Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Junio 6, 2024

Se celebra el jueves siguiente a la Solemnidad del Corpus Christi 


Citas de los Manuscritos de la Divina Voluntad y otros textos

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Vol. 12-52  Junio 20, 1918

⚜️   Las Cuerdas de Amor del Corazón de Jesús  |  Jesús haciendo el oficio de Sacerdote consagra las almas que viven en su Querer"

 

Continuando mi habitual estado, mi dulce Jesús se hacía ver en torno a mí todo lleno de atenciones, parecía que me vigilaba en todo, y conforme lo hacía salía de su corazón una cuerda que venía hacia mi corazón; y si yo estaba atenta la cuerda quedaba fija en el mío, y Jesús movía esta cuerda y se divertía.  Y mi amado Jesús me ha dicho:

“Hija mía, Yo soy todo atención para las almas, si me corresponden y hacen otras tantas atenciones hacia Mí, las cuerdas de mi amor quedan fijas en sus corazones, y Yo multiplico mis atenciones y me divierto; de otra manera las cuerdas quedan sueltas, y mi amor rechazado y desconsolado”.

Después ha agregado:  

“Para quien hace mi Voluntad y vive en Ella, mi amor no encuentra obstáculo, y Yo lo amo y lo prefiero tanto que reservo para Mí solo el hacer todo lo que se necesita para ellos, y ayuda, dirección, socorros inesperados, gracias imprevistas.  

Más bien soy celoso de que otros le hagan alguna cosa; quiero hacerlo todo Yo, y llega a tanto mi celo de amor, que si doy la potestad a los sacerdotes de consagrarme en las hostias sacramentales para hacerme dar a las almas, en cambio a estas almas, conforme van repitiendo sus actos en mi Voluntad, conforme se resignan, conforme hacen salir el querer humano para hacer entrar al Querer Divino, Yo mismo me reservo el privilegio de consagrar a estas almas, y lo que hace el sacerdote sobre la hostia lo hago Yo con ellas, y no una sola vez, sino cada vez que repite sus actos en mi Voluntad, como imán potente me llama, y Yo, cual hostia privilegiada la consagro, le voy repitiendo las palabras de la Consagración, y esto lo hago con justicia, porque el alma con hacer mi Voluntad se sacrifica de más que las que comulgan y no hacen mi Voluntad, aquellas se vacían de sí mismas para ponerme a Mí, me dan pleno dominio, y si es necesario están dispuestas a sufrir cualquier pena para hacer mi Voluntad, y Yo no puedo esperar, mi amor no resiste para darme en comunión a ellas hasta que el sacerdote quiera darles una hostia sacramental, por eso hago todo por Mí.  ¡Oh! cuántas veces me doy en comunión antes de que el sacerdote quiera darme él, si esto no fuera así, mi amor quedaría como obstaculizado y atado en los sacramentos.  No, no, Yo soy libre, los sacramentos los tengo en mi corazón, Yo soy el dueño y puedo ejercitarlos cuando quiero”.

Y mientras esto decía, parecía que giraba por todas partes para ver si había almas que hacían su Voluntad para consagrarlas.  Cómo era bello ver al amable Jesús girar como de prisa, para hacer el oficio de sacerdote y oírlo repetir las palabras de la consagración sobre aquellas almas que hacían y viven en su Querer.  ¡Oh! bienaventuradas las almas que reciben la consagración de Jesús, haciendo su Santísimo Querer.


Fiat Divina Voluntad

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De la Hora 4.  De las 8 a 9 p.m.

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

La Institución del Orden Sacerdotal


... oh dulce corazón mío, veo que después de que has instituido el Santísimo Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; 

veo que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes otros sacramentos.  Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones.  Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y reparar todas estas ofensas..."

 Fiat Divina Voluntad



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Vol. 4-157  Diciembre 4, 1902

"Modo como debe comportarse el sacerdote en su obrar"


Jesús manifiesta las razones de su obrar 

Estaba pensando en mi mente en esta obediencia diciendo: “Ellos tienen razón de ordenarme eso, y luego no es una gran cosa que el Señor me haga obedecer en el modo querido por ellos. Además de que ellos dicen: “O que te haga obedecer, o bien que diga la razón por la que quiere que venga el sacerdote a hacerte recuperar de ese estado”. Mientras esto pensaba, mi adorable Jesús se ha movido en mi interior diciéndome:

“Hija mía, Yo quería que ellos mismos hubieran encontrado la razón de mi obrar, porque en mi Vida, desde que nací hasta que morí, habiendo encerrado en Mí la vida de toda la Iglesia, todo se encuentra, las cuestiones más difíciles confrontadas a algún suceso de mi Vida donde se puedan uniformar, se resuelven; las cosas más enredadas se sueltan, y las más oscuras y obtusas en que la mente humana casi se pierde en esa oscuridad, encuentran la luz más clara y resplandeciente. Esto significa que no tienen por regla de su obrar mi vida, de otra manera habrían encontrado la razón. Pero ya que no han encontrado ellos la razón, es necesario que Yo hable y la manifieste”.

Después de esto se ha levantado y con imperio, tanto que yo temía, ha dicho:

“¿Qué significa aquél ¿ostende te sacerdoti?”.

