La conquista del Aneto

Platon de Tchihatcheff, Albert de Franqueville, y los cuatro guías Pierre Sanio de Luz-St Sauveur, Pierre Redonnet, Bernad Arrazau y Jean Sors, apodados estos tres últimos respectivamente Nate, Ursule y Argarot, alcanzaron por primera vez en la historia el 20 de julio de 1842 la cima del Aneto, situada en el Pirineo aragonés. ¿Qué trayecto hipotético siguieron y qué vicisitudes tuvieron a lo largo de su aventura? En este documento se pretende establecer la trayectoria hipotética que pudieron seguir estos seis montañeros, así como describir aspectos de su ascensión partiendo de la información siguiente:

1.   La comunicación de Platón de Tchihatcheff al presidente de la Académie Royale des Sciences, Inscriptions et Belles Artes de Toulouse enviada el 9 de agosto de 1842 y publicada el 28 de agosto de 1842 en el número 200 el "Journal de Toulouse, politique et littéraire". Este es el texto más próximo a la ascensión. Lo simbolizaremos ARS

2.   El artículo "Ascension au Pic de Néthou" de Platón de Tchihatcheff, publicado por L’Institut, juornal universel des sciences et des sociétés savantes en France et à l’étranger » (nos 458 à 461, del 6,13,20 y 27 de octubre de 1842). Lo simbolizaremos APN.

3.   El artículo "Voyage à la Maladetta" de Albert de Franqueville", publicado en 1845. Lo simbolizaremos VM.

http://fr.wikisource.org/wiki/Voyage_%C3%A0_la_Maladetta

         En la lectura de estos textos aparecen nombres erróneos de accidentes geográficos que se han corregido con la denominación actual y también aparecen nombres con antigua denominación que también se han traducido a la denominación actual. Determinados nombres de lugares aparecen denominados de forma diferente por Tchihatcheff y Franqueville.

             La relación entre los nombres dados a dichos accidentes geográficos y los nombres actuales es la siguiente:

               Rancluse (ARS) : Renclusa.

              Col d’Albe (ARS) (APN) : Brecha de Tuca de Alba

              Col de Grigueno (ARS) : Brecha de Alba.

              Col de la montée de Grigueno (APN) : Collado Quillón-Cregüeña.  

              Col de Malivierna (ARS) : Collado Quillón-Cregüeña.

              Vallée de Malibierne (VM) : Valle de Ballibierna 

              Lacs de Corunes (APN), lacs de Coroné (VM)  : Ibones de Coronas

              Glacier de Coroné (VM) : Glaciar de Coronas

              Col de Malivierne (ARS) de la vuelta : Collada de Cregüeña

              Pic de Malibierne (VM) : Pico Maldito, al norte de la collada de Cregüeña.

              Lac de Gregonio (VM), lac de Grigueno (ARS)(APN) : Ibón de Cregüeña

   

¿Cómo se preparó la conquista del Aneto? 

Platón de Tchihatcheff en 1839 participó como científico en la expedición a Khiva, situada en el actual Uzbekistán. Parece ser que fue recomendado por el el naturalista, geógrafo y explorador alemán Alexander von Humboldt. Exploró  geográficamente  los valles del Laxarte (Sirdar) y el Oxus (Amud), experimentando en menos de seis meses en Asia Central temperaturas de -43ºC en invierno  y de +46ºC en verano. Reponiéndose de esta expedición fue a Bagnéres de Luchon a principios de junio de 1842. Tenía la experiencia de haber subido a varios picos de la cordillera andina, como el volcán Pichincha (4.787 m).

