27.- HNO. ANTHIME LOUIS
Luis Trimborn
1866 +7 XI 1920
II Visitador del Distrito de México y Asistente del Hermano Superior General
Luis Timborn, que será conocido con el nombre de Hermano Anthime Louis tendrá dentro de nuestro Instituto una muy importante labor; nació el 8 de septiembre de 1866, en Voellerdingen, cerca de Saverne en Estrasburgo; hijo de una de las familias más honorables y, sobre todo, virtuosas de la región.
Su papá, cristiano fervoroso, presidia en el hogar el rezo del santo Rosario y la lectura de la vida de los santos. La madre era considerada en la parroquia, como una persona de fe y piedad. En esta atmósfera de fe ardiente y de piedad sólida, Luis fundamentó sus convicciones religiosas. Creció bajo la vigilancia de sus padres y el cariño de sus hermanos y hermanas. Desde los seis años hasta los catorce frecuentó la escuela parroquial. Su conducta y su aplicación a los estudios le merecieron los mejores elogios de sus maestros.
Una vez salido de la escuela Luis ayudó a sus padres en el cultivo de los campos y, a la vez, recibía del Señor Cura lecciones particulares; el buen sacerdote había notado las cualidades y virtudes del joven y lo quería dirigir a una congregación de enseñanza de las establecidas en Alsacia. Para entonces su mamá, que era pariente del Hermano Alpert, director de la escuela San José, para los alsacianos de París, puso a su hijo en contacto con el santo religioso. Fue decisiva esta relación para que Luis, a sus dieciocho años dirigiera sus pasos al Noviciado de Paris. Llegó el 2 de enero de 1884. Los que lo conocieron en esta época del Noviciado y del Escolasticado nos relatan que eran extremadamente silencioso, reservado y muy dedicado a sus estudios y a los ejercicios de piedad. La vida retirada y modesta fue sin duda un medio para más tarde adquirir un grado muy alto de oración.
Después de dos años y medio de formación, se inició como maestro en San Nicolás de lssy, cercano a París. En este internado que tenía más de mil alumnos, trabajó con mucho éxito durante cuatro años como maestro de los medianos. En 1892 fue enviado a la escuela de Fenelón en Vaujours donde solo pasó un año ya que el año siguiente fue nombrado profesor de la primera clase del Escolasticado de París. En ese tiempo el Escolasticado ocupaba las instalaciones de la Rue de Sevrés y contaba con cinco clases y más de ciento cincuenta Hermanos jóvenes, que se preparaban para sus exámenes.
Uno de sus colegas en el Escolasticado escribe: "Yo fui durante seis años su colaborador; daba sus clases de forma muy metódica, precisa y con conceptos claros. La imaginación tenia poco lugar ahí; la lógica con sus rigurosos argumentos formaba la trama principal de su enseñanza. La formación moral de sus alumnos era para él, más importante que la intelectual.
Inspiraba a los Escolásticos el amor al deber y les inculcaba una piedad sólida, preparándolos para ser educadores, según lo pedía San Juan Bautista de la Salle; esa era su ambición. Lejos de ser entrometido o rneticuloso, fomentaba sin cesar el progreso de los Hermanos. Sabía muy bien que el examen particular, bien trabajado, era un medio de crecimiento espiritual. Dios le había dado dones extraordinarios, que todos conocían, sabia dirigir a las almaspara que lograran la unión íntima y familiar con Dios; esta fue su mayorcaracterística como dirigente espiritual. Él mismo decía que, había encontrado entre sus escolásticos almas privilegiadas, extremadamente generosas y que iban por caminos interiores a un paso rápido y seguro. Estas almas, después de Dios, le debían su adelanto al Hermano Anthime Louis, su director.
Nuestro Hermano insistía continuamente sobre la oracion, sin la cual, decía él, no se puede tener ningún progreso espiritual. Les pedía que hicieran resoluciones de acuerdo a ellos mismos para que las cumplieran; la voluntad desfallece cuando se toman resoluciones y no se cumplen y se convierten en el juguete de las pasiones.
La piedad que predicaba a sus escolásticos era una piedad viril, hecha no de sentimientos y sí de voluntad y de abnegación en el cumplimiento de los deberes de estado.
