1. Texto introductorio
2. Denotación y connotación
3. Expresión de la objetividad y la subjetividad en el texto
4. Cambios de significación
5. Las relaciones semánticas como procedimientos de cohesión
6. El lenguaje políticamente correcto
7. Actividades de regalo
8. Actividades voluntarias
1. Texto introductorio
Resulta difícil imaginar un artefacto más ingenioso, útil, divertido y loco que un diccionario. Toda la realidad está contenida en él porque toda la realidad está hecha de palabras. Nosotros también estamos hechos de palabras. Si formamos parte de una red familiar o social es porque existen palabras como hermano, padre, madre, hijo, abuelo, amigo, compañero, empleado, profesor, alumno, policía, alcalde, barrendero…
Escuchamos las primeras palabras de nuestra vida antes incluso de recibir el primer alimento, pues son tan necesarias para nuestro desarrollo como la leche materna. Por eso sabemos que hay palabras imposibles de tragar, como un jarabe amargo, y palabras que se saborean como un dulce. Sabemos que hay palabras pájaro y palabras rata; palabras gusano y palabras mariposa; palabras crudas y palabras cocidas; palabras rojas o negras y palabras amarillas o cárdenas. Hay palabras que duermen y palabras que provocan insomnio; palabras que tranquilizan y palabras que dan miedo.
Hay palabras que matan. Las palabras están hechas para significar, lo mismo que el destornillador está hecho para desatornillar, pero lo cierto es que a veces utilizamos el destornillador para lo que no es: para hurgar en un agujero, por ejemplo, o para destapar un bote, o para herir a alguien. Las palabras nombran, desde luego, aunque hieren también y hurgan y destapan. Las palabras nos hacen, pero también nos deshacen.
La palabra es en cierto modo un órgano de la visión. Cuando vamos al campo, si somos muy ignorantes en asuntos de la naturaleza, sólo vemos árboles. Pero cuando nos acompaña un entendido, vemos, además de árboles, sauces, pinos, enebros, olmos, chopos, abedules, nogales, castaños, etcétera. Un mundo sin palabras no nos volvería mudos, sino ciegos; sería un mundo opaco, turbio, oscuro, un mundo gris, sombrío, envuelto en una niebla permanente. Cada vez que desaparece una palabra, como cada vez que desaparece una especie animal, la realidad se empobrece, se encoge, se arruga, se avejenta. Por el contrario, cada vez que conquistamos una nueva palabra, la realidad se estira, el horizonte se amplía, nuestra capacidad intelectual se multiplica.
Pese a la modestia del primer diccionario que tuve entre mis manos (uno muy básico, de carácter escolar), recuerdo perfectamente la emoción con la que lo abrí y me adentré en aquella especie de parque zoológico de las palabras. Las primeras que busqué fueron, lógicamente, las prohibidas, para ver qué aspecto o qué costumbres tenían, como el niño que en el zoológico busca las jaulas de los animales más raros o exóticos o quizá más crueles. Una vez saciada esa curiosidad, caí rendido ante el misterio de las palabras de cada día. Me fascinaba aquella vocación por decir algo, por significar. A menudo, yo mismo ensayaba definiciones que luego comparaba con las del diccionario, asombrándome ante la precisión de bisturí de aquellas entradas. No se podía decir más ni mejor en menos espacio. Me maravillaba también la invención del orden alfabético, sin duda el más arbitrario de los imaginados por el ser humano y sin embargo el más universalmente aceptado. Al contrario del resto de los órdenes, no se sabe de nadie que haya intentado cambiarlo o subvertirlo.
En el diccionario están todas las palabras de nuestra vida y de la vida de los otros. Abrir un diccionario es en cierto modo como abrir un espejo. Toda la realidad conocida (y por conocer para el lector) está reflejada en él. Al abrirlo vemos cada una de nuestras partes, incluso aquellas de las que no teníamos conciencia. El diccionario nos ayuda a usarlas como el espejo nos ayuda a asearnos, a conocernos. Pero las palabras tienen, hasta que las leemos, una característica: la de carecer de alma. Somos nosotros, sus lectores, los hablantes, quienes les insuflamos el espíritu. De la palabra escalera, por ejemplo, se puede decir que nombra una serie de peldaños ideada para salvar un desnivel. Pero esa definición no expresa el miedo que nos producen las escaleras que van al sótano o la alegría que nos proporcionan las que conducen a la azotea; el miedo o la alegría (el alma) la ponemos nosotros. De la palabra oscuridad se puede predicar que alude a una falta de luz. Pero eso nada dice del temblor que nos producía la oscuridad en la infancia (el temblor, de nuevo, lo ponemos nosotros).