Después haciéndose un poco más dulce ha agregado:

“Mi Potencia se extendía por doquier, y desde cualquier lugar que me encontrara podía realizar los más estrepitosos milagros, sin embargo, en casi todos los milagros quise asistir personalmente, como al resucitar a Lázaro, fui, hice quitar la lápida, lo hice desatar, y después con el imperio de mi voz lo volví a llamar a la vida. Al resucitar a la niña, la tomé de la mano con mi mano derecha llamándola nuevamente a vida, y tantas otras cosas que están registradas en el Evangelio, que a todos son conocidas, quise asistir con mi presencia. Esto enseña, estando encerrada la vida futura de la Iglesia en la mía, el modo como debe comportarse el sacerdote en su obrar. Y estas son cosas que se refieren a ti, pero en modo general, tu lugar propio lo encontrarán sobre el calvario. Yo, sacerdote y víctima y levantado sobre el leño de la cruz, quise un sacerdote que me asistiera en aquel estado de víctima, el cual fue san Juan, que representaba la Iglesia naciente; en él Yo veía a todos: Papas, obispos, sacerdotes y todos los fieles juntos, y él mientras me asistía, me ofrecía como víctima para la gloria del Padre y para el buen éxito de la Iglesia naciente. Esto no sucedió por casualidad, que un sacerdote me asistiera en ese estado de víctima, sino que todo fue un profundo misterio, predestinado desde “ab eterno” en la mente divina, significando que al escoger a una alma víctima por las graves necesidades que en la Iglesia hay, un sacerdote Me la ofrezca, Me la asista, la ayude y la anime a sufrir; si estas cosas se comprenden, está bien, ellos mismos recibirán el fruto de la obra que prestan, como san Juan, ¿cuántos bienes no recibió por haberme asistido en el monte calvario? Si en cambio no, no hacen otra cosa que poner mi obra en continuos conflictos, desviando mis más bellos designios.

Además de esto, mi sabiduría es infinita y al enviar alguna cruz al alma para santificarse, no sólo toma una, sino cinco, diez, cuantas Me placen, a fin de que no sólo una, sino todas éstas juntas se santifiquen. Como en el calvario, no estuve Yo solo, además de tener un sacerdote tuve una Madre, tuve amigos y hasta enemigos, que al ver el prodigio de mi paciencia, muchos creyeron en Mí como el Dios que era y se convirtieron; si Yo hubiera estado solo, ¿habrían recibido estos grandes bienes? Ciertamente que no”.

¿Pero quién puede decir todo lo que me ha dicho, y explicar los más minuciosos significados? Lo he dicho lo mejor que he podido, como en mi rusticidad he sabido decirlo, lo demás espero que lo haga el Señor, iluminándolos para hacerlos comprender lo que yo no he sabido manifestar bien.

Fiat Divina Voluntad




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Vol. 6-54  Julio 30, 1904

"Desapego que deben tener los sacerdotes"


...¡Oh! separación, cómo eres amarga y dolorosa, no hay pena que pueda compararse a ti.  ¡Oh! privación divina, tú consumes, tú traspasas, tú eres un cuchillo de dos filos, que de un lado corta y del otro quema, el dolor que provocas es tan inmenso por cuanto es inmenso Dios.

Ahora, mientras andaba vagando me he encontrado en el purgatorio, y mi dolor, mi llanto, parecía que acrecentaba el dolor de aquellas pobres almas privadas de su vida:  “Dios”.  Entonces, entre estas almas parecía que habían sacerdotes, uno de los cuales parecía que sufría más que los otros, y éste me ha dicho:

“Mis graves sufrimientos provienen de que en vida fui muy apegado a los intereses de la familia, a las cosas terrenas y un poco de apego a alguna persona, y esto produce tanto mal al sacerdote, que forma una coraza de fierro enfangada, que como vestido lo envuelve, y sólo el fuego del purgatorio y el fuego de la privación de Dios, que comparado con el primer fuego, desaparece el primero, puede destruir esa coraza.  ¡Oh, cuánto sufro!  Mis penas son inenarrables, ruega, ruega por mí”.


Fiat Divina Voluntad




"y cuando todo lo haya completado confiaré a mis ministros mi Reino, a fin de que como segundos apóstoles del Reino de mi Voluntad hagan de anunciadores"  

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Vol. 20-22 (1-2) 

"Es un acto providencial de la Suprema Voluntad que lo quiere (al P. Di Francia) como primer apóstol del Fiat Divino y anunciador de Él"


Me sentía toda oprimida bajo el peso de la privación de mi dulce Jesús.  ¡Oh, cómo suspiraba la Patria Celestial, donde no más lo perderé de vista, no estaré más sometida al duro martirio de sentirme morir y no morir!  Ahora, mientras me encontraba cansada y sin fuerzas para esperar, mi dulce vida, mi amado Bien, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior, pero todo afligido porque parecía que estaba mandando flagelos sobre la tierra, y para no darme más pena no quería hacérmelos ver, pero por el modo de verlo yo entendía los flagelos que estaba mandando, y suspirando me ha dicho:

“Hija mía, ánimo, déjame que termine de manifestarte lo que es necesario respecto al Reino de mi Voluntad, a fin de que nada falte para poderlo formar en medio de la familia humana, y después de que haya cumplido todo, enseguida te traeré a nuestra Patria.  ¿Crees tú que tienes que ver el pleno triunfo del Eterno Fiat para venir al Cielo?  Su pleno triunfo lo verás desde el Cielo.  De ti sucederá lo que sucedió de Mí para el Reino de la Redención, hice todo lo que se necesitaba, formé el fundamento, di las leyes, los consejos que se necesitaban, instituí los Sacramentos, dejé el Evangelio como norma de su vida, sufrí penas inauditas, hasta la muerte, pero poco o casi nada vi estando en la tierra de los frutos, del desarrollo de la Redención.  

Después de haber hecho todo y no teniendo ya más qué hacer, confié todo a los apóstoles, a fin de que fueran ellos los anunciadores del Reino de la Redención, para que salieran los frutos de mis trabajos que hice para este Reino.  Así sucederá para el Reino del Fiat Supremo, lo haremos juntos hija mía, tus penas, tus grandes sacrificios, tus incesantes oraciones para que venga pronto mi Reino y mis manifestaciones sobre Él, los uniré todos juntos Conmigo y formaré los fundamentos, y cuando todo lo haya completado confiaré a mis ministros mi Reino, a fin de que como segundos apóstoles del Reino de mi Voluntad hagan de anunciadores.  