Uno de sus auxiliares escribió: "En el Escolasticado de París había una gran motivación para la práctica de la virtud y una vida interior de unión a Jesús; si la caridad floreció plenamente, se lo debamos al Hermano Director, que se esforzaba en crear en nosotros el amor a Jesús, del cual su corazón estaba prendado".
Los puntos de meditación y los libros de lectura espiritual eran otros de los medios que el celoso formador empleaba para hacer avanzar a los Hermanos en la perfección. Cuidaba mucho la preparación a la oración, dándole una importancia capital, decía: "como es la preparación es la oración".
Sabía estar presente en todo, era muy fiel en la participación de la recreación diaria y también presidía al grupo de profesores responsables de la formación; muy seguido veía con ellos los procedimientos pedagógicos y la renovación necesaria a introducir en las metodologías... seguido organizaba para ellos conferencias pedagógicas y facilitaba fuentes de información, nunca se adoptaba una idea nueva si no era suficientemente estudiada.
El cuidado de la formación profesional no hizo nunca olvidar el cuidado de la salud de los Hermanos. Favorecía el estudio al aire libre, así como los ejercicios gimnásticos y los paseos semanales que se hacían a Buzenval; organizaba los días de descanso de manera que no fueran rutinarios y que el cansancio no fuera demasiado; para dejar a los maestros un día de descanso él se encargaba de acompañar a los ¡ Hermanos jóvenes en los paseos.
La piedad del Hermano Director del Escolasticado reanimaba a los más -fríos, bastaba una mirada y lograba que volvieran al fervor, solo eso era suficiente. Durante la oración se mantenía de rodillas, las manos cruzadas y ligeramente apoyado en el reclinatorio; parecía que estaba en 81 contemplación profunda, en todo caso no perdía en ningún momento la presencia de Dios. Dos veces por día hacía una visita al Santísimo Sacramento y su ejemplo era seguido por muchos Hermanos jóvenes.
Mientras que los escolásticos se esforzaban en progresar en ciencia y virtud, el gobierno sectario planeaba, no lejos de la Rue de Sèvres, una ley para acabar con las congregaciones religiosas enseñantes. Entregados profundamente a sus estudios, los jóvenes Hermanos no sospechaban la catástrofe que estaba por venir. Poco a poco el Hermano Gabriel María Superior General, en una serie de conferencias fue advirtiendo sobre la tormenta que se avecinaba y los exhortaba a confiar en la Providencia de Dios y en la fidelidad heroica a su vocación. Siempre atento, el Hermano Anthime Louis hacía que se mantuviera la Regla en todo su vigor. No era una acción pasiva, era una acción sobrenatural intensa, con el fin de salvar el mayor número de vocaciones. La mayoría de los escolásticos de esta época perseveraron.
El 5 de abril de 1904, con cuarenta alumnos y cuatro profesores, el Hermano Anthime Louis se instaló en Buzenval con un grupo de normalistas. Quedaron aún 30 escolásticos en la Rue de Sevrés, ¡elidiendo Al en ambas casas hasta el 7 de mayo. Su influencia en el so de NOI Mal Buzenval fue eficaz ya que un grupo de 7 normalistas pidieron entra, di Noviciado.
Después de la clausura de la obra de Buzenval, el Hermano Anthime recibió la obediencia de subdirector de San Nicolás de lssy, donde había iniciado su apostolado 27 años antes, pero ocupa este puesto solo un año.
En noviembre de 1905 nuestro Hermano se encaminó a Madrid para iniciarse en el castellano; en esa ciudad fue asignado al Colegio de Maravillas y dio clase a los pequeños. El Hermano Director de esta comunidad nos escribió: "fue muy edificante para la comunidad ver al antiguo director del Escolasticado de Francia, enseñar las primeras letras a los pequeños y pasar desapercibido ante todos, guardando silencio y mostrando una gran piedad".
De regreso a Francia en 1906 presidió los ejercicios de treinta días en Athis -Mons; todos los Hermanos estaban felices de haber tenido ese Director.
Después de una corta estancia en Clermont, para perfeccionar el castellano, el antiguo director del Escolasticado de Paris se embarcó para México. llevaba consigo la obediencia de director del Colegio de San Pedro y San Pablo, de Puebla, pero nadie de sus compañeros de viaje se enteró de ello.
El Hermano Director de San Pedro y San Pablo.