Las palabras tienen un significado oficial (el que da el diccionario) y otro personal (el nuestro). La suma de ambos hace que un término, además de cuerpo, tenga alma. Por eso se habla del espíritu o de la letra de las leyes. Cada vez que abrimos un diccionario y leemos una de sus entradas estamos insuflando vida a una palabra, es decir, nos estamos explicando el mundo.
Resulta difícil imaginar un tesoro más grande que el compuesto por el María Moliner, el Coromines o el Larousse, además del Oxford y el de sinónimos y antónimos. No es que ese conjunto fuera perfecto para llevárselo a una isla. Es que él es en sí mismo una isla. Una isla de significado, es decir, una isla de sentido.
Juan José Millás: Conferencia en la Biblioteca Nacional, 2009
Extrae oralmente del texto algunos conceptos lingüísticos como denotación, connotación y campo semántico.
2. Denotación y connotación
Las palabras no tienen solo el significado que aparece en el diccionario, sino que a lo largo del tiempo se han ido cargando de nuevos significados subjetivos que dependen de los hablantes y de sus circunstancias.
Llamamos denotación al significado objetivo de una palabra. Es el significado que encontramos cuando consultamos un diccionario. Por ejemplo, el término sábado significa ‘día de la semana que va después del viernes y antes del domingo’.
La connotación, sin embargo, hace referencia a los significados añadidos que las palabras adquieren en su uso lingüístico. Este tipo de significado no aparece nunca en el diccionario. Así, el término sábado puede además «significar», para distintos hablantes, ‘diversión’, ‘no hay clase’, ‘botellona’ (opción poco aconsejada), ‘trabajo hasta el amanecer sirviendo copas’, ‘pasamos la aspiradora’, etc.
La connotación está muy presente en algunos contextos lingüísticos:
· Lenguaje literario: las palabras que aparecen en los textos literarios suelen cargarse de un significado connotativo al relacionarse con las otras para aumentar su capacidad de sugerencia.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
F. García Lorca: Antología poética del 27, Edelvives
En el poema de García Lorca, los adjetivos negra y roja que significan simplemente unos colores concretos, se han cargado de connotaciones negativas y dramáticas que aluden a la muerte.
· Lenguaje político: en el lenguaje de la política numerosas palabras adquieren significados connotativos. Por ejemplo, palabras como derecha, rojo o progresismo tienen para los distintos hablantes un valor positivo o negativo.
· Lenguaje coloquial: por el alto grado de expresividad que encierra el uso coloquial de la lengua, muchos de los términos que usa tienen un valor connotativo. En el comentario Mi hermano las ha sacado todas con sobresaliente: es un monstruo, el término «monstruo», que tiene un significado negativo en el diccionario (‘aplicado a las personas: muy fea o muy cruel y perversa’), se carga aquí de connotaciones positivas (‘destacado, digno de admiración”, etc.)
· Lenguaje publicitario: la publicidad juega con los significados connotativos para influir sobre el comprador. Así, un eslogan del tipo La estilográfica Riqui marca la diferencia, connota valores de distinción, de prestigio social, de poder económico...
3. Expresión de la objetividad y la subjetividad en el texto
La modalización discursiva es la forma que adopta el enunciado en relación a la manifestación de objetividad o subjetividad de quien lo emite, es decir, si se muestra o no una particular actitud del emisor ante el texto o el receptor. Hay dos tipos principales de modalización discursiva: la objetividad y la subjetividad.
La objetividad se relaciona con el significado denotativo y es propio de la función referencial de la lengua. Por ello, es un rasgo de los textos expositivos. La subjetividad, por el contrario, se relaciona con el significado connotativo y es propio de las funciones expresiva y poética del lenguaje. Por ello, es un rasgo de los textos literarios y argumentativos.
I. Elementos lingüísticos para expresar objetividad.
a. Modalidades oracionales.
- Oraciones enunciativas.
b. Clases de oraciones.
- Oraciones que evitan la concreción del agente de la acción: impersonales, pasivas propias sin complemento agente y pasivas reflejas.
- Proposiciones subordinadas con verbos en forma no personal.
- Oraciones compuestas que aportan mayor información.
c. Morfemas verbales.
- Modo indicativo (modo de la objetividad) y el presente atemporal.
- Predominio de la 3ª persona del singular para evitar referencias al emisor.
d. Léxico y otros rasgos.
- Vocabulario denotativo.
- Tecnicismos y fraseología de la disciplina (formular una hipótesis, analizar un sintagma…).
- Adjetivos especificativos (descriptivos, de relación o pertenencia).
