22.- HERMANO NICÉAS BERTIN
Jean Pierre BONNET 1860 + 21 IX 1918
3er. Visitador del Distrito de México
Director del Colegio de la Concordia, a donde llegó en 1910, con 50 años de edad. Tenia un talento especial para hacer la vida comunitaria agradable y hacer reinar el verdadero espíritu de familia. Electo Visitador realizó una gran labor, promovió las vocaciones y supo afrontar la adversidad con gran celo y organizar su Distrito en tres países. Un Hermano Notable.
Nuestro querido Hermano, agradeció toda su vida a Dios haberle dado unos padres muy cristianos y, sobre todo, haber mecido su cuna su santa madre. Fue el mayor de once hermanos que llegaron a poblar el hogar familiar.
Desde muy niño frecuentó la escuela del pueblo de Latriac, su tierra natal, donde fue un muchacho que gustaba del estudio; de los 12 a los 15 años pasaba los inviernos en el Puy, en la casa de una piadosa tia, que confía la instrucción de su sobrino a un maestro celoso y ferviente cristiano. Admirado de las cualidades intelectuales y morales de su alumno, este excelente maestro lo invitó a abrazar la vida religiosa. El Hermano Nicéas conservó toda su vida el recuerdo y la amistad con su maestro, que ni el tiempo ni la distancia interrumpieron.
A la muerte del Hermano manifestó, por escrito, el dolor que le causaba la pérdida de su alumno y nos aseguró sus oraciones por el eterno descanso de su alma. El adolescente estaba en la clase de sexto año cuando pide y obtiene su admisión en el Noviciado del Puy. Insignificante y sin apariencia, tenía un exterior que no reflejaba el valor real de su persona. Más tarde, relatará a los novicios menores de México cómo había sido de novicio menor y, cómo tuvo que esperar largos trece meses para poder revestir la librea de San Juan Bautista de la Salle: "El Hermano Passsarion era un religioso de gran austeridad y nada más de verlo me inspiraba cierto miedo, que no podía superar fácilmente.
Al acercarse cada gran solemnidad, le expresaba mi deseo de revestir el santo hábito; su respuesta era: "Eres muy pequeño y disipado"; así fue como muchas veces me rehusó. Con fervor invoqué a santa Coleta y le supliqué me obtuviera de Dios el tamaño necesario; acompañaba la oración de esfuerzos reales para dar entera satisfacción a mis Superiores. Al fin, en 1876, algunos días antes de la fiesta del Gran San José, le presenté al Hermano Director mi petición y su respuesta fue: "lo veremos". Mi causa estaba ganada: el 19 de marzo fue el día de mi Toma de Hábito. Lo revestí con la resolución firme de nunca abandonarlo; me había costado mucho".
Terminado su noviciado el Hermano Niceas Bertin fue enviado a la Canourrgue. En esta escuela ejerció su magisterio durante catorce años. Esta escuela tenía cuatro clases; fue titular de la segunda; el nuevo maestro no duró mucho y, aunque tenía menos de veinte años era capaz para desempeñarse como maestro de la primera, o sea la clase de honor. No era un maestro autoritario, en que toda su persona inspirara temor, pero tenía sobre sus alumnos una gran influencia moral, resultado de su conducta siempre digna.
Con gran facilidad para los estudios, nuestro Hermano empleaba todo su tiempo para alcanzar los títulos de Brevet elemental, Brevet Superior y certificado de aptitud pedagógica, así como el Brevet de Cluny. En 1885 el Hermano Niceas Bertin comenzó a tener la buena costumbre de anotar sus impresiones personales, apuntes que a lo largo de treinta años los hizo y que nos permitieron conocer la bondad de su alma. Develan al profesor que se inclina hacia la bondad: "debo ser compasivo con los alumnos, sobre todo los menos dotados de inteligencia; es necesario motivarlos cuando no responden muy bien y nunca permitir que los demás se burlen de ellos, yo soy rudo en este punto".
Cuando uno privilegia a alguien, lo único que logra es que hablen mal, en cambio, amándolos a todos sigue uno el ejemplo de Jesús, como escribió: "Cuando Jesús es interrogado sobre sus discípulos y su doctrina, no responde nada porque, no pudiendo decir nada bueno, mejor guardó silencio. Es la forma que quiero seguir con mis alumnos. ¿Qué ganaría en hablar a los Hermanos de las faltas de mis alumnos? Seré más sabio si los encomiendo a Dios y me impongo algunos sacrificios por ellos".
El Hermano Niceas Bertin buscaba dar a su enseñanza un profundo sentido cristiano y, para hacer practicar la moral, decía: Nuestro Señor da razones que se reducen a una sola: obtener la vida eterna. Hay que sembrar esta idea profundamente en la mente y en el corazón de los alumnos, por todos los medios posibles. Ese debe ser el fin último y supremo de mi profesorado. Todo se debe orientar a ese punto importante pues, qué cierto es: "de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma", nos dijo el Divino Maestro.
Profesor competente y bueno, nuestro querido Hermano es también un excelente religioso, teniendo en gran estima su vocación. "Últimamente, dijo, he leído que el deseo de perseverar en la vocación religiosa es un signo de predestinación". Esto es un pensamiento que ene llena de consuelo, pues desde que soy Hermano, siempre he querido mi vocación más que a todos los bienes de este mundo, y deseo sobre todas las cosas conservarla intacta hasta mi último suspiro." El día de su profesión perpetua su alma desborda de entusiasmo.
"Por fin, soy todo de Dios, y emití mis votos perpetuos. ¡Cuántos pensamientos han venido a mi mente durante le hermosa ceremonia de esta mañana! ¿Por qué no estuviste aqui Hermano Director Gombert—Marie? ¡Cómo hubieras llorado de alegría al abrazara tu joven profeso! ¡Seguro que asististe desde el seno de la gloria, pues tu recuerdo permanece muy vivo en mi corazón! He pensado también en mis queridos Hermanos que nos han precedido delante de Dios, a mis queridos padres difuntos, que me permitieron la entrada al Instituto. He recordado a los muertos, pero no he olvidado a los vivos. Tú has escuchado, Oh Dios mío, la oración que he hecho por los Superiores, mis hermanos, mis parientes y amigos; dígnate escuchar también la que he hecho por mis alumnos, sobre todo por los que están en el Noviciado. Cómo me sentiré feliz al verlos disfrutar la alegría que yo viví hace algunas horas".
Estas últimas palabras nos muestran que el Hermano Niceas Bertin estimaba su vocación sobre todas las cosas y procuraba buscar el mismo beneficio para sus discípulos. En 1884 fundó la Congregación Mariana y Dios bendijo su celo con el surgimiento de numerosas vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. El cultivo de las vocaciones fue para él la pasión de toda su vida; tenía el don sin igual para descubrirlas y prepararlas: oraciones, sacrificios, retiros, eran enfocados a favor de los privilegiados del Divino Maestro.
En marzo de 1885 nuestro Hermano comienza su diario personal e intimo con estas palabras: "Glorioso San José, espero me concedas las siguientes dos gracias: primero que "x" persevere en sus buenas disposiciones y que entre sin tardar al Noviciado Menor y sea un buen Hermano. Segundo, que triunfe en mi examen de Brevet Superior al cual en unos días me tengo que presentar Si no quieres escuchar mis dos peticiones, olvida la segunda. Hago el sacrificio para obtener la prirnera"; dos meses después continúa: "San José, te agradezco el éxito en mi examen y la gracia de la entrada al Noviciado Menor. Tú conoces bien cuáles son mis deseos, pero también sabes cuáles son las angustias de mi alma, cuando supe que estaba a punto de regresar. No permitirás que agregue la petición de nuevos favores a los que ya me has concedido. Y tú, oh tierna Virgen María, quítame el dolor de ver a esta esta pobre oveja en medio de lobos, en tu amor lo puedes ayudar y confío plenamente en tu bondad".
Esta oración ferviente fue escuchada por el Señor y algunos días después el Hermano Niceas Benin escribió en su cuaderno: "una carta recibida de X... me anuncia que va a quedarse en el Instituto como Hermano de las Escuelas Cristianas. Gracias sean dadas a Dios, a la Santísima Virgen y a san José. Por mí seré fiel a mis promesas que he hecho en esa ocasión".
Treinta años más tarde, X con lágrimas en los ojos supo de los sacrificios que el buen Hermano había hecho por su vocación.
El siguiente párrafo nos revela el corazón del Hermano Niceas Bertin: "Como regalo que me des ioh Dios mío!, solo te pido las almas, déjame ver a algunos de mis alumnos que toman el camino del Noviciado Menor. Seis de los miembros de la Congregación Mariana ya están en alguna casa de formación". Ese gusto se le dio, pues condujo más tarde a cinco jóvenes más a Vals. "Te agradezco, Dios mío, y te suplico bendecir a esos jóvenes. Que mi indignidad no sea un obstáculo para su avance en la virtud". Se castigaba el maestro a causa de las faltas de sus alumnos, pero no hacia espiar a sus alumnos los pecados del maestro.
El apostolado de nuestro Hermano era fructífero, porque estaba sostenido por el sacrificio; ese sacrificio lo hacía consistir en la observancia integral de la Regla y en la aceptación generosa de las fatigas de su trabajo diario.
Sufriendo frecuentes migrañas, nunca dejaba el trabajo ni pedía ningún cuidado especial. Cada día se imponía mortificaciones voluntarias pues, decía: "quien no se sacrifica diariamente, se encontrará desarmado cuando lleguen las primeras dificultades serias que va a haber en la vida. Dos veces a la semana tornaba la disciplina y los viernes llevaba un cinturón de hierro. Lo hizo durante toda su vida, corno una muestra de amor a la cruz.
En 1887, cuando realizó los ejercicios espirituales de treinta días escribió: "mirando hacia atrás, me avergoncé al ver pocas dificultades en mi vida y agradecí al Señor que me haya tratado como amigo y, a la vez, le pedí que me permitiera llevar alguna cruz pesada. Espero que escuche mi oración y que su gracia rne inspire y rne envíe alguna pena física o moral que me acerque a su cruz, al lado de Él. Señor te agradezco por adelantado lo que me envíes, pero solo te pido que me des la fuerza, pues por mí mismo no puedo nada." Al día siguiente anotó en su diario: "mi naturaleza se ha entristecido, lo siento por la oración que ayer hice a Nuestro Señor de que me envié la cruz; con todo, la renové esta mañana, durante la comunión. El 'viejo hombre está muy vivo aún en mí; treinta días de retiro no fueron suficientes para hacerlo morir, así que tendré que luchar toda la vida contra él. Nuestra Señora de los Dolores, concédeme una gran generosidad en el combate que tengo que realizar y haz que esté dispuesto a todo, menos a capitular".
Esta súplica fue del agrado de Nuestro Señor, porque el Hermano Neceas Bertin nunca capituló. Tenía un verdadero culto hacia San Juan Bautista de la Salle y al gran San José, así como a María Inmaculada y hacía todo lo posible para que en el alma de sus alumnos estuviera presente la siguiente convicción: que la devoción a María era medio seguro de salvación. Se informaba si sus alumnos eran fieles en traer el escapulario y el rosario y durante el mes de octubre sus reflexiones tenían corno terna las glorias y los privilegios de María, Madre de Dios, pero su principal forma de devoción fue su unión con Jesús.
Ya tenía catorce años corno maestro de la Compurgue cuando fue cambiado a Monde, corno maestro de la primera clase. Ese primer año fue medio fracaso, pero a pesar de las dificultades tuvo la alegría de llevar a tres de sus alumnos al Noviciado.
Cuando iba a comenzar su segundo año de clase en Mende fue nombrado director de Yssingeaux, cargo que ejerció hasta 1903, pasando después, también como director, a la escuela de San Miguel del Puy, hasta 1910. Gracias a su buen juicio y a su sentido práctico con que Dios lo había favorecido, administró con sabiduría las comunidades que le fueron confiadas.
Era de una regularidad impecable: ejercicios religiosos, trabajo de escritorio, apostolado en las clases, todo se hacía a su tiempo y con gran espíritu de fe. Nada de austeridad en sus relaciones con los Hermanos, se hacía amar y permanecía fiel a la amistad. Su carácter estaba impregnado de una gran lealtad y confianza y de una forma de ver optimistamente los acontecimientos y demostrar su amor con las obras.
Numerosas fueron las vocaciones que surgieron en ese medio propicio. En un solo año de Yssingeaux fueron treinta, de los cuales veinte fueron al seminario y nueve a nuestras casas de formación. Uno de ellos ejerció su apostolado en México y se expresa así: "El Hermano Niceas Bertin no tardaba mucho en ganarnos, por su bondad, para poderle confiar nuestros pequeños secretos y descubrirle el deseo de servir al Señor. Después de Dios, es a él que le debo rni vocación. Tuve fuertes dificultades en mi familia y, sin el Hermano Director, yo me hubiera desanimado, él me sostenía, hizo todo lo necesario, sin desanimarse, para que no se pospusiera rni entrada. Regresando a la comunidad, después de haber estado con mis padres, prendió una lámpara a los pies del Sagrado Corazón e inició una novena con toda la comunidad. Poco tiempo después el consentimiento pedido me fue concedido. Ya en la vida religiosa continuó interesándose por mí. Durante mi servicio militar fue particularmente bondadoso para conmigo, buscaba ayudarme para que rne mantuviera en el espíritu religioso. Muchas veces fue el encargado de hacerme observaciones y algunos reproches, pero me los hacía con tanta franqueza, tacto y caridad, que no me sentía mal con él. Desde entonces, siempre tuve una relación fraterna con él, apreciándolo cada vez más.
A pesar de sus numerosas ocupaciones, el Hermano Nicéas Bertin era muy fiel en llamar a los Hermanos a la cuenta de conducta; encuentros llenos de fraternidad y encaminados a motivarlos. Hacía las recreaciones muy interesantes, pues su excelente menoría le permitía retener lo que había visto o leído. Era experto principalmente en Historia de la iglesia y en el Evangelio, que eran las fuentes de sus conferencias semanales. Con todo y su trabajo diario, a sus cuarenta años, se presentaba a los exámenes de catecismo, desde que fueron establecidos en el Instituto y tuvo la alegría de conquistar dos diplomas de estudios religiosos.
El Hermano Director tenía un talento especial para hacer la vida comunitaria agradable y hacer reinar el verdadero espíritu de familia. Quería que todos los Hermanos fueran felices, en tanto le fuera posible y fuera según la Regla. Los paseos no eran muy atractivos para él; se hacía un deber realizarlos por espíritu de fe y de regularidad y para lograr una unión en la caridad.
Como lo hemos visto, el Hermano Nicéas Bertin tenía un gran amor ardiente y profundo a su vocación. Cuando se comenzaron a aplicar las leyes, no tuvo más que un pensamiento: irse a trabajar al extranjero para conservar su vocación intacta y conservar su hábito religioso. Hizo en ese mismo sentido propaganda muy activa entre los que tenia influencia para que se expatriaran. Los señores curas, los miembros del comité, el Inspector de la Academia, hicieron lo imposible para que se quedara en su puesto secularizándose. Pero todos lo encontraron inflexible: "He aconsejado la expatriación a todos los que me lo han preguntado, yo tengo que hacer lo mismo que les he recomendado, y no me dejaré vencer y estoy dispuesto a todos los sacrificios".
En octubre de 1910, teniendo ya más de cincuenta años, nuestro Hermano fue a Calcine, con algunos de sus inferiores para estudiar la lengua española, donde los Hermanos pudieron apreciar la humildad y sencillez de su antiguo director. No se distinguía en nada de los demás, solo por su puntualidad en todas las lecciones y en los ejercicios de piedad, dando en todas partes ejemplo de trabajo, alegría y buen espíritu. Los últimos días pasados en el Puy fueron dolorosos y su pobre corazón sangró; no creía que estuviera tan apegado, pero hizo su acción de gracias, sin extrañar, en ningún momento, dedicándose plenamente al estudio. Pasó los dos meses más bellos de su vida, sin preocupaciones y gran facilidad para unirse al Señor y sin muchas dificultades para aprender el castellano. Era únicamente para afianzar su vocación y procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas, por lo que dejó todo lo que había amado, expresándose de la siguiente manera: "Pido al Señor por todos los que quiero y él sabrá suplir mi ausencia".
México, su destino
El 10 de marzo de 1911 el Hermano Nicéas Bertin se embarca en Barcelona con otros nueve Hermanos con destino a Antillas o a México.
El 11 de abril siguiente desembarca en Veracruz, con la obediencia de director de la Escuela gratuita de San Juan Bautista de La Salle, la Concordia, en Puebla. Esa escuela tenía una docena de Hermanos y quinientos alumnos, repartidos en diez clases. En su nuevo campo de acción se dedica a los alumnos y a los Hermanos como lo hizo en Yssingeaux y en el Puy, manteniendo una perfecta regularidad, sin llamar la atención y menos castigando, ya que no era necesario y ponía toda su atención en organizar y fomentar los estudios personales de los Hermanos.
Muy instruido, quería que cada Hermano de su comunidad estudiara con dedicación y no escatimaba nada para conseguir los mejores profesores. Tornaba parte en estos cursos y sus lecciones fueron siempre muy apreciadas. Exhortaba a los Hermanos a que prepararan los exámenes de catecismo, organizados por el Instituto. Cada año tuvo el gusto de que varios Hermanos lograran los diplomas. Pero lo que más cuidaba era el cultivo de las vocaciones; sabía que de la frecuentación ferviente de los sacramentos nacían las vocaciones. Su celo se enfocaba a este punto y se llenaba de alegría cuando veía la larga fila de alumnos que se acercaban a la santa mesa; era así como preparaba los corazones para que escucharan el llamado divino. Cuando se abrió, en 1912, el Noviciado Menor de San Borja, tuvo la satisfacción de llevar 3 novicios menores; fue uno de los días más felices de su vida.
Durante las vacaciones de 1911, estado el Hermano Visitador del Distrito enfermo e imposibilitado de presidir los retiros anuales, los Superiores encargaron al Hermano Nicéas Bertin de suplirlo, hecho que fue de satisfacción general. Sus conferencias sencillas y llenas de doctrina, convicción y franqueza, fueron muy gustadas por todos los Hermanos, ganándose la simpatía de todos.