¿Crees tú que sea casualidad la venida del Padre Di Francia y que muestra tanto interés, y que ha tomado en serio la publicación de lo que se refiere a mi Voluntad?  No, no, lo he dispuesto Yo, es un acto providencial de la Suprema Voluntad que lo quiere como primer apóstol del Fiat Divino y anunciador de Él, y como es fundador de una obra es más fácil que se acerque a obispos, sacerdotes y personas y también en su mismo instituto para anunciar el Reino de mi Voluntad, y por eso lo asisto tanto y le doy luz especial, porque para entender mi Voluntad se necesitan gracias grandes y no pequeñas luces, sino un sol, para comprender una Voluntad Divina, Santa y Eterna, y gran disposición por parte de a quien le viene confiado este oficio.  Y además, también la venida diaria del sacerdote la he dispuesto Yo, para que encontrara rápidamente los primeros apóstoles del Fiat de mi reino, a fin de que pudiesen anunciar lo que respecta a mi Eterno Querer.  Por eso déjame primero completarlo, a fin de que después de cumplido lo pueda confiar a los nuevos apóstoles de mi Voluntad, y tú puedas ir al Cielo para ver desde allá arriba los frutos del suspirado Reino del Eterno Fiat”.


Fiat Divina Voluntad





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Vo.l. 25-21  Enero 13, 1929

💫 "A los sacerdotes, como nuevos profetas les toca el trabajo, y con la palabra, con lo escrito y con las obras, hacer de heraldos para hacer conocer lo que concierne que mi Fiat Divino"

 

Los profetas.  Cómo el reino de la Redención y el del Fiat se dan la mano.  Necesidad de que se conozca lo que respecta al reino de la Divina Voluntad

Estaba siguiendo mi giro en los actos del Fiat Divino, y habiendo llegado al punto de acompañar a los profetas cuando el Querer Divino manifestaba a ellos el cómo y el cuándo de la venida del futuro Redentor, y ellos lo suspiraban con lágrimas, oraciones y penitencias, y yo haciendo mío todo lo que ellos hacían, siendo todo esto frutos del eterno Fiat Divino, lo ofrecía para pedir su reino sobre la tierra, pero mientras esto hacía, mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, cuando un bien es universal y debe y puede llevar bien a todos, es necesario que pueblos enteros, y si no en todos, en gran parte, sepan el bien que deben recibir, y con las oraciones, suspiros, deseos y obras impetren un bien tan grande, de manera que el bien que quieren quede concebido primero en las mentes, en los suspiros, en los deseos, en las obras y hasta en los corazones, y después les viene dado en realidad el bien que suspiraban.  Cuando un bien que se debe recibir es universal, se requiere la fuerza del pueblo para conseguirlo, en cambio cuando es individual o local, puede bastar uno para obtener el intento.  Así que antes de venir sobre la tierra y quedar concebido en el seno de la Soberana del Cielo, puedo decir que fui concebido en las mentes de los profetas, y Yo confirmaba y daba valor a esta especie de concepción en ellos, con mis manifestaciones del cuándo y del cómo debía venir sobre la tierra para redimir al género humano.  Y los profetas, fieles ejecutores de mis manifestaciones, hacían de heraldos, manifestando con sus palabras a los pueblos lo que Yo había manifestado de mi venida a la tierra y concibiéndome en las palabras de ellos hacían volar de boca en boca la noticia de que el Verbo quería venir a la tierra, con esto no sólo quedaba concebido en la palabra de los profetas, sino también quedaba concebido en la palabra del pueblo, de modo que todos hablaban de ello y rogaban y suspiraban al futuro Redentor.  Y cuando fue difundida en los pueblos la noticia de mi venida sobre la tierra, y un pueblo casi entero, a cuya cabeza estaban los profetas, rogaba, suspiraba con lágrimas y penitencias quedando en la voluntad de ellos como concebido, entonces hice venir a la vida a la Reina en la cual debía concebirme en realidad, para hacer el ingreso en un pueblo que desde hacía cuarenta siglos me suspiraba y me deseaba.  Qué delito no habrían cometido los profetas si hubiesen ocultado, escondido en ellos mismos mis manifestaciones sobre mi venida, habrían impedido mi concepción en las mentes, en las oraciones, palabras y obras del pueblo, condición necesaria para que Dios pudiera conceder un bien universal, como era mi venida a la tierra.

Ahora hija mía, el reino de la Redención y el reino de mi Fiat Divino se dan la mano, y siendo también éste un bien universal, que queriendo, todos pueden entrar en él, es necesario que su noticia la sepan muchos y quede concebido en las mentes, en las palabras, en las obras y corazones de muchos, a fin de que se dispongan con las oraciones, con los deseos y con una vida más santa, a recibir el reino de mi Divina Voluntad en medio de ellos; si la noticia no se divulga, mis manifestaciones no hacen de heraldos, ni vuelan de boca en boca los conocimientos sobre mi Fiat Divino que formarán la concepción de Él en las mentes, oraciones, suspiros y deseos de las criaturas, mi Querer Divino no hará el ingreso triunfal de venir a reinar sobre la tierra.  Cómo es necesario que los conocimientos sobre mi Fiat se conozcan, y no sólo eso, sino que se haga conocer que mi Divina Voluntad ya quiere venir a reinar como en el Cielo así en la tierra en medio a las criaturas; y a los sacerdotes, como nuevos profetas les toca el trabajo, y con la palabra, con lo escrito y con las obras, hacer de heraldos para hacer conocer lo que concierne a mi Fiat Divino.  No será menor su delito que el de los profetas si éstos hubiesen escondido mi Redención.  Con no ocuparse por cuanto puedan de lo que respecta a mi Divina Voluntad, ellos serán la causa de que un bien tan grande no sea conocido ni recibido por las criaturas, y sofocar el reino de mi Divina Voluntad, tener suspendido un bien tan grande que no hay otro similar a él, ¿no es acaso un delito?  Por eso te recomiendo, por parte tuya, no omitir nada, y ruega por aquellos que se deben ocupar en hacer conocer tanto bien”.