- Abundancia de complementos en los distintos sintagmas y de proposiciones subordinadas adjetivas.
- Uso abundante de aposiciones.
- Nominalizaciones de acciones y cualidades.
II. Elementos lingüísticos para expresar la subjetividad.
a. Modalidades oracionales.
- Oraciones exclamativas (el emisor manifiesta sus sentimientos y los hace explícitos para el receptor), dubitativas (el emisor presenta el enunciado como posible, de manera que es el receptor quien debe darle validez mediante la reflexión), desiderativas (el emisor expresa el contenido como un deseo alcanzable, de forma que involucra en el mismo sentimiento al receptor) y exhortativas o imperativas (el emisor influye en el receptor mediante el imperativo, el subjuntivo, el presente y el futuro de mandato).
- Oraciones interrogativas retóricas (aquellas cuya respuesta ya conoce el emisor pero que sirven para hacernos reflexionar o preguntarnos por alguna cuestión) o que involucren directamente al receptor.
b. La deixis.
Es el señalamiento del emisor o su ubicación en el tiempo y en el espacio. El eje de coordenadas del que se parte es: yo – aquí – ahora. La deixis puede ser:
– Personal. El emisor se incluye en su texto con presencia explícita a través de determinantes, pronombres y verbos en primera persona del singular.
– Espacial. Los demostrativos y adverbios de lugar muestran la coordenada espacial en que se encuentra el emisor en relación con los objetos. También se puede indicar a través de referencias concretas (sintagmas preposicionales en función de CCL).
– Temporal. El emisor muestra su ubicación en la línea temporal mediante adverbios temporales y expresiones que indiquen tiempo (sintagmas preposicionales en función de CCT).
c. Verbos.
- Perífrasis modales (obligación, posibilidad…).
- Modo subjuntivo, imperativo y condicional.
- Uso de la 1ª persona del plural, que engloba al receptor.
- Uso de la 2ª persona para dirigirse directamente al receptor.
d. Elementos léxico-semánticos.
- Uso de un vocabulario valorativo que señala la presencia del emisor: adjetivos (con uso de los morfemas de grado y enumeraciones), verbos (de pensamiento, dicción y sentimiento: pensar, creer, decir, amar…), adverbios y locuciones adverbiales (para expresar certeza, duda, posibilidad…), operadores discursivos (a mi modo de ver, en mi opinión, tal y como decía).
- Vocablos de carácter afectivo o moral y significado connotativo. Uso de sustantivos con morfemas derivativos y distribuidos en enumeraciones.
- Afirmaciones o negaciones de carácter categórico.
- Interjecciones, expresiones malsonantes, insultos.
e. Otros rasgos.
- Signos de puntuación: puntos suspensivos (expresan duda, vacilación o suspense; insinúan, evitando su reproducción, expresiones malsonantes o inconvenientes, presentan intención enfática o expresiva), paréntesis (para insertar en un enunciado una información complementaria o aclaratoria, normalmente para incluir una nota subjetiva), comillas (para remarcar algún término que interesa resaltar al autor).
- El cambio de registro (inclusión de expresiones coloquiales en un texto de registro formal), que evidencia la opinión del emisor respecto al tema tratado.
- Recursos literarios.
En un mismo texto podremos encontrar elementos lingüísticos que expresen tanto subjetividad como objetividad; pero según la modalidad textual o la tipología abundarán unos u otros.
4. Cambios de significación
La lengua es un instrumento vivo que evoluciona constantemente. En este proceso diacrónico las palabras son susceptibles de ser modificadas, eliminadas o sustituidas por otras. De la misma manera que las palabras han evolucionado en su forma desde el latín al castellano (cambios léxicos), también muchas han ido cambiando de significación (cambios semánticos). Así, laborare significaba "trabajar" y ha dado "labrar", modificando tanto su forma como su significado. Llamamos, pues, cambio semántico a las alteraciones que sufren algunas palabras en la relación entre significante y significado. Para que cambie el significado de una palabra ha de producirse, primero, una innovación, que puede proceder de una necesidad comunicativa de carácter general o de la aportación de un grupo social. Si esto sucede y se extiende entre los hablantes de una lengua, se convierte en vocablo de uso común.
El cambio semántico puede producir en una palabra dos procesos diferentes:
Las causas que pueden producir cambios semánticos son variadas:
La lengua posee ciertos mecanismos que posibilitan estos cambios semánticos:
5. Las relaciones semánticas como procedimientos de cohesión
La coherencia y la cohesión son, junto a la adecuación, las propiedades del texto. La coherencia hace que un texto pueda ser entendido como una unidad de sentido en la que los distintos enunciados mantienen una relación: el texto posee una estructura semántica, un significado unitario donde los enunciados están conectados; el significado de cada uno depende de la interpretación de los que lo anteceden y lo siguen en el acto comunicativo y del ajuste a las circunstancias.