Como Director del Colegio de San Pedro y San Pablo, su primer cuidado fue conocer a su personal; manifestó hacia los Hermanos un cariño sobrenatural que pronto los conquistó. "Nosotros tenemos ulaun sdadantoy director y no le vamos a causar penas, decían ellos. Exige regri no sucumbe a los caprichos ni a las excusas, pero también sabe comprender las debilidades humanas y compadecerse caritativamente".
La situación financiera del Colegio San Pedro y San Pablo era buena, lo que permitió hacer feliz a la comunidad y a los alumnos internos con una atención mejor en todos sentidos. Las leyes de México obligaban a los religiosos a vestir de civil, él quería que los Hermanos fueran vestidos muy bien, de acuerdo a su situación de religiosos y maestros. Lo que le preocupaba al Hermano Director, escribió uno de sus auxiliares, era su gran deseo de adaptación, sin prisas; las ideas que le parecían buenas y algunas costumbres que le ayudarían en su trato con la gente de la ciudad fueron siendo aceptadas.
Dio un gran impulso a los estudios; todos afirmaban, a una sola voz, que tenia una gran audacia y que su mayor tentación era que se realizaran los estudios seriamente y que los resultados académicos fueran excelentes logrando cumplir esas dos ambiciones que tenía, y que eran para él firmes como educador.
El personal del Colegio estaba compuesto por un buen número de notables p. Mesto es, todos muy Instruidos y capaces de responder a las exigencias di. lo, iitogidet.1 del Colegio; les propuso que comunicaran su sabor a los Hermanos jóvenes y, de esta forma prestaban una colaboración muy vellosa al colegio y al Distrito.
Organizó cursos para los Hermanos jóvenes, los chas de descanso por las mañanas, así como en las vacaciones. Siendo otra de sus preocupaciones la de enriquecer la biblioteca con obras valiosas de filosofía, literatura, ciencia y matemáticas, necesarias y muy útiles para los maestros, inscribió a la comunidad d revistas especializadas en diversos idiomas.
"La reputación que se ganó en toda la República, decía, nos hace tener la estricta obligación es estar al corriente del progreso de la ciencia, día con día." Cada año destinaba una suma importante de dinero a enriquecer los laboratorios, así como el museo. No se exagera en nada al decir que bajo su dirección el colegio fue un hogar muy importante de cultura Intelectual. No era de extrañar que, de este ambiente intelectual, se impulsara y surgieran numerosos libros y manuales escolares muy conocidos y apreciados en América. Fue el inicio de la colección G M Bruño.
En las entrevistas con los Hermanos insistía mucho en ser cuidadosos de la reputación de sus alumnos. No estaba permitido hablar de los defectos de un alumno delante de un maestro que no le conocía; no cuidar este punto podía causar un mal irreparable para el alumno.
Prudente director, dejaba libertad a sus Inspectores y profesores, pero como en París, controlaba con gran esmero y celo el trabajo escolar, él mismo ponía y corregía las composiciones periódicamente. Los resultados de los exámenes oficiales, anteriormente muy modestos, pronto admiraron a todos sus rivales.
El Hermano Director, de acuerdo a la voluntad del venerado fundador del Colegio, Monseñor Ramón Ibarra, Arzobispo de Puebla, había mantenido en el Colegio solo a los estudiantes de bachillerato, pero pronto logró convencer al Señor Arzobispo de abrir el colegio a nuevos alumnos de Primaria y Comercio y así responder a las necesidades de las familias, sobre todo a las dedicadas al comercio. En cuanto a los internos y alumnos de primaria, puso el mayor empeño en su atención y educación; como una madre, velaba por la salud y bienestar de los pequeños.
Nunca fue un hombre de oficina, aunque tenía que pasar largos tiempos en ella; las personas que lo conocieron comprendían pronto que tenía muchos asuntos que atender y que era un espíritu recto, que ignoraba los chismes y malentendidos, sobre todo aquello que no buscaba el bien de los niños era rechazado por él. A los alumnos mayores con los que se encontraba seguido en la reflexión diaria, les parecía demasiado serio y adusto, pero todos decían que era un religioso de grandes virtudes.
El Hermano siempre estaba en la Sala de Comunidad y ahí hacía muchas de sus tareas profesionales, así como responder a las numerosas cartas de sus antiguos escolásticos dispersos por el mundo.
El Visitador de México.