Después ha agregado con un acento más tierno y afligido:  “Hija mía, ésta era la finalidad por la cual permitía la necesidad de la venida del sacerdote, a fin de que tú pusieras en ellos como sagrado depósito todas las verdades que te he dicho acerca de mi Fiat Divino, y ellos fuesen atentos y ejecutores fieles de lo que Yo quiero, esto es, que hagan conocer el reino de mi Divina Voluntad; puedes estar segura que no habría permitido su venida si no fuese por cumplir mis grandes designios sobre la familia humana.  Y así como en el reino de la Redención dejé a mi Mamá Reina en medio de los apóstoles, a fin de que junto con Ella, ayudados y guiados por Ella pudiesen dar el principio al reino de la Redención; y porque la Soberana Celestial sabía de él más que todos los apóstoles, era la más interesada, se puede decir que lo tenía formado en su materno corazón, así que podía muy bien instruir a los apóstoles en las dudas, en el modo, en las circunstancias, era el verdadero sol en medio de ellos, bastaba una palabra suya para hacer que mis apóstoles se sintieran fuertes, iluminados y reafirmados.  Así para el reino de mi Fiat Divino, habiendo puesto en ti el depósito de él, te tengo aún en el exilio a fin de que como nueva madre, pudiesen los sacerdotes tomar de ti lo que puede servir de luz, de guía, de ayuda, para dar principio a hacer conocer el reino de mi Divina Voluntad.  Pero viendo el poco interés, si supieras cuánto sufro, por eso reza, reza”.


 Fiat Divina Voluntad



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Vol. 11-64 Septiembre (1-2) 25, 1913

💫  "se ve paciente, caritativa, lleva en sí el perfume de mis virtudes eucarísticas; ¡ah!, ¿es acaso el Sacramento, o mi Voluntad, a la que ella se ha sometido la que la tiene sojuzgada y que suple al Santísimo Sacramento? "


"te digo que los mismos Sacramentos producen sus frutos según las almas están sujetas a mi Voluntad, y según la conexión que tienen con mi Querer así producen sus efectos"



Habiendo dicho al confesor que Jesús me había dicho que la Voluntad de Dios es el centro del alma, y que este centro está en el fondo del alma, que como sol expandiendo sus rayos da luz a la mente, santidad a las acciones, fuerza a los pasos, vida al corazón, potencia a la palabra, a todo; y no sólo esto, sino que este centro de la Voluntad de Dios, mientras nos está dentro para hacer que nunca la podamos dejar, y para estar a nuestra continua disposición y ni siquiera un minuto dejarnos solos ni separados, nos está al frente, a la derecha, a la izquierda, por detrás y por doquier, y aun en el Cielo será nuestro centro, el confesor decía en cambio que nuestro centro es el Santísimo Sacramento. Entonces, al venir el bendito Jesús me ha dicho:

“Hija mía, Yo debía hacer de modo que la santidad debía ser fácil y accesible a todos, excepto para quien no la quisiera, y en todas las condiciones, en todas las circunstancias y en todos los lugares. 

Es verdad que el Santísimo Sacramento es centro, pero, ¿quién lo instituyó? ¿Quién sojuzgó a mi Humanidad a encerrarse en el breve giro de una hostia? ¿No fue mi Voluntad? Por lo tanto mi Voluntad tiene siempre la supremacía sobre todo; y además, si el todo está en la Eucaristía, los sacerdotes que me llaman del Cielo en sus manos y que están más que todos en contacto con mi carne sacramental deberían ser los más santos, los más buenos, y en cambio muchos son los más malos. 

¡Pobre de Mí, cómo me tratan en el Santísimo Sacramento! Y tantas almas devotas que me reciben, tal vez todos los días, deberían ser otras tantas santas si bastara el centro de la Eucaristía, y en cambio, cosa de llorar, están siempre en el mismo punto: Vanidosas, iracundas, escrupulosas, etc., ¡pobre centro del Santísimo Sacramento, cómo quedo deshonrado! 

En cambio una madre de familia que hace mi Voluntad y que por sus condiciones, no que no quiera, no puede recibirme todos los días, se ve paciente, caritativa, lleva en sí el perfume de mis virtudes eucarísticas; ¡ah!, ¿es acaso el Sacramento, o mi Voluntad, a la que ella se ha sometido la que la tiene sojuzgada y que suple al Santísimo Sacramento? 

Es más, te digo que los mismos Sacramentos producen sus frutos según las almas están sujetas a mi Voluntad, y según la conexión que tienen con mi Querer así producen sus efectos, y si conexión con mi Querer no hay, me comulgarán pero quedarán en ayunas; se confesarán, pero quedarán siempre sucias; vendrán a mi presencia Sacramental, pero si nuestros quereres no se identifican estaré para ellas como muerto, porque sólo mi Voluntad en el alma que se hace sojuzgar por Ella produce todos los bienes y da vida a los mismos Sacramentos, y quien esto no comprende, significa que es niño en la religión”.

Fiat Divina Voluntad

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Fuente: Fray Nelson MedinaCasa para tu Fe Católica

el sacerdocio de Cristo

Papa Juan Pablo II

Jueves Santo Año 1996



1. Junto a Cristo Sacerdote

1.1 Con motivo del Jueves Santo del año 1996 el Papa Juan Pablo II nos regaló a los sacerdotes en primer lugar, pero también a todo el pueblo fiel, una preciosa meditación sobre el sacerdocio de Cristo. La transcribimos aquí íntegramente introduciendo solamente nuestra numeración.