Las relaciones semánticas de identidad, de oposición y de jerarquización contribuyen a lograr la cohesión de un texto. Entre los procedimientos léxico-semánticos que establecen las relaciones entre las distintas partes de un texto se encuentran la sustitución metafórica o metonímica; las proformas léxicas; y la recurrencia (repetición de términos relacionados por su significado), que se expresa a través de la sinonimia, la antonimia, la hiponimia y la hiperonimia, los campos semánticos o las asociaciones más libres como los campos asociativos, que incluyen relaciones subjetivas.
Un ejemplo
Tras las cortinas se adivinaba ya la luz aún manchada de sombras, pero serían —pensó— las ocho, la hora de levantarse, como todos los días de su vida. ¿Por qué? Se removió en la cama y sintió el cuerpo magullado por la batalla de cada noche, la colcha caída, sábanas arrugadas, las cenizas de tanta gente soñada y muerta doliéndole en la almohada endurecida, pero las siete de la mañana le habían parecido siempre temprano, y las nueve demasiado tarde. Sólo por eso. No había otra razón. ¿Qué prisa tienes? No abras los ojos, no hay prisa. ¿Quién le hablaba? ¿Oía otra voz o se hablaba a sí mismo? Sigue ahí, descansa. No abras los ojos. La noche ha sido terrible y te ha vencido. Sigue durmiendo, abre los ojos hacia ti mismo, mira dentro de ti, donde aún te late el corazón, donde están las cenizas de los que habitan tus sueños en las sombras. Pero eran ya las ocho, ¡las ocho! Y abrió los párpados, y no halló cosa en que poner los ojos, que no fuera recuerdo del olvido.
Medardo Fraile: Antes del futuro imperfecto, Páginas de Espuma
Las relaciones semánticas que se establecen entre las palabras del texto constituyen uno de los mecanismos de cohesión textual mediante procedimientos de sustitución y recurrencia. De este modo, las palabras clave se repiten mediante repetición léxica: abras, ojos, prisa, sigue, ocho, ti, donde, sombras.
Hay igualmente recurrencia semántica con el empleo de sinónimos (abrió los ojos, abrió los párpados; descansa, durmiendo; mira, poner los ojos) y sinónimos referenciales (las ocho, la hora de levantarse). El empleo de antónimos graduales (mañana/noche, temprano/tarde) y complementarios (luz/sombras, recuerdo/olvido) establece relaciones de oposición entre los términos y sirve para destacarlos en contraste. Por otro lado, los campos semánticos de cama (colcha, sábanas, almohada), sentimientos (recuerdo, olvido) y derrota (magullado, vencido) refuerzan las relaciones semánticas de los conceptos clave del texto.
Todos estos mecanismos dan cuenta de los campos asociativos dominantes: el del sueño (levantarse, soñada, no abras los ojos, descansa, sueño, abrió los párpados, cama, colcha, sábanas, almohada) y el de los sentimientos sombríos (magullado, batalla, cenizas, muerta, doliendo, terrible, vencido, sombras, recuerdo, olvido).
6. El lenguaje políticamente correcto
Es normal en la evolución de la lengua el cambio de significado de las palabras por causas sociales: se destierran usos sociales (palabras tabú) y aparecen en su lugar los eufemismos. Sin embargo, el llamado lenguaje políticamente correcto tiene unas connotaciones diferentes al mero cambio semántico o evolución del tabú al eufemismo. Lee el siguiente texto al respecto:
A Cristo no lo mataron los judíos, el infierno no es el reino de la oscuridad, sería mejor que Blancanieves se llamara algo oscuro y los siete enanitos "personas que no han alcanzado la talla de gigantes": son expresiones del espíritu políticamente correcto. Un movimiento que nació en la izquierda universitaria estadounidense y que poco a poco se va infiltrando en otros países del mundo occidental. Su pretensión era desterrar de las manifestaciones culturales todo reflejo de dominación de una cultura sobre las demás y combatir la discriminación de las minorías. ¿Es político? ¿Es correcto? ¿Es simplemente una ridiculez o es muestra del auge de una actitud hipócrita que cercena la libertad de expresión?
Lo "políticamente correcto" fue la mayor impertinencia en la política intelectual que vivió Estados Unidos después de la insubordinación contracultural de los sesenta. Ser políticamente correcto es hacer y decir las cosas al estilo de como dios manda. No cualquier dios, sino aquel que reivindican para sí ciertos grupos liberales atentos a comportarse al menos formalmente bien con todas las minorías en la época posmodema.