El Hermano Visitador
En junio de 1913 le llegó la obediencia de Visitador de México, ya que su predecesor había sido nombrado Asistente, en el Capítulo general.
En ese puesto de confianza, nuestro Hermano conservó su sencillez y la bondad que le caracterizaban hasta ese día. Un hombre rectísimo, ignoraba las voces tortuosas, que no ayudaban, iba directo a lo que tenía que realizarse, sin preocuparse del qué dirán. Durante las visitas a las comunidades y los retiros, una recepción paternal y amable les reservaba a los Hermanos. Escuchaba con paciencia y benevolencia a todos los que acudían a él. En cualquier momento que se iba a verlo, lo recibía siempre bien y tenía para todos, una palabra de consuelo o de ánimo. Sc preparación permitía subrayar las cosas malas de una forma bondadosa, que ganaba los corazones.
Fundamentalmente bueno, el Hermano Nicéas Bertin tenía aquello que los Hermanos directores necesitaban para el cuidado de los Hermanos que les estaban confiados. Los alumnos no es lo principal del trabajo, les decía y los exhortaba a ocuparse sobre todo de los Hermanos, y a que platicaran con ellos todas las semanas, en particular, asegurándose de que no les faltara nada y preocupándose para que fueran felices. Pero su principal característica fue la estima que tenia de su vocación, que se manifestaba por su celo ardiente para descubrir entre los alumnos de su clase aquellos a los que Dios llamaba a nuestro Instituto. Parece que recibió un especial talento para ello. Durante sus visitas regulares hablaba con los alumnos sobre San Juan Bautista de La Salle, del Instituto, del Distrito, del Noviciado y de la necesidad de las escuelas cristianas. Al mismo tiempo observaba atentamente a su auditorio y, terminada la clase, platicaba con cada uno de los que le parecía que habían puesto más interés en su plática. Les decía: "¿No te gustaría ser Hermano de las Escuelas Cristianas?", preguntaba sonriendo.
Cuando la respuesta era afirmativa, el Hermano Visitador les daba preciosos consejos para que los jóvenes pudieran orientarse, le daba el nombre del joven al maestro y lo recomendaba con el Hermano Director de la escuela. Otras veces, desde el centro del Distrito les escribía, les enviaba estampas e información. En la siguiente visita, si la vocación se confirmaba, él mismo entrevistaba a los padres de familia para obtener el consentimiento y tenía la alegría de llevar al joven al Noviciado Menor. Esa fue la historia de la mayoría de los primeros Hermanos mexicanos.
Si el reclutamiento era su preocupación, la formación no lo era menos; le gustaba vivir en medio de los jóvenes en formación. Cada domingo les daba una conferencia, que era una alegría para el Hermano Visitador y un buen regalo para los novicios menores.
El Noviciado Menor no tenía aún dos años y ya contaba con veintiséis novicios menores; era una bella esperanza de futuro. Pero al Señor le agradó permitir el aniquilamiento momentáneo de las obras mexicanas, muy ricas en promesas y realizaciones. Nuestro Hermano había sido nombrado visitador en junio de 1913; la revolución se gestaba en México. En febrero de 1914, a pesar de los peligros, visitó las comunidades más expuestas. "Yo estoy totalmente tranquilo, si asaltan el tren, moriré en el cumplimiento de mi deber", solía decir.
El Hermano Nicéas Bertin pudo regresar el mes siguiente, feliz de llevar a cinco nuevos reclutados. Pero los revolucionarios triunfaron. En junio, después de haber tomado Zacatecas, los revolucionarios fusilaron al Padre Capellán, al Hermano Director y al Inspector del Colegio, acusados de haber enseñado el catecismo. Después fueron hechos prisioneros los catorce Hermanos, haciéndoles sufrir y soportar todo tipo de injurias y malos tratos. En ese momento, en el centro del Distrito era imposible saber la suerte que habían seguido los Hermanos perseguidos; también acababan de ser expulsados los Hermanos de Querétaro, por la misma razón.
¡Cuánta angustia para el Hermano Visitador, que no supo las tristes noticias sobre la catástrofe, hasta después de varias semanas en julio, los revolucionarios, triunfantes se dirigían a la capital del país! Amigos le aconsejaron que debía retirar a los Hermanos cuanto antes, como medida de prudencia. El 13 de agosto, por la tarde, el Señor Ministro de Francia convocó al Hermano Visitador para anunciarle el rumbo que tomaban los acontecimientos en México y, que los Estados Unidos no podían garantizar la vida y los bienes de los sacerdotes y religiosos de origen francés, españoles o italianos.
Viendo que no podía contar con la protección de Francia, el Hermano Nicéas Bentin, después de haber orado y reflexionado, creyó prudente no exponer más tiempo la vida de los Hermanos y seguir el ejemplo de los jesuitas y otros religiosos y ordenó dejar las comunidades y dirigirse a la Habana. En la mañana del 14 de agosto quiso ir a dar instrucciones a los Hermanos de Puebla y regresara las familias cinco novicios menores. A medio camino, el maquinista advirtió que había rieles levantados y el tren tuvo que regresar de reversa, sin haber sido fusilados por los revolucionarios, escondidos en los alrededores de la vía. Entre los pasajeros el miedo fue grande, solo nuestro Hermano permaneció tranquilo, rezando su rosario. Pasado el peligro, lo felicitaron por su calma. "Cuando uno tiene la conciencia en paz, respondió, no hay lugar para el miedo".
En la misma tarde, el Hermano Visitador estuvo de regreso en San Borja, donde nadie lo esperaba. Durante la mañana, los novicios habían salido, junto con una decena de Hermanos; en cuanto a los novicios menores, esperaba ansioso la decisión de los padres de familia para expatriarlos. Con lágrimas en los ojos, todos suplicaron que les fuera concedido el permiso de expatriación para conservar su vocación. Una veintena fueron autorizados por sus familias. La fiesta de la Asunción fue celebrada en medio de tristeza, más que alegra. Al día siguiente, todos saldrían acompañados por el Hermano Visitador; el viaje se hizo en espíritu de oración y recogimiento. Durante los ocho días que estuvieron en Veracruz, el Hermano Visitador fue modelo de mortificación y humildad, escogiendo la más estrecha e incómoda habitación para él.
Llegados a Cuba el 30 de agosto, el Hermano Nicéas Bertin se encontró con gran número de Hermanos del Distrito que lo habían precedido. Nuestros Hermanos del Distrito de Antillas y los padres jesuitas ofrecieron hospitalidad a los refugiados. Poco a poco, el Hermano Visitador encontró un buen asilo para todos; los novicios y novicios menores fueron recibidos en San Diego de los Baños, una pintoresca villa de los Hermanos de la Habana; cincuenta y dos Hermanos se quedaron a trabajar en Cuba; cincuenta y siete regresaron a Francia y sesenta y cinco fueron repartidos en los diversos distritos de los Estados Unidos, para que estudiaran el inglés. El Hermano Visitador, a sus cincuenta y cuatro años, con un grupo de los que iban a los Estados Unidos, a Pocantico Hills, para responder al deseo del Hermano Superior General, se pusieron a estudia el inglés; con actitud humilde y silencioso trató de vivir la vida oculta de Jesús en Nazaret.
Con todo y sus estudios, el Hermano Visitador se las arreglaba para visitar a los Hermanos dispersos en los distintos Distritos. Un testimonio del Hermano Visitador de Nueva York nos dice: "Desde que tuve el gusto de conocer al Hermano Niceas Benin, me di cuenta que era un hombre de Dios y un eminente superior, con grandes cualidades. He admirado en él, principalmente, su espíritu de fe y su profunda resignación cristiana frente a la terrible destrucción de su querido Distrito de México. Admiro también su paternal actitud hacia los Hermanos dispersos y el amor que les manifiesta. Cuando los visitaba, era un espectáculo verdaderamente edificante ver cómo se reunían a su alrededor y la gran cordialidad con que los recibía. Era un verdadero padre que seguía el modelo de San Juan Bautista de la Salle.
En las vacaciones de 1916, las comunidades de Santa Fe, Bernalillo y las Vegas pasaron del Distrito de San Luis para ser confiadas a los Hermanos que salieron de México. Creyendo que ya había tenido demasiado cansancio, el Hermano Nicéas Bertin pidió ser el director del Colegio San Miguel, de Santa Fe. "He vuelto a ser director de San Miguel, un poco lejos del Puy, es cierto. Yo tengo las funciones de director y Visitador".
Una dura prueba
Esto no fue por largo tiempo, pues antes del fin de año escolar, en junio de 1917, le comenzó un persistente dolor en la base de la lengua. Los médicos pronto diagnosticaron un cáncer. Sus sufrimientos no fueron obstáculo para dirigir los estudios de los Hermanos durante las vacaciones y presidir el retiro anual, en el mes de agosto.
Pero el mal persistía. Una operación parecía necesaria; habia que intentarla, aunque el resultado era aleatorio; el médico sugirió que fuera en San Luis Misuri para un examen más minucioso y profundo de su estado de salud. El viaje se realizó a mediados de septiembre y se interna en el Hospital San Alexis, de religiosas, donde eminentes especialistas lo examinaron cuidadosamente, corno él mismo se dio cuenta, escribiendo lo siguiente: "estoy en manos de la Providencia, que siempre ha sido buena para conmigo. No me quejaré, estoy en la categoría de los bienaventurados, pues sufro y hago el sacrificio de mi vida, que Dios, como buen padre, la tomará como quiera y cuando lo quiera; adoro en todas las cosas su santa voluntad para conmigo. Últimamente me han anestesiado para tornar algunas partes del tumor y examinarlo; es como los médicos se han dado cuenta de que sufro un cáncer ya antiguo y para extirparlo se necesitará una gran operación, cuyos resultados son inciertos. He estado muy perplejo durante tres días. ¿Debo dejarme operar? Finalmente, he resuelto de no operarme, pero tengo que consultar mi decisión a mi confesor".
El día convenido, el sacerdote ofreció la misa por el enfermo, después de lo cual fue a ver al Hermano y le dijo: "Mi buen amigo, no tengo más que una sola opinión a su situación y es que no debe dejarse operar, ella no le traerá la salud. Lo mejor para usted es sufrir con paciencia y prepararse para cuando llegue la hora de Dios". El querido enfermo dijo sencillamente: "Le agradezco muy cordialmente su consejo, lo voy a poner en práctica. La voluntad de Dios es lo más conveniente para mí. Regresaré a Santa Fe, para tener el consuelo de morir en medio de mis Hermanos.
Nuestro Hermano sabe que el sufrimiento será largo, por lo cual escribió lo siguiente: "Como mi salud en general es buena, todo hace creer que mis sufrimientos se van a prolongar, mi naturaleza se estremece al pensar en los dolores que me esperan. Yo voy a tratar de aprovechar algunos meses que me queden de vida para vivir una vida sobrenatural más profunda, va a ser el mejor calmante de mis penas. Ofrezco especialmente mis sufrimientos por la restauración de mi querido Distrito de México y por la perseverancia de los jóvenes Hermanos mexicanos, a los que siempre he querido.
A su regreso, el Hermano Nicéas Bertin, se detuvo en la comunidad de las Vegas, que se encontraba en su camino. Aprovechó para dirigir la palabra, por última vez, a la comunidad de seis Hermanos; fue el encuentro de un padre muy amado, con sus hijos. Antes de pasar la última etapa de su viaje rumbo a la eternidad, vació en las almas los tesoros de la suya.
Al día siguiente, nuestro Hermano llegó a Santa Fe, donde Dios le concedió un año más de vida. Muchas novenas fueron hechas para pedir por su salud; ellas obtienen la paciencia y la resignación del enfermo. Después de una de ellas, el querido enfermo escribió: "Mi estado de salud no mejora nada; tengo en la boca siempre el 'Fiat' y el 'Amén', así como el 'Gracias'. La fe solamente me sirve de guía; soy feliz de tener un poco de espíritu de fe; cuando se tiene una situación parecida a la mía, es una gran gracia. Recemos a Dios para que me lo aumente, con el fin de que le bendiga en todo lo que El permita que yo viva".
El 6 de marzo de 1918, aniversario de su nacimiento, aprovechó el Hermano Nicéas Bertin una nueva ocasión para manifestar su gratitud al Señor y renovar la ofrenda de su vida. "Acabo de cumplir cincuenta y ocho años, escribió, ayúdenme a agradecer a Dios todas las gracias que me ha concedido: el don de la fe, de la vocación, de la perseverancia y una pesada cruz. No conozco bien el valor de esta última en el paraíso, hasta aquí sé que puedo continuar con ella; pidan a Dios que yo aproveche las gracias que me ha concedido".
Nuestro Hermano ponía la fuerza de su alma en la Sagrada Comunión. Al inicio de su enfermedad la podía recibir diariamente, después, solo podía tomar la mitad de la hostia consagrada para poder seguir recibiendo al Señor; se hizo extraer dos dientes inferiores, pero a pesar de eso, sólo pudo recibir una pequeña partícula consagrada, que el capellán se las ingeniaba para poner en su boca.
Si su alma se fortificaba, su cuerpo gradualmente se debilitaba por el cáncer; su garganta ya no podía recibir el alimento sólido. Hacia fines de mayo, el Hermano Visitador reunió todas sus fuerzas para hacer su última visita a la Sagrario; tuvo gran dificultad para regresar a su cuarto. En junio, el Hermano pide los últimos sacramentos y los recibe con gran piedad y vivos sentimientos de fe.
En medio de sus largos y crueles sufrimientos Dios le concedía la felicidad de ver a su Distrito reorganizado con nuevas fundaciones en Luisiana y nuevos proyectos en la capital mexicana. En julio tuvo otro gran consuelo: la visita del Hermano Asistente Allais-Charles que, a pesar de las grandes distancias y del calor, quiso, a su regreso de Canadá, llevarle palabras de consuelo y una especial bendición.
Su enfermedad seguía haciendo estragos.
El 17 de septiembre, después de un gran esfuerzo por tomar un poco de leche, que era su alimento diario, le dijo al Hermano enfermero: "Es el fin, la hora esperada desde hace mucho tiempo se acerca, no me traiga ya nada". Conservó su lucidez plena y se unió a las jaculatorias que le sugerían.
El 20 de septiembre, el Señor Arzobispo de Santa Fe, sabiendo de la gravedad de quien él llamaba su amigo, vino a visitarlo y a rezar las oraciones por los agonizantes, en presencia de toda la comunidad. Cuando el Señor Arzobispo se retiró, el Hermano Visitador dio su bendición paternal a todos los Hermanos, arrodillados alrededor de su cama. Por la tarde, el Capellán le aplicó la indulgencia plenaria, que recibió con alegría y gratitud.
Todos creían que no pasaría la noche, ya que respiraba con dificultad, pero fue todo lo contrario, pasó una buena noche. Después de mediodía le vino una fuerte calentura, que hizo que se agitara mucho; un sudor frio cubría su rostro y sus pies y manos estaban muy fríos; fueron ocho largas horas de agonía, una última purificación. Creemos que fue un alma a la que María pronto quería coronar, pues muere en un día consagrado a ella, cuando los Hermanos estaban terminando las letanías Lauretanas; sin duda encontró un feliz recibimiento de la Reina del cielo.
Un Hermano Visitador de los Estados Unidos escribió a los Hermanos de Santa Fe: "Ustedes perdieron a su Hermano Visitador, pero han ganado un santo intercesor en el cielo". El Hermano Asistente, que había visitado al enfermo, un mes antes de su muerte, envió el siguiente escrito: "Estimé y aprecié a este singular y verdadero Hermano de las Escuelas Cristianas, que el Señor quiso marcar con el sello del sufrimiento y una vida de generosa entrega. En el Puy, México y en los Estados Unidos, fue un hombre de valor y de un gran celo apostólico. Podemos estar seguros que, bajo su dirección, el Instituto era bien servido; es raro encontrar en una sola persona un religioso pleno, que poseía un corazón ardiente y desinteresado a la vez, y solo inclinado a cumplir la voluntad de Dios en todos los acontecimientos y trabajos realizados. ¡Danos Señor, suscita muchos obreros como él, en medio de los hijos de San Juan Bautista de la Salle!
Sus funerales fueron en la catedral de Santa Fe, a donde acudieron todos los alumnos de las escuelas de la ciudad; todo el clero y el Señor Arzobispo se hicieron presentes en la Eucaristía. Después, su cuerpo fue depositado en el terreno concedido por el arzobispado, donde ya reposaban otros cinco Hermanos.
23.- HERMANO JEBERT ALPHONSE (Pierre Giben)
10550 110111 1919 Primer Visitador del Distrito de México
"Somos franceses de nacimiento, pero mexicanos de corazón". Un Hermano que se encarnó donde estuvo y amó o los pobres, a la educación y estuvo siempre al servicio del otro. Iniciador del Distrito, fundador de lo mayoría de los Colegios, vio siempre por los pobres, no logró fundar las Cosas de Formación; en solo 4 años forjó y lanzó un nuevo Distrito.
Pierre nació en Villernur, en los Pirineos, cerca de Toulouse. Alumno de la escuela parroquial de su población, regenteada por los Hermanos; el niño, que más tarde va a ser Hermano, no era uno de esos muchachos que de ordinario se les dice bueno y tranquilo; de carácter vivo, juguetón, petulante, más de una vez puso a prueba la paciencia de sus maestros. Este exterior exuberante escondía un alma generosa que queria ser misionera en paises lejanos.
A sus catorce años responde a las inspiraciones de la gracia; el adolescente se presenta valienternente en el noviciado de Toulouse, en 1869. En ese jardín cerrado, de la vida religiosa, el Hermano Jebes cultivó las más bellas flores de su corazón y trabajó para extirpar las malas hierbas. Se entrega a esta doble labor con gran entusiasmo juvenil, sin desanimarse. Amar a Dios y hacerlo amar, era su ideal.
