El pasado 20 de mayo de 2025, el alumnado del Bachillerato de Artes del IES Príncipe Felipe tuvo el privilegio de asistir a una inspiradora charla sobre arquitectura emocional y accesibilidad, impartida por el profesor Pablo Muñoz Navarro y el alumno Nacho Santias, del Curso Formativo de Consultor de Apoyo y Accesibilidad Universal de la Universidad San Pablo CEU y el apoyo de iiAPA (Instituto Internacional Académico y Profesional para la Innovación en Accesibilidad).
Bajo el título "El espacio sentido", la sesión propuso una profunda reflexión sobre cómo los espacios arquitectónicos nos afectan emocionalmente y cómo pueden —y deben— diseñarse para generar bienestar y facilitar la inclusión. Lejos de una visión puramente técnica, los ponentes abordaron la arquitectura desde la experiencia humana y sensorial, mostrando cómo cada decisión espacial (el color, la forma, la iluminación, el mobiliario, las texturas o la vegetación) impacta directamente en nuestras emociones, percepciones y comportamiento.
La arquitectura sentida, concepto central de la charla, nos invita a considerar el espacio no solo como algo funcional, sino como un entorno que comunica, acompaña, cuida o incluso puede dañar. Desde la calidez de los colores suaves a la frialdad de una distribución rígida, los detalles arquitectónicos fueron analizados junto a los estudiantes para comprender qué sensaciones generan y cómo afectan a diferentes personas, especialmente a aquellas con discapacidades cognitivas.
Uno de los conceptos más potentes que emergieron durante la charla fue el de la "mirada privilegiada", una expresión que hace referencia a esa forma especial de percibir el mundo que tienen muchas personas con discapacidad intelectual.
Lejos de ser una limitación, esta mirada se convierte en una capacidad extraordinaria: la de detenerse en los detalles que los demás hemos aprendido a ignorar. En un entorno donde la prisa, la costumbre o la estandarización nos llevan a pasar por alto muchas cosas, quienes miran sin filtros preconcebidos nos enseñan a ver con más profundidad, sensibilidad y presencia.
Como explicó Nacho, muchas veces hemos sido educados para mirar sin ver, para aceptar lo dado como lo “normal” o lo “correcto”, sin cuestionar si es accesible, si es justo, si está pensado para todos. Sin embargo, las personas con una mirada privilegiada son capaces de identificar incomodidades, incoherencias o barreras invisibles que los demás simplemente damos por sentado. Detectan cuándo un espacio es hostil o acogedor, no por su estética superficial, sino por cómo les hace sentir, por lo que permite o impide hacer. Perciben el entorno no desde la teoría, sino desde la experiencia directa.
Este enfoque no solo pone en valor la diversidad de percepciones, sino que cuestiona nuestra manera hegemónica de diseñar y vivir los espacios. Escuchar y aprender de estas miradas privilegiadas es una oportunidad para diseñar entornos más humanos, inclusivos y sensibles, donde cada persona, con independencia de sus capacidades, se sienta reconocida y respetada. En definitiva, nos invita a repensar la arquitectura no como una disciplina exclusivamente técnica, sino como un acto de profunda empatía y escucha activa.
Esta sensibilidad especial fue descrita como un talento, no una limitación, destacando el valor que la diversidad aporta a la hora de pensar, rediseñar y evaluar espacios inclusivos.
Durante la actividad, se analizaron imágenes de distintos entornos escolares, identificando elementos que contribuyen al confort o que, por el contrario, generan estrés o incomodidad.
Los detalles más destacados que se han ido repitiendo en el análisis de imágenes durante la sesión se relacionan con una serie de parámetros arquitectónicos fundamentales, que condicionan de forma directa la percepción emocional de los espacios:
El color: el uso del color en arquitectura no es solo decorativo, sino profundamente emocional. Colores cálidos o suaves, como los tonos tierra, los beiges o los pastel, tienden a generar relajación, cercanía y bienestar. En cambio, los colores fríos (azules intensos, verdes oscuros) o excesivamente saturados, pueden provocar estrés, incomodidad o distanciamiento si no se emplean con cuidado. La elección del color debe responder al tipo de actividad que se va a realizar en ese espacio y al perfil emocional del usuario.