El término politically correct, que ha terminado convertido en las siglas PC, apareció en tomo a 1990 y fue ganando publicidad con una serie de primeros artículos en las revistas New York, Newsweek, Time y Atlantic Monthly. No fue inventado originalmente por estas publicaciones, pero los media lo adoptaron hasta la saciedad y contribuyeron a su popularidad y su éxito. Dentro de las redacciones, las minorías negras, asiáticas e hispanas, más las mujeres, lograron incorporarlo a muchos libros de estilo. Aunque no a todos. Todavía en julio de 1994 se celebró un congreso de más de 6.000 periodistas pertenecientes a cuatro minorías (hispanos, asiáticos, indios y negros) en Atlanta para protestar por una información de formas y contenidos tendenciosos. La cuestión PC apareció originalmente en los coleges universitarios en 1989 entre gentes de aire izquierdista y militantes del ultrafeminismo. Ellas fueron, por ejemplo, las propulsoras del célebre código de conductas en el Antioch College. En ese centro se consideraba comportamiento sexual políticamente incorrecto aquel que impulsaba a besar, acariciar o piropear a un chica (o a un chico) sin antes preguntarle si le parecía bien que se le (o la) fuera a besar, rozar o halagar. No recibiendo permiso previo en cada uno de los pasos de la relación física, la actuación se consideraba abuso sexual y merecía castigo. Con estas meticulosidades de Antioch y otras de diferente signo se conformó también un lenguaje atento a todas las sensibilidades o patologías de la sensibilidad. La pretensión última era suprimir de las manifestaciones culturales-lingüísticas, pero también pictóricas, cinematográficas, etcétera, todos los elementos que reflejaran la dominación de la cultura occidental sobre otros grupos. Dando por sabido que la cultura occidental es aquella que se caracteriza por el predominio del varón blanco y explotador de otras razas, el medio ambiente, los disminuidos mentales o físico y los animales.
A partir del lenguaje políticamente correcto era inadecuado pronunciar, por ejemplo, la palabra zoo, es timada opresiva, y en su lugar habría de decirse "parques para la conservación de la vida salvaje". De la misma manera, por iniciativa feminista, debería abolirse la palabra woman (mujer) por incluir la sílaba man (hombre); o la voz history, que, aun sin querer, comprende el posesivo masculino his y no her, que merecería igual derecho. De hecho, las mujeres han conseguido que se reescriba la historia en los libros de texto y otro tanto han alcanzado las minorías negras.
A estas alturas, casi todo el mundo conoce numerosos ejemplos del habla PC, incluido el texto de la Biblia revisada a la luz de esta conciencia de falso papel de fumar. Por su parte, el Smith College de Massachusetts y la Escuela de Periodismo de la Universidad de Misuri son las dos instituciones que han editado los diccionarios más conocidos y reeditados. Con ellos a mano, un autor americano reescribió hace dos años una colección de cuentos infantiles, desde Blancanieves a Caperucita Roja, bajo el título de Politically correct bedtime stories, que el afán traductor nacional acaba de lanzar hace pocas semanas al mercado español. Efectivamente, según la edición americana, es tendencioso llamar a la protagonista "Blancanieves" y no algo de color oscuro, como no parecía justo calificar de enanitos a unos seres a los que, según el espíritu PC, debería conocerse como individuos que no han alcanzado la talla de gigantes. Hay mucho de ridículo en todo esto, pero el movimiento dista de haber sido tomado a broma. Todo lo contrario: no hay diario, revista o alocución pública de Estados Unidos que repita la palabra "negros" y sí en cambio la PC de "afroamericanos". Muchos negros, como han vuelto a expresar en la multitudinaria manifestación en Washington, prefieren llamarse blacks. No les avergüenza a ellos ser negros y más bien son otros quienes se lo avergüenzan. Niger es un insulto de evocación esclavista que marca como racista a quien lo usa, pero black es una denominación que los negros han subrayado para marcar su poder con la expresión black power.
Contra el lenguaje pollitically correct y sus normas de comportamiento reaccionaron los sectores conservadores temiendo una nueva embestida del izquierdismo intelectual, pero al cabo puede haberles servido de baza para dejar las cosas invariadas bajo una superficie de etiqueta moral. Efectivamente, lo políticamente correcto es políticamente americano. Ha nacido en un territorio sin cristalizar, con las aristas abiertas y los rencores punzando. Puede parecer en sus intenciones democratizador, respetuoso, cargado de intenciones igualitarias, pero su articulación revela su categoría encubridora de una realidad en conflicto irresuelto. El lenguaje reformador sustituye a las reformas, su buena voluntad a la voluntad dirigida a mantener el mismo sistema.
