UD 4: El ser humano en la historia

1.Introducción

Las cuestiones metafísicas referidas a la realidad en su conjunto —origen y finalidad del universo— inciden, inevitablemente, en la concepción que pueda tenerse sobre el ser humano.

Preguntas radicales como «¿quién soy?», «¿de dónde vengo?» o «¿qué me cabe esperar?» tendrán una respuesta diferente en función de cómo se entienda ese universo que proporciona cobijo a nuestra existencia.

Si el universo es fruto del azar, el ser humano también lo será. Si el universo es el resultado de un proceso creador de Dios, el ser humano podrá ser considerado como un ser especial. Si el universo posee finalidad, nuestra existencia tendrá un sentido.

Argumentemos estas afirmaciones con un ejemplo sencillo. Supongamos que nos presentan a una persona con la que, por razones de trabajo o estudio, tendremos un trato asiduo. Con el tiempo, lógicamente, iremos conociéndola mejor. Sin embargo, dicho conocimiento nunca resultaría completo si no tuviéramos en cuenta su origen —familia, lugar de nacimiento, contexto de vida—, ni el porqué de su manera de actuar —los fines u objetivos que persigue.

Con el ser humano considerado en su totalidad —visión metafísica— ocurre lo mismo. Su origen, y el hecho de que su existencia posea o no una finalidad, determinarán la respuesta a esos tres interrogantes radicales planteados.

En esta unidad, y desde el punto de vista filosófico, nos plantearemos dos cuestiones:

 ¿Qué es el ser humano?

 ¿Tiene sentido su existencia?

La respuesta a la primera implicará la concreción de la segunda.

Actividad 1. Responde en tu cuaderno:

¿Cómo se relacionan las tesis del evolucionismo y del creacionismo con la posible finalidad de la existencia humana?

Actividad 2. Actividad grupal. Debate.

¿Por qué la respuesta a la pregunta «qué es el hombre» condiciona la respuesta al sentido de su existencia?

2.- El ser humano en la historia.

El ser humano en la antigua Grecia. 

El problema del hombre en Platón.

Platón concibe al hombre como un compuesto irresoluble de alma y cuerpo, en el que la primera está encarcelada en en el segundo. Ambos son realidades heterogéneas y esta visión del hombre se corresponde con un dualismo, que, a su vez, se desprende de su propia visión ontológica.

Para Platón, la realidad se divide en dos partes: mundo sensible y mundo de las Ideas. El mundo sensible es material, perceptible por los sentidos, engendrado y sometido al cambio. El mundo de las Ideas es inmaterial, cognoscible por el entendimiento, eterno e inmutable.

Este dualismo ontológico surge de la necesidad de solucionar la dicotomía establecida entre Heráclito y Parménides sobre el ser y la realidad. Platón resuelve esta duplicando la realidad y otorgando al mundo de las Ideas la primacía ontológica.

El cuerpo es material y pertenece al mundo sensible, mientras que el alma es espiritual y su lugar natural se encuentra en el mundo de las Ideas. El alma es principio del movimiento y, al ser propia del mundo de las Ideas, es eterna, inmortal e ingénita. Al mismo tiempo, el alma es principio del conocimiento. Platón otorga, por tanto, primacía al alma sobre el cuerpo, que, en el pensamiento platónico, merecerá poca atención.

Platón distingue tres funciones en el alma: alma racional, alma irascible y alma concupiscible. La más noble de ellas es la racional, en la que Platón sitúa la facultad del conocimiento, y es la propiamente inmortal. Si se ejerce esta facultad con plenitud, el hombre alcanzará la virtud de la sabiduría.

En el alma irascible se sitúan el valor y la voluntad. (Su virtud es la fortaleza). En el alma concupiscible, las pasiones. (Su virtud es la templanza).

El alma racional deberá guiar a las otras dos para que la voluntad sea fuerte y no se desaten las pasiones.