Las formas: las formas redondeadas y orgánicas generan sensaciones de acogida, seguridad y calma. Se perciben como “amables” para el cuerpo y la mente, e invitan a permanecer, a interactuar o a explorar con tranquilidad. Por el contrario, las líneas rectas, duras o angulosas, si predominan, pueden activar mecanismos de alerta, tensión o rigidez, ya que nuestro cerebro las asocia inconscientemente a obstáculos, estructuras rígidas o entornos de control.
La comodidad del mobiliario: no todos los asientos están pensados para permanecer largos periodos de tiempo. La comodidad o incomodidad del mobiliario suele ser deliberada, como forma de modular el comportamiento del usuario. Por ejemplo, en una sala de espera de un hospital se opta por butacas que inviten a relajarse, mientras que en un espacio de tránsito o paso rápido se emplean asientos menos confortables para evitar largas permanencias. Esta dimensión nos recuerda que el mobiliario es también un lenguaje silencioso, que prepara psicológicamente para lo que viene después.
Las dimensiones: la escala del espacio afecta a la percepción emocional. Pasillos estrechos, techos bajos o espacios comprimidos pueden generar agobio, ansiedad o incomodidad. Sin embargo, si estos espacios conducen hacia un lugar luminoso, estéticamente agradable o con elementos positivos (luz natural, colores suaves, obras de arte…), esa percepción negativa puede mitigarse o incluso transformarse en expectativa o curiosidad. El diseño debe jugar con los contrastes de forma intencionada y coherente.
El uso: cada espacio debe diseñarse según su uso específico, adaptado a las personas que lo van a habitar. La funcionalidad debe ir de la mano de la estética y de la emocionalidad. Un aula infantil no puede ser igual que un aula de adolescentes, ni una sala de descanso como una zona de trabajo colaborativo. La decoración, los colores y los materiales deben estar en sintonía con las necesidades del usuario, su edad, sus intereses y su contexto. Espacios mal adaptados pueden generar rechazo, desconexión o desmotivación.
La distribución y los recorridos: la organización espacial debe ser lógica, intuitiva y accesible. Espacios laberínticos, con esquinas sin salida, pasillos confusos o señales poco claras generan estrés, desorientación y sensación de inseguridad. Por el contrario, una buena distribución —que conecte visualmente los espacios, respete los flujos de personas y anticipe los usos— facilita la comprensión del entorno y mejora la experiencia del usuario. La claridad espacial también es fundamental para la accesibilidad cognitiva.
Las texturas: la textura de los materiales puede transmitir emociones muy distintas. La madera, por ejemplo, aporta calidez, naturalidad y serenidad; se asocia con lo humano y lo doméstico. El acero o la piedra, en cambio, pueden expresar solidez, pero también frialdad o rigidez si no se combinan adecuadamente. La textura debe responder a la función del espacio y a lo que queremos que el usuario sienta al recorrerlo, tocarlo o habitarlo.
El mobiliario: además de su comodidad, el diseño y disposición del mobiliario también influye en la experiencia emocional. Mobiliario modular, adaptable, con formas suaves o materiales agradables puede favorecer la colaboración, la concentración o la creatividad. En cambio, un mobiliario mal elegido puede obstaculizar el movimiento, generar incomodidad y ser una barrera para la accesibilidad. El diseño centrado en el usuario es clave para crear espacios funcionales y empáticos.
La vegetación: la presencia de plantas y elementos naturales mejora significativamente el bienestar emocional. Numerosos estudios demuestran que la inclusión de vegetación en entornos educativos y laborales aumenta el rendimiento, reduce el estrés y mejora la atención. La conexión con lo natural, incluso en pequeños detalles, actúa como una “pausa mental” dentro del entorno construido.
Los espacios abiertos: la apertura del espacio, tanto real como visual, es otro factor fundamental. Los espacios amplios o conectados visualmente con el exterior ayudan a reducir la sensación de encierro, favorecen la participación y nos hacen sentir parte de algo mayor. Además, permiten mayor flexibilidad para la organización de actividades, invitan al movimiento y generan un entorno más estimulante.