En Estados Unidos los pobres son miserablemente pobres, los indios viven confinados en reservas indias y los negros tienden a vivir una vida muy negra. Pocas disposiciones, escasas medidas sociales, tienden a salvarlos de la postergación. Más bien se va abriendo paso la idea de que el desamparado es un desamparado porque es tonto o vago según las enseñanzas del libro de Murray The bell curve. Llamar al pobre "económicamente explotado", al indio "americano nativo" y al negro "afroamericano" sólo puede conformar a quienes han ideado esta forma indolora de revolución, especie de simulacro de la extinguida revuelta de 25 años antes que, en una parte, no tenía el propósito de dar la vuelta a nada, sino el ánimo de darse una vuelta. Con todo esta fórmula del PC es la única revuelta en la que se mezclaron algunos de los pocos intelectuales que quedaban en Estados Unidos por ese tiempo y que van disminuyendo día tras día. El mismo Woody Allen abjuró públicamente de su condición de intelectual este lunes. No se diga ya de las apostasías en cuanto intelectual comprometido. El compromiso llega hasta donde alcanza esta revolución del PC, versión posmodema del PC que fue el Partido Comunista. Lo que antes eran profesiones de fe hoy son lecciones de eufemismo. La burocracia ya había ensayado con estas jugarretas lingüísticas diciendo "reversión" cuando se trata de referirse a despidos masivos, hablando de "embargo" cuando se trata de un bloqueo o llamando "periodo de ajuste" cuando se produce una recesión. La política norteamericana es el grado cero de la política (todo es economía), así como las ideas intelectuales de los intelectuales norteamericanos son el grado cero de la intelectualidad (todo es pragmatismo).
Esforzar la cabeza en Europa tratando de entender la legitimidad del PC exigiría un cambio de cabeza. Pero ya llegará al paso marcial de la americanización creciente. Según dice el diccionario políticamente correcto de Beard y Carf -dedicado a Ellen Coopperman, que logró en los tribunales neoyorquinos cambiar el nombre por Ellen Cooperperson-, no hay normales o menos normales, sólo individuos de distinto desarrollo mental. Y el desarrollo, por definición, por antonomasia, según el vigente pensamiento único, es genuinamente americano.
Vicente Verdú: "La etiqueta genuinamente americana", El País, 19 de octubre de 1995
7. Actividades de regalo
1. Estudia en el capítulo "Andrés Hurtado y su familia" (tercero de la primera parte de El árbol de la ciencia) las siguientes relaciones semánticas: polisemia, homonimia, sinonimia, oposición, campo semántico, frase hecha y familia léxica.
2. Reconoce en los fragmentos los elementos de subjetividad.
A)
¿De dónde sacar tiempo para leer? «Desde el momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas», nos dice Pennac, quizá con excesiva contundencia. E insiste: «Nadie tiene jamás tiempo para leer, la vida es un obstáculo permanente para la lectura. El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo para vivir. ¿Quién tiene tiempo de estar enamorado? La lectura es como el amor, una manera de ser. El problema es si me regalo o no la dicha de ser lector». A esa tarea querríamos colaborar, querido padre, querida madre, a que usted se regale, para su próximo cumpleaños, o por navidades, o para el solsticio de verano, o para abril, aguas mil y día del libro, o pida a alguien que le regale en lugar de una corbata, en lugar de un perfume, el placer de leer, ese que, seguro, un día lejano usted experimentó. Si quiere conseguir que su hijo lea, lo primero que tiene que hacer es leer usted.
José Antonio MARINA y María de VÁLGOMA: La magia de leer, Debolsillo
B) [PAU 2009]
El que sabe no habla; el que habla no sabe, dice uno de los más conocidos apotegmas del Tao. Una perla de sabiduría ancestral según la cual todos los articulistas somos unos imbéciles, porque nos pasamos la vida hablando y opinando sobre las cosas más dispares. Ésta es una reflexión propia de final de año, que es cuando todos nos ponemos meditabundos e introspectivos. ¿Cuántas tonterías habré dicho en 2008? Aún más, ¿en algún momento habré expresado ideas que hoy ya no comparta?