Platón de Tachihatcheff contrató al guía Pierre Sanio que le acompañó durante más de seis semanas en sus recorridos por valles y cimas del Pirineo. Platón escribió que estimaba el humor pacífico de su guía Sanio, excepto cuando se acercaba el peligro. Pasado algún tiempo tuvo curiosidad por la Maladeta, consultando la mayor parte de las obras sobre dicho macizo y recoge impresiones negativas sobre la posibilidad de alcanzar la cima del Aneto. Su atención giró hacia otras cumbres que ascendió: Monte Perdido, Vignemale, Midi de Bigorre. Antes de irse de los Pirineos quería intentar alcanzar la cima del macizo de la Maladeta. Volvió a Luchón el 17 de julio y habló con expertos guías de Luchón para que le acompañasen en el intento, pero rechazaron la propuesta.  El pico del Aneto tenía la reputación de inaccesible. Un guía de Luchón llamado Barrau había conducido a bastantes expediciones a la cima de la Maladeta, pero no se encordó en el cruce de un puente sobre la rimaya del glaciar para alcanzar la roca y cayó, sin poderle salvar sus compañeros.  Pierre Sanio, su inseparable guía inicial, encontró por fin dos cazadores de sarrios, conocedores de las zonas altas por las que iban a pasar, que quisieron ayudarle en su aventura: Bernard Arrazu y Pierre Redonnet. Estos se manejaban muy bien en terreno rocoso, pero temían mucho a los glaciares. Eran además conocedores de gran parte del terreno aragonés que eligieron para ascender a la cima por sus correrías para la caza de sarrios.

En la búsqueda de guías en Luchón, Tchihatcheff se encontró casualmente a Jean Sors (Argarot), de Luchón,  que era el guía de Albert de Franqueville que también quería aproximarse al Aneto.  Tchihatcheff les sugirió que se incorporaran a su grupo y Franqueville aceptó.

Desde Luchon a La Renclusa 

Se encaminaron pronto por el camino del ‘Hospice du Port de Vénasque’, en el valle de La Pique, al Portillón de Benasque. Allí observaron toda la cadena de la Maladeta, que se extendía 11.694 m según Charpentier en su obra “Essai sur la constitution géonogstique des Pyrénées”. Thihatcheff describe la morfología del macizo.

Comenzaron a descender con un tiempo amenazante. Una ligera bruma vagaba por las colinas y las nubes, con un tinte grisáceo, rodaban hacia ellos desde el sureste. Se estaba formando una tormenta que pronto estallaría. Hicieron regresar a los caballos al Hospice de France, cruzaron del Portillón de Benasque, pagaron el peaje exigido por los carabineros españoles, cargaron los guías con el equipaje, descendieron hacia el Hospital de Benasque, teniendo a su derecha las escarpadas rocas de Peña Blanca. Descansaron un tiempo en el Hospital de Benasque .

Siguieron por el fondo del valle, dejando atrás la cabaña de pastores del Plan d’Están y subieron junto al barranco de la Renclusa hasta el Forau de la Renclusa, que Tchihatcheff denomina “gouffre de Tourmon”, que absorbe las aguas del glaciar de la Maladeta, análogamente a como lo hace el Forau d’Aigualluts con el agua de deshielo del glaciar del Aneto.

Eligieron el lugar para pasar la primera noche bajo la protección de una roca muy inclinada. Se desencadenó una tormenta en la noche. Las descargas eléctricas que se cruzaban aparentaban partir del Aneto, invadido por el imperio de los relámpagos. Los truenos que retumbaban, después de vibrar en todas las sinuosidades de los Pirineos, parecían volver a él,  como único tabernáculo digno de ser el depositario de sus voces poderosas. Así describe Tchihatcheff las sensaciones de aquella tormenta en la Renclusa.

Lugar denominado La Renclusa hacia el año 1900. Del pino situado a la derecha del abrigo queda en pie su tronco según se observa en la imagen de la derecha.

Lugar de La Renclusa en el mes de agosto de 2015. Se pueden distinguir elementos comunes en ambas imágenes, en particular la caseta bajo las rocas y el pino de la imagen de la izquierda.