La armonía de estas tres funciones conducirá al hombre justo. Solo así será posible el conocimiento objetivo, la consecución del bien y, por tanto, la felicidad. La virtud de la justicia se nos presenta entonces como el ideal que todo hombre debe alcanzar.

Finalmente, es necesario añadir que, para los pensadores griegos clásicos, el hombre es social por naturaleza. Por tanto, esa vida justa solo será posible si la sociedad en la que se vive también lo es. En este sentido, Platón propondrá como principal función del Estado la de formar a sus ciudadanos, ya que el bien, para ser realizado, debe ser conocido con anterioridad.

La propuesta platónica recoge, de este modo, las tesis socráticas que otorgaban mayor valor a los argumentos racionales frente a las medidas disuasorias. Sin embargo, Platón se alejará de su maestro en lo que respecta al determinismo de la voluntad. El bien no solo requiere ser conocido para que sea realizado, sino que se necesita la virtud para ponerlo en práctica. Platón entenderá la virtud como contemplación de las Ideas y, en especial, de la idea de Bien.

Aristóteles 384 a. C.-322 a. C.

Aristóteles, discípulo de Platón, compartirá con su maestro la posibilidad de un conocimiento objetivo, así como el hecho de que el ser humano es capaz de alcanzarlo. En este sentido, nuevamente su facultad intelectiva constituirá su característica distintiva.

Sin embargo, el camino que Aristóteles propondrá para afirmarlo es novedoso, pues será fruto de su observación de los distintos seres vivos. Aristóteles distingue así tres facultades del alma: nutrición, sensación e intelección. Todas ellas se relacionan con los distintos tipos de seres vivos. Las plantas poseen la facultad de nutrición. Los animales, de nutrición y sensación. Los seres humanos, de nutrición, sensación e intelección. Solo este último, por tanto, posee dicha capacidad intelectiva.

Por este motivo, el ejercicio de una vida intelectiva, es decir, vivir conforme a la razón, será para el hombre el bien supremo. El sabio aparecerá como el prototipo de hombre feliz, pues su vida se dedicará a la vida intelectual. Según Aristóteles, la felicidad reside en el saber y no en la búsqueda afanosa de placeres.

Hasta este punto, y con algunos matices, la propuesta de Aristóteles coincide tanto con la de Sócrates como con la de Platón. Sin embargo, y debido a la crítica que realizará al dualismo ontológico platónico, su visión del hombre presentará rasgos propios.

No existe más mundo que el que nos llega por los sentidos. Por ello, el hombre no puede ser considerado como un alma encarcelada en el cuerpo —recordemos que, para Platón, la morada propia del alma es ese mundo de las Ideas—, sino como una unidad sustancial de cuerpo y alma.

Esta apuesta por la unidad frente a la dualidad supondrá una revalorización del cuerpo, pues este intervendrá en el conocimiento, cuyo proceso comienza con los datos que nos proporcionan los sentidos (el cuerpo) y finaliza con la formulación de un concepto (operación propia del alma intelectiva).

Por otra parte, Aristóteles inscribirá, en la capacidad intelectiva, la voluntad, es decir el poder decidir conforme a lo que el intelecto nos presenta. El intelecto nos muestra el bien que se va a realizar; la voluntad, por su parte, elegirá hacerlo.

Sin embargo, esto no siempre es así, ya que, en muchas ocasiones, experimentamos que no siempre hacemos lo que la inteligencia nos presenta como bien.

Así, por ejemplo, nos cuesta levantarnos temprano, aunque la inteligencia nos dicte que debemos hacerlo. El ser humano, pues, no siempre hace lo que la razón le presenta como conveniente.

Para solventar este problema, Aristóteles introducirá el concepto de virtud, que entenderá como un hábito bueno solo alcanzable mediante la repetición de actos. Si perseveramos en levantarnos siempre con puntualidad, interiorizaremos en nuestras vidas dicha virtud.

La virtud aristotélica, por tanto, es el resultado de la acción y no, como proponía Platón, de la contemplación. Contemplar el bien, conocerlo, no siempre nos conduce a realizarlo.