No sé bien si he mudado de criterio sobre algo en los 12 últimos meses, pero desde luego sí lo he hecho numerosas veces en los 30 años que llevo escribiendo artículos. Siempre me ha pasmado que no cambiar jamás de opinión se considere un rasgo admirable. «Fiel a sus ideas, Fulanito de Tal sigue siendo el mismo que hace 40 años», se dice, por ejemplo, con rendida reverencia, de alguien que, en efecto, ha conseguido llegar a septuagenario con las mismas opiniones que tenía cuando hizo la mili. La verdad, yo a eso no le veo la gracia ni el sentido.
La vida siempre es crítica y mudable, la vida es un aprendizaje obligatorio. El genial y malicioso Josep Pla dice en El cuaderno gris: «Tenían un espíritu limitado pero absolutamente acabado. Eran hombres de carácter». No se puede definir mejor a esas personas que, a una edad temprana (son individuos urgentemente necesitados de certezas), adquieren una colección completa de pensamientos como quien amuebla una casa hasta el menor detalle, y que, a partir de ahí, se sientan sobre sus ideas y dejan que la vida pase sin tocarlos, berroqueños, imbuidos del carácter –de la firmeza– de sus creencias, pero limitados y sin duda acabados. No creo que los años nuevos puedan ser verdaderamente nuevos para ellos. No creo que haya vida sin dudas y sin cambios.
Rosa Montero: «Año nuevo», en El País
8. Actividades voluntarias
1. Busca en el diccionario el significado de las siguientes palabras: vacaciones, exámenes, perro, azul, leer. Comenta el significado connotativo que tiene para ti cada una de ellas.
2. ¿Qué connotaciones negativas puede haber en las palabras judas, bárbaro, buitre? ¿Cuál es su significado denotativo?
3. Elige un poema y explica los significados connotativos que hayan adquirido algunos términos.
4. Presta atención a algunas conversaciones de tu alrededor y localiza palabras con significados añadidos.
5. Busca en la prensa, la radio o la televisión eslóganes publicitarios y comenta sus connotaciones.
6. Busca entre estas palabras sinónimos de viejo: rancio, achacoso, conciso, vetusto, senil, sobrio, decrépito, pulido, premioso, veterano.
7. En los pares de vocablos siguientes hay antonimia, complementariedad o reciprocidad. Precísalo en cada caso: cruento-incruento, prestar-devolver, pobre-rico, normal-anormal, puntual-impuntual, encargar-hacerse cargo, pregunta-respuesta, simpático-antipático, gordo-flaco, limpio-sucio, apto-inepto, salado-soso, enviar-recibir, fácil-difícil.
8. Señala las palabras complementarias de verosímil, frecuente, eficaz, leal, actual.
9. Busca antónimos de pródigo, gozar, hablador, glotón, flexible, transparente.
10. Indica los términos recíprocos de pago, protector, rehusar, exculpado, atracador.
11. Explica los cambios semánticos producidos en las siguientes palabras, cuyo significado originario se indica entre paréntesis: cebo (alimento), déspota (dueño), herir (golpear), precoz (poco cocido), arpa (rastrillo), éxito (salida, resultado), pensar (sopesar).
12. Explica el origen etimológico de la palabra "izquierda". Explica el origen del término político “izquierda”. Comenta, según el juego de palabras que presentan, los siguientes versos del poeta argentino Mario Trejo extraídos de su libro Crítica de la razón poética:
“de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:
de la derecha cuando es diestra
de la izquierda cuando es siniestra.”
13. Confecciona un esquema con las relaciones semánticas que se establecen entre las palabras. Añade a cada una su definición y algún ejemplo.
14. Lee el siguiente texto y realiza las actividades:
"El inconsciente se estructura como el lenguaje", en afirmación de Lacan, que ya se ha repetido muchas veces, no sé si siempre bien entendido (llegará el día en que a propósito de un polvo de lavar, un nuevo modelo de auto o de vídeo la evoquen los inefables publicistas, esos divulgadores de conocimientos abaratados al nivel de eslóganes). Me pregunto, entonces, cuál será la estructura del inconsciente (una manera de ver el mundo, de organizarlo y de simbolizarlo, que reúne experiencias arcaicas de la especie mas fenómenos subjetivos) de muchos políticos, periodistas y todos aquellos que forman la oscura voz pública, para que nos invadan permanentemente con eufemismos. Ese pensamiento presuntamente colectivo, y por ende anónimo, que tiene el prestigio de la voz del televisor o de la letra impresa. Un pensamiento tan generalizado, en apariencia, que no necesita identificarse: es la opinión del sentido común, de los gobernantes, del poder en todas sus formas. Según el diccionario, eufemismo es el "modo de decir o sugerir con disimulo o decoro ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". ¡Maravillas de la lengua y del inconsciente! Una somera relación de la Prensa, en pocos días, me ha hecho descubrir (por un estremecimiento de incomodidad al leerlos) los siguientes eufemismos: no vidente, por ciego (¿ofende nuestra buena conciencia de videntes algo distraídos hacia el destino ajeno?); clases económicamente débiles, por pobres (Jonathan Swift proponía comérselos para evitar el feo espectáculo de verlos mendigar por las calles de Londres, que arruinaba el turismo); apreciación del dólar, por subida (¿subirá menos, si está apreciado?); afección, por enfermedad (debe ser más difícil morirse de una afección que de una maldita enfermedad) y una joya de nuestro lenguaje ... (o de nuestro inconsciente): intervención militar, por invasión. Seguramente el país que interviene militarmente atente menos contra los derechos de los nativos que un brutal país que invade.
