ADRIEN BERNARD
Henry Joseph Vouaux
1866 + 27- X - 1923
Enrique José nació en Barbas, diócesis de Nancy en Francia.
Cuando fui admitido en el noviciado de Paris, me encontré, relata un Hermano Director de las más importantes casas; me encontré con el Hermano Adrien Bernard, que había entrado hace poco tiempo, a la edad de treinta y cinco años, bachiller y antiguo maestro de Liceo, yo tenía también más edad que mis compañeros y fui confiado a sus cuidados.
Pronto por su bohemia, su franqueza, y su cordialidad, se ganó mi confianza y estima. En el noviciado durante las recreaciones, era la alegría para los novicios, cada grupo deseaban tenerlo. Tenía siempre historias que contar y anécdotas interesantes del diario vivir, así como hechos humorísticos que terminaban en francas risas.
Sin embargo, nada era fuera de propósito, su presencia y sus relaciones con sus jóvenes compañeros era la de un alma inmersa en ese retiro religioso, un alma sencilla, buena y feliz de haber escapado de los lazos del mundo, en medio del cual, según decía, había estado demasiado tiempo.
Al salir del Noviciado, el Hermano Adrián Bernardo fue enviado a la comunidad de Saint Germain des Prés, donde fue maestro de las clases inferiores. En poco tiempo se ganó el cariño y la estima de los niños y de sus familias; obtuvo el orden, el silencio y excelentes resultados en el trabajo y en la piedad.
En 1902, una clase particularmente difícil le fue encomendada en el Colegio de San Nicolás de Vugirard. Sin brusquedades y con mucha paciencia y bondad, el nuevo maestro conquistó poco a poco la confianza de sus alumnos obteniendo aplicación y disciplina de ellos. Sus clases estaban muy bien preparadas, en especial las de composición francesa, y corregidas minuciosamente, no escatimando esfuerzo en realizar este ingrato trabajo de corrección.
Religioso convencido, había comprendido la importancia que tiene la vigilancia, en todo internado. En el Dormitorio, en el ir y venir en los pasillos, en los patios de recreo, durante el paseo, en todo ser vigilante es estar en alerta, si no se han cometido las faltas hay que evitarlas.
Las pruebas y los sufrimientos lo visitan de tiempo en tiempo, pues tiene un doloroso reumatismo muy agudo que lo manda a la cama durante largas semanas. Plenamente resignado a la voluntad divina, soportaba con valor tan penosa situación, edificando profundamente al Hermano enfermero y a los que caritativamente lo visitaban.
En 1909, el establecimiento de San Nicolás fue cerrado por el decreto de las leyes sectarias. Nuestro digno Hermano estaba dispuesto a irse donde la obediencia le enviara y pidió ir al noviciado apostólico de Clermont Ferrand a estudiar lengua española, pues se embarcaría para México.
En Veracruz fue recibido al bajar del barco, dice el Hermano Visitador, y le asignamos el Liceo Católico de Querétaro como su residencia. En 1910 formó parte del grupo de Hermanos fundadores de Toluca.
En su primer año de residir en Toluca se encargó del economato y de la cocina; en sus tiempos libres daba clases a los alumnos que estaban por terminar primaria, además también preparaba los cantos religiosos. En todos sus diversos trabajos, él se las arreglaba para dejar satisfecho a todo el mundo.
Para ofrecer a Nuestro Señor, en la persona de sus hermanos, alimentos sanos y bien preparados, ponía toda su sabiduría en ello. No quedaba más que alabar sus servicios sobre todo la limpieza como lo hacía; se responsabilizaba de la limpieza no sólo de la cocina, sino que también las clases, los corredores, el patio de recreo. No se contentaba de emplear el tiempo de entre clases y los ejercicios de la tarde para la limpieza, sino que con permiso utilizaba también los días de paseo.
