Primera ascensión histórica al Aneto

         El 20 de julio de 1842 Platón Alexandrovich de Tchihatcheff [ Платон Александрович Чихачёв], Albert de Franqueville y sus guías Pierre Sanio, Jean Argarot, Pierre Redonnet y Bernard Arrazau llegaron por primera vez en la historia a la cima del Aneto de 3.404 m de altitud, situada en el Pirineo Aragonés.

        ¿Qué trayecto hizo este grupo expedicionario procedente de Bagnères de Luchon a partir del lugar de La Renclusa, en donde hicieron noche bajo el extraplomo de sus rocas, para llegar a la cima del Aneto y volver a La Renclusa?

           En la reconstrucción del hipotético trayecto se han utilizado tres escritos históricos:

          1.      La comunicación de Platón de Tchihatcheff al presidente de la Academia Real de Ciencias de Toulouse enviada el 9 de agosto de 1842 y publicada el 28 de agosto de 1842 en el número 200 el "Journal de Toulouse, politique et littéraire".

          2.      El artículo "Ascension au Pic de Néthou" de Platón de Tchihatcheff, publicado por ”L’Institut, juornal universel des sciences et des sociétés savantes en France et à l’étranger » (nos 458 à 461, del 6,13,20 y 27 de octubre de 1842).

          3.      El artículo "Voyage à la Maladetta" de Albert de Franqueville", publicado en 1845.

         Mi conocimiento del terreno me permite elaborar un trayecto hipotético que pudieron seguir. Mi experiencia en el macizo Aneto-Maladeta es:

         Ascenso en los años 1970 , 1971 y 2007 al Aneto desde La Renclusa. 

         Ascenso  en 1972 al Aneto por Coronas actuando como guía.

         Ascenso en 1971 al pico Mir desde Benasque.

         Travesía en 1972 Benasque-Cregüeña-Collado Quillón-Cregüeña-Ibón Piedras Albas-Ibones de Coronas-Benasque.

         Travesía en 1996 Hospital de Benasque-Ibones de Alba-Brecha de Alba-Ibón de Cregüeña-Hospital de Benasque.

         Ascenso al pico Sayó desde La Renclusa.


Foto panorámica del macizo Aneto-Maladeta. La cima del Aneto emerge detrás de la Tuca de La Renclusa, la que tiene más zona umbría en la imagen.

El Aneto desde el Portillón Superior

 4 de julio de 2.007

Relato de la primera ascensión histórica al Aneto

 

Nota: los números entre paréntesis se refieren a puntos nombrados de la misma forma en los mapas del Instituto Geográfico Nacional. Se puede seguir la descripción de determinados puntos clave del trayecto con dichas etiquetas con las misa etiquetas señaladas en los mapas.

 

Se han podido localizar los collados por los que pasaron:

 

El 29 de septiembre de 1817 el naturalista germano-ruso Friedrich von Parrot ascendió hasta la cima de la Maladeta (3.308 m) guiado por el guía Pierre Barrau de Luchon. Desde finales del siglo XVIII el pico de la Maladeta era una cima inaccesible. Se intentó ascenderla en varias ocasiones. Los primeros intentos de ascenso fueron realizados por geólogos, botánicos, más tarde, aristócratas y aventureros, franceses en su mayoría.

 

En 1820 se realiza el primer intento de ascensión al Aneto por Leon Dufour, Henry Reboul y los guías de Luchon Martre y Barrau por el collado de Salenques. La serie de caos de bloques y torres graníticas en la cresta, hizo impracticable la escalada.


Pierre Barrau siguió realizando ascensiones por el macizo, hasta que en 1824, a sus 68 años, acompañando a dos estudiantes de Minas al Pico de la Maladeta. En la expedición inicial que hizo noche en la cabaña del Plan d’Estain y en la que le acompañaban sus dos hijos, se dejó la cuerda en la cabaña en un exceso de confianza. Después de atravesar el glaciar de la Maladeta fue a cruzar un puente de nieve sobre la rimaya. Tanteó con el piolet la estabilidad del paso hacia la roca sin poderse. Le pareció que el puente iba a resistir su peso, pero se hundió. Gritó” “Je suis perdu, je m’enfonce” (Estoy perdido, me hundo). Sus restos avanzaron 10 m/año, apareciendo 107 años después, en 1931.

 

La muerte del guía Barrau retrasó la conquista del Aneto. Ningún guía se atrevió a cruzar el glaciar de la Maladeta ni el del Aneto, que no había sido cruzado nunca.

 

Los glaciares pirenaicos y, en particular, los del Aneto y Maladeta, se formaron en  un periodo que abarcó desde 1.400 hasta 1.850, poniendo fin al llamado óptico climático medieval (siglos X al XIV). Hubo tres mínimos de temperatura: el primero en 1650, el segundo alrededor de 1770 y el último en 1850, pocos años después de la primera ascensión al Aneto. La NASA define Pequeña Edad de Hielo como periodo frío entre 1550 y 1850, con tres periodos fríos: 1645-1715 , Mínimo de Maunder, 1770 y 1850. Desde este último año los glaciares han ido retrocediendo poco a poco y su fusión se ha acelerado con el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera.

