Wisława Szymborska

Obligación

Comemos vidas ajenas para vivir.

La difunta chuleta con el cadáver de la col.

El menú es una esquela.


Incluso las mejores personas

tienen que comerse algo muerto, digerido,

para que sus sensibles corazones

no dejen de latir.


Incluso los poetas más líricos.

incluso los ascetas más austeros

mastican y se tragan algo

que seguro que crecía a su aire.


Me cuesta conciliar esto con los buenos dioses.

A menos que, crédulos,

a menos que, inocentes,

todo su poder sobre la tierra se lo entregaran a la naturaleza.

Y es ésta, insensata, la que nos impone el hambre,

y ahí donde hay hambre

se acaba la inocencia.


Al hambre se le unen inmediatamente los sentidos:

el gusto, el olfato y el tacto, y la vista,

porque no es indiferente de qué alimentos se trata

y en qué platos van servidos.


Hasta el oído toma parte

en lo que sucede,

porque en la mesa en muchas ocasiones se charla alegremente.