1.2 "Consideremos, hermanos, nuestra vocación" (cf. 1 Cor 1, 26). El sacerdocio es una vocación, una vocación particular: "Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios" (Hb 5, 4). La Carta a los Hebreos se refiere al sacerdocio del Antiguo Testamento, para llevar a la comprensión del misterio de Cristo sacerdote. "Tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: ...Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec" (5, 5-6).


La singular vocación de Cristo Sacerdote

2.1 Cristo, Hijo de la misma naturaleza del Padre, es constituido sacerdote de la Nueva Alianza según el orden de Melquisedec: él también es, pues, llamado al sacerdocio. Es el Padre quién "llama" a su Hijo, engendrado por El con un acto de amor eterno, para que "entre en el mundo" (cf. Hb 10, 5) y se haga hombre. El quiere que su Hijo unigénito, encarnándose, sea "sacerdote para siempre": el único sacerdote de la Nueva y eterna Alianza. En la vocación del Hijo al sacerdocio se expresa la profundidad del misterio trinitario. En efecto, sólo el Hijo, el Verbo del Padre, en el cual y por medio del cual todo ha sido creado, puede ofrecer incesantemente la creación como sacrificio al Padre, confirmando que todo lo creado proviene del Padre y que debe hacerse una ofrenda de alabanza al Creador. Así pues, el misterio del sacerdocio encuentra su inicio en la Trinidad y es al mismo tiempo consecuencia de la Encarnación. Haciéndose hombre, el Hijo unigénito y eterno del Padre nace de una mujer, entra en el orden de la creación y se hace así sacerdote, único y eterno sacerdote.

2.2 El autor de la Carta a los Hebreos subraya que el sacerdocio de Cristo está vinculado al sacrificio de la Cruz: "Presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, ...con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna" (Hb 9, 11-12). El sacerdocio de Cristo está fundamentado en la obra de la redención. Cristo es el sacerdote de su propio sacrificio: "Por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (Hb 9, 14). El sacerdocio de la Nueva Alianza, al cual estamos llamados en la Iglesia, es, pues, la participación en este singular sacerdocio de Cristo.


3. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial

3.1 El Concilio Vaticano II presenta el concepto de "vocación" en toda su amplitud. En efecto, habla de vocación del hombre, de vocación cristiana, de vocación a la vida conyugal y familiar. En este contexto el sacerdocio es una de estas vocaciones, una de las formas posibles de realizar el seguimiento de Cristo, el cual en el Evangelio dirige varias veces la invitación: "Sígueme".

3.2 En la Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, el Concilio enseña que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo; pero al mismo tiempo, distingue claramente entre el sacerdocio del Pueblo de Dios, común a todos los fieles, y el sacerdocio jerárquico, es decir, ministerial. A este respecto, merece ser citado enteramente un fragmento ilustrativo del citado documento conciliar: "Cristo el Señor, pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5, 1-5), ha hecho del nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su Padre (Ap 1, 6; cf. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1 P 2, 4-10). Por tanto, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios (cf. Hch 2, 42-47), han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12, 1). Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a quienes se la pidan (cf. 1 P 3, 15). El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia, sin embargo, es esencial y no sólo de grado. En efecto, el sacerdocio ministerial, por el poder sagrado de que goza, configura y dirige al pueblo sacerdotal, realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo. Los fieles, en cambio, participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras".

3.3 El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común de los fieles. En efecto, el sacerdote, cuando celebra la Eucaristía y administra los sacramentos, hace conscientes a los fieles de su peculiar participación en el sacerdocio de Cristo.


4. La llamada personal al sacerdocio

4.1 Está claro, pues, que en el ámbito más amplio de la vocación cristiana, la sacerdotal es una llamada específica. Esto coincide generalmente con nuestra experiencia personal de sacerdotes: hemos recibido el bautismo y la confirmación; hemos participado en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas y, sobre todo, en la Eucaristía. Nuestra vocación al sacerdocio ha surgido en el contexto de la vida cristiana.

4.2 Toda vocación al sacerdocio tiene, sin embargo, una historia personal, relacionada con momentos muy concretos de la vida de cada uno. Al llamar a los Apóstoles, Cristo decía a cada uno. "Sígueme" (Mt 4, 19; 9, 9; Mc 1, 17; 2,14; Lc 5, 27; Jn 1, 43; 21, 19). Desde hace dos mil años El continúa dirigiendo la misma invitación a muchos hombres, particularmente a los jóvenes. A veces llama también de manera insólita, aunque nunca se trata de una llamada totalmente inesperada. La invitación de Cristo a seguirlo viene normalmente preparada a lo largo de años. Presente ya en la conciencia del chico, aunque ofuscada luego por la indecisión y el atractivo a seguir otros caminos, cuando la invitación vuelve a hacerse sentir no constituye una sorpresa. Entonces uno no se extraña que esta vocación haya prevalecido precisamente sobre las demás, y el joven puede emprender el camino indicado por Cristo: deja la familia e inicia la preparación específica al sacerdocio.

4.3 Existe una tipología de la llamada a la que quiero referirme ahora. Encontramos un esbozo en el Nuevo Testamento. Con su "Sígueme", Cristo se dirige a varias personas: hay pescadores como Pedro o los hijos del Zebedeo (cf. Mt 4, 19.22), pero también está Leví, un publicano, llamado después Mateo. La profesión de cobrador de impuestos era considerada en Israel como pecaminosa y despreciable. No obstante Cristo llama para formar parte del grupo de los Apóstoles precisamente a un publicano (cf. Mt 9, 9). Mucha sorpresa causa ciertamente la llamada de Saulo de Tarso (cf. Hch 9, 1-19), conocido y temido perseguidor de los cristianos, que odiaba el nombre de Jesús. Precisamente este fariseo es llamado en el camino de Damasco: el Señor quiere hacer de él "un instrumento de elección", destinado a sufrir mucho por su nombre (cf. Hch 9, 15-16).