 

Se cree que las temperaturas en Europa Central entre los siglos IX al XIII deben haber sido entre 1º y 1,5º superiores a la temperatura actual, suficiente para fundirse los glaciares del Pirineo. Estos glaciares se formaron durante este periodo frío y se han estado fundiendo desde entonces.


Las causas de este periodo frío fueron la disminución de la actividad solar y el aumento de la actividad volcánica. El campo magnético solar hace de pantalla también en la Tierra para la incidencia de protones energéticos que vienen de fuera del sistema solar. La disminución de la actividad solar produce un descenso en la intensidad del campo magnético solar que afecta también a la Tierra, dejando mayor incidencia de protones sobre la Tierra, que impactan sobre átomos de la atmósfera y liberan neutrones energéticos que colisionan con núcleos de nitrógeno-14, produciendo núcleos de carbono-14 y protones, aumentando la concentración de carbono-14. El análisis de la distribución de carbono-14 con el tiempo en muestras de materia orgánica, permite determinar la duración del periodo frío. 

 

Por lo tanto, hacia 1842 los glaciares pirenaicos estaban en sus últimos años de crecimiento.

 

Platón de Tchihatcheff después de haber participado en la campaña militar de Jiva (Uzbekistán) de 18239-1840 y para recuperar su salud, viajó a Argelia y Europa, llegando Luz-Saint- Sauveur a principio de junio de 1842. Contrató al guía Pierre Sanio y ascendió las cimas del Monte Perdido, del Vignemale y del Midi Bigorre. No quería despedirse del Pirineo sin intentar ascender al Aneto.

  En Luchon tiene dificultades para encontrar guías conocedores de las montañas próximas al Aneto. Por fin encuentra a dos cazadores de sarrios. Casualmente se encuentra con el guía Jean Algaró, del botánico Albert de Franqueville, que estaba preparando una aproximación al Aneto, y acuerdan unirse con Platon de Tchihatcheff y sus guías de Luchon. El guía Pierre Sanio se une también a la expedición y salen de Bagnères de Luchon el 18 de julio de 1842.

  En la siguiente imagen se puede ver un esquema de los cordales del macizo Aneto-Maladeta, picos, ríos, ibones, del trayecto seguido cruzando el Portillón de Benasque al Hospital de Benasque y el lugar de La Renclusa, en punteado negro, y el trayecto de ascenso al Aneto, con la indicación de los collados que cruzaron y las cimas adjuntas a los mismos.


Pasan junto al Hospice de France y llegan sin mayores dificultades al Puerto de Benasque, desde el que observan en toda  su amplitud la vertiente norte del macizo Aneto_Maladeta. Tchihatcheff escribe que se encuentran por primera vez delante del formidable enemigo con el que iba a entablar una seria lucha.  La Maladeta se presenta más elevada e imponente , con su inmenso glaciar de más de 11.000 m de longitud, coronado por el pico Néthou, el más alto de los Pirineos.

Enseguida descienden al territorio de Aragón, en el que varios carabineros les interrogan. Los viajeros muestran su respeto a las autoridades españolas y continuan el viaje después de haber enviado de vuelta al Hospice de France los caballos para utilizarlos a la vuelta.

Franqueville describe las rocas por las que descienden al Hospital de Benasque, formadas por piedra caliza de transición con granos muy pequeños, que brillan intensamente por el reflejo del sol. El color blanco ligeramente grisáceo le dio nombre a la Peña Blanca. Su roca caliza es blanca y ligeramente grisácea, formada por capas muy finas y de extranos contornos. En la parte inferior la roca caliza se intercala con grandes depósitos de grauvaca de esquisto, rocas detríticas sedimentarias de color negro azulado con finas estratificaciones, cuyas hojas se levantan casi verticalmente en el fondo del valle.

 

Describe que no hay ningún otro edificio habitado en la parte superior del Ésera y que en invierno para entrar en el Hospital de Benasque es necesario excavar un pasillo para llegar a la puerta. Hace unos años, mientras que la persona que regentaba el hospital iba a buscar provisiones a Benasque, una terrible avalancha cayó sobre el hospital, sepultando a toda su familia, no pudiendo encontrar los restos hasta que llegó la primavera.

 

  Descansaron un tiempo en el hospital para continuar la marcha hacia el alto valle del Ésera, pasando por la cabaña del Plan d’Estain y dirigiéndose al abrigo de La Renclusa que aunque, según comenta Franqueville, está sólo a 284 m por encima de la cabaña del Plan d’Estain, les acorte una buena distancia para el trayecto del día siguiente.

 

 Tchihatcheff escribe que estaba a punto de estallar una tormenta y los guías se apresuraron para alcanzar el abrigo de la roca fuertemente inclinada de la Renclusa. Nada más llegar se desencadenó la tormenta. El termómetro marcaba 12,3ºC.         