En mayo de 1909 fue nombrado corno segundo Visitador del Distrito de México. El nuevo elegido puso su misión bajo el patronato de Santa María de Guadalupe, tan atoada por los mexicanos. Emprendió pronto largos y cansados viajes que dieron a las comunidades momentos de alegría y entusiasmo. Si era intransigente en cuanto el cumplimiento de las Reglas y de las costumbres del Instituto, también sabia adaptar sus indicaciones a las exigencias del clima y a las necesidades de personas débiles, por vivir en zonas tropicales.
Visitaba todas las clases, haciendo pequeñas pruebas a todos los alumnos; exigía a los Hermanos Directores cuentas vigorosas de su administración. Muy frecuentemente tenía diálogos con los Hermanos, invitándolos a apoyar en todo al Hermano Director. En cuanto a los Hermanos maestros que no les iba bien en clase, tenía arcones de indulgencia para ellos: Dios en su bondad le da esa prueba porque lo ama; humíllese profundamente y emplee los medios indicados en la Guía de las Escuelas; sea fiel a la visita a la Capilla después de clase y a su examen sobre la manera en que debe de comportarse.
Siendo aún director del colegio de Puebla ayudó a uno de sus colegas que luchaba para mantener la gratuidad en la escuela: Dios en su bondad vendrá en su ayuda, le decía, pero manténgase firme. Con autorización, fue él mismo el principal sostén de esa escuela pobre, donde se hacía mucho bien y reinaba un gran fervor.
A lo largo de sus viajes, visitaba a los Señores Obispos, a quienes se debían todas las escuelas que se habían fundado. Estos Prelados, en muy poco tiempo tuvieron en gran estima el valor intelectual, moral y religioso del nuevo Superior, reconociendo también su lealtad y humildad.
En 1910, el Hermano Visitador adquiere la propiedad de San Borja, cerca de la Ciudad de México. Gracias a la ayuda generosa de la familia Martel fundadora de la escuela de Mixcoac, le fue posible realizar la adaptación y las reparaciones necesarias de la casa. Tuvo la gran alegría de abrir el Noviciado, con dos postulantes, el 19 de marzo de 1911. Ese dio irradiaba alegría durante la primera misa celebrada en la Capilla, recientemente restaurada y en la que ya moraba Jesús Sacramentado.
El reclutamiento en los colegios, desde tiempo atrás le había preocupado al Superior. Siempre prudente pidió consejo al venerado Padre Ipiña, provincial de la Compañía de Jesús, hombre de gran virtud y de larga experiencia, que inspiraba una confianza absoluta. Él le dijo en pocas palabras: "Si sus Hermanos hacen la obra de Dios y, si en sus escuelas Dios ocupa el primer lugar y hacen de sus alumnos verdaderos cristianos, estén seguros de que Dios suscitará de sus clases vocaciones para su Congregación.
Es una ley divina que todo ser engendre otro semejante a él y, no será la excepción en este país y, ya es una realidad, que la certifica, por el número de Jesuitas mexicanos salidos de los colegios dirigidos por la Compañía". Después de este consejo, el Hermano Visitador inició con gran fervor una activa campaña de reclutamiento en nuestras escuelas. Gracias a sus esfuerzos y a los de los Hermanos, auxiliados por la gracia divina, fueron cumpliéndose muchas esperanzas.
El 11 de noviembre de 1911 se funda el Noviciado Menor de San Borja con una docena de adolescentes, reclutados de nuestras escuelas; esta realización fue una gran fuente de alegría para el Hermano Visitador, que se interesaba en los dos grupos y ayudaba a los Hermanos Directores y formadores con su consejo. Tuvo la alegría de presidir varias tomas de hábito y de ver el desarrollo de estas casas. Cuando en 1913 fue llamado corno miembro del Régirnen, por el Capítulo General, ya tenía en las casas de formación jóvenes de la mayoría de las escuelas y colegios.
Elegido como delegado al Capitulo General de 1913, el Hermano Anthime Louis se embarcó para Europa, despidiéndose de los dos Hermanos Directores que lo habían acompañado hasta Veracruz y les dijo que tenía el presentimiento de que no volvería a ver tierras mexicanas y, no se equivocó. El 11 de mayo fue electo como Asistente del Hermano Superior General, tenía cuarenta y siete años.