Al amanecer, los dos cazadores de sarrios que eran los que llevaban la iniciativa, se consultaron durante mucho sobre la ruta a seguir para rodear el gran glaciar. Tenían un rechazo extremo en entrar en el mismo por el recuerdo del accidente de Barrau.  Decidieron por fin rodear toda la cadena, yendo a lo largo de sus escarpaduras rápidas. Salieron a las 6 h de la mañana, dirigiéndose hacia el oeste por las laderas que dominan el Hospital de Benasque y la cabecera del valle del Ésera, a través de caos de bloques angulosos acumulados unos sobre otros por las avalanchas o por la acción de los glaciares. El terreno que alternaba entre el granito, con fragmentos que contenían cuarzo y feldespato, pizarra micácea, gneis y caliza, cubría el espacio que tuvieron que recorrer ese día, sobre todo desde la Brecha de Tuca de Alba, que Tchihatcheff denomina erróneamente col ou port d’Albe, porque el collado con este nombre está entre el pico del Alba y el Pico Mir.

Tras ascender a la Brecha de la Tuca Blanca observan el ibón inferior de Alba, de forma oval, totalmente helado, y cuyos bordes solamente comenzaban a derretirse. Realizan una travesía dura por las laderas de los ibones de Alba y alcanzan una segunda cresta, que cruzan a través de la Brecha de Alba, que separa el cuenco de los ibones de Alba con el de Cregüeña. Atraviesan después una pendiente rápida y peligrosa por los bordes meridionales del ibón de Grigüeno (Cregüeña) que estima muy profundo y cuyo hielo ya estaba, cerca de la orilla, en el estado de descomposición.

Franqueville describe en Voyage à la Maladetta que “cuando llegaron frente al pico de Alba, directamente se dirigieron a él subiendo por una garganta estrecha y escarpada. Pasaron al mismo pie del pico y franqueando una de estas aristas de rocas que se extienden desde la cumbre de la Maladeta hasta su base, observaron las aguas tranquilas y azules del ibón de Alba. La posición de este lago es los más salvajes, situado a 2.212 metros (Charpentier) sobre el nivel del mar, está rodeado por todos los lados de bloques de rocas amontonados confusamente. Estas masas, de las que algunas son muy gruesas, están en un tal desorden, que parecen provenir más bien del derrumbamiento súbito de una parte del pico que de la degradación lenta por las variaciones de temperatura que se producen  en la superficie de las altas montañas.”

“Es imposible figurarse algo más triste y más desolado que el aspecto que ofrecen estos fragmentos de montaña. Ningún rastro de vegetación viene para reposar la vista cansada de tantos horrores. Líquenes de un blanco grisáceo o de un color amarillo de azufre crecen sólo sobre estas rocas áridas.”

 “Nada es más penoso que atravesar estas masas de rocas. Si están poco estables sobre sus bases, se ponen en movimiento al menor choque, y amenazan con provocar en su caída al que se habría fiado de su solidez. Si están separadas las unas de otras por grietas profundas, hay que atravesar éstas. Algunas veces, cuando la distancia es demasiado grande, nos vemos forzados a dejarnos deslizar en las hendiduras que los dividen para subir por el otro lado y empezar luego de nuevo”

“Una arista, compuesta de estos fragmentos de rocas, separa el lago de Alba de otro mucho más extenso llamado lago de Gregonio (Cregüeña). Su forma es de un croasán muy alargado.”

Observamos que el mismo lago es denominado Grigüeno por Tchihatcheff y  Gregonio por Franqueville.

Sigue relatando Tchihatcheff que desde el ibón de Cregüeña ascendieron por la loma que baja de la Tuca de Cregüeña y que cierra el paso al ibón de Cregüeña hasta el collado Quillón-Cregüeña, que lo escalan con cierta dificultad a causa del viento violento que les soplaba desde los pasos estrechos de la cresta. Cruzaron al valle de Malivierna (Ballibierna) que describen que tiene un aspecto singularmente salvaje con sus rocas dispersas.  Realizan un rápido descenso a través de bloques de afiladas aristas, en donde no se podía poner el pie en llano, que les condujo al embudo de un pequeño valle. La reaparición de la flora alpina vino a alegrarles la vista, cansada de la aridez y desolación del territorio que acababan de pasar.