Franqueville anota sobre el recinto de la Renclusa que les llamó la atención la pérdida del agua en una especie de caverna excavada en la roca en una sima a la que llamana de Tourmon. A cierta distancia de la sima, el torrente se ensancha, calma su impetuosidad y su profundidad disminuye, desapareciendo silenciosamente, siendo posible bajar hasta el fondo de la cueva son mojarse mucho. Reaparece después en el fondo del valle del Ésera, donde emerge en zonas pantanosas que atraviesan después de pasar por el hospital de Benasque.

 

Al anochecer vuelven al lugar que los guías habían elegido para pasar la noche y donde habían preparado un muro de piedras secas formando un recinto. En un extremo brillaba el fuego de la quema de un pino derribado por una avalancha. Una capa de frondosas ramas les sirvió de cama que siendo muy rústica no era desdeñable.

 

La tormenta que se había anunciado en la lejanía se estaba acercando. Ráfagas de viendo cálido pasaban sobre sus cabezas, producían sonido en las ramas de los pinos y formaban torbellinos de nieve sobre el glaciar. Las nubes se arrastraban por las montañas del Portillón de Benasque, agrupándose en las cimas más altas. En la antesala del estallido de la tormenta con toda su fuerza, el viento se calmó por completo, la llama de la hoguera se elevó perpendicularmente. El ruido del torrente y el crujido del glaciar eran, según decían los guías, el quejido de la montaña, los únicos sonidos que interrumpían el silencio. Tras un corto tiempo de calma una ráfaga surgió sobre la montaña, las nubes invadieron el valle cubriéndolo como un velo. Los relámpagos brillaban sin cesar en medio del caos. El trueno retumbó violentamente, resonando en las rocas de la Maladeta. Cada rayo desvanecía la oscuridad y mostraba un magnífico panorama con el brillo de los glaciares. Los torrentes parecían rodar en llamas. Los pinos, zarandeados por las ráfagas del viento, agitaban sus ramas col los líquenes colgando, pareciendo gigantes agitando sus brazos cargados de cadenas.

 

Poco a poco la calma se restableció, las estrellas volvieron a brillar y todo lo que acababa de pasar podía parecer que había sido un sueño.

Lugar de La Renclusa en el año 1900

Lugar de La Renclusa en el año 2.015

        Del pino que aparece en la primera imagen quedaba su tronco en pie 150 años después.  La construcción de la cabaña sería posterior al año 1842. 

 Tchihatcheff escribe que al amanecer los dos cazadores de sarrios estuvieron hablando durante mucho tiempo sobre la ruta a seguir para evadir el glaciar del Aneto. Iniciaron la marcha a las seis de la mañana, descendiendo penosamente hacia las laderas que dominan el Hospital de Benasque.

 

En el siguiente mapa se muestra el posible trayecto inicial desde La Renclusa (1). Subiendo por encima de la roca de La Renclusa, descendiendo quizás un centenar de metros para entrar en el Ballón de las Tres Chermanes de Paderna y entrar en La Coma de Paderna   hacia el Ballón Pleta de Paderna. . Pasarían quizás junto a un pequeño ibón o charca llamado Ibonet de Paderna, al norte del Pico de Paderna,  aunque quizás estuviese cubierto de nieve y no se apreciase  su existencia.

Parte del trayecto de ida, desde La Renclusa a la Brecha de Alba, y del trayecto de vuelta, desde el collado de Alba hasta la Renclusa. En 1842 la zona del mapa al norte de la cresta de la Maladeta, debía tener un glaciar que llegaba a las proximidades de los ibones de Paderna o de La Renclusa

Franqueville explica que rodearon la montaña hacia el oeste, atravesando en descenso un espeso matorral de rododendros, adentrándose en un bosque de pinos viejos de los que pocos continuaban en pie en zonas sometidas a aludes.

 

Cuando dejaron los últimos árboles del bosque llegaron a una zona de exiguo tascal, despareciendo toda apariencia de vegetación, girando hacia el sur en la Coma de Paderna. Durante tres horas caminaron sobre fragmentos de rocas arrastrados por avalanchas, teniendo que atravesar grandes extensiones de nieve. Cuando vieron el pico de Alba se dirigieron hacia el mismo, subiendo por un estrecho y empinado valle, alcanzando la Brecha de la Tuca de Alba (2.776 m) (4), entre esta y la cresta del pico de Alba que se dirige hacia el norte.

En la siguiente imagen se puede ver el trayecto aproximado que siguieron por la parte alta de la Coma y del Ballón de Paderna hasta alcanzar la Brecha de la Tuca de Alba.

Desde el collado ven las aguas azules del ibón de Alba, según Franqueville,  y descienden quizás hasta los 2.520 m de altitud por pedregales graníticos y neveros para contornear un cordal que desciende hacia el noroeste del pico del Alba, teniendo como fondo el ibón grande de Alba. Sin embargo en el segundo relato de Platón de Tchihatcheff “Ascensión au Pic de Néthou”, escribe que estaba completamente helado y cuyos bordes comenzaban a derretirse.

Después de contornear seguramente el cordal que descendía hacia el noroeste del pico de Alba, ascienden a la Brecha de Alba (2.656 m), tras una travesía sumamente difícil (5) según expone Tchihatcheff.