El Asistente:
Desde que tomó su lugar en el Régimen le asignaron los Distritos de: Nantes, Quimper y de Le Mans, en Europa; Chile en América y en Asia Indochina francesa.
Administrar esos Distritos bajo la dirección del Hermano Superior General y la correspondencia con los Hermanos, fueron algunas de las ocupaciones principales del nuevo Asistente. Estaba preparado desde tiempo atrás por las funciones desempeñadas como Director del Escolasticado, de Presidente de los Grandes Ejercicios y de Visitador. Sabemos muy bien de la firmeza de su doctrina, de su gran cultura y de su espiritualidad. Cuando llegó a ser Asistente se esforzó aún más y consagraba las largas horas de sus viajes en perfeccionarse.
Aquellos que él guiaba por el camino de la perfección, unánimemente alababan su sabiduría y su bondad; más de alguno atribula su transformación moral a sus consejos.
Las conferencias del Hermano Anthime Louis dejaban en su auditorio profunda impresión por sus ricas consideraciones y elevados conceptos, animados de una profunda espiritualidad. Hablaba de ordinario en un tono bajo, sin gestos, con un gran dominio de sí mismo. Sin ser monótono, se convertía en patético cuando anunciaba alguno de los temas o sus ideas favoritas. Cuando hablaba de la presencia de las tres divinas Personas y de su acción en las almas, parecía transfigurado, la sangre llegaba a su cara y su figura se iluminaba, su mirada se dirigía al cielo, parecía que estaba en conternplación. El auditorio escuchaba encantado, transportado por la palabra inspirada de este hombre de Dios.
Los mismos que pensaban que el Hermano Asistente se trasportaba muy alto y que su doctrina era inalcanzable, se sentían felices y gozaban esa elevación que les planteaba la posibilidad de una vida perfecta y exclamaban: "tenemos delante de nosotros un hombre que ya habita en el cielo".
Durante la guerra, el Hermano Asistente se reunía con los Hermanos Visitadores respectivos, para solucionar las necesidades que se habían creado por la movilización del personal y buscar mantener las obras a pesar de los sacrificios que fuera necesario hacer, pero con la consigna de mantener o acrecentar el nivel espiritual de los Hermanos.
Todas las notas recibidas unánimemente afirman que el deseo ardiente del Hermano Asistente era lograr que todos los Hermanos fueran hombres de oración y, por lo tanto, apostólicos. Convencido de que los Hermanos, bien dirigidos, pueden llegar a un alto grado de unión con Dios, trabajó con gran celo para obtener buenos resultados. Desde que era Director del Escolasticado de París, tenía fama de un director prudente y seguro; la experiencia que le dio la edad y, sobre todo su propio progreso espiritual, lo llevaron a los más altos niveles de vida interior.
Él mismo manifestó que fue hacia la edad de los cuarenta años cuando comprendió realmente la vida interior, la vida de Dios en nosotros y que se dio cuenta del sentido profundo de ciertas explicaciones y expresiones del Método de Oración de nuestro Santo Fundador. Desde que Dios, en su bondad, le dio esa insigne gracia, su vida íntima se orientó hacia la unión perfecta con Dios, su vida apostólica fue hacerla conocer a los otros para que tuvieran el deseo de esa misma unión.
Todo su apostolado en el Instituto iba encaminado a lograr que los Hermanos se unieran a Dios por medio de la oración. Cuando veía un alma abierta espontáneamente a él, y con el deseo sincero de perfeccionarse, le manifestaba un cariño especial.
Su trabajo se volvió muy pesado pues, aparte de su correo ordinario, había que responder a muchos Hermanos de México, París y de otras partes del mundo, que habían sido formados por él, o de los cuales había sido Visitador. Se recibieron cientos de cartas, cuyos destinatarios nos las facilitaron con la condición de que las regresáramos, porque las querian conservar corno reliquias.
Muchos Hermanos le tenían una profunda veneración; todos apreciaban mucho esas páginas como un tesoro, donde habían encontrado luz y fortaleza.
En las cartas del Hermano Asistente, la doctrina espiritual ocupaba un lugar capital. Se sorprendía, uno ante la cantidad de pasajes de la Sagrada Escritura que había asimilado y sobre los cuales fundamentaba sus textos.