Franqueville relata el paso por el collado Quillón-Cregüeña y el descenso al valle de Ballibierna: “un corredor tan estrecho y tan rápido que casi podríamos darle el nombre de chimenea, es el único paso por el cual se puede pasar del cuenco del lago de Gregonio (Cregüeña) al valle de Malibierne (Ballibierna). Los numerosos cantos rodados todavía añaden a la dificultad que ya ofrece la rapidez de este corredor. Fuimos obligados a descender uno tras otro. Cada paso determinaba la caída de una avalancha de piedras, y el que iba delante infaliblemente fue alcanzado y herido por alguno de estos fragmentos.”

 “A pesar de su exposición al sur, esta ladera del valle de Malibierne estaba cubierta aún en gran parte de nieve. Durante más de una hora marchamos sobre pendientes muy inclinadas de nieve.”

“Subimos un montículo bastante escarpado cubierto de un bosquete de pinos, y después de haber atravesado un montón enorme de bloques graníticos derrumbados desde lo alto de la montaña, llegamos a una amplia pradera que forma el lado superior del valle de Malibierne.”

 “Era allí dónde nuestros guías habían decidido que pasaríamos nuestra segunda noche. Aunque quedasen sólo tres horas no podíamos ir más lejos. El día estaba demasiado avanzado para que pudiéramos soñar con alcanzar hoy el pico de Aneto, y más alto, no podíamos encontrar de refugio para la noche.”

El viento había soplado de S.-E., todo el día y las nubes, arremolinándose con un movimiento de aceleración sobre ellas mismas, se descomponían sobre las cortantes y siniestras aristas del pico del Aneto. Los guías, extenuados por el cansancio, se acostaron entre las rocas y durmieron durante una hora. Después se pusieron a preparar el vivac, mientras que Franqueville y Tchihatcheff observaban la tenebrosa montaña, intentando adivinar, a través de los huecos de la niebla, por dónde podrían avanzar al día siguiente. 

“El valle de Maliberne se acaba en forma de circo. Es, además, una disposición común a un gran número de valles de los Pirineos en su cabecera. Las montañas que forman el recinto de este circo casi ofrecen paredes por todas partes”

“Nuestra morada de noche nos hizo sentir más de una vez nuestro palacio de Rencluse. Aquí, es una cabaña simple de pastor, ¡pero qué cabaña! Por encima de una excavación practicada en el suelo, se eleva un tipo de tejado compuesto de ramas de pinos, recubiertas con turbas de césped. Algunas piedras llanas forman el hogar. La entrada de la cabaña es tan baja que podemos deslizarnos allí sólo arrastrándose; allí está el único paso por el cual puede salir el humo acre e infecto de la madera resinosa y verde que forma nuestro único combustible. El interior es tan bajo, que hay que estar sentado; tan estrecho, que no podemos extendernos sobre nuestra cama de follaje de pino. Tras encender el fuego, el humo nos sofoca; lo dejamos apagarse, sintiendo el punzante frío de las noches de estas altitudes.”

“Para completar los atractivos de esta estancia, servía de asilo a dos o tres tipos de cerdos semisalvajes, que habían elegido allí su domicilio. Muchas veces se presentaron para reintegrarse allí, o protestar por lo menos por sus gruñidos contra nuestra toma de posesión, que veían probablemente una usurpación. Hicimos uso del derecho, si no del primer ocupante, sí del más fuerte, para ocupar la cabaña.”

No pudiendo conciliar bien el sueño, Tchihatcheff se despertó a las tres de la madrugada y se emocionó al ver el cielo sereno y estrellado, aunque efímeramente.