El fin de su noviciado fue borrascoso por el acontecimiento de la guerra de 1870; una parte de la casa fue ocupada, como hospital, para los soldados heridos; algunos novicios tuvieron que ser cambiados o regresar a casa. En cuanto al Hermano Jebert, no se deja influenciar ni por la presión que hacía su familia ni por las dificultades de la hora presente. Al fin de este año inicia su primer apostolado en la comunidad de Foix, donde permanecerá hasta 1872. Después, la obediencia lo envía a la escuela rural de Rieux. Después de dos años de una enseñanza fecunda a los niños chicos de la localidad, fue enviado al Internado de San José de Toulouse, donde formó parte del cuerpo magisterial hasta 1891. En ese medio intelectual y, bajo la dirección sucesiva de dos eminentes hombres, los Hermanos Jumen y Lactance, tuvo la oportunidad de perfeccionar durante dieciocho años los dones de su rica naturaleza. Hacia sus alumnos tenía un celo ardiente, entusiasta y de grandes ilusiones de generosidad, que son hermosos en los prirneros años de la enseñanza.
Pero desde antes, nuestro Hermano sabía bien que la influencia moral de un religioso educador está basada en su saber y en su virtud. Puso manos a la obra para trabajar y obtener esas dos condiciones. Su dedicación al estudio, junto con su admirable capacidad de asimilación, le permitieron afrontar múltiples exámenes oficiales de enseñanza, con gran éxito. La preparación de sus reflexiones diarias y sus catecismos demostraban su gran celo. Durante este tiempo tuvo la alegría de hacer los Grandes Ejercicios, que culminaron con su Profesión Perpetua. En esta circunstancia pronunció las palabras de nuestra bella fórmula con tal fe y una gran emoción, que todos los Hermanos del retiro quedaron impresionados.
Sin embargo, la idea de ir a evangelizara una región lejana estaba siempre en el espiritu del Hermano Jebert. Su campo de acción le parecía muy restringido, de ahí sus peticiones reiteradas para irse al extranjero. Sus deseos van a ser escuchados. Para mejor prepararse a su futura misión, solicitó hacer su Segundo Noviciado, en 1889. En este año una falange de Hermanos de Toulouse fundaron los distritos de Argentina y Colombia. Al cera ese valiente grupo que partía y, al conocer las noticias de la gran labor que realizaban en la misión, le hicieron desear cada vez más el dia bendito en que atravesaría el océano.
La correspondencia de nuestro Hermano en esta época estaba llena de vehementes deseos de ser misionero. La hora llegó y fue enviado al Ecuador, a donde llega en 1891. Llega a Quito, con una obediencia como director del gran colegio gratuito, pero sin saber palabra de español. Trabajador infatigable y dotado de una buena memoria y ayudado por el santo Hermano Miguel, pronto se convierte en un maestro de la lengua. En poco tiempo adquiere una gran popularidad en la ciudad, por su saber, su cortesía, su facilidad de expresión y la vitalidad que ponía en sus clases.
Llegaba la revolución de 1895, que quería aniquilar el Distrito del Ecuador. En 1896, una escuela libre, de la cual el Hermano Jerbert era el director recibía a los alumnos que el gobierno terrorista nos había quitado. Los locales de la escuela eran estrechos e incómodos, pero se hacía un gran bien ahí; también Monseñor Pedro González Calixto estaba feliz y manifestaba su satisfacción y agradecimiento al Hermano Director.
Permaneciendo como director de la escuela, nuestro Hermano fue nombrado Visitador del Ecuador, el cual se iba rehaciendo lentamente. En 1903 fue encargado de fundar la primera escuela de los Hermanos en la República de Nicaragua, donde se presentó con las cartas de recomendación del General Leónidas Plaza, presidente del Ecuador. Terminada su misión regresa a Quito, donde no permanecerá por mucho tiempo, pues los Superiores le confiaron la misión de ir a fundar el ht, Distrito de México.
La salida del Hermano Jerbert del Ecuador provocó lamentos sinceros, pues dejaba la impresión de un muy digno religioso y un entregado apóstol. Preparaba cuidadosa y pedagógicamente a los maestros, así como los programas que buscaba que estuvieran bien graduados y adaptados a los alumnos, el reglamento para las escuelas, educación cristiana de los niños y propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y de la Comunión reparadora, todo esto era el objetivo de su celo constante como Director y después, como Visitador. Las ideas y proyectos apostólicos abundaban en el espíritu y la mente del Hermano Visitador. Hubiera querido hacer todo el bien posible y, puede ser que la falta de moderación, haya sido uno de sus defectos, pero la visión sobrenatural que dirigía toda su acción produjo resultados muy significativos. Con respecto a esto, un Hermano Director del Ecuador escribió: "El cambio del Hermano Jerbert ha sido una gran pérdida para el Distrito del Ecuador. Era estimado por las distintas autoridades, amado por los alumnos, a quienes impulsaba a estudiar, a ser piadosos y virtuosos; venerado por los Hermanos a quienes animaba en la lucha cotidiana, sea con ellos mismos, sea con los alumnos.
Pero, he aquí a nuestro Hermano que, ante las peticiones de los Obispos mexicanos y bajo las órdenes de los Superiores, va a poner las bases de nuestro Instituto en México. Con una entrega admirable acepta esta difícil misión, poniéndose bajo la protección del Sagrado Corazón de Jesús. Él mismo llevó a los tres Hermanos que iban a fundar la primera comunidad en Puebla. Fue su primer director, hasta que, descargado de esta responsabilidad quedó solo con la de Visitador, que le habían asignado.
Las dificultades eran grandes y de diferente índole, pero su gran optimismo y el don de inspirar simpatía, tanto a los obispos, sacerdotes y laicos con los que tenía que tratar y el perfecto conocimiento del idioma, pero sobre todo su fe, como para trasportar montañas, hicieron que todo fuera para él un triunfo. Es así como en pocos años el Instituto estuvo presente en Puebla, Saltillo, Monterrey, Querétaro, Morelia, Acatzingo, Zacatecas etc. Pudo fundar en poco tiempo colegios, escuelas gratuitas y orfanatorios.
Es muy difícil enumerar las cartas enviadas, las negociaciones, viajes, acuerdos de toda clase, que el Hermano Visitador de México tuvo que hacer para realizar todas las fundaciones. Su actividad incesante se manifestaba en la organización escolar de las comunidades y de las instalaciones, todo realizado con gran tacto.
Alma de fuego, estaba siempre listo para encender lumbre para "el bien inmenso que estamos llamados a hacer a estos niños, a estos jóvenes, casi completamente abandonados de la educación cristiana".
El amor apasionado del Hermano Jerbert por el Instituto, y que, sin duda, fue una de las características de su alma ardiente, le hizo ser emprendedor de causas que hicieran el bien, no importaba los descalabros que recibía y las contradicciones. Seguido volvía enfermo de sus recorridos y viajes, pero nunca se le escapaba una queja; dos o tres días de oración y descanso lo ponían de pie para nuevas empresas.
Qué gran alegría cristiana era para nuestro Hermano ver los cientos de niños educados por los Hermanos, en este país donde, por desgracia, la enseñanza cristiana estaba muy descuidada. Amaba a ricos y a pobres y, para estos últimos tenia una preferencia especial. Cuando visitaba la hermosa escuela llamada de la Concordia, situada cerca de su residencia habitual, se entusiasmaba al ver el espectáculo de más de 500 niños, de los cuales muchos andaban descalzos; siendo un lugar donde los Hermanos pronto cosecharon muchos éxitos.
No se sabrá nunca las múltiples visitas realizadas por el Hermano lerbert a personas rocas, a fin de interesarlas en ayudar a los niños pobres. Aprovechaba toda ocasión para hacer conocer el Instituto, nuestras escuelas, métodos y éxitos en las diversas exposiciones; medio eficaz para atraer las simpatías de personas bien intencionadas, pero que no conocían nuestra congregación. Nuestro Hermano tuvo el talento de hacer amistad profunda y sincera con muchas personas, entre ellos: admiradores de la obra, obispos, así como gobernantes y magistrados con los que tenía que tratar.
En sus conferencias, el Hermano Visitador motivaba con insistencia a la práctica de la santa pobreza, por la cual tenía una predilección especial. Se esforzaba por comunicar a los Hermanos su propio celo, sostenerlos en su entrega y en las dificultades, así corno por proporcionales todo lo necesario. Su gran sabiduria le permitía realizar exámenes, incluso en las clases superiores. A los alumnos mayores de los distintos colegios les gustaba escucharlo en sus pláticas, pues veían en él al amigo sincero. Sabía muy bien el Hermano Visitador que, para ejercer bien su apostolado, tenía que identificarse con los diversos grupos de jóvenes para evangelizarlos. Él mismo estaba muy bien adaptado a las costumbres de México, como sí siempre hubiera vivido en el país. De palabra fácil, emotiva y vibrante, hasta exuberante, capaz de entusiasmar a chicos y grandes, ricos o pobres y de motivarlos para abrazar grandes ideales. Se hubiera deseado un poco más de calma en sus discursos y más en sus decisiones, para que hubieran sido más de acuerdo a la realidad y no tanto a su idealismo, pero todos sabía que sus imperfecciones, atribuidas a su temperamento de fuego, eran de un verdadero religioso, de un apóstol celoso de la infancia y juventud. Fue así como trabajó nuestro querido Hermano, con una actividad desbordante, durante cerca de cinco años en la República Mexicana. Cuando tuvo que dejar su Distrito, deja a su sucesor no solarnente
ULTIMO RETIRO PREDICADO POR EL HERMANO VISITADOR JEBER T EN SALTILLO 1909
obras florecientes, sino también poderosos protectores generosos y entregados a favor de la obra de los Hermanos que, después de mucho tiempo seguían recordando, extrañando y haciendo grandes elogios del Hermano Jebert.
En mayo de 1909, el Hermano lebert fue descargado de su responsabilidad como Visitador, recibiendo la indicación de que se trasladara a Francia. Le costó mucho decir adiós a los Hermanos y a muchas personas a quienes quería de corazón, pero encontró en su fe valiente, el valor de inclinarse delante de la voluntad divina. Cuando se anunció en las comunidades de México la llegada de un nuevo Visitador, los superiores mayores dieron el siguiente testimonio sobre el Hermano Jebert: "Nosotros tendremos siempre, nuestros queridos Hermanos, un gran agradecirniento y reconocimiento a quien, con gran entrega, generosidad, abnegación y celo apostólico, puso toda su persona en la creación del Distrito de México. Para él no hubo fatiga pesada ni dificultad que le impidiera realizar su labor, que era la causa de Dios y de las almas a quienes se había propuesto servir, como lo hacen los verdaderos apóstoles".
En Francia, nuestro querido Hermano ayudó a la organización de un Noviciado apostólico en Talance y, en los últimos días de 1910 fue enviado a la rivera del Río de la Plata, en compañía del Hermano Asistente Leandris. Durante un año dirigió el Colegio de Buenos Aires, y enseguida toma la dirección de un nuevo establecimiento que el Instituto acababa de aceptar, en San Isidro.
En este nuevo campo de trabajo, el Hermano Jebert, durante seis años, entregó sus energías y toda su capacidad para obtener excelentes resultados, tanto en la formación cristiana, como en el trabajo y disciplina y, en todo lo que fuera adelanto para la institución; se reservaba la formación cristiana de los jóvenes; en sus pláticas llenas de entusiasmo, motivaba la fe de los alumnos y los invitaba a amar a Jesús. En mayo de 1918 continuó su misión de director, pero ahora en Santa Fe, con su celo ardiente y el entusiasmo de siempre, que acrecentaron la obra de su predecesor, con gran beneficio para los alumnos y la comunidad.
Un superior mayor que conocia bien al Hermano Jerbet, lo describe así: "Era un verdadero religioso; pueda ser que le faltaran tal o cual cualidad, pero nadie en este mundo las tiene todas, pero era un hombre de gran valor intelectual y de una obediencia ejemplar". Verdaderamente, era un religioso cabal, a pesar de una vida de gran actividad; un hombre de fe profunda, siempre guiado por motivos sobrenaturales. En sus dificultades, a ejemplo de San Juan Bautista de la Salle, iba a buscar al pie del altar los consejos, el valor y la protección que necesitaba. Desde la primera hora del día, confiaba a Jesús, con la más grande ternura, las necesidades espirituales de los alumnos y de la comunidad; por la tarde, cuando ya era hora de tomar un descanso bien merecido, su último acto era una amoroso visita a Jesús Sacramentado, en la cual le agradecía el día vivido. En el contacto con los niños, como en la intimidad de la comunidad, el alma del Hermano Jebert manifestaba su sólida piedad, abnegación y un entusiasmo que pronto le conquistaba grandes admiradores. En su juventud fue un joven fogoso y exuberante que, gracias a su filial obediencia a sus Superiores le permitió salir de toda dificultad; en su madurez supo imprimir un impulso vigoroso y constante a las múltiples obras en las que colaboró en su organización y desarrollo; en su enfermedad manifestó un alma valiente dentro de un cuerpo ya en ruinas.
El Hermano Jeber había tomado como fuente de su piedad el Santo Evangelio y la devoción al Divino Corazón de Jesús, que es el verdadero educador, en el sentido cristiano de la palabra. De Él llega al alma de los maestros y de los alumnos, la luz, la fuerza y el amor. Es a Jesús que el maestro se entrega, para llegar a ser, entre sus manos, un instrumento dócil a su gracia. La unión con Jesús por la oración, la meditación y la comunión diaria era una de sus principales preocupaciones.
Para el Corazón de Jesús tenía una devoción íntima y desbordante, que trasmitía tanto a los Hermanos como a los alumnos, tratando de que ellos mismos fueran apóstoles celosos de esta devoción. Con toda solemnidad celebraba su fiesta y los primeros viernes del mes.
El amor a Nuestro Señor no podía ir solo sin el de Maria Santísima; nuestro Hermano no separaba el uno del otro en su piedad íntima y en su apostolado. La imagen de nuestra Señora de los Dolores, que se venera en Quito, fue una devoción especial para él. Cuando llegó a México, uno de sus primeros actos fue poner en manos de María Santísima de Guadalupe la obra que iniciaban. El rosario estaba casi siempre entre sus manos, sobre todo ya enfermo, y era como un instrumento poderoso para obtener de Maria toda clase de favores. En sus conferencias y diálogos con sus Hermanos les inculcaba un gran amor por nuestra vocación; con el fin de hacerlos amar lo más posible su vocación, traía a la memoria las grandes ventajas de la vida religiosa y de la responsabilidad de responder con fidelidad a ella. Un día insistió mucho en tres palabras: Reciba, vaya y tenia. Reciba el don de la vocación y hágalo fructificar. Vaya a dar gloria a Dios por el don de su vocación. Tema, si es infiel a su vocación, y tema las terribles consecuencias, sobre todo para la eternidad. El amor y confianza del Hermano Jebert para con nuestro Santo Padre y Fundador, le hacían hablar con gran entusiasmo de él y le hacías un gran propagador de su culto. Durante su directorado en Quito, dio gran importancia y solemnidad a la canonización.
Nuestro Hermano llegó a la edad avanzada con la apariencia de una persona fuerte y sana, de la cual se esperaba aún un largo tiempo de vida activa, pero de repente se le declara una afección hepática que le produce un fuerte y rápido decaimiento de todo su organismo. Se pensó que un reposo absoluto en la casa de Villa Rosario sería benéfico para su salud pero, a pesar de todos los cuidados que se le dieron, la enfermedad siguió su curso de una forma alarrnante, sin que alterara la serenidad del enfermo, para quien los días transcurrían en medio de oración, lecturas piadosas, visitas frecuentes a la capilla y la recepción diaria del Pan de los Ángeles. Llevado a Buenos Aires, sentía que sus fuerzas disminuían rápidamente. Recibió los últimos sacramentos con gran fervor y, poco después, sin agonía, sin esfuerzo, con la paz de los justos, como valiente que muere en el surco, cerró sus ojos y entregó su alma a Dios el 11 de agosto de 1919.
24.- HERMANO PEDRO CELESTINO Karl Joseph Schneider. 1853 + 12 XI 1919 Primer Hermano que llegó a México el 26 de noviembre de 1905, proveniente de los Estados Unidos. Anteriormente había trabajado en Ecuador y en Colombia. En México trabajó en Puebla, en 1913 dejo el país y se trasladó a Chile donde murió.
Karl nace en Steinbach, Friburgo, Gran Ducado de Baden, Alemania. En 1877 entra al Noviciado de Paris, siendo ya un joven de veinticuatro años, después de haber realizado sus estudios de humanidades con especialización en greco latinas y de haber servido en el ejército, renunciando a una muy buena posición económica de su familia, que era muy cristiana y muy honorable, de donde salieron dos representantes en el parlamento del gran ducado.
De lo que hizo en el noviciado este joven aspirante, no ha quedado ningún testimonio escrito ni oral. Pero el fervor demostrado a lo largo de toda su carrera religiosa deja conjeturar que su formación fue excelente. En todo caso la solidez de su vocación y su saber le hicieron que fuera escogido para formar un nuevo grupo de Hermanos que debían ir al Ecuador. Como guía del grupo iba el Hermano Tellium, habiéndose embarcado en Burdeos, pero al llegar a suelo americano supieron que una revolución acaba de estallar en la república del Ecuador.
El Hermano Pedro Celestino dirigió sus pasos a San Francisco, California, después a Oakland. Durante su estancia forzada en los Estados Unidos, estudio el inglés y lo aprendió tan bien como su lengua materna, el alemán; no solamente el inglés usual, sino que también el literario, hablándolo y escribiéndolo con gran facilidad y una perfección que provocaba la admiración de las personas competentes.
Después de diecinueve meses, nuestro querido Hermano recibió una obediencia del Hermano Superior General, Wide con la orden de dirigirse a su destino primitivo el Ecuador a donde llego en septiembre de 1870, destinado a la comunidad del orfanatorio de Quito y más tarde fue enviado a Guayaquil, donde trabajó en varias clases, pasando después a la comunidad de Riobamba, donde fue titular de la clase de los mayores con gran éxito. Mucho tiempo después de su partida, sus alumnos seguían elogiando a su querido profesor al que llamaban: "Un religioso irreprochable y un maestro capaz, metódico y laborioso que sabía comunicar los valores, la virtud y la dignidad de cristianos". 1891. El Hermano Pedro Celestino fue nombrado director de la comunidad de Ambato, pero a los tres años volvió a ser solo profesor en el colegio de enseñanza secundaria de Quito, creado por el presidente de la república, Luis Cordero y confiado a nuestro Instituto. En 1895 una nueva revolución estalla acompañada de persecución religiosa, arruinando las obras lasallistas en el Ecuador. Nuestro Herrnano deja este país, donde dejó una fuerte impresión como un religioso de valor y un hombre instruido, un educador verdaderamente apóstol. Tenía la ventaja de llevarse los conocimientos de una nueva lengua, aprendida bajo la hábil dirección de su amigo, el Hermano Miguel Febres Cordero, con quien habia estudiado durante seis años el español, convirtiéndose en maestro de esta lengua.
