ADELME NICOLAS
Destruel Adrien
1861 + 6 – IX – 1926
“Nosotros hemos perdido todo, todo, hasta esa gran risa llenos de alegría sincera y buena sátira... esa risa de otros tiempos, esa risa de nuestros antepasados. que brotó del corazón como una corriente de vino añejo...”
Estos versos tristes de un poeta contemporáneo no representan para nada, para nosotros en este momento... pero preferimos repetir la palabra de un crítico moderno que dice: “En nuestros días la risa franca ya no existe sino en las escuelas infantiles y en los conventos”.
Precisamente de quien hablaremos es de un religioso, muy original donde se conjuntan lo cómico y lo serio, lo alegre y lo piadoso, una entrega absoluta y una excesiva tendencia a la alegre malicia.
No lo presentamos como una persona a quien hay que imitar o admirar sin una cierta reserva. Solo queremos que se le conozca su interesante y jovial temperamento y conocer los juegos de palabras que hacían reír.
Feliz, hijo del Sur y compatriota, a ocho siglos de distancia, de los juglares que alegraban el mundo con sus historias y cantos, el Hermano Adelme Nicolás nació con un carácter alegre y con una gran necesidad de reír y hacer reír y una gran facilidad para la broma y muchas palabras chistosas.
Con una gran facilidad para encontrar el lado ridículo de las personas y de las cosas, con el fin de alegrar.
Con una seriedad desconcertante y un aplomo imperturbable y una seguridad perfecta, este sutil hazme reír inventaba nuevas fantasías y, sin molestar a las personas que, les hacía bromas, de la forma más divertida y se destacó engañando a los que lo creían que tenía un espíritu maligno, y a molestar a las personas que creía que se merecían un legítimo castigo.
Sin duda, sus bromas, de ordinario no tenían nada de crueldad ni se criaba ningún enemigo. Más de alguno tuvo que sufrir sus bromas; pero después de haber sido la víctima, lo perdonaba con gusto, pues sabía que no tenían maldad sus bromas y siempre estaba, el Hermano dispuesto a prestar cualquier servicio.
Si duda, los primeros años de comunidad el Hermano ha de haber aparecido como el “Niño terrible”. Pero en su corazón era bueno, su espíritu era recto y había comprendido la necesidad de encausar toda su energía y perspicacia para divertirse a costa de los demás y de trabajar cada día con más entrega.
Fue así como se hizo notar en la Comunidad de San Miguel de París, donde pasó un cuarto de siglo, escuela donde prestó grandes y útiles servicios.
Poseedor de una excelente salud, una inteligencia notable y una actividad que jamás se disminuía; el Hermano Director lo puso primero en la escuela primaria superior, después fue maestro de la escuela comercial, donde enseñó matemáticas y ciencias.
Con el tiempo cada vez más hizo destacar sus cualidades, su autoridad mejoro cada vez más y en 1900 lo nombraron Inspector de toda la escuela de San Miguel. Desde ese día su trabajo creció en proporciones considerables: Se ocupaba de los alumnos internos, organizaba los juegos, daba las composiciones a diez clases, recibía a los papás y suplantaba al Hermano Director.
En este absorbente trabajo, el Hermano Adelme Nicolás, se da sin medida. Mantiene el orden sin ser riguroso, pero sin debilidades y se distingue por conservar su buen humor impulsivo constituía el lado sobresaliente de su fisonomía. Nunca una queja por exceso de trabajo, desde hace muchos años, la piedad había tomado la forma de generosidad y entrega total.
Durante su tiempo de inspector, nunca fue negligente en hacer sus ejercicios espirituales. Las lecturas piadosas tenían para él un atractivo especial. Amaba la lectura de un buen libro que eran fuente de sus reflexiones en sus clases. En la capilla su postura era respetuosa. Desde hacía muchos años él se acercaba diariamente a la Sagrada Comunión.
Por otra parte, era enemigo de la soledad, buscaba la vida de comunidad y gozaba con la compañía de los Hermanos, de los alumnos, de los jóvenes y de los miembros del patronato en fin de todos los miembros de esta populosa casa de San Miguel, donde él lo había hecho el centro de su vida.
El Hermano Director que desde hacía tiempo conducía esta importante comunidad, estimaba mucho al Inspector entregado a quien Él lo llamaba mi brazo derecho.
San Miguel fue clausurado a causa de las leyes sectarias de 1904. El Hermano Adelme Nicolás, no dudó ni un sólo instante sobre la expatriación. Sabiendo que México había sido designado a los Hermanos de París, pidió ir allá, y fue feliz de haber sido escuchada su petición. Algunos consideraron que su petición era sólo una solemne broma lo que estaba haciendo, estos no lo conocían bien. Ignoraba qué, bajo las apariencias de un Hermano bromista de extraordinaria alegría, escondía una alma muy religiosa y apostólica que había decidido ser fiel a su vocación, así le costará enormes sacrificios.
Después de haber estudiado el español en el Escolasticado de Clermont- Ferrand, donde su recuerdo quedó celebre, el Hermano Adelme Nicolás partió para su destino en ultramar. Llegado a Puebla acepta encargarse de una clase elemental.