 

Descienden después por una pendiente rápida y peligrosa a las orillas del ibón de Cregüeña (6).  Cruzan el barranco de  desagüe del ibón y remontan (7) hacia el sur al estrecho collado Quillón-Cregüeña  (2.890 m), atravesándolo con un fuerte viento del sur enfilado en el collado. Franqueville  describe respecto del estrecho collado: ”Un corredor tan estrecho y tan rápido que casi podría llamarse chimenea, es el único paso por el que se puede acceder desde la cuenca del lago de Cregüeña al valle de Vallibierna. Numerosas cantos rodados aumentan aún más la dificultad que ya ofrece la inclinación de este corredor. Tuvimos que bajar uno tras otro. Cada paso provocaba la caída de una avalancha de piedras, y cualquiera que hubiera caminado hacia adelante infaliblemente habría sido golpeado y herido por uno de estos fragmentos.”

 

Inician un rápido descenso al valle de Vallibierna (8) por una ladera con fuertes pendientes cubierta de bloques erráticos e inestables, de aristas vivas, en las que el pie no tenía apoyo alguno.

Trayecto hipotético desde el Collado Quilón-Cregüeña al lugar de acampada de la segunda noche, ascenso al Aneto por el Collado de Coronas y regreso por el Collado de Cregüeña

Franqueville escribe:

 

“Salimos de la zona de nieve para adentrarnos en la zona donde la vegetación empieza a reaparecer. Subimos una loma bastante empinada cubierta por un bosque de pinos y, tras atravesar un enorme montón de bloques de granito caídos de la cima de la montaña, llegamos a una extensa pradera que forma la parte superior del valle de Vallibierna”

 

“Aún no había llegado el momento en que el ganado era conducido a estos pastos, la hierba allí era alta y espesa, especialmente en las orillas del arroyo. Cae con gran ruido desde las alturas de Maladeta, corre un rato en medio de estos prados y luego se precipita al fondo del valle en una magnífica cascada.” “El valle de Vallibierna termina en forma de circo. Es, además, una disposición que afecta a un gran número de valles del Pirineo en su nacimiento. Las montañas que forman el recinto de este circo ofrecen paredes verticales y totalmente inaccesibles en casi todas partes. Sólo en el lado noroeste, a una altura de unos ciento cincuenta metros, el terreno forma una elevación cuya parte superior está ocupada por la meseta donde nos habíamos instalado, no lejos de un bosque de magníficos pinos. Ocupaban el final del cortado que nos separaba del fondo del valle.”

 

Las indicaciones anteriores se ajustan quizás al punto indicado en el mapa de “Acampada segunda noche”.  Se supone que este lugar estaría situado no lejos del agua, por eso quizás el lugar fuera un pequeño rellano situado en la margen derecha del barranco de Coronas.

 

Los guías habían decidido el lugar donde pasar la segunda noche. El alojamiento les hizo añorar al que llamó el “Palacio de La Renclusa”. Era una choza de pastor excavada en la tierra y con una especie de techo hecho con ramas de pico cubierto de turba. Unas cuantas piedras planas forman el hogar. La entrada es tan estrecha que sólo se puede entrar arrastrándose. Por este hueco es por donde sólo puede Salir el humo acre y de fuerte olor de la madera verde y resinosa. El espacio es tan pequeño que sólo pueden sentarse y no se pueden tumbar sobre las ramas de pino. Hicieron fuego, pero el humo les asfixiaba. Tuvieron que apagarlo, sintiendo el frío glaciar de las noches de esas regiones.

 

Para completar el escenario, la estancia había servido de refugio a dos o tres cerdos semisalvajes que se presentaron varias veces en la noche para protestar con sus quejas de la ocupación. Lograron espantarlos.

 

A media noche les despertaron los gritos de uno de los guías. La turba del tejado se estaba quemando. Tuvieron que salir lo más rápido posible, arrancando los tizones ardientes, pisoteándolos y reconstruir el techo para seguir después descansando. 

 

         El día 20 de julio a las tres de la madrugada ya estaban en pie. El cielo estaba sereno y prometía ser un buen día, no fue así, escribía Platón de Tchihatcheff. Las nieblas que venían empujadas por un viento del E-NE empezaban a cubrir la erizada cresta de la Maladeta, terminándola de cubrir una gran nube. Empezaron la marcha cruzando el barranco de Coronas apoyándose en varias rocas que sobresalían del cauce (9). Llegaron a un meseta horizontal en donde había tres lagos, los ibones de Coronas, que no mostraban signos de deshielo.  Cerca del glaciar sur, al que se acercaban inmediatamente (10), había morrenas dispersas y fracturadas. Este glaciar estaba completamente cubierto de nieve y rara vez mostraba su lomo azulado, hinchado en enormes casquetes, atravesado por grandes y profundas grietas. Su superficie parecía dura, lo que les obligó a ponernos crampones. Durante una ascensión de más de dos horas, recogieron varios insectos que yacían entumecidos sobre la nieve y que sin duda el viento había transportado a este glaciar.