Regresando a Francia tuvo la gracia de seguir los ejercicios del Segundo Noviciado, después de los cuales estuvo un tiempo en Madrid, regresando luego a América del Sur, destinado a Colombia, donde fue director de tres comunidades sucesivamente: San Bernardo en Bogotá, el Internado de la misma ciudad y el colegio de Chinchiquirá. Durante su estancia en Bogotá nuestro Hermano tuvo la oportunidad de relacionarse con gente muy ilustre, entre ellos el literato Miguel Antonio Caro, fundador de la Academia de la Lengua Española en Colombia y presidente de esa república y uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XIX, sincero admirador de nuestro Instituto. Este gran hombre le confía la educación de sus dos hijos quienes, aún después de haber salido del colegio continuaron siendo alumnos del Hermano, que les enseñó la lengua alemana, ejerciendo sobre ellos una benéfica influencia. Religiosos de distintas órdenes: Dominicos, Agustinos, etc.... que tenía necesidad de estudiar idiomas, sea inglés, alemán o francés acudían a su competencia, universalmente conocida. Las relaciones creadas por personajes importantes e influyentes, el Hermano Pedro no la usaba para provecho propio sino en bien de la Comunidad y del Distrito. En 1905 fue designado a formar parte del grupo de fundadores, bajo la dirección del Hermano Jebert, Visitador del Distrito de México y del Colegio de San Pedro y San Pablo, de Puebla. Antes de la llegada del Hermano Visitador ya se encontraba en su nueva residencia, en espera de la apertura del colegio; fue hospedado en el Palacio episcopal por el venerado Monseñor Ramón Ibarra, a quien nuestro Instituto, le debe su implantación en México. Este prelado tuvo un particular apreso y amistad por este religioso, que le había parecido piadoso y de una conversación muy interesante y competente desde el punto de vista pedagógico.
Desde el inicio de las clases en el Colegio, nuestro Hermano fue encargado por el Hermano Visitador de la enseñanza de la Gramática y de la Literatura española, a los alumnos mayores del colegio.
Hábil y sabio profesor, el Hermano Pedro Celestino fue un ferviente religioso. Su regularidad era ejernplar. No conocía otra voz que la voz de la Regla. Su asiduidad a los ejercicios espirituales era ejemplar. Discreto y modesto evitaba las conversaciones inútiles y permanecía calmado y con sana alegría; los que tenían contacto con él sabían de su asnos a su vocación ya la regla.
Hombre cuidadoso de la virtud de la castidad, evitaba cualquier tentación y era sobre todo en las lecturas donde trataba de tener gran amor a la pureza. Mucho antes del decreto de su Santidad Pio X, ya tenía la sana práctica de la comunión diaria. Durante el día multiplicaba las visitas a Jesús Sacramentado, práctica que amaba y recomendaba.
En Puebla, encargado de la sacristía, la tenía escrupulosamente limpia y veía que todos los objetos de culto lo estuvieran, preparaba con cuidado las ceremonias religiosas y cuidaba los más mínimos detalles para las celebraciones litúrgicas. Su alma muy piadosa gustaba de las oraciones litúrgicas, de las cuales conocía muchas por amor.
ambién seguía la misa en su misal y cantaba los himnos, los salmos y otras oraciones de la Iglesia. Siguiendo el consejo de Nuestro Fundador, amaba preferentemente la osados de la Iglesia. Sobre su amor por la liturgia, estabaseamos por la ortodoxia doctrinal de la Iglesia y por la persona y la autoridad del Sumo Pontífice y el carácter sagrado de los Obispos y Sacerdotes.
En 1913, por petición suya, nuestro Hermano fue enviado a los Estados Unidos, primero a San Francisco y después a Martínez, como subdirector del Noviciado, pero no duró mucho tiempo. De naturaleza un poco original y muy personal, de carácter franco, en momentos llegado a la rudeza, no le amedrentaban los cambios y las novedades, parece haber nacido para vivir numerosos cambios y situaciones extremas en su vida religiosa, eso parecía al menos. Tenía una larga y antigua amistad con el Hermano Visitador del Chile, quien le abre las puertas de su distrito y lo recibe con los brazos abiertos. Recibe con gusto la proposición desembarcando en las lejanas playas chilenas en 1914, donde vivió su última etapa antes de su viaje supremo hacia la eternidad.
Dejándole la palabra al Hermano Visitador de Chile que nos dice: "Como profesor, el Hermano Pedro Celestino dio a nuestro Distrito muy apreciados servicios, tanto en el Instituto comercial Zambrano como en Temuco. Pero habiendo sufrido un grave problema de corazón en 1916, tuvo que ser enviado a la enfermería del Distrito a Nuñoa. Fue un gran ejemplo para todos los habitantes de esa casa, Hermanos ancianos y novicios, donde concluye su santificación por medio de los sufrimientos y espera con serenidad la muerte. En períodos en que la enfermedad le dejaba en paz, daba clases de idiomas a las personas que se lo pedían. Pudo enseñar un curso de Gramática Española a los Hermanos escolásticos; por su larga experiencia y la variedad de conocimientos que tenía hacía sus clases muy interesantes. A medio año de 1916 las crisis cardiacas se suceden, su robusta constitución se debilita y ve con calma llegar su hora suprema. El Hermano Pedro Celestino falleció en una gran paz el 12 de noviembre de 1919. Sus funerales fueron presididos por un Jesuita, compatriota del querido difunto.
25.- HERMANO BAUTISTA LORENZO Lorenzo Camacho Rosas.
1897 + 22 II 1920
Primer Hermano mexicano que murió, originario de Acatzingo, Pue. donde fue alumno ejemplar del colegio; entró al Instituto cuando los Hermanos regresaron a México, en 1917. Duró pocos años, pero fue la primicia. Su hermano menor entró también de Hermano y fue el Hermano Bautista Roberto, que murió en Gómez Palacio, Dgo. en el 2004.
Lorenzo nació en Santa Marra Actipan, Puebla, población cercana a Acatzingo. Religiosamente educado por sus virtuosos padres que le recomendaban evitar las malas compañías, obediente a los consejos de sus padres y dócil a todas sus indicaciones; tuvo la oportunidad de ser alumno de los Hermanos en el Colegio de Acatzingo.
Desde su entrada a la escuela demostró ser un alumno ejemplar por su aplicación, constancia en todas sus clases, en especial en la de religión, asi como en su piedad, su modestia y su buena postura durante las oraciones y la Santa Misa, en la Iglesia. Nunca faltaba a clase, no le importaba si hacía frío, lluvia o los malos caminos. Todos los días era de los primeros en estar en la iglesia para la Misa, celebrada a las 7 de la mañana ya las cuatro y media de la mañana los domingos.
Su carácter era alegre, siempre estable, de cara siempre sonriente, nunca se permitía una palabra altisonante para con sus condiscípulos, de los cuales era estimado, respetado y querido.
Conociendo sus excelentes disposiciones, el Hermano Director le preguntó un día al joven ¿qué quería ser más tarde? Le contestó "que un buen cristiano, con la gracia de Dios." La gracia no tardó en trabajar esta alma inocente. En 1913 la escuela tiene un nuevo director y Lorenzo le dijo que quería ser Hermano de las Escuelas Cristianas. Pero en ese momento sobrevienen las convulsiones políticas en el país, que obligaron a los Hermanos a dejar momentáneamente el país. El Señor Cura no quería abandonar la fecunda obra que se había logrado en el Colegio de Acatzingo y reúne a dos o tres de los antiguos alumnos para formar el nuevo cuerpo profesoral. Nuestro futuro Hermano fue uno de ellos, labor que continuara después en Puebla en el Colegio de los Padres de las Escuelas Pías. Este trabajo aumentó en él el amor a la vocación que soñaba abrazar un día; durante todo el tiempo de espera fue constante en su decisión y entrega, así como ejemplar en su conducta.
En el corazón del joven maestro, las disposiciones para ser religioso seguían vivas, cuando se enteró del regreso de algunos de los Hermanos.' entonces solicitó la entrada a nuestro Instituto y en la Pascua de 1917 llegó a San Borja, donde espera la apertura del Noviciado. Estuvo en el Noviciado Menor, a pesar de sus veinte años. En medio de los novicios menores se distinguió por su piedad y su tenacidad en el trabajo y, al mismo tiempo por su buen humor y la sencillez de su persona. El Noviciado se abrió en septiembre de 1917, con tres compañeros más. Terminado este tiempo de gracia, prosiguió con sus estudios en el Escolasticado. El Hermano Bautista Lorenzo conquistó muy pronto la simpatía y la estima de sus hermanos y superiores. Hay una gran abundancia de testimonios sobre el Hermano. Conservarnos dos o tres que resumen el sentir general. "El querido Hermano siempre fue ejemplo en la práctica sencilla de las virtudes religiosas, pero lo que más llamaba la atención era la seriedad con que hacía sus ejercicios espirituales: postura enérgica y digna en la capilla, lectura espiritual y estudios realizados con aplicación, no miraba otra cosa que no fuera el libro en que estudiaba o leía, nunca se le pudo llamar la atención por alguna negligencia".
El Hermano Bautista Lorenzo tenía gran estima por el sacramento de la penitencia; cuando se iba a confesar hacia una seria preparación de su conciencia y, después de la confesión pasaba un buen rato en acción de gracias por el favor extraordinario que había recibido en el sacramento. Fiel servidor de la Reina del Cielo; le dedicaba todos los días el rezo del rosario, en los traslados de un lugar a otro siempre se le veía con el rosario en la mano, con una gran modestia. Los sábados tenía la costumbre de hacer alguna penitencia pública en honor de María Santísima".
"Admiramos la humildad de nuestro Herrnano. Con respeto recibía las advertencias que se le hacían. Nunca hablaba nada sobre sí mismo o de lo que había hecho, oído o visto. Le gustaban los últimos lugares y sabía guardar su opinión para dar cabida a las otras opiniones de los Hermanos. Era caritativo e incapaz de hacer un mal a otro, ya sea por crítica, o con alguna acción. Su regularidad era notoria. Su forma de hacer el acto de adoración en la capilla o en cualquier sala que entraba o saliera, era hecha con gran unción. Profundamente penetrado de la presencia de Dios, permanecía un buen tiempo de rodillas y pareciera que olvidaba lo que iba a realizar".
La característica principal del Hermano Bautista Lorenzo, era la generosidad. Se le tenía que pedir moderación en los trabajos manuales; era el primero en levantarse y bañarse por las mañanas. Pareciera que no sentía el cansancio. Sus numerosas penitencias eran enérgicas, su constante buen humor, sus luchas por cumplir con la obediencia y para vencer su susceptibilidad, como el apego a su propio juicio; todo esto revela un alma generosa, capaz de ofrecer pequeños sacrificios a su Divino Maestro.
Ya en comunidad, nuestro querido Hermano actúa como había sido en el tiempo de formación. Con sencillez pide los permisos, estando en la sala común con dos Hermanos jóvenes, igual que él, les pide permiso para salir. Encargado de los toques de campana en la comunidad, cumplía con gran detalle con los horarios. En la clase triunfa con facilidad y es estimado por sus alumnos, pero de repente comienza a sentirse sin fuerzas y su salud declina rápidamente, primero perdió el apetito, después vinieron la tos, la fiebre y, después, por una imprudencia involuntaria se le declara una neumonía. Era el 15 de febrero de 1915. El 21 fue llevado a San Borja para que tuviera un tiempo de reposo. Pero la mañana siguiente de su llegada, el médico lo encuentra muy debilitado y aconseja que le den los últimos sacramentos, lo más pronto posible. El enfermo no creía en la gravedad de su estado y manifestó su sorpresa. Después de algunas lágrimas, se repuso y comenzó en voz alta una oración que duró veinte minutos, invocando a la Sagrada Familia y después una generosa ofrenda de su vida por su familia terrena y su familia religiosa, por su comunidad, alumnos y por el Noviciado. Después expresó su pesar de dejar la fierra sin haber trabajado mucho por Nuestro Señor y haber dado, dijo él, malos ejemplos.
Poco después recibió la extremaunción con sentimientos de gran fervor. Con las manos juntas, seguía las distintas oraciones de la ceremonia y, terminada la celebración agradeció al Capellán, así como a cada uno de los asistentes. En su fisonomía se reflejaba una alegría muy grande, que más de alguno hubiera querido estar en su lugar. Después de las nueve de la noche comienza a delirar, mostrando la belleza de su alma. "No tenía nada, se escribirá, yo no tengo ni un centavo". Renovó sus votos. Después entró en una oración interminable, que nadie de los que estaban ahí podrá olvidar. Superando una crisis dolorosa, el Hermano entra en un momento de gran calma y así expira dulcemente el 22 de febrero de 1920. Un rostro sonriente se le veía después de varias horas de fallecido.
26.- HERMANO NÉOPHITE MARIE Jean Marie Gagnere HERMANO JUAN 1872 + 22 III 1920
Juan Maria nació en Bas- Basset, en el Departamento Francés del Alto Loira. De entre los quince hijos que Dios regaló a l era el cuarto. sus virtuosos padres, é era el cuarto.
Motivado por el ejemplo y los consejos de su hermana mayor, que vino siendo la segunda madre en la educación de sus hermanos y hermanas y, que más tarde se hizo religiosa hospitalaria. Juan María solicita a la edad de trece años, ser admitido en el Noviciado Menor de Vals. En sus apuntes personales, escritos durante tres retiros, se reconoce a un adolescente que se prepara con seriedad a su futura misión. Lucho con vigor, escribió, contra la impaciencia que es mi defecto dominante. Me preparo para el Noviciado, teniendo una gran pureza de espíritu, de corazón y de cuerpo. Del tiempo de su Noviciado encontramos la siguiente resolución: "Practicar hasta los menores puntos de Regla, silencio guardado a cualquier precio, no hacer nada sin autorización".
En 1889 fue enviado como profesor de la cuarta clase al Noviciado Menor de Vals, donde se manifestó como iba a ser toda su vida: un trabajador incansable. Todo el tiempo que tenía libre lo dedicaba a la preparación de sus clases o a la corrección de los trabajos de sus alumnos y para su instrucción personal, cultivándose especialmente en los idiomas, las matemáticas y las ciencias. Una cosa notable que tenía era la memoria con la cual podía repetir capítulos enteros de la Sagrada Escritura.
Después de algunos trabajos de mantenimiento realizados durante un invierno glacial, en 1894, en la propiedad adquirida en esta época, a poca distancia del Noviciado Menor, se le produjo un absceso en la pierna, que le hizo sufrir agudos dolores y lo puso a la puerta de la muerte; durante largos meses tuvo que permanecer en la cama, soportando su mal con paciencia y valor. Sanó y, poco después los Superiores lo envían al Noviciado del Puy. Sus fuerzas se recuperaron rápidamente y aprovechó los dos años vividos en esta casa para acrecentar, bajo la dirección del Hermano Vtr., Gustavo, sus conocimientos de Botánica y Matemáticas.
El internado de Mende fue su residencia hasta 1905, donde trabajó en varias clases. Gracias a sus lecciones metódicas y a su constancia, lograba tener excelentes resultados con sosalumnos. Cuando le confiaron la primera clase, su esfuerzo no fue siempre recompensado por los resultados, pero no por eso se desanimó; persistía en su entrega y en el esfuerzo por buscar el bien de sus alumnos. Fue sostenido en esta prueba por su piedad sincera que lo hacía ejemplar en el cumplimiento de los ejercicios de comunidad. Desde antes de que Su Santidad Pio X lo aconsejara, él se acercaba casi todos los días a cornulgar. Daba con gran convicción sus clases de Catecismo y sus reflexiones. La preparación de clase, la corrección de cuadernos y su deseo de perfeccionamiento académico absorbían todos sus tiempos libres. Los ejercicios de treinta días lo prepararon para sus votos perpetuos, afirmando en nuestro Hermano sus excelentes disposiciones. En 1903 estuvo en el Escolasticado Superior de Buzenval; fue un tiempo de trabajo intenso y de recogimiento. Después de los cursos presentó brillante examen recibiendo el título de Brevet Superior y, poco después, con honores, el Certificado de Aptitud Pedagógica, en Mende a donde habla regresado para encargarse de la segunda clase, donde tuvo una gran influencia sobre sus alumnos. El decreto de clausura del Internado se realizó en 1905, el Hermano Juan (nombre con el que fue concedo en México) fue a Langeac, a realizar hacer el mismo trabajo.
En las vacaciones siguientes tuvo la gracia de hacer el Segundo Noviciado y, al fin regresó a Langeac, lleno de amor a Dios y animado de un celo por la salvación de las almas. Encargado de la primera clase, tuvo el consuelo de ver triunfar a sus alumnos, pero tuvo que abandonar su fecundo campo de trabajo por la aplicación del nefasto decreto de clausura.
Deseoso de conservar íntegramente su vocacion, costara lo que costara, y conservar su hábito religioso, se dirige Clermont, donde vuelve a ser alumno, entregándose con empeño al estudio de la lengua castellana, indispensable para la enseñanza en tierras mexicanas, a donde había sido destinado. Durante esta preparación se aplicó, más que nunca, a unirse íntimamente con Nuestro Señor, sintiéndose feliz ante la nueva situación que vivía. En 1908 se embarcó con una docena de Herrnanos, en Barcelona. Durante la travesía, que fue tranquila, empleaba su tiempo entre oración, estudio y lectura y, donde tenía la posibilidad de asistir cada día a varias misas. Llegado a México, el pequeño grupo se dirigió a Saltillo, donde realizaron un retiro y, el día de la Asunción, se dirigen a Monterrey donde se abrían dos escuelas. El Hermano Juan formó parte de la Comunidad del Colegio del Sagrado Corazón. El clima, muy variable, después de dos meses afecta al Hermano volviéndolo afónico total, pero ve en esa enfermedad una prueba permitida por Dios; se resigna y acepta un tratamiento enérgico y pronto puede comenzar su apostolado. El primero de primaria le fue confiado; durante tres años tuvo los mismos alumnos, pues fue subiendo con el grupo y su acción con ellos va a ser fuerte, sobrenatural y personal.
