El hombre que vivió con un agujero en la cabeza

Phineas Gage fue un individuo que vivió en Vermont, Estados Unidos, a principios del siglo XIX. Y su vida habría pasado desapercibida de no haber sido por un terrible accidente que cambió para siempre a la neurociencia, el estudio de la biología del cerebro.

El hombre era un empleado de ferrocarriles responsable de despejar rocas para poder colocar las vías.

Cuando una roca era demasiado grande, Gage tenía que perforar un hoyo en medio de ésta para introducir explosivos que debía apisonar con una barra de hierro antes de encender la mecha.

Sin embargo, el 13 de septiembre de 1848, esta tarea relativamente simple tuvo un giro atroz.

La barra de hierro aparentemente se resbaló por un lado de la roca produciendo una chispa que hizo encender la pólvora prematuramente.

Esto provocó que la barra de hierro -de casi un metro de largo y unos 3 centímetros de diámetro- se disparara directamente hacia su cráneo, atravesara la cara del hombre por debajo de su ojo izquierdo y saliera por la parte superior de la cabeza para caer a unos 30 metros de distancia.

Gage quedó inconsciente por algunos minutos pero poco después se paró, se subió a su carreta de bueyes y se fue a consultar al médico del pueblo.

Un hombre distinto

Bajo el experto cuidado del doctor local, John Harlow, Gage logró vivir otros 12 años con un hoyo en la cabeza.

Pero nunca se imaginó que su accidente lo convertiría en uno de los casos de estudio más famosos de la investigación cerebral, incluso hasta hoy en día.

Aunque logró sobrevivir, su accidente lo cambió profundamente. Las personas que lo conocían decían que se había vuelto inestable, poco fiable, grosero y que a menudo insultaba y ofendía a los demás.

"Se informó que se había convertido en lo que hoy podríamos describir como 'desinhibido', el término clásico de lo que ocurre a algunas personas después de sufrir lesiones en su lóbulo frontal", le dice a la BBC el profesor John Aggleton, experto en neurociencia de la Universidad de Cardiff.

"Es decir, perdió sus inhibiciones, tanto en un contexto social como emocional. Y, por no decir algo peor, se volvió alguien con quien no era fácil estar".

Para los especialistas de la época, esto fue una revelación sorprendente. Por primera vez tenían evidencia de que los daños al cerebro podían afectar nuestra conducta y personalidad.

"Cuando ocurrió el accidente de Phineas no había una doctrina aceptada de que el cerebro tenía funciones", explica Malcolm MacMillan, profesor de psicología de la Universidad de Melbourne, Australia, y autor del libro An Odd Kind of Fame: Stories of Phineas Gage (Una Fama Poco Común: Historias de Phineas Gage).

"La única versión que se oponía a esa hipótesis era la de los frenólogos, que pensaban que las protuberancias en el exterior del cráneo indicaban los órganos dentro del cerebro, por lo tanto que cada parte del cerebro tenía funciones particulares".

Poco después del accidente, distintos especialistas del cerebro usaron la evidencia del caso de Gage como prueba de sus propias teorías sobre la forma como funcionaba el cerebro.

Los que estaban a favor de la localización -la idea de que distintas partes del cerebro tenían distintas tareas- afirmaban que los cambios en su personalidad confirmaban esta posición.

Pero otros creían que el hecho de que Gage hubiera logrado sobrevivir mostraba que todas las partes del cerebro podían llevar a cabo todas las funciones y que una parte podía hacerse cargo de las funciones de otra parte que había dejado de funcionar.

La neurociencia moderna nos dice que, hasta cierto punto, ambas versiones eran correctas.

"El caso puso de manifiesto el hecho de que una parte del cerebro, los lóbulos frontales, que asociamos con la planeación y las estrategias intelectuales, también tienen un papel importante en las emociones"

BBC news