No obstante, y más allá de lo apuntado, la novedad del pensamiento aristotélico con respecto al hombre se desprende de su visión teleológica del universo, de ese único mundo que nos llega, en primera instancia, por los sentidos.

Para Aristóteles, todo lo existente —sustancias— tiende a un fin propio. Este fin es el bien propio de cada sustancia. El ser humano también está sujeto a estos parámetros y su fin vendrá determinado por su especificidad, es decir, vivir conforme a la razón. Aristóteles es el primer gran pensador que nos transmite una visión finalista del ser humano. Una vida intelectiva constituirá el único camino para alcanzar la felicidad y, a su vez, para lograr esta será necesaria la práctica de la virtud.

Actividad 3. Responde en tu cuaderno:

¿Por qué crees que la respuesta socrática supone un determinismo de la voluntad?

¿Responde Sócrates a la pregunta sobre el sentido de nuestra existencia?

Profundiza en el dualismo ontológico platónico y responde: ¿qué problemas se desprenden de dicho dualismo?

¿Por qué el dualismo ontológico se corresponde con un dualismo epistemológico y antropológico?

¿Cuál es el sentido de la existencia para Platón?

3. La concepción medieval de persona.

La Edad Media supone un replanteamiento de la reflexión filosófica, debido, principalmente, a la expansión del cristianismo y a su creciente influencia en el orden ético y social de la época.

Estos factores no son ajenos a una tradición filosófica que, en muchos aspectos, contraría los dogmas de fe de dicho credo religioso. Por este motivo, el cristianismo deberá armonizar las exigencias de la fe con las de la razón. El pensamiento de san Agustín y de santo Tomás de Aquino constituirán las propuestas más elaboradas sobre esta cuestión.

Según santo Tomás, no sólo tiene sentido nuestra existencia, sino cualquier acción que realicemos. ¿Por qué?

San Agustín

El pensamiento agustiniano está fuertemente influido por la filosofía platónica. Sin embargo, esta última necesita ser superada en dos cuestiones esenciales contrarias a la fe cristiana: la negatividad platónica con respecto al cuerpo y la afirmación de que el alma es eterna.

En cuanto a la primera cuestión —la negatividad del cuerpo—, san Agustín afirmará que todo es creación de Dios. Por tanto, todo lo creado es bueno. El cuerpo, creación de Dios, no puede ser estorbo ni cárcel para el alma. Al mismo tiempo, ese cuerpo posibilitará que el alma pueda realizar sus operaciones.

Sobre el alma, afirmará que esta no ha preexistido en ningún lugar, ya que solo Dios es eterno. El alma, al ser inmaterial, es inmortal, pero no eterna. Sin embargo, san Agustín no supo ofrecer una explicación plausible sobre cómo Dios crea el alma de cada uno de los seres humanos.

Intentará superar esta dificultad con un análisis del alma y sus operaciones desde un punto de vista eminentemente psicologista. La identidad humana se sustenta en el alma y, en este sentido, el yo será inteligencia para conocer, voluntad para amar y memoria para preservar su identidad. Conocer, amar y preservar constituirán las operaciones esenciales del alma.

La propuesta de san Agustín es sumamente original: el ser humano debe ser definido desde su interioridad. En cierto sentido, podríamos afirmar que aquel es esa huella impresa en nuestro interior por todo aquello que hemos conocido, que hemos amado y que recordamos.

Santo Tomás

La propuesta tomista posee una marcada influencia aristotélica. En este sentido, santo Tomás hará suya la definición de hombre como unidad sustancial de cuerpo y alma. De esta forma, la negatividad del cuerpo queda superada mediante argumentos racionales.

Al mismo tiempo, santo Tomás compartirá con Aristóteles ese deseo de felicidad que todo ser humano posee. Esta no es separable de nuestra especificidad intelectiva. La inteligencia nos dicta el bien que debemos realizar, y, para que este sea realizado, necesitamos de la virtud.