El Hermano Juan era ante todo un religioso serio. A pesar de sus insomnios, nunca prolongaba su descanso matinal; su postura en la oración era edificante y diariamente alimentaba su alma con el pan de los ángeles. En comunidad, era amigo de la vida regular, silencioso y trabajador. Con sus alumnos del curso comercial fue un religioso educador cumplido. Todas sus lecciones estaban preparadas con cuidado, dadas con claridad; la motivación reinaba constantemente en su clase, que pronto se convirtió en un hogar de intensa labor intelectual. El maestro era justo, metódico, pero sobre todo apóstol; hacía con convicción y pasión sus reflexiones y catecismos.
Progresivamente fue aceptado, después estimado y amado por sus discípulos. Procuraba que de entre ellos hubiera varios que tuvieran el honor de ayudar la misa y que recibieran la sagrada comunión. El primer año era raro quien la recibiera, pero el tercer año la mayoría de los alumnos mayores se acercaban a recibir a Nuestro Señor cada domingo y, algunos cuantos todos los días. Su influencia y buen ejemplo fue muy eficaz en el colegio entero.
Con la piedad supo desarrollar el espíritu apostólico; es así como sus primeros alumnos se asociaron en el grupo de acción católica "Don Bosco", que se ocupaba de la catequesis de los niños pobres; después colabora con el Señor Cura organizando conferencias apologéticas, siendo esto el origen de La Acción Católica de la Juventud Mexicana, en Monterrey.
En 1912 fue enviado al Colegio de la Concordia, en Puebla. Un testimonio de su director nos lo describe así: "Fue un religioso leal con Dios y fiel a su vocación. Algunas veces se le escapan jirones de humor negro y neurastenia pasajera, que le hace taciturno y severo en sus apreciaciones; se da cuenta de sus cambios de carácter y lucha contra él mismo para permanecer jovial y servicial. Sus esfuerzos constantes fueron bendecidos por Dios y, a nuestra salida de la Concordia, era uno de los miembros de la comunidad más alegres y entusiasta. Esta lucha consigo mismo tenía como sostén la Comunión diaria y una gran generosidad en el servicio del Divino Maestro. Su regularidad era matemática, dando a conocer una voluntad decidida, de convicciones profundas y un amor sincero a Nuestro Señor.
Con los alumnos era digno, discreto, muy afectuoso y muy noble. Con respecto a su Director era muy respetuoso de las indicaciones y órdenes recibidas y se podía acudir frecuentemente a él para cualquier favor: vigilancias suplementarias, cursos para los Hermanos jóvenes, y trabajos de cualquier cosa eran aceptados de buena gana. Era un buen religioso y un excelente maestro. Entre sus alumnos tenía la reputación de que era claro, metódico y, que tenía el arte de saberse comunicar. La precisión y la buena división de sus clases eran notables y se sorprendían de constatar el adelanto académico de sus alumnos, incluso los menos listos.
Muy querido por sus alumnos, porque él también los amaba y se daba totalmente a ellos, les podía mostrar el camino de la virtud y encaminarlos hacía el amor divino. Diariamente los exhortaba con reflexiones bien preparadas, ¡Qué bien hacía a sus alumnos con sus palabras cálidas y sinceras! Sabía que, por la reflexión formaba la mentalidad de su clase y dejaba en los espíritus ideas maestras que eran capaces de producir en los corazones impresiones profundas que volverían a su debido tiempo, en los corazones y en la vida. Formador vigilante, no se desligaba para nada de su pequeña tropa; los quería ver jugar en los recreos, resguardando siempre la moralidad de los niños. Nuestro querido Hermano Juan se hubiera quedado, gustoso, en México hasta el fin de sus días sobre esa tierra que amaba como su segunda patria. Desgraciadamente, la Revolución vino a quebrar todas las esperanzas. Una tras otra las obras más prósperas fueron aniquiladas, eso le pasó a la Escuela de la Concordia y los profesores tuvieron que buscar refugio en el extranjero.
Esta medida coincidió con el inicio de la Primera Guerra mundial y, en 1914 estaba ya de regreso en Francia; poco después fue puesto a disposición del Hermano Visitador del Puy. Pero ya no era ni la sombra de él mismo, comenzaba el apostolado del sufrimiento, humilde y generosamente aceptado, apostolado que ejerció cerca de seis años.
Sufrió una afección cardiaca que le impidió todo trabajo y tuvo que dejar una clase que dirigía con gran éxito. Los insomnios eran casi continuos y le fatigaban mucho, pero aun así era el primero en estar en la capilla, por la mañana, para los ejercicios de comunidad.
En 1917, a las enfermedades que ya tenía vino a agregarse una nefritis que le producía dolores muy fuertes; una mejora se produjo y se sintió muy feliz de reemprender algunas acciones en bien de la juventud pero, en noviembre de 1919 su corazón funciona cada vez con más problema y, durante cuatro meses tuvo que permanecer en la cama, pasando ya a la enfermería; comprendió que su final estaba próximo. Resignado a la voluntad divina, agradece al Hermano enfermero y a todos los que le venían a visitar todo el cuidado y cariño que le manifestaban. Durante algunos días sufrió tentaciones de desaliento pero, gracias a la oración resultó triunfante y después recibió los últimos sacramentos y se fue extinguiendo dulcemente en la paz del Señor; era el 22 de marzo de 1920.
Terminamos esta biografía con un extracto sobre un artículo publicado sobre el Hermano Juan, Hermano Néophyte Marie, escrito por uno de sus alumnos de Monterrey:
"El Hermano Juan acabo de morir; quiero darles la noticia y con ella un reconocimiento triste, paro todos los compañeros que recibieron, como yo, durante tres años, la palabra fecunda de este maestro amado.
Pedagogo consumado, tenia el secreto de inculcar la ciencia con una penetrante lucidez; educador perspicaz, adivinaba la psicología del alumno; en su momento autoritario y enérgico en los regaños públicos, paternal en la relación íntima, sabía llevar la luz, la fuerza y la persuasión vigorosa en el corazón de sus discípulos. Su gran arte era animarlos a trabajar ellos mismo en la formación de su carácter. Los más inquietos y los más independientes se sentían atraídos por él. Todos le debemos, y yo el primero, un conocimiento claro del sentido de lo vida, una voluntad fuerte de renovación moral y un haz de luz de convicciones vitales.
Su último carta, aun sin respuesta, es una invitación a la fidelidad, al entusiasmo generoso, al amor que cambia el oro por Dios aun en las acciones más ordinarias de lo vida; después una sencilla lista de sus sufrimientos y de sus crueles insomnios, y, poro terminar una sonrisa consoladora <porque como dice él... la llave con la cual se abre el cielo es la cruz>. El Hermano Juan ha terminado de limar su llave, con amorosa devoción. Nadie dudamos que, a su salida de este mundo, ha abierto sin dificultad la cerradura del paraíso". Alfonso Junco.
27.- HERMANO ANTHIME LOUIS Luis Trimborn 1866 +7 XI 1920
II Visitador del Distrito de México y Asistente del Hermano Superior General
Luis Timborn, que será conocido con el nombre de Hermano Anthime Louis tendrá dentro de nuestro Instituto una muy importante labor; nació el 8 de septiembre de 1866, en Voellerdingen, cerca de Saverne en Estrasburgo; hijo de una de las familias más honorables y, sobre todo, virtuosas de la región. Su papá, cristiano fervoroso, presidia en el hogar el rezo del santo Rosario y la lectura de la vida de los santos. La madre era considerada en la parroquia, como una persona de fe y piedad. En esta atmósfera de fe ardiente y de piedad sólida, Luis fundamentó sus convicciones religiosas. Creció bajo la vigilancia de sus padres y el cariño de sus hermanos y hermanas. Desde los seis años hasta los catorce frecuentó la escuela parroquial. Su conducta y su aplicación a los estudios le merecieron los mejores elogios de sus maestros.
Una vez salido de la escuela Luis ayudó a sus padres en el cultivo de los campos y, a la vez, recibía del Señor Cura lecciones particulares; el buen sacerdote había notado las cualidades y virtudes del joven y lo quería dirigir a una congregación de enseñanza de las establecidas en Alsacia. Para entonces su mamá, que era pariente del Hermano Alpert, director de la escuela San José, para los alsacianos de París, puso a su hijo en contacto con el santo religioso. Fue decisiva esta relación para que Luis, a sus dieciocho años dirigiera sus pasos al Noviciado de Paris. Llegó el 2 de enero de 1884. Los que lo conocieron en esta época del Noviciado y del Escolasticado nos relatan que eran extremadamente silencioso, reservado y muy dedicado a sus estudios y a los ejercicios de piedad. La vida retirada y modesta fue sin duda un medio para más tarde adquirir un grado muy alto de oración.
Después de dos años y medio de formación, se inició como maestro en San Nicolás de lssy, cercano a París. En este internado que tenía más de mil alumnos, trabajó con mucho éxito durante cuatro años como maestro de los medianos. En 1892 fue enviado a la escuela de Fenelón en Vaujours donde solo pasó un año ya que el año siguiente fue nombrado profesor de la primera clase del Escolasticado de París. En ese tiempo el Escolasticado ocupaba las instalaciones de la Rue de Sevrés y contaba con cinco clases y más de ciento cincuenta Hermanos jóvenes, que se preparaban para sus exámenes.
Uno de sus colegas en el Escolasticado escribe: "Yo fui durante seis años su colaborador; daba sus clases de forma muy metódica, precisa y con conceptos claros. La imaginación tenia poco lugar ahí; la lógica con sus rigurosos argumentos formaba la trama principal de su enseñanza. La formación moral de sus alumnos, era para él, más importante que la
intelectual. Inspiraba a los Escolásticos el asnos al deber y les inculcaba una piedad sólida, preparándolos para ser educadores, según lo pedía San Juan Bautista de la Salle; esa era su ambición. Lejos de ser entrometido o rneticuloso, fomentaba sin cesar el progreso de los Hermanos. Sabía muy bien que el examen particular, bien trabajado, era un medio de crecimiento espiritual. Dios le había dado dones extraordinarios, que todos conocían, sabia dirigir a las almaspara que lograran la unión íntima y familiar con Dios; esta fue su mayorcaracterística como dirigente espiritual. Él mismo decía que, había encontrado entre sus escolásticos almas privilegiadas, extremadamente generosas y que iban por caminos interiores a un paso rápido y seguro. Estas almas, después de Dios, le debían su adelanto al Hermano Anthime Louis, su director.
Nuestro Hermano insistía continuamente sobre la oracion, sin la cual, decía él, no se puede tener ningún progreso espiritual. Les pedía que hicieran resoluciones de acuerdo a ellos mismos para que las cumplieran; la voluntad desfallece cuando se toman resoluciones y no se cumplen y se convierten en el juguete de las pasiones.
La piedad que predicaba a sus escolásticos era una piedad viril, hecha no de sentimientos y sí de voluntad y de abnegación en el cumplimiento de los deberes de estado.
Uno de sus auxiliares escribió: "En el Escolasticado de París había una gran motivación para la práctica de la virtud y una vida interior de unión a Jesús; si la caridad floreció plenamente, se lo debamos al Hermano Director, que se esforzaba en crear en nosotros el amor a Jesús, del cual su corazón estaba prendado".
Los puntos de meditación y los libros de lectura espiritual eran otros de los medios que el celoso formador empleaba para hacer avanzar a los Hermanos en la perfección. Cuidaba mucho la preparacion a la oración, dándole una importancia capital, decía: "como es la preparacion es la oración".
Sabía estar presente en todo, era muy fiel en la participación de la recreación diaria y también presidía al grupo de profesores responsables de la formación; muy seguido veía con ellos los procedimientos pedagógicos y la renovación necesaria a introducir en las metodologías... seguido organizaba para ellos conferencias pedagógicas y facilitaba fuentes de información, nunca se adoptaba una idea nueva si no era suficientemente estudiada. El cuidado de la formación profesional no hizo nunca olvidar el cuidado de la salud de los Hermanos. Favorecía el estudio al aire libre, así como los ejercicios gimnásticos y los paseos semanales que se hacían a Buzenval; organizaba los días de descanso de manera que no fueran rutinarios y que el cansancio no fuera demasiado; para dejar a los maestros un día de descanso él se encargaba de acompañar a los ¡ Hermanos jóvenes en los paseos. La piedad del Hermano Director del Escolasticado reanimaba a los más -fríos, bastaba una mirada y lograba que volvieran al fervor, solo eso era suficiente. Durante la oración se mantenía de rodillas, las manos cruzadas y ligeramente apoyado en el reclinatorio; parecía que estaba en 81 contemplación profunda, en todo caso no perdía en ningún momento la presencia de Dios. Dos veces por día hacía una visita al Santísimo Sacramento y su ejemplo era seguido por muchos Hermanos jóvenes.
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Mientras que los escolásticos se esforzaban en progresar en ciencia y virtud, el gobierno sectario planeaba, no lejos de la Rue de Sevrés, una ley para acabar con las congregaciones religiosas enseñantes. Entregados profundamente a sus estudios, los jóvenes Hermanos no sospechaban la catástrofe que estaba por venir. Poco a poco el Hermano Gabriel María Superior General, en una serie de conferencias fue advirtiendo sobre la tormenta que se avecinaba y los exhortaba a confiar en la Providencia de Dios y en la fidelidad heroica a su vocación. Siempre atento, el Hermano Anthime Louis hacía que se mantuviera la Regla en todo su vigor. No era una acción pasiva, era una acción sobrenatural intensa, con el fin de salvar el mayor número de vocaciones. La mayoría de los escolásticos de esta época perseveraron.
El 5 de abril de 1904, con cuarenta alumnos y cuatro profesores, el Hermano Anthime Louis se instaló en Buzenval con un grupo de normalistas. Quedaron aún 30 escolásticos en la Rue de Sevrés, ¡elidiendo Al en ambas casas hasta el 7 de mayo. Su influencia en el so de NOI Mal Buzenval fue eficaz ya que un grupo de 7 normalistas pidieron entra, di Noviciado.
Después de la clausura de la obra de Buzenval, el Hermano Anthime recibió la obediencia de subdirector de San Nicolás de lssy, donde había iniciado su apostolado 27 años antes, pero ocupa este puesto solo un año.
n noviembre de 1905 nuestro Hermano se encaminó a Madrid para iniciarse en el castellano; en esa ciudad fue asignado al Colegio de Maravillas y dio clase a los pequeños. El Hermano Director de esta comunidad nos escribió: "fue muy edificante para la comunidad ver al antiguo director del Escolasticado de Francia, enseñar las primeras letras a los pequeños y pasar desapercibido ante todos, guardando silencio y mostrando una gran piedad".
De regreso a Francia en 1906 presidió los ejercicios de treinta días en Athis -Mons; todos los Hermanos estaban felices de haber tenido ese Director.
Después de una corta estancia en Clermont, para perfeccionar el castellano, el antiguo director del Escolasticado de Paris se embarcó para México. llevaba consigo la obediencia de director del Colegio de San Pedro y San Pablo, de Puebla, pero nadie de sus compañeros de viaje se enteró de ello.
El Hermano Director de San Pedro y San Pablo.
Como Director del Colegio de San Pedro y San Pablo, su primer cuidado fue conocer a su personal; manifestó hacia los Hermanos un cariño sobrenatural que pronto los conquistó. "Nosotros tenemos ulaun sdadantoy director y no le vamos a causar penas, decían ellos. Exige regri no sucumbe a los caprichos ni a las excusas, pero también sabe comprender las debilidades humanas y compadecerse caritativamente".
La situación financiera del Colegio San Pedro y San Pablo era buena, lo que permitió hacer feliz a la comunidad y a los alumnos internos con una atención mejor en todos sentidos. Las leyes de México obligaban a los religiosos a vestir de civil, él quería que los Hermanos fueran vestidos muy bien, de acuerdo a su situación de religiosos y maestros. Lo que le preocupaba al Hermano Director, escribió uno de sus auxiliares, era su gran deseo de adaptación, sin prisas; las ideas que le parecían buenas y algunas costumbres que le ayudarían en su trato con la gente de la ciudad fueron siendo aceptadas.