 

        Franqueville escribe: “La presencia de estos insectos en un lugar totalmente desprovisto de todo lo que pudiera alimentarlos no fue ciertamente un efecto de su propia voluntad. Sólo pudimos atribuirlo a la tormenta que vivimos el día de nuestra llegada. Pensábamos que el viento los había arrastrado desde los vastos pastos que cubren las montañas situadas al sur del valle de Vallibierna. Casi todos pertenecían a los géneros que habitan preferentemente en pastos frecuentados por ganado vacuno. Había muchos de estos lamelicornios y clavicornios que se deleitaban con los excrementos de las bestias cornudas. Allí también coleccioné algunos himenópteros; pero no encontré ninguno de aquellos cuya estación habitual está cerca de la línea de nieve.

Cuando llegamos aproximadamente a la mitad del glaciar, hicimos una pequeña consulta para saber hacia cuál de las dos brechas cercanas al pico debíamos dirigirnos. Las probabilidades eran aparentemente iguales en ambas cotas. No había razón alguna para que los guías se inclinaran por una u otra, ya que ambas les eran igualmente desconocidas. Sin embargo, esta especie de intuición instintiva les llevó a elegir el paso situado al norte del pico, y fue precisamente esto lo que nos llevó a la meta.

        Una vez tomada esta decisión comenzamos a subir nuevamente. Tardamos nada menos que dos horas en llegar a la cima del glaciar. En ninguna parte estuvo expuesto. Hay pocas grietas allí; sólo encontramos una que propiamente merecía este nombre. Ocupaba la cima del glaciar y se extendía precisamente delante del hueco que habíamos elegido. Lo pasamos por un puente de nieve. Esta grieta pertenecía al tipo de aquellas que Desor sugiere llamar Rimaya.

Unos minutos más tarde llegamos a una hendidura formada por un repentino descenso de la cresta de la Maladeta. Este fue el último de todos los que nos habían precedido. Esta cresta se encuentra, según el señor de Charpentier, a una altura de 3.171 metros, y según el señor Cordier, a 3.256 metros sobre el nivel del mar. Es este lugar el que, en los catálogos de alturas pirenaicas, figura bajo el nombre de cresta accesible al oeste del Pic de Aneto.

Es bastante difícil imaginar qué causa pudo haber detenido a estos audaces exploradores tan cerca de la meta que habían llegado a buscar con tanta dificultad y en medio de tanto peligro. A partir de aquí, ya no hay obstáculos graves que superar, ni peligros reales que correr, siempre que se tomen las precauciones que dicta la prudencia.

        En el momento en que nos presentamos para cruzar la brecha, de repente nos encontramos rodeados por una nube tan espesa que apenas podíamos distinguir los objetos a unos diez metros de nosotros. Acumulados en los confines del lago Coronas por el viento del sur, todos estos vapores salieron a la superficie a través de este estrecho corredor en la vertiente norte de la Maladeta. El viento sopló con fuerza terrible, trayendo consigo masas de niebla. Las ráfagas eran tan violentas que para no ser arrojados a un montón de agua al otro lado de la cresta, nos vimos obligados a agarrarnos con todas nuestras fuerzas a los bordes rugosos de la roca. Estas ráfagas de viento estaban separadas entre sí por intervalos de profunda calma. Aprovechamos esos momentos para seguir adelante, luego cuando la tormenta volvió a atacarnos, nos pegamos a la roca hasta que volvió la calma.


       Llegamos así al otro lado de la cresta y al pie de una escarpadura que no era otra cosa que la base misma del pico de Néthou. Reinaba una calma perfecta, que contrastaba vivamente con el estruendo de las ráfagas que se oían a pocos pasos de nosotros. A nuestros pies teníamos una depresión bastante grande formada en el glaciar por la acción de los vientos cálidos del sur. Estaba lleno de agua completamente líquida. Este hecho nos demostró que no se trataba de un lago, sino sólo del resultado del reciente derretimiento de la nieve que cubría el glaciar, ya que los lagos que habíamos dejado mucho más abajo todavía estaban casi completamente congelados.”

 

     Llegaron al collado de Coronas, a la cresta madre que cita Tchihatcheff, en donde un fuerte viento les empujó hacia un charco de agua del deshielo del cono final del Aneto. Se acercaron al terraplén de la base del cono del Aneto. En poco tiempo llegaron a unas estrías granuladas y sueltas de su costado, pero que se derrumbaban nada más aferrarse a ellas. Estaban envueltos un una densa niebla. Dudaron por dónde seguir. Los guías eran partidarios de entrar en el glaciar. Los cazadores sin embargo querían evitar el glaciar y ascender por la cresta rocosa. Tras una breve conversación decidieron que los guías y los cazadores intentarían escalar por las rocas y que si les resultaba imposible, se adentrarían en el glaciar del Aneto.

 

     Los guías ascendían con agilidad por las rocas, hacia la izquierda y la derecha, pero llegó un momento en que les resultó impracticable el avance y volvieron. Buscaron una ruta practicable por el glaciar y tuvieron la suerte de abrir una vía de ascenso. Se ataron con cuerdas, a unos dos metros de distancia, y se acercaron audazmente a la cima del glaciar norte. Era su única posibilidad de salvación. Durante esta exploración, uno de los guías puso sus pies en una grieta cubierta de nieve y sintió que el suelo cedía bajo sus pies. Sin las cuerdas que lo mantenían atado y sin la pronta ayuda de los demás guías, podría haber corrido la suerte del desafortunado Barrau. Allí encontraron practicable la subida, aunque muy empinada, y, sin llegar del todo hasta arriba, volvieron a avisarnos.