4.4 Cada uno de nosotros, sacerdotes, se reconoce a sí mismo en la original tipología evangélica de lavocación; al mismo tiempo, cada uno sabe que la historia de su vocación, camino por el cual Cristo lo guía durante su vida, es en cierto modo irrepetible.

4.5 Queridos hermanos en el sacerdocio: debemos estar a menudo en oración, meditando el misterio de nuestra vocación, con el corazón lleno de admiración y gratitud hacia Dios por este don tan inefable.


5. La vocación sacerdotal de los Apóstoles

5.1 La imagen de la vocación transmitida por los Evangelios está vinculada particularmente a la figura del pescador. Jesús llamó consigo a algunos pescadores de Galilea, entre ellos Simón Pedro, e ilustró la misión apostólica haciendo referencia a su profesión. Después de la pesca milagrosa, cuando Pedro se echó a sus pies exclamando: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador", Cristo respondió: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5, 8.10).

5.2 Pedro y los demás Apóstoles vivían con Jesús y recorrían con él los caminos de su misión. Escuchaban las palabras que pronunciaba, admiraban sus obras, se asombraban de los milagros que hacía. Sabían que Jesús era el Mesías, enviado por Dios para indicar a Israel y a toda la humanidad el camino de la salvación. Pero su fe había de pasar a través del misterioso acontecimiento salvífico que El había anunciado varias veces: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará" (Mt17, 22-23). Todo esto sucedió con su muerte y su resurrección, en los días que la liturgia llama el Triduo sacro.

5.3 Precisamente durante este acontecimiento pascual Cristo mostró a los Apóstoles que su vocación era la de ser sacerdotes como El y en El. Esto sucedió cuando en el Cenáculo, la víspera de su muerte en cruz, El tomó el pan y luego el cáliz del vino, pronunciando sobre ellos las palabras de la consagración. El pan y el vino se convirtieron en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecidos en sacrifico para toda la humanidad. Jesús terminó este gesto ordenando a los Apóstoles: "Haced esto en conmemoración mía" (cf. 1 Co 11, 24). Con estas palabras les confió su propio sacrificio y lo transmitió, por medio de sus manos, a la Iglesia de todos los tiempos. Confiando a los Apóstoles el Memorial de su sacrificio, Cristo les hizo también partícipes de su sacerdocio. En efecto, hay un estrecho e indisoluble vínculo entre la ofrenda y el sacerdote: quien ofrece el sacrificio de Cristo debe tener parte en el sacerdocio de Cristo. La vocación al sacerdocio es, pues, vocación a ofrecer in persona Christi su sacrificio, gracias a la participación de su sacerdocio. Por esto, hemos heredado de los Apóstoles el ministerio sacerdotal.


6. El sacerdote se realiza a sí mismo mediante una respuesta siempre renovada y vigilante

6.1 "El Maestro está ahí y te llama" (Jn 11, 28). Estas palabras se pueden leer con referencia a la vocación sacerdotal. La llamada de Dios está en el origen del camino que el hombre debe recorrer en la vida: ésta es la dimensión primera y fundamental de la vocación, pero no la única. En efecto, con la ordenación sacerdotal inicia un camino que dura hasta la muerte y que es todo un itinerario "vocacional". El Señor llama a los presbíteros para varios cometidos y servicios derivados de esta vocación. Pero hay un nivel aún más profundo. Además de las tareas que son la expresión del ministerio sacerdotal, queda siempre, en el fondo de todo, la realidad misma del "ser sacerdote". Las situaciones y circunstancias de la vida invitan incesantemente al sacerdote a ratificar su opción originaria, a responder siempre y de nuevo a la llamada de Dios. Nuestra vida sacerdotal, como toda vida cristiana auténtica, es una sucesión de respuestas a Dios que nos llama.

6.2 A este respecto, es emblemática la parábola de los criados que esperan el regreso de su amo. Como éste tarda, ellos deben vigilar para que, cuando llegue, los encuentre despiertos (cf. Lc 12, 35-40). ¿No podría ser esta vigilancia evangélica otra definición de la respuesta a la vocación? En efecto, ésta se realiza gracias a un vigilante sentido de responsabilidad. Cristo subraya: "Dichosos los siervos que, el señor al venir, encuentre despiertos... Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos ellos!" (Lc 12, 37-38).

6.3 Los presbíteros de la Iglesia latina asumen el compromiso de vivir en el celibato. Si la vocación es vigilancia, un aspecto significativo de la misma es ciertamente la fidelidad a este compromiso durante toda la vida. Sin embargo, el celibato es sólo una de las dimensiones de la vocación, la cual se realiza a lo largo de vida en el contexto de un compromiso global ante los múltiples cometidos que derivan del sacerdocio.

6.4 La vocación no es una realidad estática: tiene su propia dinámica. Queridos hermanos en el sacerdocio: nosotros confirmamos y realizamos cada vez más nuestra vocación en la medida en que vivimos fielmente el "mysterium" de la alianza de Dios con el hombre y, particularmente, el "mysterium" de la Eucaristía; la realizamos en la medida en que con mayor intensidad amamos el sacerdocio y el ministerio sacerdotal, que estamos llamados a desempeñar. Entonces descubrimos que, en el ser sacerdotes, "nos realizamos" nosotros mismos, ratificando la autenticidad de nuestra vocación, según el singular y eterno designio de Dios sobre cada uno de nosotros. Este proyecto divino se realiza en la medida en que es descubierto y acogido por nosotros, como nuestro proyecto y programa de vida.