Dio un gran impulso a los estudios; todos afirmaban, a una sola voz, que tenia una gran audacia y que su mayor tentación era que se realizaran los estudios seriamente y que los resultados académicos fueran excelentes logrando umplir esas dos ambiciones que tenía, y que eran cama 01 t onvit t lonas firmes, tonto educador. z I oto tonal del t ologio estaba compuesto por un buen número de notables p. Mesto es, todos muy Instruidos y capaces de responder a las exigencias di. lo, iitogidet.1 del Colegio; les propuso que comunicaran su sabor a los Hermanos jóvenes y, de esta forma prestaban una colaboración muy vellosa al colegio y al Distrito. Organizó cursos para los Hermanos jóvenes, los chas de descanso por las mañanas, así como en las vacaciones. Siendo otra de sus preocupaciones la de enriquecer la biblioteca con obras valiosas de filosofía, literatura, ciencia y matemáticas, necesarias y muy útiles para los maestros, inscribió a la comunidad d revistas especializadas en diversos idiomas. "la reputación que se ganó en toda la República, decía, nos hace tener la estricta obligación es estar al corriente del progreso de la ciencia, día con dia." Cada año destinaba una suma importante de dinero a enriquecer los laboratorios, así como el museo. No se exagera en nada al decir que bajo su dirección el colegio fue un hogar muy importante de cultura Intelectual. No era de extrañar que, de este ambiente intelectual, se impulsara y surgieran numerosos libros y manuales escolares muy conocidos y apreciados en América. Fue el inicio de la colección G M Bruño.
n las entrevistas con los Hermanos insistía mucho en ser cuidadosos de la reputación de sus alumnos. No estaba permitido hablar de los defectos de un alumno delante de un maestro que no le conocía; no cuidar este punto podía causar un mal irreparable para el alumno. Prudente director, dejaba libertad a sus Inspectores y profesores, pero como en París, controlaba con gran esmero y celo el trabajo escolar, él mismo ponia y corregía las composiciones periódicamente. Los resultados de los exámenes oficiales, anteriormente muy modestos, pronto admiraron a todos sus rivales. El Hermano Director, de acuerdo a la voluntad del venerado fundador del Colegio, Monseñor Ramón Ibarra, Arzobispo de Puebla, había mantenido en el Colegio solo a los estudiantes de bachillerato, pero pronto logró convencer al Señor Arzobispo de abrir el colegio a nuevos alumnos de Primaria y Comercio y así responder a las necesidades de las familias, sobre todo a las dedicadas al comercio. En cuanto a los internos y alumnos de primaria, puso el mayor empeño en su atención y educación; como una madre, velaba por la salud y bienestar de los pequeños. Nunca fue un hombre de oficina, aunque tenía que pasar largos tiempos en ella; las personas que lo conocieron cornprendían pronto que tenía muchos asuntos que atender y que era un espíritu recto, que ignoraba los chismes y malentendidos, sobre todo aquello que no buscaba el bien de los niños era rechazado por él. A los alumnos mayores con los que se encontraba seguido en la reflexión diaria, les parecía demasiado serio y adusto, pero todos decían que era un religioso de grandes virtudes. El Hermano siempre estaba en la Sala de Comunidad y ahí hacía muchas de sus tareas profesionales, así como responder a las numerosas cartas de sus antiguos escolásticos dispersos por el mundo.
El Visitador de México.
En mayo de 1909 fue nombrado corno segundo Visitador del Distrito de México. El nuevo elegido puso su misión bajo el patronato de Santa María de Guadalupe, tan atoada por los mexicanos. Emprendió pronto largos y cansados viajes que dierotalas comunidades momentos de alegría y entusiasmo. Si era intransigente en cuanto el cumplimiento de las Reglas y de las costumbres del Instituto, también sabia adaptar sus indicaciones a las exigencias del clima yolas necesidades de personas débiles, por vivir 09 00900 tropicales.
Visitaba todas las clases, haciendo pequeñas pruebas a todos los alumnos; exigía a los Hermanos Directores cuentas vigorosas de su administración. Muy frecuentemente tenía diálogos con los Hermanos, invitándolos a apoyar en todo al Hermano Director. En cuanto a los Hermanos maestros que no les iba bien en clase, tenía arcones de indulgencia para ellos: Dios en su bondad le da esa prueba porque lo ama; humíllese profundamente y emplee los medios indicados en la Guía de las Escuelas; sea fiel a la visita a la Capilla después de clase y a su examen sobre la manera en que debe de comportarse. Siendo aún director del colegio de Puebla ayudó a uno de sus colegas que luchaba para mantener la gratuidad en la escuela: Dios en su bondad vendrá en su ayuda, le decia, pero manténgase firme. Con autorización, fue él mismo el principal sostén de esa escuela pobre, donde se hacía mucho bien y reinaba un gran fervor. A lo largo de sus viajes, visitaba a los Señores Obispos, a quienes se debían todas las escuelas que se habían fundado. Estos Prelados, en muy poco tiempo tuvieron en gran estima el valor intelectual, moral y religioso del nuevo Superior, reconociendo también su lealtad y humildad.
En 1910, el Hermano Visitador adquiere la propiedad de San Borja, cerca de la Ciudad de México. Gracias a la ayuda generosa de la familia Martel fundadora de la escuela de Mixcoac, le fue posible realizar la adaptación y las reparaciones necesarias de la casa. Tuvo la gran alegría de abrir el Noviciado, con dos postulantes, el 19 de marzo de 1911. Ese dio irradiaba alegría durante la primera misa celebrada en la Capilla, recientemente restaurada y en la que ya moraba Jesús Sacramentado. El reclutamiento en los colegios, desde tiempo atrás le había preocupado al Superior. Siempre prudente pidió consejo al venerado Padre Ipiña, provincial de la Compañía de Jesús, hombre de gran virtud y de larga experiencia, que inspiraba una confianza absoluta. Él le dijo en pocas palabras: "Si sus Hermanos hacen la obra de Dios y, si en sus escuelas Dios ocupa el primer lugar y hacen de sus alumnos verdaderos cristianos, estén seguros de que Dios suscitará de sus clases vocaciones para su Congregación. Es una ley divina que todo ser engendre otro semejante a él y, no será la excepción en este país y, ya es una realidad, que la certifica, por el número de Jesuitas mexicanos salidos de los colegios dirigidos por la Compañía". Después de este consejo, el Hermano Visitador inició con gran fervor una activa campaña de reclutamiento en nuestras escuelas. Gracias a sus esfuerzos y a los de los Hermanos, auxiliados por la gracia divina, fueron cumpliéndose muchas esperanzas.
El 11 de noviembre de 1911 se funda el Noviciado Menor de San Borja con una docena de adolescentes, reclutados de nuestras escuelas; esta realización fue una gran fuente de alegría para el Hermano Visitador, que se interesaba en los dos grupos y ayudaba a los Hermanos Directores y formadores con su consejo. Tuvo la alegría de presidir varias tomas de hábito y de ver el desarrollo de estas casas. Cuando en 1913 fue llamado corno miembro del Régirnen, por el Capítulo General, ya tenía en las casas de formación jóvenes de la mayoría de las escuelas y colegios.
L Elegido como delegado al Capitulo General de 1913, el Hermano Anthime Louis se embarcó para Europa, despidiéndose de los dos Hermanos Directores que lo habían acompañado hasta Veracruz y les dijo que tenía el presentimiento de que no volvería a ver tierras mexicanas y, no se equivocó. El 11 de mayo fue electo como Asistente del Hermano Superior General, tenía cuarenta y siete años.
El Asistente:
Desde que tomó su lugar en el Régimen le asignaron los Distritos de: Nantes, Quimper y de Le Mans, en Europa; Chile en América y en Asia Indochina francesa.
Administrar esos Distritos bajo la dirección del Hermano Superior General y la correspondencia con los Hermanos, fueron algunas de las ocupaciones principales del nuevo Asistente. Estaba preparado desde tiempo atrás por las funciones desempeñadas como Director del Escolasticado, de Presidente de los Grandes Ejercicios y de Visitador. Sabemos muy bien de la firmeza de su doctrina, de su gran cultura y de su espiritualidad. Cuando llegó a ser Asistente se esforzó aún más y consagraba las largas horas de sus viajes en perfeccionarse. Aquellos que él guiaba por el camino de la perfección, unanimemente alababan su sabiduría y su bondad; más de alguno atribula su transforrnación moral a sus consejos.
Las conferencias del Hermano Anthime Louis dejaban en su auditorio profunda impresión por sus ricas consideraciones y elevados conceptos, animados de una profunda espiritualidad. Hablaba de ordinario en un tono bajo, sin gestos, con un gran dominio de sí mismo. Sin ser monótono, se convertía en patético cuando anunciaba alguno de los temas o sus ideas favoritas. Cuando hablaba de la presencia de las tres divinas Personas y de su acción en las almas, parecía transfigurado, la sangre llegaba a su cara y su figura se iluminaba, su mirada se dirigía al cielo, parecía que estaba en conternplación. El auditorio escuchaba encantado, transportado por la palabra inspirada de este hombre de Dios.
Los mismos que pensaban que el Hermano Asistente se trasportaba muy alto y que su doctrina era inalcanzable, se sentían felices y gozaban esa elevación que les planteaba la posibilidad de una vida perfecta y exclamaban: "tenemos delante de nosotros un hombre que ya habita en el cielo".
Durante la guerra, el Hermano Asistente se reunía con los Hermanos Visitadores respectivos, para solucionar las necesidades que se habían creado por la movilización del personal y buscar mantener las obras a pesar de los sacrificios que fuera necesario hacer, pero con la consigna de mantener o acrecentar el nivel espiritual de los Hermanos.
Todas las notas recibidas unánimemente afirman que el deseo ardiente del Hermano Asistente era lograr que todos los Hermanos fueran hombres de oración y, por lo tanto, apostólicos. Convencido de que los Hermanos, bien dirigidos, pueden llegar a un alto grado de unión con Dios, trabajó con gran celo para obtener buenos resultados. Desde que era Director del Escolasticado de París, tenía fama de un director prudente y seguro; la experiencia que le dio la edad y, sobre todo su propio progreso espiritual, lo llevaron a los más altos niveles de vida interior. Él mismo manifestó que fue hacia la edad de los cuarenta años cuando comprendió realmente la vida interior, la vida de Dios en nosotros y que se dio cuenta del sentido profundo de ciertas explicaciones y expresiones del Método de Oración de nuestro Santo Fundador. Desde que Dios, en su bondad, le dio esa insigne gracia, su vida íntima se orientó hacia la unión perfecta con Dios, su vida apostólica fue hacerla conocer a los otros para que tuvieran el deseo de esa misma unión. Todo su apostolado en el Instituto iba encaminado a lograr que los Hermanos se unieran a Dios por medio de la oración. Cuando veía un alma abierta espontáneamente a él, y con el deseo sincero de perfeccionarse, le manifestaba un cariño especial. Su trabajo se volvió muy pesado pues, aparte de su correo ordinario, había que responder a muchos Hermanos de México, París y de otras partes del rnundo, que habían sido formados por él, o de los cuales había sido Visitador. Se recibieron cientos de cartas, cuyos destinatarios nos las facilitaron con la condición de que las regresáramos, porque las querian conservar corno reliquias.
Muchos Hermanos le tenían una profunda veneración; todos apreciaban mucho esas páginas como un tesoro, donde habían encontrado luz y fortaleza.
En las cartas del Hermano Asistente, la doctrina espiritual ocupaba un lugar capital. Se sorprendía, uno ante la cantidad de pasajes de la Sagrada Escritura que había asimilado y sobre los cuales fundamentaba sus textos.
Una de las características sobresalientes de sus cartas era la precisión y la energía de los términos usados; buscaba esclarecer y dar luz a toda obscuridad, a la vez que mostraba una cercanía y un cariño hacia los Hermanos. En una carta a un director de Noviciado Menor le dice: "Siento una viva tristeza cuando me tengo que separar de un grupo amado; mi corazón y mi espíritu sienten que no va a volver nunca, pero seré feliz de saber que mis ideas y mis exhortaciones continúan haciendo un carnino en las almas.
Sabía hacer ver bien la acción de Dios en los acontecimientos y repetía a la saciedad que el verdadero amor a Dios se conocía en el sacrificio, haciendo así nacer la resignación y, muchas veces la alegría, en almas invadidas por el desaliento. Muchos de sus corresponsales se gozaban con decir que él había recibido de Nuestro Señor un don especial para consolar y fortificar a las almas atribuladas y afligidas.
Sus virtudes:
La fe viva fue la lárnpara que esclareció todos los pasos del Hermano Asistente, según las palabras de San Pedro. Lejos de ser solo una fe en terreno de la abstracción, era una fe inspiradora de todas sus acciones. De los tres efectos de la fe, el que era más manifiesto fue el de "considerar todas las cosas ordenadas por la voluntad de Dios". Esta divina voluntad la veía siempre. Sus cartas están llenas de exhortaciones, invitando a adorar a Dios en todas las cosas y admirar el plan de la Divina Providencia, que conduce todo a su fin. Esforcémonos, escribió, en ser dóciles a las órdenes que nos condernen, Él sabrá sacar bien del mal.
Lo sobrenatural era su vida, hablaba del bien que se tenía que hacer y de las almas por salvar. Quería ver en los Hermanos que vivieran unidos a Dios y enamorados de su servicio.
A su gran fe demostraba una confianza total en la Providencia. Si es necesario ella hará milagros para venir en nuestra ayuda, lo hará, ustedes conocen sus promesas y, no fallará.
Tres años durante los cuales tuvo que cubrir puestos dificiles, que habían quedado vacantes, por circunstancias excepcionales. "Tres años, decía, que las vacaciones las empleaba en buscar quien podía ocupar un puesto importante y, al final, la Providencia me enviaba el socorro que necesitaba. Y, agregaba: hay que contar con ella".
El amor a Dios era su única pasión en la vida. Con gran convicción hablaba de Dios y, con qué insistencia recomendaba entregarse al servicio de Dios, por amor y, no por temor. En los retiros era elocuente al tratar el amor a Dios. En el último retiro predicado en Douves, en septiembre de 1920, escribe un Hermano, dejó desbordar su corazón en las conferencias sobre Dios, impresionando sobremanera a todos los que tuvieron la gracia de escucharlo. Su amor por los Hermanos era muy grande y sobrenatural. Un Hermano Director del Distrito de México afirmaba que, cuando el Hermano Anthime Louis dirigía el colegio de Puebla, tenía mucho cuidado cuando hablaba de su comunidad; se mostraba siempre contento de sus inferiores, diciendo de ellos solo cosas buenas.
A un joven Hermano que había fracasado en un examen difícil, le escribió: "Lamento su falta de éxito en el último examen. También sé lo sensible que es. Que la voluntad de Dios, que así se manifestó, sea siempre amada y adorada durante toda la eternidad. Usted agradecerá a Dios cómo se ha manifestado por medio de esta prueba. Intente agradecerle ahora, que de otra forma no hubiera adquirido méritos y progresos en la unión con Jesús. Para con los enfermos fue siempre extremadamente caritativo, afectuoso y abnegado.
La humidad fue la virtud favorita de nuestro hermano; la practicaba en un grado inusual y la enseñaba con predilección. No hablar nunca de si mismo parecía que era una de sus resoluciones; la cumplió de tal forma que sus familiares ignoraban sus gustos y repugnancias. Íntimamente convencido de su nada y de su incapacidad para el bien, escribió a un Hermano: "los tres retiros los viví admirablemente, ellos fueron muy edificantes. Hágame el favor de agradecer a nuestra buena Madre del cielo, por su ayuda cercana, significativa y sensible, es bueno que yo sea inepto para que Dios supla el bien que no puedo hacer".
Un Hermano relata el hecho siguiente: "Un día, el Hermano Asistente Anthime Louis se encontraba ocupado con varios Hermanos en una pieza de la casa. La campana tocó para la oración de la tarde, sin que el Hermano Asistente se diera cuenta. Llegó a la capilla cuando la oración ya había comenzado; al final del ejercicio, nos dijo: Mis queridos Hermanos yo les pido perdón por haber llegado tarde y me encomiendo a sus oraciones, con la finalidad de que sea más regular en el futuro." Los Hermanos presentes salieron muy edificados por su humildad al querer reparar un retraso totalmente involuntario.
Todos los que se acercaban al Hermano Asistente se vieron impactados por su exterior recatado y su porte austero. No solamente evitaba todo lo superfluo, sino que se privaba de lo necesario; en su forma de vestir no tenía en cuenta la estación del año y, en cuanto su alimentado :enía una sobriedad que parecía exageración. Para él no se teníau de ,reparar nada particular, solo aceptaba alguna cosa si la comunidad participaba también. La vigilancia que ejercía sobre sí mismo era un sacrificio continuo. Muy digno y viril en su postura, le negaba a su cuerpo la comodidad. En la capilla estaba siempre de rodillas. Verdaderamente era duro consigo mismo. Las travesías del Canal de la Mancha, en barco le eran muy molestas, ya que se mareaba mucho, pero la hacía cada vez que era necesario. Después de una travesía muy dolorosa para él, se contentaba solo en reírse de la debilidad de su estómago.
Su frugalidad en la alimentación era extrema. Un día le llamaron la atención por la poca comida que tornaba y el trabajo tan fuerte que hacía, respondiendo sencillamente: "la mortificación suplirá la falta de alimentación". Un antiguo profesor del Escolasticado de París afirmaba que, habiendo estado obligado a entrar al cuarto del Hermano Anthime Louis, entonces director, encontró varios cilicios de hierro, que los usaba como penitencia.
El mismo profesor recuerda que, estando en los grandes ejercicios en Nuestra Señora del Rancher, la cantidad de preparativos no había permitido a los Hermanos Ancianos que el dormitorio se convirtiera en cuartos individuales, cuando uno de ellos estaba sufriendo, él sacrificó su cuarto individual y se fue a dormir al dormitorio común, como todos los demás.
La mayor y la más constante mortificación del Hermano Asistente era la perfecta regularidad. Era una Regla viviente; en todo y siempre, guardaba el silencio rigurosamente y siempre era el primero en los ejercicios espirituales. A ejemplo de nuestro Santo Fundador, después de haber llegado a una casa hacía todos los ejercicios, a pesar de que muchas veces estaba muy cansado de los largos viajes. Su espíritu de pobreza era notable. No teniendo otros objetos, más que la ropa indispensable, cuando una prenda le parecía superflua se la entregaba al Hermano de la ropería. Su devoción a la Sagrada Eucaristía ha resplandecido de manera maravillosa. Una comunidad de Inglaterra escribió: "a las 10. 30 y a las 4 horas, el Hermano Asistente pasaba media hora ante el Santísimo Sacramento, de rodillas, inmóvil, los ojos dirigidos al tabernáculo, reza por sus Hermanos, sus Distrito y sus jóvenes de/os cosos de formación. El Hermano Anthime Louis tenía una devoción filial hacia la María Santísima y una gran confianza en esta dulce Madre. Muchos de los Hermanos creían que se había propuesto no escribir ninguna carta ni dar una conferencia sin que María fuera nombrada y puesta como modelo; era imposible tener una vida interior y de unión con Jesús sin tomarla en cuenta a Ella.
El culto a San José fue una cosa íntima; lo veía como modelo perfecto de las almas interiores y no cesaba de pedirle que aumentara en los Herrnanos el espíritu de oración. Amaba al Santo Fundador y lo veneraba como un guía, doctor y modelo. En su correspondencia se encuentran muchas exhortaciones para leer el Método de Oración y la Colección, obras donde están todos los secretos que él comentaba y que eran admirados por todos.
Su última enfermedad y su muerte.