Una de las características sobresalientes de sus cartas era la precisión y la energía de los términos usados; buscaba esclarecer y dar luz a toda obscuridad, a la vez que mostraba una cercanía y un cariño hacia los Hermanos. En una carta a un director de Noviciado Menor le dice: "Siento una viva tristeza cuando me tengo que separar de un grupo amado; mi corazón y mi espíritu sienten que no va a volver nunca, pero seré feliz de saber que mis ideas y mis exhortaciones continúan haciendo un carnino en las almas.
Sabía hacer ver bien la acción de Dios en los acontecimientos y repetía a la saciedad que el verdadero amor a Dios se conocía en el sacrificio, haciendo así nacer la resignación y, muchas veces la alegría, en almas invadidas por el desaliento. Muchos de sus corresponsales se gozaban con decir que él había recibido de Nuestro Señor un don especial para consolar y fortificar a las almas atribuladas y afligidas.
Sus virtudes:
La fe viva fue la lámpara que esclareció todos los pasos del Hermano Asistente, según las palabras de San Pedro. Lejos de ser solo una fe en terreno de la abstracción, era una fe inspiradora de todas sus acciones. De los tres efectos de la fe, el que era más manifiesto fue el de "considerar todas las cosas ordenadas por la voluntad de Dios". Esta divina voluntad la veía siempre. Sus cartas están llenas de exhortaciones, invitando a adorar a Dios en todas las cosas y admirar el plan de la Divina Providencia, que conduce todo a su fin. Esforcémonos, escribió, en ser dóciles a las órdenes que nos condernen, Él sabrá sacar bien del mal.
Lo sobrenatural era su vida, hablaba del bien que se tenía que hacer y de las almas por salvar. Quería ver en los Hermanos que vivieran unidos a Dios y enamorados de su servicio.
A su gran fe demostraba una confianza total en la Providencia. Si es necesario ella hará milagros para venir en nuestra ayuda, lo hará, ustedes conocen sus promesas y, no fallará.
Tres años durante los cuales tuvo que cubrir puestos dificiles, que habían quedado vacantes, por circunstancias excepcionales. "Tres años, decía, que las vacaciones las empleaba en buscar quien podía ocupar un puesto importante y, al final, la Providencia me enviaba el socorro que necesitaba. Y, agregaba: hay que contar con ella".
El amor a Dios era su única pasión en la vida. Con gran convicción hablaba de Dios y, con qué insistencia recomendaba entregarse al servicio de Dios, por amor y, no por temor. En los retiros era elocuente al tratar el amor a Dios. En el último retiro predicado en Douves, en septiembre de 1920, escribe un Hermano, dejó desbordar su corazón en las conferencias sobre Dios, impresionando sobremanera a todos los que tuvieron la gracia de escucharlo.
Su amor por los Hermanos era muy grande y sobrenatural. Un Hermano Director del Distrito de México afirmaba que, cuando el Hermano Anthime Louis dirigía el colegio de Puebla, tenía mucho cuidado cuando hablaba de su comunidad; se mostraba siempre contento de sus inferiores, diciendo de ellos solo cosas buenas.
A un joven Hermano que había fracasado en un examen difícil, le escribió: "Lamento su falta de éxito en el último examen. También sé lo sensible que es. Que la voluntad de Dios, que así se manifestó, sea siempre amada y adorada durante toda la eternidad. Usted agradecerá a Dios cómo se ha manifestado por medio de esta prueba. Intente agradecerle ahora, que de otra forma no hubiera adquirido méritos y progresos en la unión con Jesús.
Para con los enfermos fue siempre extremadamente caritativo, afectuoso y abnegado.
La humidad fue la virtud favorita de nuestro hermano; la practicaba en un grado inusual y la enseñaba con predilección. No hablar nunca de si mismo parecía que era una de sus resoluciones; la cumplió de tal forma que sus familiares ignoraban sus gustos y repugnancias. Íntimamente convencido de su nada y de su incapacidad para el bien, escribió a un Hermano: "los tres retiros los viví admirablemente, ellos fueron muy edificantes. Hágame el favor de agradecer a nuestra buena Madre del cielo, por su ayuda cercana, significativa y sensible, es bueno que yo sea inepto para que Dios supla el bien que no puedo hacer".