      Las náuseas que había tenido Tchihatcheff al cruzar la cresta casi se habían disipado; Cuando llegaron los guías, estaba listo para partir con ellos. Pronto tuvieron la suerte de encontrar, refugiada en una grieta de la roca, una bonita y pequeña flor de Silene Acaulis, cuya semilla probablemente había sido transportada a tan gran altura por un pájaro o por el viento.


     Tras una hora de caminar duramente por la nieve llegaron a un altozano donde la nieve desaparecía y en su lugar había fragmentos de roca de granito (11). Pensaban que habían llegado a la cima, pero pronto en un claro que se abrió entre la niebla vieron una aguja muy fina de unos 7 u 8 metros más alta que donde estaban. Los guías corrieron inmediatamente hacia allí y subiendo una rampa estrecha y empinada, bordeada de profundos precipicios, el actual Paso de Mahoma, llegaron finalmente, en unos diez minutos, a la parte culminante de los  Montes Malditos, escribe Tchihatcheff en el “Primer relato de la ascensión el primer pico de los Pirineos” .


       Franqueville escribe:  “Estamos separados del pico de Néthou por una cresta extremadamente afilada; a la derecha, se abre bajo nuestros pies un abismo en cuyo fondo se encuentra el glaciar de Coronas y las aguas negruzcas de su lago; a la izquierda, a poca profundidad, la parte oriental del glaciar del Néthou desciende por una pendiente muy pronunciada. Para colmo de males, la cima de esta cresta está repleta de fragmentos de granito desintegrados por las heladas o dislocados por los rayos, y muy peligrosos por su falta de estabilidad. Este puente de Mahoma es, sin embargo, el único camino que tenemos para alcanzar la meta tras la cual hemos estado corriendo durante tanto tiempo.” En este texto Franqueville bautiza el tramo final de cresta que ahora se llama Puente de Mahoma.

Trayecto de vuelta del Aneto pasando por el collado de Coronas, atravesando el cuenco de Coronas, cruzando el Collado de Cregüeña, contorneando el cuenco de Cregüeña y cruzando al Collado de Alba para descender a La Renclusa

        Franqueville relata que “la cima del pico Aneto es una plataforma de unos treinta metros de largo y de seis a ocho metros de ancho. Esta meseta está íntegramente cubierta de fragmentos de granito de diversas formas y tamaños. Por todos lados, excepto por la rampa por la que habíamos llegado, se abren espantosos precipicios. Al oeste, el glaciar de Coronas extiende su deslumbrante alfombra hasta el lago. Al sur, el salvaje desfiladero de Vallibierna y sus profundos escarpes se abren bajo nuestros pies. Al norte y al este se encuentra el glaciar Aneto, casi en todas partes cubierto de nieve y que sólo en algunos lugares muestra su fondo azulado y agrietado.” Luego escribe: “en un hueco que nuestros guías habían hecho en la pirámide que habían levantado, colocamos una botella cuidadosamente tapada con corcho. Habíamos adjuntado una hoja de pergamino que contenía la fecha de nuestra expedición, nuestros nombres y los de nuestros valientes guías.”

 

        Escribe Tchihatcheff que la niebla se disipaba de vez en cuando y les permitía vislumbrar, en sus amplios claros, un espectáculo del que no podían deleitarse lo suficiente, un espectáculo que no intentaba describir, porque el lenguaje del hombre es demasiado débil para representar imágenes tan sublimes y rastrear emociones tan grandes.

 

       El termómetro les marcaba +3º C, viéndose obligados a descender hacia la tierra que se extendía suavemente bajo ellos, que parecían recordarles los valles verdes.

 

       Franqueville escribe que cuando llegan cerca del glaciar (se supone que se refiere al glaciar del Aneto), los guías deliberaron sobre la vía que seguirían para alcanzar el abrigo de la Renclusa. Los guías querían conducirles por el glaciar que llama de la Maladeta. Indica que este glaciar no ofrecía a la vista ninguna dificultad, peligro ni obstáculo, como se demostró en la segunda ascensión realizada pocos días después. Sin embargo los guías cazadores se negaron rotundamente en volver por el glaciar. Por otra parte los guías habían dejado materiales de acampada escondidos junto al ibón de Coronas y hubiesen tenido que descender unos 440 m en desnivel hasta dicho ibón y cargar con los mismos hasta el collado de Coronas para  descender por el glaciar del Aneto.

 

       Tchihatcheff escribe que “cruzaron la que denomina “tormentosa cresta de la Maladeta” y el glaciar sur hasta el collado de Malivierne, propiamente es el collado de Cregüeña entre el cuenco de Coronas y el de Cregüeña (14). Antes de llegar a este collado vieron “con gran sorpresa, en los bordes afilados y en las losas perpendiculares de un bloque cortado en paralelogramo, cuatro magníficos bucardos caminando con paso pausado. Este mamífero es, como sabemos, cada vez más raro en los Pirineos; por eso los cazadores obtienen altos precios por su piel y sus cuernos.”

