HNO. AGATHON ANDRÉ
Andrés Civet
1892 + 15 VI 1922
El hermano Andrés nació en Beauzac, diócesis del Puy, Francia. Fue educado en la escuela cristiana de Retournac.
Desde niño se hizo notar por su. piedad seria y sus hábitos de orden y tenacidad en el trabajo, el cual había aprendido desde su familia.
Sus grandes cualidades llamaban la atención de sus maestros y estos le dicen al Hermano reclutador del Distrito que hable con él. Desde los primeros diálogos entre el Hermano y el adolescente este responde con alegría a las proposiciones que el Hermano le hace.
Durante varios meses un Hermano le ayuda en su proceso y, él durante los meses de espera, continúa siendo un modelo para sus compañeros y se fortifica en su resolución "con dos compañeros que tenían el mismo piadoso designio. Los tres se fueron con otros doce aspirantes a nuestro Noviciado Menor de Lembeqc y, dos años más tarde recibe el hábito de manos del Hermano Superior General, Gabriel Marie.
Esta ceremonia se realizó en el noviciado de Bettange sur Mess y, desde ese día André sería el Hermano Agathon André. Se distinguió durante su año de noviciado por su generosidad poco común. Su alma recta y delicada hasta el escrúpulo, aspira a darse por entero al Señor, para amarlo y servirlo con todas las fuerzas de su ser. Se impregnó con gran facilidad del espíritu del Instituto; las virtudes religiosas le eran especialmente queridas y las practicaba con gran fidelidad.
Supo renunciar a la ceguera de sus ideas y calmar así las penas interiores de su conciencia timorata en exceso. "Servir a Dios, amar a Jesús y María y santificarme trabajando por la salvación de las almas, es toda mi ambición", Dijo alguna vez. Con estas disposiciones regresa a Lembeqc para continuar su preparación académica.
Veamos el testimonio de su director de Escolasticado: "Me recuerdo al querido desaparecido, como un buen escolástico, donde la virtud llena de delicadeza era alimentada por una piedad intensa y de buena ley; piedad aureolada por el sufrimiento moral. Los escrúpulos nacidos de su excesiva aplicación a no hacer nada mediocremente; lo bueno es que era obediente a las indicaciones de su director, por su gran espíritu de fe.
Al salir de la cuna de la vida religiosa este querido Hermano joven fue enviado a Puebla, en México. Llegó con la idea de desarrollar un gran celo en su trabajo. Durante varios años ejerció su apostolado entre los más pequeños de nuestra escuela llamada La Concordia. Era pequeño de estatura y de apariencia frágil, pero triunfó plenamente en su clase, gracias a sus buenos procedimientos y a su tranquilidad. Llevaba a su joven mundo con una autoridad notable y hacía reinar el entusiasmo en el trabajo, la piedad y el buen espíritu.
Lleno de entusiasmo por su clase y de generosidad por su instrucción, llevaba adelante las dos obligaciones sin que una fuera menos importante que la otra; preparaba diariamente sus lecciones con gran cuidado y era muy puntual en seguir los cursos dados en la comunidad; cuando se podía, manifestaba su agradecimiento a los Hermanos que le beneficiaban con su saber. Aunque su memoria era un poco lenta, pasaba con excelentes calificaciones los exámenes de Catecismo y de Apologética.
En las recreaciones era un conversador agradable e interesante, teniendo como predilección los temas de educación y pedagogía, de los cuales hablaba seguido con gran entusiasmo. Su vida religiosa fundamentada en convicciones profundas, su piedad se manifestaba por el tono de su voz durante las oraciones vocales y su profundo recogimiento durante la oración, por su postura edificante en el lugar santo y su devoción ardiente por la Sagrada Eucaristía, que recibía todos los días. Su existencia transcurría en la paz y la felicidad, en medio de esta numerosa juventud, que acudían a él, a menudo despojados de bienes del mundo, pero ricos en buena voluntad: tiernamente atoaba a sus niños, pues veía en ellos a los amigos de Jesús.
La revolución obligó a nuestros Hermanos de México a abandonar sus obras florecientes. El Hermano Agathon Andrés fue enviado al Distrito de Baltimore, en los Estados Unidos. El Protectorado de Filadelfia, después el colegio de Rock Hill, contaron con su presencia como maestro, durante cuatro años. Los inicios le fueron difíciles a causa del desconocimiento casi por completo de la lengua inglesa. Batallaba sobre todo al no poder entusiasmar a los jóvenes corazones por el trabajo y el amor a Jesús Eucaristía: a pesar de todo tenía la firme esperanza que el tiempo iba a hacer desaparecer las dificultades y que Dios sabría obtener buenos resultados de las almas. No se desanimaba, pues cada día veía más claro el camino y los progresos eran notables y rápidos.