Un Hermano relata el hecho siguiente: "Un día, el Hermano Asistente Anthime Louis se encontraba ocupado con varios Hermanos en una pieza de la casa. La campana tocó para la oración de la tarde, sin que el Hermano Asistente se diera cuenta. Llegó a la capilla cuando la oración ya había comenzado; al final del ejercicio, nos dijo: Mis queridos Hermanos yo les pido perdón por haber llegado tarde y me encomiendo a sus oraciones, con la finalidad de que sea más regular en el futuro." Los Hermanos presentes salieron muy edificados por su humildad al querer reparar un retraso totalmente involuntario.
Todos los que se acercaban al Hermano Asistente se vieron impactados por su exterior recatado y su porte austero. No solamente evitaba todo lo superfluo, sino que se privaba de lo necesario; en su forma de vestir no tenía en cuenta la estación del año y, en cuanto su alimentado :enía una sobriedad que parecía exageración. Para él no se teníau de ,reparar nada particular, solo aceptaba alguna cosa si la comunidad participaba también. La vigilancia que ejercía sobre sí mismo era un sacrificio continuo. Muy digno y viril en su postura, le negaba a su cuerpo la comodidad. En la capilla estaba siempre de rodillas.
Verdaderamente era duro consigo mismo. Las travesías del Canal de la Mancha, en barco le eran muy molestas, ya que se mareaba mucho, pero la hacía cada vez que era necesario. Después de una travesía muy dolorosa para él, se contentaba solo en reírse de la debilidad de su estómago.
Su frugalidad en la alimentación era extrema. Un día le llamaron la atención por la poca comida que tornaba y el trabajo tan fuerte que hacía, respondiendo sencillamente: "la mortificación suplirá la falta de alimentación". Un antiguo profesor del Escolasticado de París afirmaba que, habiendo estado obligado a entrar al cuarto del Hermano Anthime Louis, entonces director, encontró varios cilicios de hierro, que los usaba como penitencia.
El mismo profesor recuerda que, estando en los grandes ejercicios en Nuestra Señora del Rancher, la cantidad de preparativos no había permitido a los Hermanos Ancianos que el dormitorio se convirtiera en cuartos individuales, cuando uno de ellos estaba sufriendo, él sacrificó su cuarto individual y se fue a dormir al dormitorio común, como todos los demás.
La mayor y la más constante mortificación del Hermano Asistente era la perfecta regularidad. Era una Regla viviente; en todo y siempre, guardaba el silencio rigurosamente y siempre era el primero en los ejercicios espirituales. A ejemplo de nuestro Santo Fundador, después de haber llegado a una casa hacía todos los ejercicios, a pesar de que muchas veces estaba muy cansado de los largos viajes.
Su espíritu de pobreza era notable. No teniendo otros objetos, más que la ropa indispensable, cuando una prenda le parecía superflua se la entregaba al Hermano de la ropería.
Su devoción a la Sagrada Eucaristía ha resplandecido de manera maravillosa. Una comunidad de Inglaterra escribió: "a las 10. 30 y a las 4 horas, el Hermano Asistente pasaba media hora ante el Santísimo Sacramento, de rodillas, inmóvil, los ojos dirigidos al tabernáculo, reza por sus Hermanos, sus Distrito y sus jóvenes de/os cosos de formación.
El Hermano Anthime Louis tenía una devoción filial hacia la María Santísima y una gran confianza en esta dulce Madre. Muchos de los Hermanos creían que se había propuesto no escribir ninguna carta ni dar una conferencia sin que María fuera nombrada y puesta como modelo; era imposible tener una vida interior y de unión con Jesús sin tomarla en cuenta a Ella.
El culto a San José fue una cosa íntima; lo veía como modelo perfecto de las almas interiores y no cesaba de pedirle que aumentara en los Herrnanos el espíritu de oración. Amaba al Santo Fundador y lo veneraba como un guía, doctor y modelo. En su correspondencia se encuentran muchas exhortaciones para leer el Método de Oración y la Colección, obras donde están todos los secretos que él comentaba y que eran admirados por todos.
Su última enfermedad y su muerte.
De San Juan Bautista de la Salle, el Hermano Anthime Louis imitó la paciencia en las enfermedades y la perfecta obediencia a quien lo cuidaba. Enfermo en México, de una fiebre que le retuvo en cama durante dos meses, le dijo al Hermano enfermero, que lo cuidaba: "estoy entre sus manos, no tema mandarme, que lo que tengo que hacer, sea agradable o no, yo haré todo lo que usted mande; me abandono a la voluntad de Dios en todo, pero mi gran deseo es curarme". Se curó' efectivamente, y recobró todo su vigor y energía. Pero, aunque fue valiente, su salud fue siempre precaria.