Desde Ballibierna al collado de Coronas 

A las tres de la mañana ya estaban en pie. El cielo se mostraba sereno y prometía un buen día. Pronto unas nieblas comenzaron a situarse en la cresta erizada de la Maladeta, empujadas por un viento incesante de dirección Este-Nordeste, cubriendo la cumbre con una nube amplia. Tras dos horas de marcha llegaron a una especie de llano horizontal, donde se encontraban encajados tres ibones, tan unidos que parecían formar uno solo. Estos lagos no mostraban ningún signo de deshielo, digno de notar según Tchihatcheff, porque más adelante encontraron un cuarto lago no helado mucho más alto.

Los cazadores señalaron que estos lagos así como el lugar recibe el nombre de Corunes.

Después de haber descansado un poco y haber dejado a resguardo sus equipajes y capas para recogerlos a la vuelta,  se dirigieron hacia el glaciar, que se extiende por todo el plano inclinado entre el valle de Coronas y la cresta madre de la Maladeta. Picos, rocas de una infinidad de formas surgían por todas partes. Sólo, retirado en un ángulo del cuadro, el Aneto parecía ser allí el protector de los Pirineos.   

Dos morrenas esparcidas yacían cerca del glaciar meridional y pronto las abordaron. Este glaciar estaba cubierto de nieve y su lomo azulado se mostraba raramente, lleno de enormes casquetes, atravesado por anchas y profundas grietas,  

Entraron en el glaciar, cuya superficie estaba fuertemente agrietada en varios puntos. Se pusieron los crampones excepto los dos cazadores y el guía de Tchihatecheff, que prefirieron seguir con sus sandalias; y, después de dos horas de ardua ascensión, llegan al borde de la cresta. La nieve no era demasiado dura, aunque a causa de la temprana hora y de la ausencia de sol en la misma, no había podido ablandarse mucho, sobre todo en la zona superior, que formaba un talud rígido y que subieron mediante continuos zig-zags. Recogieron muestras de insectos. La inmensa mayoría de ellos estaban como entumecidos sobre la nieve, donde el viento probablemente los había echado.

Cuando alcanzaron el collado de Coronas, a una altitud de 3.171 m, recibieron el impacto del fuerte viento que soplaba por la cara norte y del que habían estado protegidos en el ascenso por el glaciar meridional. Era tan fuerte el viento, que les podía haber derribado y precipitado a un pequeño lago, totalmente deshelado, al otro lado de la cresta. Este lago parecía que recibía las aguas de deshielo del glaciar que se levantaba, abrupto, por encima de los bordes. Con una sección vertical de más de 35 metros de altura, se formaban más bien unas capas estratificadas de nieve que una pared pura de hielo, mientras que el glaciar verdadero comenzaba más lejos, mostrando su espalda de un azul verdusco.

Tras cruzar el collado, descendieron hasta tocar tierra y se arrastraron a lo largo de las paredes rocosas erizadas de la cresta, enganchándose en las rocas fracturadas que surgían de todas partes, y, después de siete horas y media de avance, se felicitaron de alcanzar la última base del cono, cuyos flancos y la cumbre se perdían en una niebla espesa.

Del collado de Coronas a la cima del Aneto: no les queda más opción que entrar en el glaciar.

Pronto tuvieron un sentimiento de pena y desengaño cuando por fuerza tuvieron que pararse; sin distinguir nada a su alrededor, lanzados, casi sin salida, sobre la base ancha y uniforme de la parte final del Aneto, ignorando si era accesible y por qué lado podrían abordarlo. El viento soplaba con fuertes rachas. Tchihatcheff empezó a tener síntomas de mareo y desfallecimiento. Ante las dificultades que mostraba la roca descompuesta, cortada a pico sobre sus cabezas, decidieron protegerse detrás de un peñasco.