En 1918 fue enviado a la comunidad de Santa Fe, donde inicia su trabajo con los alumnos mayores. Activo, emprendedor, instruido y lleno de sabiduría, se atrajo la estima de los alumnos y los elogios por parte de las autoridades académicas; pero los resultados de los exámenes, para él, no eran más que un fin secundario. Sus mayores esfuerzos se centraban en motivar a los alumnos a la frecuentación de los sacramentos y, esto lo hacía por medio de las reflexiones dianas, que preparaba con gran cuidado; usaba este medio también, en la instrucción catequética para hacer conocer, amar y servir a Dios, aborrecer el pecado, la belleza de la virtud y los peligros de los espectáculos del mundo; el supremo ideal de su vida fue el de "formar Cristianos" generosos y ciudadanos útiles, que un día serían los campeones de nuestra madre la Iglesia. Desde hacía varios años era un ferviente practicante de la comunión diaria; recordaba a los alumnos, con santa ambición la Gran Promesa que representaban los viernes primeros, recibiendo a Nuestro Señor. Les hablaba también sobre la vocación al estado religioso o eclesiástico.
Este amor ardiente que tenía en su corazón por el Divino Maestro, lo tenía filialmente sobre la buena Madre y San José. En la cercanía de sus fiestas y en el mes a ellos consagrados se le veía en búsqueda de piadosas anécdotas y hechos edificantes que le sirvieran para sus reflexiones diarias. Su devoción hacia San Juan Bautista de la Salle se redoblaba en el mes de abril y se gozaba en contar a sus alumnos los detalles edificantes de la vida del Santo Fundador y hacerles rezar piadosamente la novena que precedía a la fiesta del Santo y los invitaba a que lo tornaran como su protector y modelo.
Enemigo de la blandura y dotado de una recia voluntad, nuestro Hermano buscaba desarrollar en la juventud la virilidad y la fuerza de carácter e, igualmente, luchaba para que los jóvenes desarrollaran sus valores espirituales, buscando que fueran piadosos y vivieran una cierta mortificación y humildad; recurría a la oración para obtener la bendición de Dios sobre sus alumnos. Trataba de evitar toda crítica sobre las costumbres del país donde vivía.
En la práctica de sus virtudes religiosas, no era menos edificante. Siendo durante algún tiempo el encargado de las compras, las hacía con rapidez, no establecía relaciones con las personas ajenas, conservando su forma modesta de trato. Ninguna acción le parecía pesada, ya que se trataba de las necesidades de la casa y de la comunidad.
Era muy servicial y caritativo, sabía prestar favores en todas las circunstancias. Se podía acudir a él con toda confianza para pedirle un servicio; no me molesta, decía, soy feliz en realizarlo. El cuidado de los Hermanos enfermos era objeto especial de sus atenciones, los visitaba, los motivaba, y si había necesidad de pasar una parte de la noche a su cabecera lo hacía.
Animado por un amor especial a nuestro Instituto, se alegraba por lo que pasaba en las distintas obras en las otras partes del mundo y atestiguaba en todas partes su amor y apego por su vocación. Dos años antes de su muerte, habiendo seguido los grandes ejercicios emitió sus Votos Perpetuos, intensificando su vida religiosa. Esta renovación de su fervor se manifestó por su exacta regularidad y en su relación más frecuente con Jesús Sacramentado, así como una práctica más familiar de las jaculatorias. El retiro anual era para él ocasión de renovarse en su generosidad y en su espíritu de fe.
Una de sus notas de retiro termina así: "Yo debo morir un día, y puede ser un día muy próximo; viviré de tal forma que mi divino Juez pueda llamarme, sin importar el momento".
Poco tiempo antes del fin de cursos declaró a un Hermano que la muerte que él prefería era aquella que llegaba después de una enfermedad que durara un solo día, pero que en ese día tuviera la gracia de recibir los Sacramentos. Sus notas y sentimientos parecían un presentimiento...
El 22 de junio de 1922 fue con toda la comunidad al paseo, paseo que comenzó con gran alegría y acabó en lágrimas. Después de un accidente del autobús donde iba el Hermano Agathon André, quedó mor-talmente herido, tendido en la arena, con los huesos fracturados y la cara demacrada, pero conservaba su lucidez; perdía mucha sangre y tenía fuertes dolores. Comprendió que Dios le pedía el supremo sacrificio y, olvidando todas las cosas de la tierra, para no pensar más que en la eternidad, comenzó a murmurar con fe y amor oraciones y jaculatorias: "Jesús te amo... yo te amo... Mi Dios me ofrezco a ti... A quien le hablaba le decía: rece por mí... Después continuaba con sus jaculatorias.
Cuando el médico y el señor cura llegaron al lugar del siniestro, escuchó decir al decir que no había ya ninguna esperanza de salvarlo. Ahora se confiesa y recibe los últimos sacramentos. Le informan que su director está muy mal y dice la siguiente oración: "Mi Dios, toma mi vida; yo te la doy, te suplico concedas al Hermano Director su salud...
(Su funeral y las circunstancias en que se llevó a cabo corresponden a la biografía precedente del Hermano del Charlemagne de Jesús.)