligiosa llamada la guerra cristera.
Por medidas de prudencia, las casas de formación que teníamos en el país, enviaron a los jóvenes que ahí estaban a sus familias por tiempo indeterminado.
Mientras estaba en su tierra zacatecana fue un alma generosa y valiente; frecuentaba los sacramentos y diariamente rezaba el rosario, hacía piadosas lecturas y huía de las ocasiones de pecado. Apóstol por temperamento, mantenía una relación epistolar con sus compañeros de prueba y los exhortaba para que perseveraran.
Un buen día recibió un telegrama del Hermano Visitador que lo llamaba a la capital, el Hermano Adriano Agustín pide la bendición de su mamá y se despide rápidamente de sus parientes, y al día siguiente llega a México, comenzando su apostolado en una de las clases de los pequeños.
El inicio del joven profesor fueron difíciles; los niños, de ordinario, calmados y sumisos, se resistían ante el nerviosismo creado por las medidas tomadas contra la religión. Además, su maestro era inexperto y sin malicia; en estos momentos que se requería exigencia y firmeza. Pero la inquietud duró solo algunas semanas.
El novel maestro tenía un buen juicio y el resto llegó pronto. Se dejó guiar por su Hermano Director en todas las dificultades y siguió, ciegamente, sus consejos. Poco a poco logró el control de sus alumnos y comenzó a obtener trabajo y aplicación.
Pero las amenazas de persecución se suceden con días de intervalo: siniestro rumores circulan en el país. Los Superiores temen por la seguridad del personal, y decidieron enviar a todos los jóvenes Hermanos a Cuba.
El Hermano Adriano Agustín no duda un momento, y pronto se rencuentra con su hermano menor y su primo (Hermano Manuel de Jesús Álvarez Campos) que habían salido con las casas de formación.
Para salvar su vocación, el joven religioso, había hecho a Dios el sacrificio de su clase, su familia y su patria.
A esta alma generosa, el Arcángel había podido decirle lo que a Tobías: “porque tú eres agradable a Dios, era conveniente que fueras probado por la tentación”.
Después de la prueba que probó su vocación vino la prueba que la confirmó.
El 21 de agosto de 1926 el Hermano Adriano Agustín hizo sus votos trienales en su nueva comunidad de Guantánamo, donde reinicio su apostolado también en una de las clases de los principiantes.
Pronto, los miembros de su comunidad aprecian al Hermano por su sencillez, alegría, ben humor y deseo de perfección.
Pero, el trabajo de la escuela le parece más ingrato, aquí que en su patria. Redobla su buena voluntad para asegurar el orden, la aplicación y la piedad de sus alumnitos.
Después de tres meses de clase, todo mundo estaba satisfecho por los resultados obtenidos. Él mismo gozaba de esas primicias de su apostolado.
Dios estaba contento de su humildad y buen inicio. Pero Él va a llevar a su siervo hacia la suprema recompensa por el camino de la sumisión.
Durante al año de 1927, nuestro joven Hermano comenzó a padecer una fatiga excesiva y tuvo una abundante hemorragia. Después de los primeros cuidados y algunos días de descanso, fue enviado a la Habana con un médico especialista, quien le descubre una lesión en el pulmón derecho y le prescribe reposo completo y vida al aire libre.
Trasladado a nuestra casa de Guatao y después al Hospital de San Francisco, el enfermo no perdía su buen humor, su sencillez y su piedad que edificaba a las religiosas y a los otros enfermos e igualmente a los sacerdotes hospitalizados en el mismo establecimiento.
Recibe con alegría a cada uno de los que lo visitaban. Las cartas a sus familiares estaban impregnadas de un espíritu sobrenatural y de piadosos consejos. En fin, se resigna plenamente, y filialmente a la santa voluntad de Dios.
Al Hermano Visitador del Distrito que, un día le va a visitar, le dijo valientemente: “no tengo miedo: estoy en calma, soy feliz. Nada me falta, comulgo, me confieso. Pienso en el buen Dios y no tengo miedo a la muerte…”
Efectivamente los últimos meses de vida del joven religioso fueron una constante repetición de la oración de Santo Tomás de Aquino: Señor yo quiero todo lo que tú quieras porque Tú lo deseas, como Tú lo quieras y el tiempo que Tú lo quieras”
“Los sentimientos de este joven Hermano son admirables, decía la Hermana enfermera, tendrá la muerte de los bienaventurados.”
Y así fue. Una crisis de respiración se produjo en las primaras horas del día 7 de julio, tres sacerdotes acudieron a la cabecera de nuestro cohermano, y mientras dos Hermanas de la Caridad recitaban las oraciones de recomendación del alma, el Capellán del Hospital administraba los últimos sacramentos. Al momento de que se terminó la ceremonia el Hermano Adriano Agustín pasó a mejor vida.