De San Juan Bautista de la Salle, el Hermano Anthime Louis imitó la paciencia en las enfermedades y la perfecta obediencia a quien lo cuidaba. Enfermo en México, de una fiebre que le retuvo en cama durante dos meses, le dijo al Hermano enfermero, que lo cuidaba: "estoy entre sus manos, no tema mandarme, que lo que tengo que hacer, sea agradable o no, yo haré todo lo que usted mande; me abandono a la voluntad de Dios en todo, pero mi gran deseo es curarme". Se curó' efectivamente, y recobró todo su vigor y energía. Pero, aunque fue valiente, su salud fue siempre precaria.
En abril de 1920 tuvo una neumonía, cuando estaba de visita en Douvres, Inglaterra; el doctor que lo atendió le dijo al Hermano Director: "este hombre debe de haber vivido una vida muy austera, que va a abreviar sus días". Restablecido, descansó un tiempo en La Mancha y regresó a lembecq—lez Hal para realizar su trabajo acostumbrado, aunque la debilidad persistía.
La época de los retiros anuales había llegado, el Hermano Asistente insistió para conseguir el permiso de visitar los centros de retiro de sus distritos. No quisieron prohibirle esa consolación, pero le pidieron que cuidara su salud, ya muy débil. Le pusieron a un Hermano Visitador para que fuera él quien diera las conferencias de esos retiros pero, impulsado de su celo y de su amor a los Hermanos, tomaba tres veces la palabra durante los retiros. Esas conferencias fueron como su testamento. ¿Tenía el presentimiento de su próximo fin?
Insistía con gran fuerza sobre el respeto a los Superiores, la vida de Dios en nosotros y la necesidad de la oración. En Douvres tuvo una hemorragia que le obligó a permanecer más días en Inglaterra. De vuelta a Francia estuvo en Quimper y después fue a Notre Dame du Rancher, para dar posesión al nuevo Hermano Visitador. A pesar de que se le veía sumamente fatigado y enfermo, no quería ausentarse de ningún ejercicio de la comunidad.
En la noche del 22 al 23 de octubre nuestro valiente Hermano Asistente, fue atacado por una fuerte fiebre, pero continuó con los ejercicios de comunidad; se levantaba con todos a las 4.30 a.m., siendo este acto el último esfuerzo de su alma generosa y valiente. Después de la sagrada comunión tuvo que ir a su cuarto para acostarse y no levantarse más.
Los doctores constataron una neumonía en el pulmón derecho; la gravedad del paciente era inquietante, pero había esperanzas, mientras tanto, el Hermano Anthime—Louis tenía el presentimiento de su próxima muerte. Ninguna noticia le importaba, aún las de las casas de formación ya no le interesaban. Su alma estaba en la contemplación de los misterios divinos, nunca había hablado con tanta convicción. Una sola preocupación había manifestado y era la de ver al Hermano Superior General del Instituto. Apenas había regresado el Superior de su viaje de Roma e informado de la gravedad del Hermano Asistente, fue a verlo para llevarle la bendición del Santo Padre. Agradeció con efusión al Superior su presencia y a los Hermanos Asistentes que lo fueron a visitar, a los cuales les pidió perdón de las penas que les hubiere causado. Esa misma tarde el peligro de muerte fue eminente y se le administraron los últirnos sacramentos. Los recibió con los más vivos sentimientos de piedad, después de haber hecho a Dios el sacrificio de su vida. Las oraciones de los agonizantes fueron seguidas por el moribundo con gran piedad y, pocas horas después se inició una larga agonía que duró hasta el 7 de noviembre. Ese día de 1920, a las tres de la tarde, la bella alma del Hermano Anthime—Louis dejó este mundo para unirse a Dios a quien tanto amó.
Sus funerales fueron en la misma casa de retiro, donde también se le sepultó. Cuando fue conocida la muerte del Hermano Asistente, de inmediato llegaron condolencias de Francia, Estados Unidos, México, Cuba y diversos países donde estaban sus antiguos escolásticos. Dos obispos mexicanos: Monseñor el Arzobispo de Morelia y el Obispo de Querétaro, que habían conocido y apreciado al querido difunto, expresaron sus condolencias al Hermano Director de México y celebraron la Eucaristia por el eterno descanso de su alma.
Humilde y modesto, el Hermano Asistente no queria aparecer, pero con solo observarlo se veía que era un hombre de gran voluntad y de un gran y profundo espíritu de fe. El Hermano Superior General tenía en él, a un gran auxiliar, a un gran apóstol lleno de sabiduría y entrega.
Falleció en la casa de Nuestra Señora de Rancher a la edad de cincuenta y cinco años y siete como asistente.
28.- CHARLEMAGNE DE JESUS Jean Baptiste Lacour 1867 + 15 VI 1922 Jean Baptiste nació en d'011iergues, diocésis de Clermont Ferrand. Miembro una numerosa familia de Auvergne. Siendo niño fue uno de los primeros alumnos en la escuela que los Hermanos abrieron en Olliiergues, su parroquia natal. Cuando cumplió 12 años no :enía más que una instrucción muy rudimentaria. Pidió al Hermano Director ser puesto en la primera clase, prometiéndole estudiar mucho y trabajar para reparar el retraso; su aplicación fue grande, al grado de que en poco tiempo pudo presentar el examen oficial que certificaba sus estudios primarios. Con mucho trabajo y una conducta irreprochable, que explica su adelanto, un día, el muchacho se presenta ante su maestro y le expresa el deseo que tiene de ser Hermano de las Escuelas Cristianas. La respuesta del Hermano fue: Reza y reflexiona... lo veremos después. Algunas semanas más tarde, un Hermano del Distrito de Nantes, pariente de su familia, se encontraba en su provincia. El Hermano vio al muchacho, su pariente y, conociendo sus deseos, lo lleva al Noviciado de Nantes, donde más tarde dos de sus hermanos llegaron también para ser Hermanos.
En el Noviciado recibió el nombre de Hermano Charlemagne de lésus, teniendo la suerte de haber sido formado por el Hermano Dosithée Marie. Después de su ferviente año de noviciado pasó al escolasticado, donde se distinguió por su entrega al estudio y al trabajo, así como por su piedad y su regularidad. Terminando esta etapa fue enviado a iniciar su labor docente en Fontenay-le-Comte, donde fue maestro de varias clases del colegio, distinguiéndose por su carácter firme y una gran autoridad con los alumnos, de los que fácilmente obtenía el orden, la piedad y la aplicación en los estudios, así como excelentes resultados en los exámenes oficiales, que eran la corona de su esfuerzo. En septiembre de 1893 fue enviado al Pensionado de la Magdalena, en Nantes, primero en las clases de los medianos y después de los mayores, obteniendo igualmente excelentes resultados, gracias a su espíritu metódico, su tenacidad y su perseverancia. La formación religiosa de los alumnos era para él su principal objetivo y preocupación. Él no dejaba su propio estudio y, así fue adquiriendo los distintos Diplomas de primaria, primaria superior, secundaria moderna y otros más, que le permitieron adquirir una gran experiencia en la enseñanza. Uno de sus antiguos alumnos, que entró a nuestro Instituto, escribió: "Tuve la suerte de tener al hermano Charlemagne de Jésus como profesor durante tres años. En ese tiempo fue para mí el modelo del maestro entregado, preocupado por el progreso de los alumnos en las ciencias profanas, pero sobre todo en las ciencias religiosas, consiente, imparcial y juicioso, preocupado por el aprovechamiento de los alumnos. Nosotros le temíamos un poco, ya que siempre estaba serio, era un poco rígido, pero también lo estimábamos y amábamos, porque sabíamos que quena nuestro bien y nuestro perfeccionamiento intelectual y moral. Exigía que las lecciones fueran siempre perfectamente hechas y las tareas hechas con cuidado. El tiempo de las clases era escrupulosamente empleado. Faltando algunos minutos antes de la siguiente clase, un alumno era enviado al pizarrón, escribía algunos ejercicios de algebra o geometría como tarea. Los días de paseo, que había mal tiempo, los empleábamos en hacer ejercicios de matemáticas y problemas que aceptábamos con gusto y, algunas veces hasta los pedíamos; nos inspiró el gusto por las matemáticas. Su ejemplo nos invitaba a trabajar, sabíamos que él mismo estudiaba mucho por las noches, mientras nosotros descansábamos, empleando muchas horas en sus estudios preferidos.
El Hermano era muy enérgico, no toleraba la falta de esfuerzo y de hombría, en nuestra escuela. En la capilla se mantenía siempre derecho y no se apoyaba nunca.
Nos acostumbró a no quejarnos nunca de las inclemencias del tiempo, a soportar el frio del invierno y el calor en el verano. Era exigente consigo mismo. Un día, en el verano, en que debía tener una operación dolorosa en una mano, llegó al salón para, como de ordinario dar su clase, pero no lo hizo, porque recibió una orden formal del Hermano Director para que la suspendiera.
Nuestra formación moral y cristiana era una de sus preocupaciones principales y particulares. Era el vigilante modelo; nosotros no podíamos escapar de su mirada vigilante, tanto en clase, como en los recreos, en el comedor o en el dormitorio. En los paseos iba de adelante hada atrás, a fin de darse cuenta de lo que conversábamos y, a la vez, de tomar precauciones. Su presencia en si misma nos mantenía en el cumplimiento de nuestro deber.
Sus catecismos estaban bien fundamentados en la doctrina, pero sobre todo eran pacticos. Nos invitaba, sin cesar, a la frecuentación de los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía e, igualmente, nos insistía en la manera de confesarnos. Nos había iniciado a la meditación de las grandes verdades de nuestra religión y nos congregó para hacer este ejercicio de oración durante algunos minutos, que teníamos por las mañanas. En la capilla teníamos la Santa Misa. Por las tardes, en la oración, hacia el examen de conciencia. Igualmente, por las tardes, nos infundió el hábito de rezar diariamente el rosario, antes de la cena, o bien ya en el dormitorio, e igualmente a esa hora nos hacía un examen de conciencia, pasando revista de las faltas que habíamos podido cometer durante el día. En resumen, puedo decir, que es en gran parte el ejemplo de este venerado profesor a quien debo el insigne favor de haber abrazado la vida religiosa".
Al inicio de 1898, el Hermano Charlemage fue electo subdirector y prefecto de disciplina; la autoridad que tenía sobre los alumnos le facilitó su labor para que reinara el orden y la regularidad. En enero de 1904, los Superiores, apreciando sus cualidades, nada ordinarias, le confiaron la dirección del Colegio y de la escuela gratuita que estaba anexa. Por su firme y sabia dirección, nuestro querido hermano conservó la reputación de la institución, de trabajo y piedad, adquirida por los anteriores directores. El Hermano Director exige de sus inferiores la práctica de la Regla, era él, el primero en dar ejemplo, por su puntualidad en todos los ejercicios, al menos en los que sus funciones se lo perrnitian. Tenía una gran bondad para con los Hermanos y quería agradarlos. Si a causa de su carácter enérgico, se había mostrado muy severo, trataba de reconocerlo y decirles que lo había hecho por su bien. Pero pronto llegó el decreto en que mandaba clausurar esta casa y cerrar las puertas a maestros y alumnos. En sus tristes conjeturas decidió irse al extranjero. En consecuencia, él, y la mayor parte de la comunidad partieron para el Escolasticado apostólico de Clermont Ferrand para estudiar español. A finales de junio de 1907, una caravana de 13 Hermanos se embarcó en Barcelona con destino a México. La actividad del Hermano Visitador de este lejano país, pronto les encontró un empleo, antes de su llegada: Querétaro será el campo de acción del grupo liderado por el Hermano Charlemagne de Jésus. El valiente obispo de la diócesis Monseñor Camacho, hizo para los Hermanos una gran recepción, de la cual los testigos se han acordado siempre. Su Coadjutor, Monseñor Don Manuel Rivera, no fue menos simpático y, más de alguna vez, convertido en el obispo titular, por la muerte de Monseñor Camacho, en 1908, su generosidad para con los Hermanos fue digna de los tiempos apostólicos.
Los Hermanos asumieron la dirección de un colegio: El Liceo Católico de Querétaro, hasta ese momento dirigido por sacerdotes de la diócesis; nuestro Hermano recibió la dirección. Los principios fueron difíciles, pero las pobres esperanzas de los dos obispos fueron sobrepasadas. "Si ustedes tienen diez internos y 20 externos para comenzar va a ser magnífico", le había dicho Monseñor Camacho al Hermano Director. Un mes después del inicio de clases en el Liceo, los alumnos fueron al obispado a presentar sus mejores deseos para el inicio de año, eran sesenta internos y ciento diez externos. Hay que ver la alegría del digno y viejo obispo, el cual, después de haberlos contado gritó con gran placer: iAhi, Camacho, tú puedes cantar ya tu Nunc Dimatis. El Liceo ha resucitado.
Gracias al talento organizador del Hermano Charlemagne, el programa de estudios de la Preparatoria, correspondiente al Bachillerato francés, fue implementado con éxito, cambiando las expectativas que se tenían sobre la nueva administración.
La reputación del Liceo se extendió fuera del Estado de Querétaro, las autoridades civiles reconocían el mérito de la enseñanza impartida y le dieron valor académico. El año siguiente el número de alumnos aumentó mucho. Monseñor Rivera ordenó cambiar el Liceo al local del seminario, el cual iría a ocupar el lugar del Liceo. Las dates fueron adaptadas de acuerdo a las prescripciones de nuestra Regla; se construyeron nuevos dormitorios, patios de recreo más espaciosos, permitieron a los alumnos un mejor descanso y esparcimiento. La vasta capilla recibió ricos ornamentos que contribuian a realzar las ceremonias religiosas. El Hermano Director cuidaba que esas grandes fiestas fueran celebradas con la mayor solemnidad posible y se le veía supervisando la decoración del santo lugar, asistiendo al ensayo de canto, motivando y premiando.
Nuestro Señor bendecía los esfuerzos realizados, con la prosperidad del Liceo; en 1914 se contaba con ciento ochenta internos y cerca de doscientos externos y, esto, a pesar de las dificultades que representaba la revolución que ya tenía tres años; se continuaba adaptando el lugar para un número de jóvenes que esperaban poder entrar. He aqui que la muerte de los dos Hermanos fusilados en Zacatecas, por una nueva insurrección, vino a avivar el temor y las lágrimas.
En efecto, pronto las tropas armadas invadieron Querétaro. Se aconsejó a los Hermanos de que huyeran, pero ¿a dónde ir? La ciudad estaba sitiada, los alumnos internos habían sido enviados a sus casas; el Capellán había consumido las Sagradas especies. El valiente Hermano Director animaba a todos los Hermanos para que tuvieran confianza en la Divina Providencia, pero el IQ de agosto fue llamado a comparecer, junto con otros cuatro Hermanos ante el comandante de la plaza, esa fue la ocasión de vivir una gran angustia. Una sentencia acusatoria estaba ya preparada para ellos: "Ningún cargo se ha hecho contra ustedes, les dijo, pero el carácter religioso de su enseñanza los pone fuera de la ley; en consecuencia, son invitados a dejar el país inmediatamente por Laredo. El Hermano Director le señaló que los Hermanos eran ciudadanos franceses, y que no podrían salir por Laredo ya que los puentes estaban destruidos y, además, que Laredo estaba a 900 kilómetros de distancia. En atención a que eran franceses, se les trataría en forma especial a los Hermanos: les dieron 36 horas para preparar su viaje, con vehículos puestos a su disposición. De regreso a la comunidad, los Hermanos trabajaron activamente en la preparación para el viaje, pero después de treinta horas de una preparación seria, llegó el Cónsul francés, que había hecho muchas negociaciones, les advierte a los Hermanos que su viaje tenía que ser en dieciséis días solamente y durante este tiempo permanecerán prisioneros en su propia casa. Privados de la Santa Misa y de la Comunión, suplieron esto con múltiples oraciones, en la capillita del jardín. La confianza en Dios y el buen humor nunca los abandonó. El 14 de agosto se nombró un nuevo comandante de la plaza. Una delegación de cinco Hermanos, fueron a saludarlo, con el fin de conocer sus intenciones. La recepción fue cortés, pero se terminó con estas palabras: "En pocos días yo les haré conocer mi decisión". No habían pasado dos días y los Hermanos fueron avisados de que tenían que dejar el país en veinticuatro horas, en caso contrario los conducirían militarmente hasta la frontera. A pesar de las valerosas luchas emprendidas por un grupo de madres de familia, ante las autoridades de la población, en las que ellas pedían conservar a los educadores de sus hijos. La orden de expulsión fue renovada, un vagón destinado al trasporte de ganado, les fue asignado. Al día siguiente, por la mañana, fue la salida ante una multitud muy simpática. En San Luis Potosí se detuvieron dos días, durante los cuales los hermanos pudieron pasearse por la ciudad con cierta libertad, recibiendo muchas muestras de cariño y agradecimiento de parte de los padres de alumnos que fueron internos en Querétaro. Al tercer día el viaje continuó y al llegar a Saltillo el contingente aumentó con los Hermanos de Saltillo. Por fin llegaron a la frontera y continuaron su viaje hasta Nueva Orleans, para continuar después hasta la Habana, donde los habían precedido otros Hermanos salidos de México.
Después de unas semanas de descanso el Hermano Charlemagne de Jésus fue enviado, con buen número de Hermanos a Nueva York, para que se perfeccionara en la lengua inglesa. Se manifestó como un excelente alumno, siempre alegre a las horas de descanso y recreación y muy puntual a sus ejercicios religiosos. En el mes de noviembre fue nombrado subdirector del Noviciado de Pocantico Hills. Durante un año dio lecciones de francés, explicaba la liturgia, daba clases de catecismo y ayudaba en todos los servicios que podía y que el dictaba con gran amor al Instituto.
Al inicio de 1916 los Superiores decidieron agrupar en algunas casas de Nuevo México a los Hermanos que la revolución había echado de México. Nuestro Hermano fue destinado a Santa Fe, para preparar los diversos cambios. la prudencia que manifestó en esta labor fue por todos alabada. Al año siguiente se le nombra director del Internado y colegio de la ciudad de Santa Fe, donde ya se encontraba. Sus cualidades de buen administrador se manifestaron en los cambios realizados en las instalaciones de la escuela.
