A partir de este día, ¿Dónde quedó el "arriba", dónde quedó el "abajo"? Indíquenme, se los pido, dónde está el cielo y dónde la tierra, a dónde lo encuentro a Dios y a dónde lo encuentro al hombre...
Todo quedó habitado por Dios y su oculta y lúcida presencia... ¿No era más cómodo para nosotros encontrarlo a Dios sólo en el Templo, adorarlo y "contentarlo" con algunas devociones, dichas de prisa (y como sacándonoslas de encima), para luego volver a "nuestro" mundo sin-Dios, donde pudiéramos vivir a nuestro antojo, sin su "invasiva" presencia?
Pero después de la Navidad todo quedó trastocado, patas para arriba...
Un Dios para siempre entreverado con el hombre y un hombre para siempre entreverado con Dios. Todo quedó habitado por esta Palabra eterna del Padre, todo quedó divinizado y atravesado por su profundo amor hecho carne...
Cada Navidad es un paso hacia esa unidad y comunión original tan ansiada y anhelada, hacia ese hacernos UNO en el AMOR...
Cada Navidad es un paso en la comprensión del corazón, en el caer en la cuenta, en una mayor conciencia del alcance infinito que tiene el misterio de la Encarnación: "El Verbo eterno de los cielos con nuestra débil carne se desposa"...
Y este desposorio es para siempre "así los dos serán ya una sola carne, que el hombre no separe lo que Dios ha unido"...
Comulgar con tu presencia encarnada, descubrirla, nombrarla, cantarla, señalarla, celebrarla y gritarla. Como hicieron los pastores en la Nochebuena, todo Dios contenido en la fragilidad de un niño...
Todo Dios escondido y contenido en todo lo que nos rodea...