Sin embargo, y desde esa armonización entre los dictados de la fe y los de la razón, estas afirmaciones aristotélicas deberán ser puntualizadas en una doble dirección.

En primer lugar, la felicidad plena solo será alcanzable con la visión beatífica, es decir, gozando de Dios en el cielo. En segundo lugar, no bastará con la virtud para perseverar en el bien, necesitaremos, además, de la gracia de Dios, es decir, de su ayuda.

Actividad 4. Responde en tu cuaderno

¿Por qué el ser humano para san Agustín es interioridad?

Según santo Tomás, no solo tiene sentido nuestra existencia, sino cualquier acción que realicemos. ¿Por qué?

4. Modernidad: Dualismo cartesiano y mecanicismo.

René Descartes 1596-1650

La Edad Antigua había centrado su reflexión sobre qué es lo real y, posteriormente, en cómo se puede conocer dicha realidad. En este sentido, el punto de partida de toda propuesta filosófica lo constituía esa realidad que tenemos delante. La filosofía aristotélica sería, de este modo, un fiel ejemplo de esta posición.

La Edad Media se caracterizó por la necesidad de armonizar los postulados de la fe con los de la razón. Con este propósito, pensadores como san Agustín y santo Tomás reelaborarán la tradición filosófica griega.

La Edad Moderna supondrá, por su parte, un cambio en los intereses de la reflexión filosófica. Se producirá un giro de lo ontológico a lo epistemológico y de lo religioso a lo estrictamente filosófico. Las propuestas de Descartes, Hume y Kant sintetizarán las tres tendencias dominantes durante esta época.

Descartes —filósofo racionalista— concibió el universo como un todo ordenado regido por las leyes de la naturaleza. Esta concepción supone un mecanicismo, pues ya no hay finalidades en el universo, sino regularidades. La trascendencia tomista implica finalidad y esta no se puede expresar mediante leyes. El hombre, al formar parte de este universo, caerá bajo los parámetros de este mecanicismo. Por tanto, su posible definición deberá adaptarse a estos postulados.

Por otra parte, la propuesta epistemológica de Descartes cristaliza en una visión del hombre en la que este estaría compuesto por la suma de dos sustancias: la «sustancia pensante » (res cogitans) y la «sustancia extensa» (res extensa), es decir, alma y cuerpo. Estas dos sustancias serían independientes la una de la otra, lo que traerá consigo una nueva visión dualista del ser humano.

El alma, como cosa pensante, es inmaterial; el cuerpo, como cosa extensa, material. Todo lo material está sometido a las leyes mecanicistas. El alma, al ser inmaterial, no. Por este motivo, el ser humano se situará a caballo entre el determinismo del cuerpo —si todo es expresable mediante leyes, no existe la libertad— y la libertad del alma.

Lo novedoso de la propuesta cartesiana —pese a las dificultades argumentativas que su dualismo encierra— estriba en lo que implica esa libertad de la sustancia pensante. Para Descartes, nuestra voluntad es libre y lo será más cuanto más elija. Esta elección, al mismo tiempo, ha de estar regida por el entendimiento, que debe decidir, de manera clara y distinta, lo que nos conviene. El ideal de hombre cartesiano viene presidido, pues, por esta simbiosis entre libertad y voluntad.

5. El Ser Humano como ser autónomo: La Ilustración.

Immanuel Kant.

La propuesta antropológica de Kant —pensador que realiza una síntesis superadora de las tesis epistemológicas antagónicas de racionalistas y empiristas— no puede disociarse de su ideal ético.

Para Kant, debemos actuar de tal forma que nuestro obrar se convierta en ley universal, es decir, en ley válida para todos los seres humanos (imperativo categórico). Así, por ejemplo, «no robar» debe ser una ley universal, pues no sería concebible un mundo —ni sería posible la existencia— en el que se robara.

Al aplicar esta máxima al ser humano, Kant afirmará que debemos actuar de tal manera que siempre tratemos al otro como un fin en sí mismo y nunca como medio para otra cosa. Que otro ser humano sea medio para la consecución de algo supondrá despojarlo de su dignidad.