La iluminación: la luz natural es esencial para favorecer procesos cognitivos como la concentración, la creatividad o la toma de decisiones. Un aula bien iluminada con luz solar directa o indirecta mejora el rendimiento y la salud visual. Por el contrario, los espacios oscuros o con luz artificial mal diseñada pueden generar tristeza, inquietud o fatiga. En algunos casos, una iluminación tenue y controlada también puede ser útil si se busca favorecer la introspección, el descanso o la calma, siempre que esté en consonancia con el uso del espacio.
Como recordó Pablo Muñoz, la arquitectura debe aspirar a mejorar la calidad de vida, facilitando entornos que no solo sean funcionales, sino emocionalmente acogedores y accesibles para todas las personas. Para ello, a modo de resumen, debemos tener en cuenta:
Inclusión
Arquitectura emocional - Accesibilidad cognitiva
Talento personas con discapacidad intelectual
Respuesta emocional
Optimización experiencia de usuario.
Ruptura con diseño arquitectónico de centros formativos y de aprendizaje.
La charla culminó con un testimonio profundamente conmovedor de Nacho Santias, que compartió con los alumnos su experiencia personal como usuario de silla de ruedas, aportando una mirada real y humana sobre los retos cotidianos de la accesibilidad. Desde su propia vivencia, insistió en que la empatía es una herramienta clave cuando el cuerpo no responde como se espera.
En esos momentos, explicó, la arquitectura, el diseño y la actitud de las personas se convierten en aliados o en barreras. Su intervención nos recordó que diseñar bien es también cuidar del otro, pensar con sensibilidad y anticiparse a las necesidades diversas.
“La discapacidad está muchas veces en los entornos, no en las personas”, señaló Nacho, dejando claro que el mayor motor de cambio no es la técnica, sino la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Una lección de vida y diseño que cerró la sesión entre aplausos, reflexión y una nueva conciencia en el alumnado.
Un recordatorio potente de que la verdadera accesibilidad no solo se diseña, también se practica desde la empatía, el respeto y la mirada inclusiva.
Desde el proyecto TECMAA, seguimos apostando por generar experiencias significativas que conecten el arte, el diseño y la transformación social, trabajando con referentes que, como Pablo y Nacho, nos ayudan a mirar el mundo con otros ojos.
Una de las ideas clave que quisimos destacar en esta charla —y que resulta especialmente relevante para los estudiantes del Bachillerato de Artes— es que el diseño de espacios no es una labor exclusiva de los arquitectos. Si bien estos profesionales se encargan de proyectar la estructura y definir las formas del “contenedor” arquitectónico, el contenido y la experiencia del espacio dependen también, y en gran medida, de la intervención de artistas, diseñadores e incluso ilustradores. En este contexto, el arte se convierte en una herramienta transformadora, capaz de aportar valor estético, simbólico y funcional al entorno.
Los alumnos de Artes tienen un enorme potencial para intervenir en este tipo de proyectos desde múltiples disciplinas. El diseño de mobiliario, por ejemplo, no solo responde a criterios ergonómicos, sino también estéticos, emocionales y comunicativos. Lo mismo ocurre con la iluminación, que puede pensarse como una forma de escultura visual, capaz de transformar la atmósfera de un espacio. Además, el uso del color —uno de los elementos más potentes en el diseño emocional— requiere sensibilidad artística y conocimiento de los efectos psicológicos que produce.
Otras áreas clave donde los estudiantes pueden desempeñar un papel protagonista son la creación de murales y elementos gráficos que humanicen los espacios, dotándolos de identidad y calidez; el diseño de escenografías y ambientaciones temporales, por ejemplo en instalaciones culturales, educativas o sociales; la composición visual y distribución de los recorridos en exposiciones o eventos; e incluso la organización de sus propias salas de muestra, donde puedan aplicar conocimientos de montaje, narrativa visual y gestión del espacio.
Estas competencias artísticas no solo enriquecen la experiencia del usuario en entornos físicos, sino que abren también nuevas salidas profesionales en el ámbito del diseño de interiores, la museografía, el escaparatismo, la dirección de arte o la creación de espacios expositivos. En definitiva, aprender a mirar el espacio desde una mirada estética, funcional y emocional convierte a los futuros artistas en agentes activos del cambio y en colaboradores imprescindibles en el diseño de entornos más humanos, bellos y accesibles.