Los guías

Los guías tuvieron una participación crucial en el ascenso por primera vez en la historia a la cumbre del Aneto.

Platón de Tchihatcheff  llevaba seis semanas recorriendo el Pirineo, ascendiendo al Monte Perdido y al Comachibosa (Vignemale) entre otros picos con su guía Pierre Sanio de Luz-St Sauveur, al que elogia por su fidelidad, bravura y humor, que sólo disminuía en las situaciones difíciles. El coraje de Sanio sostenía a los demás guías. Además Tchihatecheff contrató a Pierre Redonnet (Nate) y Bernad Arrazau (Ursule).  En la búsqueda de guías en Bagnéres de Luchon Tchihatcheff se encontró casualmente a Jean Sors (Argarot) que era el guía de Albert de Franqueville que también quería aproximarse al Aneto.  Tchihatcheff les sugirió que se incorporaran a su grupo y Franqueville aceptó.

Así que tenemos cuatro guías acompañando a Tchihatcheff y Franqueville.

Pierre Sanio de Luz-St Sauveur

Pierre Redonnet, apodado Nate.

Bernad Arrazau, apodado Ursule

Jean Sors, apodado Argarot

Pierre Redonnet y  Bernad Arrazau eran cazadores de sarrios, se manejaban muy bien en terreno rocoso, pero temían mucho a los glaciares. Eran además conocedores de gran parte del terreno que eligieron para ascender a la cima. Así, comenta Tchihatcheff, que los cazadores dijeron que los lagos por los que pasaban en el valle colgado de Coronas se denominaban Corunes (Coronas), que eran los jefes de grupo y tiene la sensación cuando pasan cerca de las dos primeras Maladetas Occidentales que uno de los cazadores ya había estado en esas cimas. Se conocía muy bien el terreno como cazadores furtivos, por eso volvieron por el collado de Alba o seguramente por el adjunto al mismo al pie del pico Mir, separado del de Alba por dos agujas. Tchihatcheff explica que en media hora y fácilmente podrían subir a estas cumbres, los actuales picos Mir y Sayó.

Volviendo al inicio de la marcha, tras la noche bajo la roca de la Renclusa, los guías jefes de grupo, Redonnet y Arrazau,  se consultaron largamente sobre la ruta a seguir para alcanzar la cumbre rodeando el gran glaciar. Conocerían muy bien el terreno en sus internadas al territorio de Aragón para cazar sarrios y llevarlos a Bagnères de Luchon. Serían sus modos de vida, entre otros.

Si hubiesen intentado a la ida ascender al collado bajo el pico Mir, por donde hipotéticamente cruzaron en el descenso, rodear el ibón de Cregüeña, cruzar el collado de Cregüeña y contornear el alto nevero de Coronas para intentar alcanzar la cumbre, no hubiesen tenido tiempo en un día de alcanzarla y hubiesen tenido que descender para hacer noche por debajo del nivel de la nieve. Por eso dan más rodeo y cruzan por los collados de la Brecha de Tuca de Alba, la Brecha de Alba y el collado de Quillón de Cregüeña para descender al valle de Vallibierna y hacer noche en un lugar cerca del agua y del bosque, que les proporcionaría leña para encender el fuego y poder así cocinar la cena y el desayuno del día siguiente.  

Tras la segunda noche, acampando en una cubeta del terreno cubierta de ramas y a una altura de unos 150 m sobre el fondo del valle, ascienden lentamente al collado de Coronas, tras esconder junto a los lagos el material que habían utilizado para pasar la noche y que recogerían a la vuelta, descendiendo un poco más abajo del collado de Cregüeña para ascenderlo después. Tras alcanzar el collado de Coronas,  los cuatro guías debatieron el ataque a la pirámide previa al paso de Mahoma. 

Había división de opiniones. Mientras Pierre Sanio y Jean Sors opinaban atacar por el glaciar directamente, los guías jefes Pierre Redonnet y Bernad Arrazau prefieren intentar atacar por la cresta adjunta al collado. Éstos impusieron su criterio.  Intentaron trepar por los inestables bloques de granito. Mientras tanto Tchihatecheff y Franqueville se maravillan observando cómo ha enraizado en un lugar protegido entre las rocas una muestra de la planta Silene acaulis. Los guías volvieron al poco tiempo rechazando de lleno la posibilidad de acceder a la cumbre por la cresta desde el collado de Coronas, dada la inestabilidad de los bloques, y decidieron en último término alcanzar la cumbre por el glaciar. Se encordaron, separados cada uno del siguiente por una distancia de unos dos metros. En cierto instante a uno de los guías se le hundieron los pies en una grieta al apoyarse en el puente de nieve que la cubría. Al estar unido con la cuerda a los demás, evitó sumergirse en la misma.

Los guías fueron los primeros que  cruzaron el paso de Mahoma, bautizado así por Albert de Franqueville,  desplazando bloques inestables de la cresta.

Franqueville escribe que animados tras la conquista de la cima, cuando llegan de nuevo al collado de Coronas los guías Pierre Sanio y Jean Sors, al parecer, proponen volver atravesando el glaciar. En ese caso los cuatro guías hubiesen tenido que recoger los materiales escondidos bajo la nieve junto a los ibones de Coronas, teniendo que descender desde los 3.200 m de altitud del collado de Coronas hasta los 2.690 m de altitud de las orillas del ibón de Coronas, 511 m de desnivel, y volverlos a subir cargados con el material.  De nuevo los guías jefe, Nate y Ursule, se imponen y deciden lo que seguramente habían ya planeado: cruzar por el collado de Cregüeña, rodear encordados  a gran altura por la nieve helada  el ibón de Cregüeña, con la ayuda de los crampones y piolets, pasar quizás al pie del pico de Le Bondinier, girar hacia el collado al pie del pico Mir y descender por la parte occidental del glaciar de la Maladetta, que en aquellos años estaba en suave expansión, para alcanzar el barranco de Alba, llegar a los ibones de la Renclusa (Ibons d’Anclusa) y descender hasta el lugar de la primera noche, bajo el extraplomo de las rocas de la Renclusa.  Así, quizás, lo hicieron.              

Tramo del trayecto sobre el ibón de Cregüeña. Fotografía desde la cima del pico Sayó. 

(Foto de J.R. Blasco)