 Todo ser humano —hombre y mujer—, por el hecho de serlo, merece ser tratado con dignidad.

Las cosas, sin embargo, sí pueden ser empleadas como un medio. Utilizamos un bolígrafo para escribir, un móvil para comunicarnos, un vehículo para desplazarnos; pero no podemos usar a un ser humano como medio para, por ejemplo, conseguir buenos apuntes si faltamos a clase.

Utilizar las cosas implica que estas tienen un precio. En función de para qué sirven, serán más o menos caras o baratas, pero al ser humano no se le puede poner precio, porque no es un instrumento que se pueda usar.

Actividad 5. Responde

¿Es posible relacionarse con personas que sean a la vez medio y fin para nosotros?

Formula ejemplos y responde qué consecuencias tendría esta posibilidad desde el punto de vista kantiano.

6.- Nuevas concepciones antropológicas

En el plano de las ideas, supondrá el progresivo abandono y la desconfianza hacia el uso de la racionalidad como herramienta explicativa de la realidad y, por tanto, del ser humano.

 Muchos hechos y transformaciones influyeron en este cambio de paradigma, pero lo significativo en este punto es que esta sospecha sobre la eficacia interpretativa de la racionalidad nos ofrecerá una imagen del ser humano opuesta a aquella que lo considera —con distintos matices— como intelección.

Los principales filósofos de la denominada «filosofía de la sospecha» son Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Sus propuestas, con diversas transformaciones, constituyen el caldo de cultivo de la reflexión sobre el hombre en nuestros días.

Karl Marx

Para Marx el ser humano no sería racionalidad, sino actividad material. Esta tendrá como objetivo satisfacer sus necesidades, o transformar las situaciones que impidan dicha satisfacción, mediante el trabajo.

La época en la que Marx desarrolló su pensamiento estuvo marcada por una Revolución Industrial que socavó las condiciones dignas de trabajo y de existencia de la clase trabajadora, del proletariado. Por este motivo, y siendo fiel a su definición de hombre, Marx considerará esencial cambiar esas estructuras que impiden que el ser humano pueda tener una vida digna.

El hombre solo podrá hacerse a sí mismo en el seno de una sociedad transformada. Este ideal de sociedad se configurará en la «sociedad comunista», que estará caracterizada por la abolición de la propiedad privada, de las clases sociales y del Estado. Solo de esta manera será posible la igualdad de todos los seres humanos.

Por otra parte, esa nueva sociedad comunista, y en pro de la igualdad de sus miembros, hará necesario que el ser humano se someta a la colectividad. Solo si se busca el beneficio de la sociedad en su conjunto, y no el personal, será posible la igualdad efectiva y real de todos sus miembros.

Las tesis de Marx darán un giro a nuestro análisis sobre lo que es el ser humano. La cuestión no será ya tanto saber qué es el hombre como hacer patente sus condiciones de vida para que, dado el caso, estas sean cambiadas.

Friedrich Nietzsche "El filósofo del martillo"

La propuesta filosófica de Nietzsche supone una crítica demoledora contra la tradición filosófica, cultural y religiosa de Occidente. La filosofía no deberá entenderse ya como el paso del mito al logos, sino como todo lo contrario: no ha sido más que una apuesta por la mentira de la razón en detrimento de la verdad del mito. En este sentido, Nietzsche pone su foco de atención en las propuestas de Sócrates y Platón.

Según Nietzsche, en las narraciones mitológicas de las tragedias griegas, se puede apreciar el verdadero sentido de la existencia humana. Este consistiría en un equilibrio entre dos fuerzas contrarias encarnadas por los dioses Apolo y Dioniso.

Sócrates, con su apuesta por una vida virtuosa precedida por el conocimiento objetivo, romperá con este necesario equilibrio. Platón, a su vez, con su dualismo ontológico, elevará la pretensión socrática al rango de única y auténtica realidad.