Travesía en el descenso del Aneto  del cuenco de Coronas al Collado de Cregüeña

Franqueville escribe que cruzando encima del ibón de Coronas por neveros los guías les indicaron que se tumbaran en la misma, sin comprender la causa. Poco después lo entendieron.  Cuatro magníficos bucardos subían a poca distancia de nosotros el inmenso acantilado de rocas que forma la cresta de la Maladeta. Los rasgos de nuestros cazadores expresaban la más cómica desesperación. Expertos tiradores, no habrían dejado de dominar a uno de estos bellos animales, y no podían consolarse de no llevar consigo sus armas. Cuando las cabras  llegaron al lugar más empinado, los cazadores y guías se levantaron gritando con fuerza. Entonces comprendimos por qué nos habían obligado a permanecer inmóviles. Querían que nuestra repentina aparición asustara a estos animales. Esperaban que el terror que sentían aquellos huéspedes de la montaña les hiciera acelerar la marcha y provocar la caída de uno de ellos, lo que sería fatal. No fue así. Las cabras montesas parecían tranquilizadas por su posición inaccesible, al mismo tiempo que parecían temer el peligro que les habría amenazado si hubieran dado un paso en falso. Continuaron su marcha tan pacíficamente como si no hubieran notado nuestra presencia, y pronto los vimos desaparecer detrás de la cima de la Maladeta.

 

Pasaron del valle de Coronas al de Cregüeña por una brecha abierta en la muralla de rocas que separa estos dos valles. En lugar de seguir parte de la orilla sur del lago de Cregüeña, como habían hecho el día anterior, bordearon la orilla opuesta a bastante altura. El ibón de Cregüeña está a una altitud de 2.640 m , el collado de Cregüeña a 2.913. Para cruzar el collado de Alba situado a 3.088 m de altitud pasaron al pie del pico de Le Bondinier (15), a 2.949 m de altitud; luego bordearían el ibón de Cregüeña a una altura de unos 300 m sobre el ibón, por laderas nevadas y con una fuerte inclinación.

 

Franqueville describe el paso al pie de un pico que él llama Malibierne después de cruzar el collado de Cregüeña, pero que propiamente en denominación actual es la Aguja Juncadella (3.024 m).  Primero tuvieron que pasar por una pendiente muy pronunciada con piedras de pequeño tamaño desprendidas del pico. Esta descripción se ajusta a la distribución de curvas de nivel al pie de la Aguja Juncadella en la vertiente del Cregüeña. En el cruce de este tramo empujaron piedras que rodaron hacia el lago y despertaron a un grupo de unos diecisiete sarrios o más que estaba próximo a la orilla del ibón. Vieron varias veces a una de la madres de los sarrios empujando con sus cuernos a su pequeño, cuando éste no se movía lo suficientemente rápido según sus deseos y su preocupación tan maternal.

 

Esribe Franqueville: “Después de dejar atrás el pico de Malibierne (Aguja de Juncadella), salimos de las piedras móviles para entrar en una gran llanura de nieve muy inclinada hacia el lago. De todos los pasos que se pueden encontrar en la alta montaña, estos pasos de nieve son los más formidables. De hecho, la superficie de esta nieve casi siempre se endurece por el frío, hasta el punto de no ceder bajo los pies. Es fácil imaginar lo difícil que es avanzar sobre esta superficie resbaladiza. El peligro no es menos grande que la fatiga. A menudo estas pendientes conducen a un precipicio. En este caso una caída casi siempre es mortal. Una vez lanzado a esta rápida pendiente, es casi imposible contenerse, y un paso en falso suele ser seguido por una catástrofe desastrosa. El peligro es mucho menor cuando se suben estas laderas en línea recta. En primer lugar, siempre tenemos más confianza al caminar cuando subimos, luego, si falla el equilibrio, caemos de rodillas, y todavía nos queda el recurso del palo clavado para detenernos. Cuando, por el contrario, nos vemos obligados a seguir transversalmente estos campos de nieve en pendiente, estamos expuestos a que ambos pies resbalen al mismo tiempo, y es muy difícil aguantar en una caída tan rápida.


Por lo tanto, sólo con la mayor precaución nos aventuramos en la ladera helada que bordea la orilla norte del lago Gregonio. La vista de las aguas de este lago medio derretido, que se veía debajo de nosotros a una profundidad aterradora, nos hizo sentir la necesidad indispensable de la mayor precaución, mejor que todas las representaciones de los guías. El que iba delante rompió con la punta de su palo de hierro la costra endurecida que cubría la blanda nieve. De esta manera marcó pasos que cada uno de nosotros siguió en la medida de lo posible. Como la posición del que iba en cabeza era infinitamente más difícil y peligrosa que la de los demás, los guías se turnaban en esta agotadora operación.