En su empleo de la dirección de los cantos, este Hermano era notable por el celo y por la buena ejecución de los cantos, en general por toda la música religiosa que enseñaba. Todo lo que era para él un deber profesional, nunca expresaba cansancio, pues todo se lo ofrecía a Nuestro Señor, cuya presencia se hacía visible en la persona de sus superiores.
Con muchos lamentos y tristeza, las familias cristianas que apreciaban mucho la entrega y la competencia de nuestros Hermanos, en todas las escuelas de México hasta 1914, vieron con tristeza como se licenciaban a los alumnos y las escuelas cerraban sus puertas a causa de la revolución y persecución religiosa que se había declarado.
Para salvarse de esta situación, muchos religiosos se refugiaron en Cuba; otros en los Estados Unidos y algunos más regresan a Francia; a este grupo perteneció el Hermano Adrián Bernardo, quien se pone a disposición el Hermano Visitador del Distrito de París.
Hasta 1920, nuestro Hermano trabajo en una de las casas de París. En esta época tres escuelas habían abierto nuevamente sus puertas en México. Los Superiores hicieron un nuevo llamamiento a su generosidad. Sin dudar un minuto y sin tener en cuenta sus enfermedades renovó de buen corazón el sacrificio que había hecho en 1909, se embarcó para trabajar en un apostolado lejano en el país que ya conocía. La obediencia lo manda al colegio San Borja.
Durante dos años con gran empeño y competencia se dedica a la clase. Con gran claridad, metódicas y vivenciales eran sus lecciones. Pacientemente buscaba notas explicativas, así como la redacción de resúmenes claros y precisos que ayudaran a los alumnos. La corrección de cuadernos y trabajos de los alumnos le absorbían todo el tiempo libre. A pesar de algunos regaños, los alumnos le tenían en gran estima y guardaron de él un profundo y cariñoso recuerdo.
Como le gustaba prestar cualquier servicio que le pidieran. Para alegrar a los tristes o los que tenían algún sufrimiento, tenía en su haber palabras de ayuda y motivación, así como expresiones pintorescas que hacía brotar la sonrisa en los labios y olvidar los momentos difíciles.
Fiel a todos los ejercicios marcados por la Regla, era exacto a comenzar a la hora, era edificante en su postura en la capilla y en su forma de rezar. Durante las oraciones vocales su voz sonora dominaba a los otros.
Hacia el fin de 1921, le vienen nuevos ataques de reumatismo; el Hermano Adrián Bernardo que resiste. Cuando fue la rentrada a clase, y sus fuerzas declinaban, el enérgico profesor volvió a su clase. Pero al fin del mes de abril tuvo que ser descargado de todo trabajo.
Una parálisis benigna pero progresiva se presenta, poco a poco el movimiento de sus extremidades se hace difícil. Nuestro enfermo va a la capilla puntualmente a las horas indicadas, algunas veces él llega a la capilla a la mitad de la noche, con el fin de no llegar tarde. Le cuesta mucho trabajo ir al comulgatorio, pero no quiere dejar de recibir a Nuestro Señor en la comunión diaria. Durante algunos meses fue vigilante de las confesiones de los alumnos.
En julio de 1923, se agravó y tuvo que permanecer en su cuarto. Sus cualidades metales se iban debilitando día con día, se le daban los cuidados que requería su triste situación. Un hermano lo acompañaba en el tiempo de los ejercicios y rezaban los dos.
En la tarde del 27 de octubre, se le administraron los últimos sacramentos, que parecía comprender lo que sucedía. La agonía comenzó al día siguiente, hacia las once horas se rezó las oraciones de los agonizantes y esa tarde el moribundo entregó su alma a Dios.
Al día siguiente el Capellán, acompañado por el Hermanos Visitador y una delegación de todas las comunidades vecinas y de los miembros de la casa de formación; los despojos mortales de nuestro querido Hermano fueron llevados a su última morada en el Cementerio de Dolores, donde ya reposaban otros Hermanos y novicios de nuestro Instituto.