Después de dos años, su lenguaje se había familiarizado con las expresiones del lugar y dominaba ya el español. Nombrado Inspector de la división de alumnos jóvenes como lo había sido en Paris, ahora se ocupó de la organización de las clases y de los juegos, de los paseos, de la comida y de los dormitorios de los internos. Todo era objeto de sus cuidados paternales. Hablaba poco, pero estaba en todas partes, viendo todo, y sin hacerse notar, cuidaba de todo.
La limpieza podía haber estado mejor cuidada, pero por las vigilancias, el cuidado y el buen desarrollo de los estudios, no quedaba más que resaltar su celo asiduo en el trabajo.
Siempre estaba en su puesto antes que los alumnos, sustituía las vigilancias de los que estaban indispuestos o la olvidaban. Siempre unido a la autoridad de los directores, que se sucedieron, a la cabeza de la comunidad, siempre servicial con los cohermanos, simpático con todos que se hacía amar por su trato.
He aquí el testimonio de un Hermano de esa época: Se puede asegurar que observaba al pie de la letra este punto de Regla: “Los Hermanos se harán un singular honor en prestar servicios a sus cohermanos”. Sabía adelantarse a remediar las necesidades de los Hermanos, por lo cual era muy estimado por todos.
El mismo Hermano agregó:
Todos sabemos que en México la bruma no es conocida. Todo el año se tiene un sol radiante y bien el Hermano Adelme Nicolás estaba al unísono con el sol mexicano. En clase como en comunidad, estaba siempre alegre y ponía la nota de alegría. Sin cesar él ponía en práctica el consejo del salmista: “Servite Domino in taetitia” Servir al Señor en alegría
Cuando salió de Francia había prometido al Hermano Héribaud – Joseph, antiguo director de la Academía internacional de Geografía Botánica, enviarle muchas plantas de México. Como tenía buena memoria y un excelente corazón, no olvidó su promesa. Para darle el gusto al célebre Hermano botánico, aprovechaba las vacaciones y los días de descanso para realizar excursiones ya sea a las altas montañas o bien a las barrancas para recolectar ejemplares de plantas, con las que regresaba en gruesos paquetes. Nada le detenía, e invertía mucho tiempo en preparar el envió destinado al Hermano Héribaud Joseph. Sabía que le hacía un gran servicio y le proporcionaba placer y alegría.
Es cierto que, a fuerza de ir a excursiones, el Hermano Adelme Nicolás había adquirido el gusto por la flora mexicana. Recogió una gran cantidad de plantas, que llegaron al Museo de Historia Natural de París. Sus raros tiempos libres estaban consagrados a la clasificación de las plantas, algunos botánicos importantes de los Estados Unidos y de Francia le dieron algunas plantas el nombre del Hermano, pues hasta entonces eran ejemplares ignorados y fueron clasificadas por primera vez por el Hermano.
Sencillo, modesto y humilde religioso, no se glorió jamás de esos trabajos que realizó, ni de algunas recompensas y reconocimientos que recibió, decía que era un vigilante y un oscuro trabajador.
En 1912 sus fuerzas disminuyeron y comenzaron dolores en las piernas que le dificultaban el caminar; los Superiores de descargaron de sus responsabilidades y le encargaron el Economato del mismo colegio. Desgraciadamente al cabo de un año, que lo debían mandar a un lugar donde tuviera aire libre, en el campo y descargarlo de toda responsabilidad.
Nuestra casa de San Borja lo recibió. El Hermano Adelme Nicolás se encargará, en la medida de sus posibilidades, en los trabajos del campo. Su entrega, siempre admirable, pasó el límite de la prudencia. Pero un hombre que toda su vida había tenido una excelente salud y jamás se había sentido sin fuerzas, ¿cómo iba a admitir que ahora debía moderar su actividad y usar precauciones?
Al fin sonará la hora trágica de la revolución de 1914, que siguió a la caída del general Porfirio Díaz. En contra de su voluntad, nuestro Hermano tuvo que dejar México donde había vivido diez años y trabajado con gran empeño.
Regresado a Francia con un grupo de Hermanos, descansó durante un poco de tiempo, después, tal era la confianza que inspiraba su virtud, que le propusieron la dirección de una pequeña comunidad del Distrito de París. El aprecio para el Hermano Adelme Nicolás por parte de uno de los Hermanos Visitadores del distrito se mostró con el nuevo puesto que le dieron; no solamente entregado como siempre, exacto hasta la austeridad, en la observancia de las prácticas religiosas,
La enfermedad regresó, y obligó a los superiores el quitarle sus responsabilidades; nuestro Hermano retomó las actividades campestres. Pero de nuevo la enfermedad lo visitaba más seguido, no había perdido su entusiasmo natural, ni su ser chistoso.
Él estaba aún entregado a realizar labores en bien del Instituto, pero tuvo que ser atendido de un cáncer en la laringe. De ahí en adelante esa boca que había pronunciado tantas palabras de alegría y producido risas sonoras, está ahora totalmente cerrada, silenciosa, muda a causa de un sufrimiento agudo religiosamente aceptado y heroicamente soportado,
El enfermo tuvo que ir a la casa de retiro de Athis- Mons. Fue ahí que en la calma y después de haber dado un profundo ejemplo a su comunidad, acabó su existencia terrena.