7. El sacerdocio como "officium laudis"

7.1 "Gloria Dei vivens homo". Las palabras de San Ireneo relacionan profundamente la gloria de Dios con la autorrealización del hombre. "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam" (Sal 113, B, 1): repitiendo a menudo estas palabras del salmista, nos damos cuenta de que el "realizarse a sí mismos" en la vida tiene una relación y un fin transcendentes, contenidos en el concepto de "gloria de Dios": nuestra vida está llamada a ser officium laudis.

7.2 La vocación sacerdotal es una llamada especial al "officium laudis". Cuando el sacerdote celebra la Eucaristía, cuando en el sacramento de la Penitencia concede el perdón de Dios o cuando administra los otros sacramentos, siempre da gloria a Dios. Conviene, pues, que el sacerdote ame la gloria del Dios vivo y que, junto con la comunidad de los creyentes, proclame la gloria divina, que resplandece en la creación y en la redención. El sacerdote está llamado a unirse de manera particular a Cristo, Verbo eterno y verdadero Hombre, Redentor del mundo. En efecto, en la redención se manifiesta la plenitud de la gloria que la humanidad y la creación entera dan al Padre en Jesucristo.

7.3 "Officium laudis" no son solamente las palabras del salterio, los himnos litúrgicos y los cantos del Pueblo de Dios que resuenan en tantas lenguas diversas ante la mirada del Creador; officium laudis es sobre todo el incesante descubrimiento de la verdad, del bien y de la belleza, que el mundo recibe como don del Creador y, a la vez, es el descubrimiento del sentido de la vida humana. El misterio de la redención ha realizado y revelado plenamente este sentido, acercando la vida del hombre a la vida de Dios. La redención, llevada a cabo de modo definitivo en el misterio pascual mediante la pasión, muerte y resurrección de Cristo, no sólo pone en evidencia la santidad trascendente de Dios, sino que también, como enseña el Concilio Vaticano II, manifiesta "el hombre al propio hombre".

7.4 La gloria de Dios está inscrita en el orden de la creación y de la redención; el sacerdote está llamado a vivir totalmente este misterio para participar en el gran officium laudis, que se lleva a cabo incesantemente en el universo. Sólo viviendo en profundidad la verdad de la redención del mundo y del hombre, éste puede acercarse a los sufrimientos y los problemas de las personas y de las familias, y afrontar sin temor la realidad, incluso del mal y del pecado, con las energías espirituales necesarias para superarla.


8. El sacerdote acompaña a los fieles hacia la plenitud de la vida en Dios

8.1 "Gloria Dei vivens homo". El sacerdote, cuya vocación es dar gloria a Dios, está al mismo tiempo influenciado profundamente por la verdad contenida en la segunda parte de la ya citada expresión de san Ireneo: vivens homo. El amor por la gloria de Dios no aleja al sacerdote de la vida y de todo lo que la conforma; al contrario, su vocación lo lleva a descubrir su pleno significado.

8.2 ¿Qué quiere decir "vivens homo"? Significa el hombre en la plenitud de su verdad, es decir, el hombre creado por Dios a su propia imagen y semejanza; el hombre al cual Dios ha confiado la tierra para que la domine; el hombre revestido de una múltiple riqueza de naturaleza y de gracia; el hombre liberado de la esclavitud del pecado y elevado a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.

8.3 Este es el hombre y la humanidad que el sacerdote tiene delante cuando celebra los divinos misterios: desde el recién nacido que los padres llevan a bautizar, hasta los niños y chicos que encuentra en la catequesis o en la enseñanza de la religión, como también los jóvenes que, durante el período más delicado de su vida, buscan su camino, la propia vocación, y se preparan a formar nuevas familias o bien a consagrarse por el Reino de Dios entrando en el Seminario o en un Instituto de vida consagrada. Es necesario que el sacerdote esté muy cerca de los jóvenes. En esta época de la vida a menudo ellos se dirigen al sacerdote para buscar el apoyo de un consejo, la ayuda de la oración, un prudente acompañamiento vocacional. De este modo el sacerdote puede constatar cómo su vocación está abierta y entregada a las personas. Al acercarse a los jóvenes encuentra a los futuros padres y madres de familia, a los futuros profesionales o, en todo caso, a personas que podrán contribuir con la propia capacidad a construir la sociedad del mañana. Cada una de estas múltiples vocaciones pasa a través de su corazón sacerdotal y se manifiesta como un camino particular a lo largo del cual Dios guía a las personas y las lleva a encontrarse con El.

8.4 El sacerdote participa así de tantas opciones de vida, de sufrimientos y alegrías, de desilusiones y esperanzas. En cada situación, su cometido es mostrar Dios al hombre como el fin último de su destino personal. El sacerdote es aquél a quien las personas confían las cosas más queridas y sus secretos, a veces tan dolorosos. Llega a ser el esperado por los enfermos, por los ancianos y los moribundos, conscientes de que sólo él, partícipe del sacerdocio de Cristo, puede ayudarlos en el último momento que ha de llevarlos hasta Dios. El sacerdote, testigo de Cristo, es mensajero de la vocación suprema del hombre a la vida eterna en Dios. Y mientras acompaña a los hermanos, se prepara a sí mismo: el ejercicio del ministerio le permite profundizar en su vocación de dar gloria a Dios para tomar parte en la vida eterna. El se encamina así hacia el día en que Cristo le dirá: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; ...entra en el gozo de tu señor" (Mt25, 21).


9. El jubileo sacerdotal: tiempo de alegría y de acción de gracias

9.1 "Considerad, hermanos, vuestra vocación" (1Co 1, 26). La exhortación de Pablo a los cristianos de Corinto tiene un significado particular para nosotros sacerdotes. Debemos "considerar" a menudo nuestra vocación, descubriendo su sentido y grandeza, que siempre nos superan. Ocasión privilegiada para esto es el Jueves Santo, día en que se conmemora la institución de la Eucaristía y del sacramento del Orden. Ocasión propicia son también los aniversarios de la Ordenación sacerdotal y, especialmente, los jubileos sacerdotales.