La filosofía, por tanto, estaría viciada desde sus orígenes. La vida, debido a estas propuestas filosóficas, ha perdido toda su vertiente dionisiaca.

El segundo punto de crítica esencial en la propuesta nietzscheana es el que hace referencia al cristianismo. Este credo religioso, hegemónico en el mundo occidental, supone el afianzamiento de esa dualidad de mundos descrita por Platón.

¿Qué añade el cristianismo a la filosofía platónica? El sentimiento de culpa que surge al imponer una moral antinatural que condena toda manifestación dionisiaca de la existencia. El cristianismo rechazará cualquier manifestación corporal e instintiva del ser humano por considerarla pecaminosa. Lo dionisíaco nos apartaría, pues, de nuestro propio fin, que es el cielo.

Por todo esto, Nietzsche contempla la necesidad de decretar la muerte de Dios, de un Dios que sería el símbolo supremo de esa hegemonía de lo apolíneo en la vida y en la existencia del ser humano. Solo así será posible el advenimiento de un nuevo hombre ( del «superhombre», en términos nietzscheanos).

Suprimido Dios, ¿qué nos queda? Solo esta existencia, una vida que deberá ser vivida con todas sus consecuencias, una vida que, al vivirse, constituirá el único criterio posible de todo juicio moral. El superhombre, por tanto, creará nuevos valores y tendrá plena autonomía.

Para comprender mejor esta noción nietzscheana del superhombre, imaginemos a un niño de corta edad que juega, absorto, con diferentes muñecos. Como no tiene más cortapisa que su imaginación, dictaminará las acciones y pensamientos de esos muñecos, creará a su antojo situaciones, decidirá sobre el juicio moral que merezcan sus comportamientos.

Este niño, mientras juega, es el superhombre, pues, en definitiva, él mismo es la medida de todo lo que acontece en su juego. Si trasladamos el ejemplo a nuestra existencia, este sería el ideal de hombre propugnado por Nietzsche.

Por otra parte, dicho superhombre deberá asumir, para serlo, que la realidad de la existencia puede explicarse por sí misma. No debemos esperar finalidades en ella, pues el único sentido de esta será que ha de ser vivida con lo bueno y con todo lo malo que pueda depararnos.

Sigmund Freud

El ser humano, para Freud, sería sublimación. Esta consistiría en transformar lo instintivo para adaptarlo a las convenciones sociales, morales y culturales imperantes en la sociedad. Por ello, el hombre se presentaría como el resultado un ahogamiento progresivo provocado por esa sublimación constante. Según él, este proceso, en algunos casos, producirá patologías mentales. Freud denominará «ello» a nuestra parte psíquica más instintiva y pulsión al conjunto de instintos primarios que nos configuran como seres humanos. Esta última estaría regida, en su funcionamiento, por el «principio de placer», es decir, evitar el displacer y procurar el placer.

 El ser humano y el sentido de la existencia

El resultado de la sublimación de ese principio de placer constituiría el «yo», que, a su vez, nacería de la racionalización que la vida en sociedad nos obliga a realizar sobre lo instintivo. El principio que regirá al yo sería el «principio de realidad», mediante el cual nos adaptaríamos a los diversos convencionalismos que imperan en nuestra vida en sociedad. Aparecerán, así, los «mecanismos de defensa», que, de forma inconsciente, el yo elaborará para sublimar las pulsiones.

Se originará, de este modo, lo que Freud designará como «superyó», es decir, el resultado final de todo el proceso de sublimación. El superyó sería entonces la apropiación inconsciente de todas esas normas sociales y morales que configuran nuestra existencia en una sociedad que, en definitiva, está regulada por estos mismos parámetros.

Actividad 6. Responde en tu cuaderno

¿Puede justificarse la pregunta por el sentido de la existencia en el pensamiento de Karl Marx? ¿Es posible hacerse esta pregunta si vivimos por y para sobrevivir?

Ud. 4. Motivación, emociones y sentimientos

Recursos didácticos

Presentación de la UD