Sin embargo, no hay eufemismo inocente, tal como revela la drástica definición del diccionario. El lenguaje, creado, en principio, para expresar la realidad, ha inventado su propia máscara: es utilizado, muchas veces, para ocultarla, respondiendo a determinados intereses. Así, los interrogatorios de rigor a los que son sometidos los prisioneros o los detenidos en muchos países disimulan la tortura en su acepción más brutal, y los reajustes de plantilla, los despidos lisos y llanos.
La pregunta ronda los ejemplos: ¿Cuándo y por qué una sociedad o algunos de sus individuos apelan al eufemismo? ¿Es posible que el lenguaje consiga, verdaderamente, ocultar la realidad? Entonces recuerdo un decreto inefable de la Junta Militar uruguaya en los años sesenta (esa década que las multinacionales del consumo quieren imponernos como los nuevos años dorados): por decreto se prohibían ocho palabras. No era posible pronunciar ni escribir las palabras tupamaro, revolucionario, célula, marxista, etcétera. De modo que cuando un comando tupamaro asaltaba un banco (porque la desaparición en el lenguaje no consiguió eliminarlos de la realidad), los ciudadanos probos y bien nacidos, respetuosos de las leyes y decretos, debían decir los sediciosos, única palabra aceptada, que pronto, gracias al ingenio popular, se transformó en los deliciosos. Eliminar una palabra (o sustituirla por un eufemismo) es una de las peores confesiones de impotencia o debilidad: en lugar de transformar los hechos, que son los que nos disgustan, operamos sobre el lenguaje, que no es más que su representación simbólica. Como si secretamente creyéramos en la identidad de la cosa y los sonidos destinados a expresarla. Pero un país que eliminara de su vocabulario la palabra frío, seguiría sintiéndolo.
Lo cierto es que los eufemismos nos quieren engañar, pretenden expresar una realidad menos conflictiva y dramática, más edulcorada, para una sociedad que no desee estremecerse y prefiere vivir en el paraíso de Disneylandia. De este modo, entre obreros y patronos no hay conflictos, sino contenciosos, los maridos que apalean a sus esposas sólo les infieren malos tratos, y cuando alguien no me paga es que carece de disponibilidad líquida. Los eufemismos van creando una suerte de suprarrealidad, un lago cristalizado donde no se reflejan los hechos, sino las imágenes que deseamos tener de ellos. Los policías son agentes del orden y los Gobiernos no suben el precio de los artículos de primera necesidad, sino que los incrementan. Así, los eufemismos instalan un espejo almibarado, una sutil red de equívocos y deformaciones destinada a no inquietarnos, a disimular las contradicciones y problemas. Suprarrealidad que no consigue, empero, engañar a las víctimas, porque aquel que sufre un proceso respiratorio tiene, irremisiblemente, una neumonía, y cualquier día podremos sufrir de una larga y penosa enfermedad, o sea, un cáncer.
Aunque los eufemismos invaden todos los territorios, su preferido, hasta ahora, es el de las relaciones públicas internacionales: las posibles víctimas de una tercera y definitiva guerra (o sea: todos) nos enteramos de la voluntad de acuerdo de las potencias o de su deseo de encontrar una solución intermedia. Visto lo cual, la situación no resulta tan negra, sino, eufemísticamente, morena.
Cristina Peri Rossi: "Los eufemismos", El País, 19 de agosto de 1983
a) ¿Estás de acuerdo con la definición de eufemismo que aparece en el texto? ¿Por qué?
b) Resume la crítica que realiza la autora sobre los eufemismos.
c) ¿Qué significan las siguientes expresiones: "el lenguaje ha inventado su propia máscara", "sociedad edulcorada", "suprarrealidad"?
d) Escribe cada uno de los eufemismos que aparecen en el texto con su correspondiente palabra tabú.
e) Explica la ironía de la última frase.