9.2 Queridos hermanos sacerdotes: al compartir con vosotros estas reflexiones, pienso en el 50 aniversario de mi Ordenación sacerdotal que cae este año. Pienso en mis compañeros de seminario que, como yo, llevan tras de sí un camino hacia el sacerdocio marcado por el dramático período de la segunda guerra mundial. Entonces los seminarios estaban cerrados y los clérigos vivían en la diáspora. Algunos de ellos perdieron la vida en los conflictos bélicos. El sacerdocio alcanzado en aquellas condiciones tuvo para nosotros un valor particular. Está vivo en mi memoria aquel gran momento en que, hace cincuenta años, la asamblea eclesial invocaba: "Veni Creator Spiritus" sobre nosotros jóvenes Diáconos, postrados en tierra en el centro del templo, antes de recibir la Ordenación sacerdotal por la imposición de manos del Obispo. Damos gracias al Espíritu Santo por aquella efusión de gracia que marcó nuestra vida. Y seguimos implorando: "Imple superna gratia, quae tu creasti pectora".

9.3 Deseo, queridos hermanos en el sacerdocio, invitaros a participar en mi Te Deum de acción de gracias por el don de la vocación. Los jubileos, como sabéis, son momentos importantes en la vida de un sacerdote, es decir, como unas piedras miliares en el camino de nuestra vocación. Según la tradición bíblica, el jubileo es tiempo de alegría y de acción de gracias. El agricultor da gracias al Creador por la cosecha; nosotros, con ocasión de nuestros jubileos, queremos agradecer al Pastor eterno los frutos de nuestra vida sacerdotal, el servicio dado a la Iglesia y a la humanidad en los distintos lugares del mundo y en las condiciones más diversas y en las múltiples situaciones de trabajo en que la Providencia nos ha puesto y guiado. Sabemos que "somos siervos inútiles" (Lc 17, 10), sin embargo estamos agradecidos al Señor porque ha querido hacer de nosotros sus ministros.

9.4 Estamos agradecidos también a los hombres: ante todo a quienes nos han ayudado a llegar al sacerdocio y a quienes la divina Providencia ha puesto en el camino de nuestra vocación. Damos las gracias a todos, empezando por nuestros padres, que han sido para nosotros un multiforme don de Dios. ¡Cuántas y qué diversas riquezas deenseñanzas y buenos ejemplos nos han transmitido!

9.5 Al dar gracias, pedimos también perdón a Dios y a los hermanos por las negligencias y las faltas, fruto de la debilidad humana. El jubileo, según la Sagrada Escritura, no podía ser sólo una acción de gracias por la cosecha; conllevaba también la remisión de las deudas. Imploremos, pues, a Dios misericordioso que nos perdone las deudas contraídas a lo largo de la vida y en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

9.6 "Considerad, hermanos, vuestra vocación", nos exhorta el Apóstol. Alentados por su palabra, nosotros "consideramos" el camino recorrido hasta ahora, durante el cual nuestra vocación se ha confirmado, profundizado y consolidado. "Consideramos" para tomar clara conciencia de la acción amorosa de Dios en nuestra vida. Al mismo tiempo, no podemos olvidar a nuestros hermanos en el sacerdocio que no han perseverado en el camino emprendido. Los confiamos al amor del Padre, a la vez que los tenemos presentes en nuestra oración.

9.7 El "considerar" se transforma así, casi sin darnos cuenta, en oración. Es en esta perspectiva que deseo invitaros, queridos hermanos sacerdotes, a uniros a mi acción de gracias por el don de la vocación y del sacerdocio.


10. Gracias, Señor, por el don del sacerdocio

10.1 "Te Deum laudamus,
Te Dominum confitemur..."
Nosotros te alabamos
y te damos gracias, Señor:
toda la tierra te adora.
Nosotros, tus ministros,
con las voces de los Profetas
y con el coro de los Apóstoles,
te proclamamos Padre y Señor de la vida,
de cada vida que sólo de ti procede.
Te reconocemos, Trinidad Santísima,
regazo e inicio de nuestra vocación:
Tú, Padre, desde la eternidad
nos has pensado, querido y amado;
Tú, Hijo, nos has elegido y llamado
a participar de tu único y eterno sacerdocio;
Tú, Espíritu Santo, nos has colmado
con tus dones
y nos has consagrado con tu santa unción.
Tú, Señor del tiempo y de la historia,
nos has puesto en el umbral
del tercer milenio cristiano,
para ser testigos de la salvación,
realizada por ti en favor de toda la humanidad.
Nosotros, Iglesia que proclama tu gloria,
te imploramos:
que nunca falten sacerdotes santos
al servicio del Evangelio;
que resuene en cada Catedral
y en cada rincón del mundo
el himno "Veni Creator Spiritus".
¡Ven, Espíritu Creador!
Ven a suscitar nuevas generaciones de jóvenes,
dispuestos a trabajar en la viña del Señor,
para difundir el Reino de Dios
hasta los confines de la tierra.
Y tú, María, Madre de Cristo,
que nos has acogido junto a la Cruz
como hijos predilectos con el Apóstol Juan,
sigue velando sobre nuestra vocación.
Te confiamos los años de ministerio
que la Providencia nos conceda vivir aún.
Permanece a nuestro lado para guiarnos
por los caminos del mundo,
al encuentro de los hombres y mujeres
que tu Hijo ha redimido con su Sangre.
Ayúdanos a cumplir hasta el final
la voluntad de Jesús,
nacido de ti para la salvación del hombre.
Cristo, ¡Tú eres nuestra esperanza!
"In Te, Domine, speravi,
non confundar in aeternum".

Fuente:  CARF y los sacerdotes



Frases de san Josemaría sobre los sacerdotes