Tchihatcheff explica que estaban rodeados de una niebla espesa; que podían perderse y que tuvieron un momento de indecisión. Enviaron a los guías a la búsqueda de una vía cualquiera para alcanzar la cumbre. Los cazadores volvieron a mostrar su autoridad. Escalaron con una rara agilidad en las rugosidades de la roca, pero viendo pronto que no podían avanzar, se decidieron  atacar el peligroso glaciar que se extendía hasta cerca de la cima a pesar del recuerdo del infortunado Barrau y de que los cazadores ya había mostrado su desagrado al cruzar el glaciar de Coronas. El espíritu del guía Pierre Sanyo fue fundamental para seguir hacia la cima, sosteniendo la moral de los demás guías.

 Mientras tanto Tchihatcheff y Franqueville esperarían que los guías les informasen sobre el resultado de sus observaciones.

Los guías se ataron con cuerdas, separados aproximadamente dos metros de distancia cada uno del siguiente y abordaron atrevidamente la parte superior del glaciar septentrional. Era la única posibilidad. Descubrieron que la ascensión era practicable, aunque muy penosa y, sin avanzar hasta el final, volvieron para informar a Tchihatcheff y Franqueville.

Tchihatcheff se pudo reponer con el descanso agazapado junto a Franqueville en las rocas. Explica que el desafallecimiento que había tenido en el paso de la cresta del collado de Coronas, había casi desaparecido y que, en el tiempo que estuvieron protegidos entre las rocas, observaron una planta silene acaulis, cuyos granos habría sido transportados probablemente a una gran altura por un pájaro o por el viento. Describe que dicha planta es una de las más bonitas de los Alpes y de los Pirineos. Sus hojas recogidas en un un césped apretado, forman una matas de un verde hermoso, en medio de las cuales se ve surgir por todas partes encantadoras florecitas pupurinas. Describe que en esta exploración uno de los guías, que estaba encordado, puso los pies sobre una grieta cubierta de nieve y sintió el suelo ceder bajo él. Sin las cuerdas a las que estaba atado y sin el auxilio del resto de los guías, podría haber tenido la suerte de Barrau.

Se pusieron de nuevo en movimiento. Una penosa marcha de una hora, les condujo a un montículo en donde el glaciar se perdía poco a poco. Pensaban haber alcanzado la cumbre; pero pronto, en un claro entre la niebla, percibimos una aguja totalmente descarnada, lanzándose como una flecha a 7 u 8 metros por encima de ellos. Los guías corrieron inmediatamente y, escalando por una rampa estrecha, abrupta, rodeada de precipicios profundos, alcanzaron por fin, en unos diez minutos, la parte culminante de los Montes Malditos, es decir ¡¡¡el punto más elevado de los Pirineos!!!…   

            Fue un momento de triunfo para todo el mundo, y se apresuró de inaugurar este lugar levantando una pequeña torre con las piedras tumbadas a nuestros pies.

            Tchihatcheff escribe: “La niebla se disipaba poco a poco, y nos dejaba entrever, en sus anchos claros, un espectáculo en el que nuestros ojos no perdían vista, un espectáculo que no ensayaré describir, pues el lenguaje del hombre es muy débil para tomar unas imágenes tan sublimes y para trazar tan grandes emociones”

      “El termómetro les marcó +3,1 ºC y forzosamente tuvieron que iniciar el descenso hacia esa tierra tan blandamente extendida delante de ellos, que parecía llamarles en los verdes valles”     

La vuelta a la Renclusa por Cregüeña y el collado de Alba. 

          Tchihatcheff relata en su comunicación del 9 de agosto de 1842, que a la vuelta vuelven a cruzar el paso de Mahoma, descienden el cono nevado de la antecima, cruzan de nuevo la cresta tormentosa de la Maladeta por el collado de Coronas y atraviesan el glaciar meridional hasta la collada de Cregüeña. Antes de llegar allí observan cuatro soberbios bucardos paseándose sobre las crestas cortantes y sobre losas perpendiculares de un bloque tallado en forma de paralelogramo. Indica que esta mamífero es cada vez más raro en el Pirineo y que los cazadores obtienen de ellos precios elevados de su piel y de sus cuernos.

