En el Documento final del Capítulo general se nos proponen cinco invitaciones que constituyen un itinerario para todos nosotros: una invitación a la gratitud, una invitación a renovar nuestra visión, una invitación a la conversión y a la penitencia, una invitación a la misión y a la evangelización y una invitación a abrazar nuestro futuro. Para nosotros “Hermanos Menores” tales invitaciones no son facultativas, al contrario, se presentan como criterios necesarios para perseverar en un camino de fidelidad junto a las cinco prioridades de la Orden, conocidas por todos. Releyendo estas cinco invitaciones, como un itinerario, nos percatamos que estamos llamados, partiendo de la gratitud por los bienes recibidos, a generar una constante acción de gracias, y a restituir continuamente a Dios todos los bienes. Entre estos bienes reconocemos el crecimiento de la Orden en algunos continentes como África y Asia y, por todas partes, el sincero testimonio de tantos hermanos al lado de los necesitados. Esta gratitud viene a partir del don del Espíritu que renueva nuestra manera de ver el mundo y su historia, reconociendo los signos de los tiempos y la presencia de Dios. Sin embargo, para que sea verdadera, esta visión renovada debe abrirnos los ojos a la necesidad de conversión y penitencia, para que verdaderamente podamos renovar muchas de nuestras actitudes que necesitan ser purificadas. Los ámbitos que necesitan renovación y conversión son los de nuestra vida fraterna y minoridad, ya que, como dice el Documento final del Capítulo, fraternitas y minoritas son los dos pulmones de nuestra identidad. La fraternidad y la minoridad deben ser vividas, ciertamente, entre nosotros, en nuestras comunidades, y sobre todo deben caracterizarse por nuestra cercanía a las personas que encontramos, para ser hermanos y menores de todos. Los pobres y los que sufren y los que viven en la necesidad son los destinatarios privilegiados de nuestro deseo de ser hermanos y menores, reconociéndolos como nuestros maestros (cf. CCGG 93§1). Como nos lo ha dicho el Papa en su mensaje al Capítulo: “Una mirada renovada, capaz de abrirnos al futuro de Dios, la recibimos de nuestra cercanía a los pobres, a las víctimas de la esclavitud moderna, a los refugiados y a los excluidos de este mundo. Son vuestros maestros. ¡Abrazadlos como lo hizo San Francisco!” Desde la mirada de los pobres y de los vencidos Los hermanos capitulares nos invitan, dentro contexto de la pandemia que vivimos como humanidad, a hacer un esfuerzo para leer la realidad, la historia, la cultura, la economía y la Iglesia desde el lugar en donde viven los pobres, los que no valen nada, los marginados. Así, con una nueva mirada profunda, creyente, encarnada y teológica, podemos abrazar y dejarnos abrazar por los pobres y los desfavorecidos. Por eso necesitamos purificar y transformar nuestra visión, al modo de Jesús, del Poverello de Asís y de los miles de Hermanos y Hermanas que en estos 800 años han sabido situarse en el reverso de la historia, con una verdadera actitud franciscana. Al igual que a San Francisco, esto nos abre el camino a la itinerancia, para vivir como “peregrinos y extranjeros en este mundo” (Rb 6,2), libres para la misión y la evangelización, como fraternidad contemplativa en misión, con la mirada puesta en el futuro, dirigiendo nuestros pasos hacia la otra orilla, tal cual como Jesús invitó a sus discípulos. No debemos tener miedo de emprender nuevos caminos, respondiendo a las exigencias de un mundo en constante cambio. No podemos contentarnos en repetir lo que siempre se ha hecho, con todo respeto a una historia que ha sido grande precisamente porque ha sabido renovarse constantemente a través de ocho siglos.