En abril de 1920 tuvo una neumonía, cuando estaba de visita en Douvres, Inglaterra; el doctor que lo atendió le dijo al Hermano Director: "este hombre debe de haber vivido una vida muy austera, que va a abreviar sus días". Restablecido, descansó un tiempo en La Mancha y regresó a lembecq—lez Hal para realizar su trabajo acostumbrado, aunque la debilidad persistía.
La época de los retiros anuales había llegado, el Hermano Asistente insistió para conseguir el permiso de visitar los centros de retiro de sus distritos. No quisieron prohibirle esa consolación, pero le pidieron que cuidara su salud, ya muy débil.
Le pusieron a un Hermano Visitador para que fuera él quien diera las conferencias de esos retiros, pero, impulsado de su celo y de su amor a los Hermanos, tomaba tres veces la palabra durante los retiros. Esas conferencias fueron como su testamento. ¿Tenía el presentimiento de su próximo fin?
Insistía con gran fuerza sobre el respeto a los Superiores, la vida de Dios en nosotros y la necesidad de la oración. En Douvres tuvo una hemorragia que le obligó a permanecer más días en Inglaterra. De vuelta a Francia estuvo en Quimper y después fue a Notre Dame du Rancher, para dar posesión al nuevo Hermano Visitador. A pesar de que se le veía sumamente fatigado y enfermo, no quería ausentarse de ningún ejercicio de la comunidad.
En la noche del 22 al 23 de octubre nuestro valiente Hermano Asistente, fue atacado por una fuerte fiebre, pero continuó con los ejercicios de comunidad; se levantaba con todos a las 4.30 a.m., siendo este acto el último esfuerzo de su alma generosa y valiente. Después de la sagrada comunión tuvo que ir a su cuarto para acostarse y no levantarse más.
Los doctores constataron una neumonía en el pulmón derecho; la gravedad del paciente era inquietante, pero había esperanzas, mientras tanto, el Hermano Anthime—Louis tenía el presentimiento de su próxima muerte. Ninguna noticia le importaba, aún las de las casas de formación ya no le interesaban. Su alma estaba en la contemplación de los misterios divinos, nunca había hablado con tanta convicción.
Una sola preocupación había manifestado y era la de ver al Hermano Superior General del Instituto. Apenas había regresado el Superior de su viaje de Roma e informado de la gravedad del Hermano Asistente, fue a verlo para llevarle la bendición del Santo Padre. Agradeció con efusión al Superior su presencia y a los Hermanos Asistentes que lo fueron a visitar, a los cuales les pidió perdón de las penas que les hubiere causado. Esa misma tarde el peligro de muerte fue eminente y se le administraron los últirnos sacramentos. Los recibió con los más vivos sentimientos de piedad, después de haber hecho a Dios el sacrificio de su vida.
Las oraciones de los agonizantes fueron seguidas por el moribundo con gran piedad y, pocas horas después se inició una larga agonía que duró hasta el 7 de noviembre. Ese día de 1920, a las tres de la tarde, la bella alma del Hermano Anthime—Louis dejó este mundo para unirse a Dios a quien tanto amó.
Sus funerales fueron en la misma casa de retiro, donde también se le sepultó. Cuando fue conocida la muerte del Hermano Asistente, de inmediato llegaron condolencias de Francia, Estados Unidos, México, Cuba y diversos países donde estaban sus antiguos escolásticos.
Dos obispos mexicanos: Monseñor el Arzobispo de Morelia y el Obispo de Querétaro, que habían conocido y apreciado al querido difunto, expresaron sus condolencias al Hermano Director de México y celebraron la Eucaristía por el eterno descanso de su alma.
Humilde y modesto, el Hermano Asistente no quería aparecer, pero con solo observarlo se veía que era un hombre de gran voluntad y de un gran y profundo espíritu de fe. El Hermano Superior General tenía en él, a un gran auxiliar, a un gran apóstol lleno de sabiduría y entrega.
Falleció en la casa de Nuestra Señora de Rancher a la edad de cincuenta y cinco años y siete como Asistente.