          Atraviesan la collada de Cregüeña, de coordenadas 42º 37’ 57.0” N,  0º 37’ 48.0” E y altitud 2.912 m, entrando en la zona del lago de Cregüeña que rodean a una altura entre 350 a 400 m por encima del nivel del lago. Tras avanzar unos tres cuartos de hora, tienen a su derecha el Segundo y el Tercer pico de las Maladetas occidentales, denominados actualmente picos Sayó y Mir, respectivamente. Su acceso parecía fácil, privados de glaciares y de cortados inaccesibles, pudiéndolos alcanzar en media hora.

        Luego claramente describen que entran en el cuenco del lago de Cregüeña y que lo rodean por el Este para pasar, quizás, al pie del pico Bondinier y cruzar hasta el collado de Alba (3.087 m), situado entre el Diente de Alba y el pico Mir.  El desnivel que tienen que superar desde la collada de Cregüeña es sólo de 175 m. La referencia de rodear el lago de Cregüeña a una altitud entre 350 m y 400 m sobre el lago y su proximidad a la derecha con la Segunda y Tercera Maladetas Occidentales, es coherente la distribución de curvas de nivel en el mapa y el cruce al pie del pico Bondinier como se puede observar en la imagen del trayecto hipotético. Sospecha que uno o los dos cazadores de sarrios que les acompañaban conocía muy bien ese territorio. Rechazan alcanzar estas cimas por el cansancio acumulado. Alcanzan el collado de Alba, pero aquí se equivoca Tchihatcheff porque escribe que llegan al mismo por segunda vez. ¿Por qué? En la descripción que hace de la travesía de La Renclusa hasta el valle de Ballibierna explica que cruzan tres collados, llamando al primero Col d’Albe que propiamente es la Brecha de Tuca Alba. Después de contornear el lago de Cregüeña sí que pasan por el collado de Alba, pero sólo lo atraviesan a la vuelta.

         Por la tarde, se dejaron resbalar por una larga sábana de nieve, viendo pronto de nuevo las plantas alpinas y el torrente de la Renclusa que habían dejado la antevíspera. Tras caminar durante 14 horas llegan junto al fuego resinoso del vivac de la Renclusa.

         En la última publicación escribe que ayudados de sus bastones deslizaron por el largo nevero y siguiendo el curso del barranco llegaron en hora y media desde el collado al Forao de la Renclusa  a las cinco de la tarde, donde pasaron su tercera noche.

         En la segunda publicación más tardía respecto de la fecha de la ascensión que la primera, Tchihatcheff cambia la altura estimada contorneando el lago de Cregüeña. No explica que descendiesen un desnivel 200 m contorneando el lago ni en el primer ni en el segundo relato. Es más verosímil la primera información que la segunda. Tampoco en la primera nombra el collado entre el Diente de Alba y el Pico Mir, collado de Alba, aunque por la descripción de su situación cerca de la Segunda y tercera Maladeta Occidental es dicho collado.

         Sobre la parte más baja del glaciar de la Maladetta, Albert de Franqueville en Voyage à la Maladetta escribe: "Su nivel inferior no es constante. En esto los momentos el glaciar parece tender a tomar un crecimiento lento pero continuo. El pie de este glaciar, según la medida tomada por Sr. Charpentier, el 11 de septiembre de 1811 se elevaba a 2.672 metros por encima del nivel del mar. Tomada una segunda medida el 21 de septiembre de 1816, por Sr. Dumège, le encontró 2.648 metros de altura absoluta. El crecimiento había sido pues durante estos cinco años de cerca de veinticuatro metros y medio, o cerca de cinco metros al año. El 24 de julio de 1842, determiné barométriquemente la elevación actual de la parte de abajo del glaciar, y no alcazaba más que de 2.563 metros. El glaciar había aumentado de 109 metros."

       Luego en 1842 el glaciar de la Maladeta estaba creciendo y seguramente ocurriría lo mismo con los demás glaciares pirenáicos. Puede que se estuviese en los últimos años de crecimiento de los glaciares.