Después de atravesar tramos de roca por varios torrentes que surcaban esta extensión de nieve, llegamos a la cima de la cresta central, a poca distancia de los dos picos que llevan el nombre especial de picos de la Maladeta; aunque este nombre pertenecía más bien al pico de Aneto, ya que es el pico más alto de esta montaña. A partir de aquí, el descenso no es más que un juego: un largo valle completamente cubierto de nieve se extiende hasta la base del glaciar de la Maladetta. Sólo tuvimos que deslizarnos hacia abajo y estar en el fondo en unos minutos.”

Panorámica desde el Pico Sayó con la ladera pendiente que cruzaron desde el Collado de Cregüeña, para pasar por debajo del Pico Le Bondinier al Collado de Alba.

Los picos de la Maladeta a los que se refiere Franqueville son la Segunda y Tercera Maladeta Occidental, llamados Pico Sayó (3.219 m) y Pico Mir (3.189 m).

 

       Tchihatcheff escribe en el Primer relato de la ascensión al Aneto: “Pronto regresando a la esfera de bloques desprendidos, llegamos a esta región, al Lago Grigueño que rodeamos por una pendiente nevada muy pronunciada, de 50° a 55° de inclinación, a una altura de 350 a 400 metros sobre el nivel del lago. A aproximadamente 3/4 de hora de caminata, el segundo y tercer pico de La Maladeta surgieron a nuestra derecha; su aproximación parecía fácil y libre de glaciares y paredes inaccesibles. Hacia la tarde, dejándonos deslizar por una larga capa de nieve, vimos rápidamente las plantas alpinas y el torrente que habíamos dejado el día anterior; y, después de haber estado a pie durante 14 horas, nos encontramos alrededor del fuego resinoso del vivac de Renclusa.”

 

       La estimación de Tchihatcheff de la altura a la que contornean el ibón de Cregüeña es bastante acertada. El trayecto dibujado en el mapa anterior en el que se cruza del collado de Cregüeña al pie del Pico de Le Bondinier, acercándose a los pies de las dos últimas Maladetas Occidentales, pico de Sayó Y Mir, está entre 2.913 m y 2.949 my el ibón de Cregüeña está a 2.640 m de altitud. Comenta Tchihatcheff que el segundo y tercer pico de la Maladeta surgieron a su derecha y que su aproximación parecía fácil y libre de glaciares y paredes inaccesibles. Mi experiencia personal de haber subido a estos dos picos lo confirma, En el caso del pico Mir hay que hacer algo de trepada y en el del Sayó el acceso es fácil, caminando eso sí por pedregales graníticos de bloques de tamaño medio pero estables.

 

Franqueville escribe “Después de atravesar tramos de roca por varios torrentes que surcaban esta extensión de nieve, llegamos a la cima de la cresta central, a poca distancia de los dos picos que llevan el nombre especial de picos de la Maladeta; aunque este nombre pertenecía más bien al pico de Aneto, ya que es el pico más alto de esta montaña. A partir de aquí, el descenso no es más que un juego: un largo valle completamente cubierto de nieve se extiende hasta la base del glaciar de la Maladetta. Sólo tuvimos que deslizarnos hacia abajo y estar en el fondo en unos minutos.”

 

Está describiendo claramente el cruce por el Collado de Alba porque está a muy poca distancia de los picos Mir y Sayó, 133 m y 240 m respectivamente. Si hubieran vuelto por la Brecha de Alba, las distancias hubiesen sido de 1,7 k y 1,8 km respectivamente. Además señala que a partir de dicho cruce de la cresta, el descenso no es más que un juego, un largo valle cubierto de nieve se extiende hasta la base del glaciar de la Maladeta (16), Si hubieran vuelto por la Brecha de Alba no se encuentran por ese largo valle cubierto de nieve hasta la base del glaciar de la Maladeta.

El glaciar de la Maladeta debía llegar hasta las proximidades de los ibones de La Renclusa o Paderna en 1842 

Tchihatcheff escribe tres meses después en Ascension au pic de Néthou: “Después de subir por segunda vez el Col d'Albe, nos abandonamos, echados hacia atrás sobre nuestros bastones, en una larga pista de nieve, sobre la que nos deslizamos a gran velocidad (16) hasta una hora y media de camino desde la roca de Rancluse. Volviendo pronto a la esfera de las plantas alpinas, y siguiendo el curso del torrente que desemboca en el abismo de Tourmon, llegamos, a las cinco de la tarde, a nuestro antiguo lecho, después de haber estado a pie durante casi catorce horas.”

 

Aquí se equivoca Tchihatcheff por que a la ida no pasan por el Collado de Alba, sino por la Brecha de Alba, cuyos términos son muy parecidos y debieron confundirle cuando lo escribió tres meses después. Su descripción se ajusta al descenso desde el Collado de Alba en donde tendrían gran cantidad de nieve hasta el pie del glaciar  de la Maladeta. Nombra al abismo de Tourmon  al actual Forao de La Renclusa, donde desaparecen las aguas de deshielo del glaciar de la Maladeta.

Pico Mir, Collado de Alba y ladera norte del Collado de Alba por donde descendieron deslizándose por la nieve.