El avance espiritual de la comunidad lo tenía muy presente: todos los 11,1 meses les organizaba un pequeño retiro, asi mismo hacía leer las circulares del Hermano Visitador en el comedor, insiste con gran empeño en la observancia de la Regla, pero su mejor predicación era el ejemplo que daba. Era el primero en estar para los ejercicios espirituales regulares, y era admirado por los Hermanos por su energia. De tiempo atrás sufría de sus riñones, e igualmente de una tuberculosis que se comenzó a manifestar en su garganta, pero él disimulaba sus sufrimientos diciendo siempre que estaba bien y que tenía una salud excelente; se negaba a recibir cualquier cuidado que lo distinguiera de los Hermanos y, más aún si era tomar un poco más de descanso por las mañanas. Nunca se ausentaba de la comunidad, excepto por orden de los Superiores; todos los asuntos eran tratados en el menor tiempo posible. Hombre del deber, era muy regular, no titubeaba en llamar a un Hermano cuando se ausentaba sin permiso, cuidaba que los Hermanos cumplieran con la vigilancia a la hora marcada; toda negligencia en la vigilancia le parecía una falta grave y decía: "Somos responsables de nuestros alumnos delante de Dios, sobre todo por las faltas, que por nuestra falta de vigilancia ellos cometan".
Excelente director, motivaba a los Hermanos, principalmente a los principiantes. Muchos de ellos reconocieron que le debían su perseverancia y gracias los cuidados paternales que les brindaba. Era muy estricto para si mismo, pero muy atento y cuidadoso con los Hermanos; cuando uno estaba fatigado o enfermo, él estaba listo para sustituirlo ya fuera en clase o en las vigilancias. El Hermano Charlemagne de Jésus se distinguía por su gran amor al Instituto; ninguna cosa que no pudiera contribuir a su buena reputación le era desconocida; los métodos del Instituto fueron los suyos, los libros publicados por el Instituto siempre fueron sus preferidos, seguido era muy generoso con las casas de formación. A alguno un día le criticó, le dijo: "el dinero de la comunidad debe ser empleado en el mejoramiento de nuestro establecimiento" y, agregó en el momento: "En una casa hay cosas necesarias y otras que son solo comodidades, de las que usted habla son de estas últimas. Hay que hacer pasar los intereses importantes antes de los pequeños intereses.
Gran motivador de los Hermanos y también de los alumnos; con una palabra sabía levantar la moral de un joven abatido. Los Hermanos oyeron decir a los alumnos mayores: El Hermano Director es muy bueno y santo. Detestaba las visitas y no las hacía sin una necesidad, pero recibía a los padres de los alumnos con una amabilidad que se ganaba a todos. Cuántas veces se oyó decir, después de su muerte: "Yo lloro, porque él, en cierta forma fue mi padre, siempre fue bueno para conmigo". El capellán de los Hermanos en Querétaro dijo: "En las confidencias íntimas que tuve con él conocí su espíritu realmente religioso, su carácter recto, justo y sencillo como lo pide Jesús. Tenía gran gusto en conversar con él porque era muy edificante. Todo en él respiraba la virtud y santidad de un verdadero religioso que me motivaba grandemente. Todo él respiraba la virtud y la santidad de un verdadero religioso. Digno imitador de San Juan Bautista de la Salle. Un accidente, causado por la torpeza de uno de los alumnos mayores se produjo en diciembre de 1921 y aumentó los sufrimientos de nuestro querido Hermano, poniendo de relieve su gran paciencia. Estando en el patio de recreo un alumno lanzó una bola de nieve endurecida, que vino a pegar en el ojo derecho del Hermano Director. El dolor fue muy fuerte que el herido se desmayó. El médico vio que el cristalino se había desprendido y que la operación era peligrosa y que no había seguridad de buenos resultados, además, podría traer una catarata en el otro ojo. El buen Hermano Director soportó su mal con gran paciencia, encontrando palabras para describir la pobre naturaleza humana con las que hacía reír a los Hermanos, ellos estaban entristecidos por el accidente que había sufrido su director. Antes ya había tenido dos accidentes: uno en Francia y el otro en el trayecto del viaje de Laredo a Nueva Orleans. Estuvieron a punto de quitarle la vida. Sobre ello escribió: "La vida es a veces muy dura, es una tragedia cuyo último acto no deja de ser sangriento". Esto llegará para él.
El 15 de junio de 1922, algunos días después de la distribución de premios, el Hermano Director organizó un paseo en un autobús. Después de los ejercicios espirituales de la mañana, seguidos por la bendición con el Santísimo Sacramento, los miembros de la comunidad partieron gozosos, en compañía de cinco alumnos internos. Ya habían recorrido treinta kilómetros y pasado una parte del camino muy difícil, cuando de repente, el autobús se desvió del camino correcto y se desbarrancó, volteándose con las cuatro llantas al aire en un barranco de cinco metros de profundidad.
¡Minutos de angustia terrible!
Uno de los Hermanos sentado detrás del conductor, viendo el peligro se preparó y pudo saltar fuera del autobús ¿Pero, y los otros pasajeros qué? Todos bajo el pesado vehículo. Según las leyes ordinarias las victimas tendrían que haber sido numerosas pero, por un milagro las victimas no fueron como se esperaba: los cinco alumnos salieron sin ninguna contusión, algunos Hermanos aún aturdidos por el accidente, cooperaron para ayudar a los heridos, casi la totalidad de los heridos solo tenían moretones en la cabeza o en los brazos o bien en el pecho... Pero, no era la misma situación para el Hermano Director y para el Hermano Agathon André. El Hermano director tenía una grande y profunda herida sobre el ojo derecho y otra más profunda detrás de la cabeza. Cuando algunos Hermanos se ocupaban de lavar las heridas, otros habían ido corriendo a llamar por teléfono para pedir ayuda... El Señor cura de una población vecina acudió acompañado de un médico, pero el Doctor después de examinar al Hermano Director dijo: "Él no tiene remedio". En consecuencia, el buen Señor Cura le administró los últimos sacramentos y recitó las oraciones de los moribundos y, una hora después, sin haber recobrado el conocimiento, falleció en los brazos de los Hermanos.
La noticia del terrible accidente y, sobre todo, la suerte trágica de los dos Hermanos, fue conocida en todo Santa Fe y produjo una gran tristeza. Pronto una ambulancia fue enviada al lugar del siniestro y recogió a los Hermanos más golpeados, automóviles particulares llegaron y recogieron a los demás Hermanos ya los alumnos.
Con el fin de transportar los despojos mortales del Hermano Charlemagne y de su compañero, el Hermano Agathon André enviaron un carro fúnebre. Cuando el Señor Arzobispo supo que el cuerpo había llegado, Monseñor se hizo presente en el Colegio. Su excelencia oró por los difuntos, consoló a los heridos y a todos los animó. Después, espontáneamente ofreció la Catedral para los funerales y se ofreció para celebrar una misa pontifical. Su excelencia regresó tres veces por la tarde, para tener noticias de los heridos y animar a los Hermanos. A la mañana siguiente el cuerpo del Hermano Director fue expuesto en la capilla del colegio y a su lado estaba también el cuerpo del Hermano Agathon Andrés, que acaba de morir a causa de sus graves heridas. En esta ocasión la ciudad manifestó a los Hermanos sus sentimientos de pésame. Todo el día fueron pasando amigos, padres de los alumnos y otras personas que venían a rezar por el eterno descanso de los queridos difuntos.
El sábado, las honras fúnebres fueron celebradas en la catedral, llena, como los días de grandes fiestas. Siendo fiel a su promesa el Señor Arzobispo ofició la misa pontifical, rodeado de muchos sacerdotes, a pesar de que al día siguiente era "Corpus Chisti".
Su Excelencia quiso rendir un final homenaje al Hermano Director y expresar su admiración y cariño por todos los Hermanos.
Al terminar la Misa pontifical, Monseñor el Vicario General, confesor de la comunidad, relata en grandes rasgos la vida de las víctimas y exalta el espirito de sacrificio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y cómo viven una relación muy estrecha con Dios, y la caridad que existe entre los miembros de esta familia religiosa. Una vez dada la bendición, su Excelencia quiso acompañar el cortejo fúnebre hasta el cementerio y presidir las oraciones que la Iglesia eleva al cielo por el reposo del alma de sus hijos.
Un gran número de antiguos alumnos y amigos de los dos queridos difuntos, así como muchos bienhechores de los Hermanos fueron a expresar sus condolencias, otro gran grupo de personas enviaron sus condolencias y su admiración por el querido Hermano desaparecido.
29.- HERMANO AGATHON ANDRÉ Andrés Civet
1892 + 15 VI 1922
El hermano Andrés nació en Beauzac, diócesis del Puy, Francia. Fue educado en la escuela cristiana de Retournac. Desde niño se hizo notar por su. piedad seria y sus hábitos de orden y tenacidad en el trabajo, el cual había aprendido desde su familia. Sus grandes cualidades llamaban la atención de sus maestros y estos le dicen al Hermano reclutador del primeros diálogos entre el Hermano y el adolescente, este responde con Distrito que hable con él. Desde los alegría a las proposiciones que el Hermano le hace. Durante varios meses un Hermano le ayuda en su proceso y, él durante los meses de espera, continúa siendo un modelo para sus compañeros y se fortifica en su resolución "con dos compañeros que tenían el mismo piadoso designio. Los tres se fueron con otros doce aspirantes a nuestro Noviciado Menor de Lembeqc y, dos años más tarde recibe el hábito de manos del Hermano Superior General, Gabriel Marie.
Esta ceremonia se realizó en el noviciado de Bettange sur Mess y, desde ese día André sería el Hermano Agathon André. Se distinguió durante su año de noviciado por su generosidad poco común. Su alma recta y delicada hasta el escrúpulo, aspira a darse por entero al Señor, para amarlo y servirlo con todas las fuerzas de su ser. Se impregnó con gran facilidad del espíritu del Instituto; las virtudes religiosas le eran especialmente queridas y las practicaba con gran fidelidad.
Supo renunciar a la ceguera de sus ideas y calmar así las penas interiores de su conciencia timorata en exceso. "Servir a Dios, amar a Jesús y María y santificarme trabajando por la salvación de las almas, es toda mi ambición", Dijo alguna vez. Con estas disposiciones regresa a Lembeqc para continuar su preparación académica.
Veamos el testimonio de su director de Escolasticado: "Me recuerdo al querido desaparecido, como un buen escolástico, donde la virtud llena de delicadeza era alimentada por una piedad intensa y de buena ley; piedad aureolada por el sufrimiento moral. Los escrúpulos nacidos de su excesiva aplicación a no hacer nada mediocremente; lo bueno es que era obediente a las indicaciones de su director, por su gran espíritu de fe.
Al salir de la cuna de la vida religiosa este querido Hermano joven fue enviado a Puebla, en México. Llegó con la idea de desarrollar un gran celo en su trabajo. Durante varios años ejerció su apostolado entre los más pequeños de nuestra escuela llamada La Concordia. Era pequeño de estatura y de apariencia frágil, pero triunfó plenamente en su clase, gracias a sus buenos procedimientos y a su tranquilidad. Llevaba a su joven mundo con una autoridad notable y hacía reinar el entusiasmo en el trabajo, la piedad y el buen espíritu.
Lleno de entusiasmo por su clase y de generosidad por su instrucción, llevaba adelante las dos obligaciones sin que una fuera menos importante que la otra; preparaba diariamente sus lecciones con gran cuidado y era muy puntual en seguir los cursos dados en la comunidad; cuando se podía, manifestaba su agradecimiento a los Hermanos que le beneficiaban con su saber. Aunque su memoria era un poco lenta, pasaba con excelentes calificaciones los exámenes de Catecismo y de Apologética.
En las recreaciones era un conversador agradable e interesante, teniendo como predilección los ternas de educación y pedagogía, de los cuales hablaba seguido con gran entusiasmo. Su vida religiosa fundamentada en convicciones profundas, su piedad se manifestaba por el tono de su voz durante las oraciones vocales y su profundo recogimiento durante la oración, por su postura edificante en el lugar santo y su devoción ardiente por la Sagrada Eucaristía, que recibía todos los días. Su existencia transcurría en la paz y la felicidad, en medio de esta numerosa juventud, que acudían a él, a menudo despojados de bienes del mundo, pero ricos en buena voluntad: tiernamente atoaba a sus niños, pues veía en ellos a los amigos de Jesús.
La revolución obligó a nuestros Hermanos de México a abandonar sus obras florecientes. El Hermano Agathon Andrés fue enviado al Distrito de Baltimore, en los Estados Unidos. El Protectorado de Filadelfia, después el colegio de Rock Hill, contaron con su presencia como maestro, durante cuatro años. Los inicios le fueron difíciles a causa del desconocimiento casi por completo de la lengua inglesa. Batallaba sobre todo al no poder entusiasmar a los jóvenes corazones por el trabajo y el amor a Jesús Eucaristía: a pesar de todo tenía la firme esperanza que el tiempo iba a hacer desaparecer las dificultades y que Dios sabría obtener buenos resultados de las almas. No se desanimaba, pues cada día veía más claro el camino y los progresos eran notables y rápidos.
En 1918 fue enviado a la comunidad de Santa Fe, donde inicia su trabajo con los alumnos mayores. Activo, emprendedor, instruido y lleno de sabiduría, se atrajo la estima de los alumnos y los elogios por parte de las autoridades académicas; pero los resultados de los exámenes, para él, no eran más que un fin secundario. Sus mayores esfuerzos se centraban en motivar a los alumnos a la frecuentación de los sacramentos y, esto lo hacía por medio de las reflexiones dianas, que preparaba con gran cuidado; usaba este medio también, en la instrucción catequética para hacer conocer, amar y servir a Dios, aborrecer el pecado, la belleza de la virtud y los peligros de los espectáculos del mundo; el supremo ideal de su vida fue el de "formar Cristianos" generosos y ciudadanos útiles, que un día serían los campeones de nuestra madre la Iglesia. Desde hacía varios años era un ferviente practicante de la comunión diaria; recordaba a los alumnos, con santa ambición la Gran Promesa que representaban los viernes primeros, recibiendo a Nuestro Señor. Les hablaba también sobre la vocación al estado religioso o eclesiástico.
Este amor ardiente que tenía en su corazón por el Divino Maestro, lo tenía filialmente sobre la buena Madre y San José. En la cercanía de sus fiestas y en el mes a ellos consagrados se le veía en búsqueda de piadosas anécdotas y hechos edificantes que le sirvieran para sus reflexiones diarias. Su devoción hacia San Juan Bautista de la Salle se redoblaba en el mes de abril y se gozaba en contar a sus alumnos los detalles edificantes de la vida del Santo Fundador y hacerles rezar piadosamente la novena que precedía a la fiesta del Santo y los invitaba a que lo tornaran como su protector y modelo.
Enemigo de la blandura y dotado de una recia voluntad, nuestro Hermano buscaba desarrollar en la juventud la virilidad y la fuerza de carácter e, igualmente, luchaba para que los jóvenes desarrollaran sus valores espirituales, buscando que fueran piadosos y vivieran una cierta mortificación y humildad; recurría a la oración para obtener la bendición de Dios sobre sus alumnos. Trataba de evitar toda crítica sobre las costumbres del país donde vivía.
En la práctica de sus virtudes religiosas, no era menos edificante. Siendo durante algún tiempo el encargado de las compras, las hacía con rapidez, no establecía relaciones con las personas ajenas, conservando su forma modesta de trato. Ninguna acción le parecía pesada, ya que se trataba de las necesidades de la casa y de la comunidad.
Era muy servicial y caritativo, sabía prestar favores en todas las circunstancias. Se podía acudir a él con toda confianza para pedirle un servicio; no me molesta, decía, soy feliz en realizarlo. El cuidado de los Hermanos enfermos era objeto especial de sus atenciones, los visitaba, los motivaba, y si había necesidad de pasar una parte de la noche a su cabecera lo hacía.
Animado por un amor especial a nuestro Instituto, se alegraba por lo que pasaba en las distintas obras en las otras partes del mundo y atestiguaba en todas partes su amor y apego por su vocación. Dos años antes de su muerte, habiendo seguido los grandes ejercicios emitió sus Votos Perpetuos, intensificando su vida religiosa. Esta renovación de su fervor se manifestó por su exacta regularidad y en su relación más frecuente con Jesús Sacramentado, así como una práctica más familiar de las jaculatorias. El retiro anual era para él ocasión de renovarse en su generosidad y en su espíritu de fe.
Una de sus notas de retiro termina así: "Yo debo morir un día, y puede ser un día muy próximo; viviré de tal forma que mi divino Juez pueda llamarme, sin importar el momento".
Poco tiempo antes del fin de cursos declaró a un Hermano que la muerte que él prefería era aquella que llegaba después de una enfermedad que durara un solo día, pero que en ese día tuviera la gracia de recibir los Sacramentos. Sus notas y sentimientos parecían un presentimiento...
El 22 de junio de 1922 fue con toda la comunidad al paseo, paseo que comenzó con gran alegría y acabó en lágrimas. Después de un accidente del autobús donde iba el Hermano Agathon André, quedó mor-talmente herido, tendido en la arena, con los huesos fracturados y la cara demacrada, pero conservaba su lucidez; perdía mucha sangre y tenía fuertes dolores. Comprendió que Dios le pedía el supremo sacrificio y, olvidando todas las cosas de la tierra, para no pensar más que en la eternidad, comenzó a murmurar con fe y amor oraciones y jaculatorias: "Jesús te amo... yo te amo... Mi Dios me ofrezco a ti... A quien le hablaba le decía: rece por mí... Después continuaba con sus jaculatorias.
Cuando el médico y el señor cura llegaron al lugar del siniestro, escuchó decir al decir que no había ya ninguna esperanza de salvarlo. Ahora se confiesa y recibe los últimos sacramentos. Le informan que su director está muy mal y dice la siguiente oración: "Mi Dios, toma mi vida; yo te la doy, te suplico concedas al Hermano Director su salud...
(Su funeral y las circunstancias en que se llevó a cabo corresponden a la biografía precedente del Hermano del Charlemagne de Jesús.)