TRES REFORMADORES: LUTERO-DESCARTES-ROUSSEAU (Jacques Maritain)

Fecha de publicación: 18-jun-2010 12:26:00

MARITAIN, Jacques. Tres Reformadores. Lutero-Descartes-Rousseau. Traducción, Ángel Álvarez de Miranda. Ediciones Encuentro, Ma­drid, 2006. 199 páginas.

Hace apenas cien años, en la mañana del 11 de junio de 1906, Jac­ques Maritain recibía en París junto con su esposa Raisa y la hermana de ésta Vera Oumançoff, el sacramento del bautismo en la iglesia de San Juan Evangelista, actuando como padrinos León Bloy y su esposa Jeanne Molbech. Culminaba así un itinerario espiritual que nacía en un entorno familiar impregnado de protestantismo liberal y laicismo -era nieto de Jules Favre- para desembocar a instancias de Péguy en el en­cuentro de la noción de lo absoluto a través de las lecciones de Bergson en La Sorbona y al poco con la fe y existencia cristianas que encarnaba de singular manera la obra y persona del propio Bloy.

Diecinueve años "más tarde, en 1925, verían la luz en un único volu­men los tres ensayos que dan pie al título de la obra que nos ocupa y que ahora en feliz coincidencia con el mentado centenario reedita Edi­ciones Encuentro, rescatando la clásica y excelente traducción de Ángel Álvarez de Miranda supervisada por sabia mano. Su aparición causó un hondo impacto en los círculos intelectuales de ambos lados del Atlánti­co -no sólo católicos- que habían asistido al hundimiento de varios de los pilares fundamentales de la Modernidad en la escombrera de la Gran Guerra y que su vez presentían los fúnebres rumores que no lo­graba acallar la algarabía de los años veinte. Baste recordar, a modo de ejemplo, la influencia que las tesis aquí expuestas por Maritain iban a tener de inmediato en el pensamiento y evolución espiritual del poeta anglo-americano T.S. Eliot, quien merced a esta obra trabaría honda y prolongada amistad con nuestro autor.

Lutero, Descartes y Rousseau: en estos tres nombres filia Maritain la gé­nesis y esencia de la Modernidad en su triple vertiente religiosa, filosófica y moral, respectivamente. Los subtítulos que acompaña a cada uno de ellos, Lutero o el advenimiento del yo, Descartes o la encarnación del ángel y Rousseau o el santo de la naturaleza, junto con la respectiva tentación del desierto asignada a modo de introito a cada reformador, nos indican ya la seriedad desde la cual Maritain va a encarar su examen crítico: los analizará como teólogo y filósofo cristiano anclado en un realismo filosófico con una solícita preocupación por los efectos que la Modernidad así configurada ha tenido en la salus animarum de nuestro tiempo. De su ri­gor y honradez intelectual con que aborda esta empresa da cuenta y razón la extraordinaria y profusa selección de textos de los tres autores que Mari­tain incluye acompañando sus tesis, discusiones y refutaciones.

Por ser la religión el ámbito que gobierna toda actividad humana, nuestro pensador alsaciano considera la revolución luterana como la que más influencia ha tenido en la conformación de la mentalidad mo­derna. Lutero es visto así no tanto como fundador del Protestantismo si­no como un enemigo declarado del saber filosófico, dotado no tanto con una inteligencia especulativa orientada a lo universal, sino de una inteligencia cogitativa volcada en lo particular, cuyos dominios con­gruentes serían la región del yo y sus sucesivos estados de animo y sen­timientos. Ello va a producir un drástico corrimiento desde el cristocen­trismo que presidía hasta entonces la vida interior a una nueva espiritualidad esta vez de índole egocéntrica necesitada per definitionem de consuelos espirituales y de la experiencia de la piedad. El sentimien­to de saberse en gracia -algo por otro lado incognoscible e irrelevante para Santo Tomás- deriva así en una preocupación -verdadera obsesión en la vida de Lutero- mayor que la debida al propio Dios. Para mostrar­nos mejor todo ello, el ensayo maritainiano entrevera de manera magis­tral determinados aspectos doctrinales del monje agustino con sus pecu­liaridades personales y vivencias biográficas, destacando cómo las vicisitudes de la vida del hombre Lutero en su tragedia agonista se adi­vinan una y otra vez en el trasfondo de sus escritos y polémicas, conta­minando su discurso teológico. La voluntad esclava -propia de una na­turaleza humana ya no herida sino corrompida por el Pecado Original­ se verá ahora obligada a renunciar a la vida interior mas no por ello a la santidad: la ascética y la razón son sustituidas por la justificación que viene de la sola fides y la sola scriptura. La confusión luterana entre "personalidad" e "individualidad" dará lugar a un triunfo de la inmanen­cia que jalonará la Modernidad toda planteando una serie de conflictos irresolubles (espíritu y autoridad, Evangelio y ley, sujeto y objeto, intimi­dad y trascendencia) que al parecer de nuestro autor no tendrían senti­do en un orden de cosas respetuoso para con las realidades espirituales.

Si en Lutero hemos visto un cambio substancial en el concepto mis­mo de persona respecto de su naturaleza, entendimiento y voluntad, ahora en la revolución cartesiana veremos cómo se trastoca la noción del pensamiento mismo. Para Maritain el pecado de Descartes reside en su angelismo, al concebir nuestro entendimiento bajo las categorías que la filosofía medieval atribuía al pensamiento propiamente angélico cu­yas notas esenciales son su independencia respecto de las cosas, su ín­dole intuitiva y su carácter innato. Esta transmutación comportará una deificación de las ideas confundiéndolas con un «signo instrumental .. y un “objeto quod”, desligadas de cualquier origen sensible. Una tal infla­ción de la razón será índice y causa de una gran debilidad aneja a la Modernidad misma, a saber: la razón desarmada pierde su asidero en lo real y tras un tiempo de presunción se ve reducida a abdicar en el mal contrario: anti-intelectualismo, voluntarismo, pragmatismo, etc. De ahí que veamos, en lúcida metáfora de nuestro pensador, al hombre moder­no equipado como un dios para luchar contra los cuerpos, pero inerme para pugnar contra los espíritus y al que las leyes del universo metafísi­co le aplastan de forma irrisoria.

Rousseau --el santo de la naturaleza- dio en realizar en el plano de la moralidad natural una obra del mismo tipo que la de Lutero en el plano evangélico, yendo, como nos dice Maritain, de las altas esferas de la gra­cia al fondo mismo sensible y animal del ser humano. Para nuestro autor, lo privativo de Rousseau, su singular privilegio, consistirá en la resigna­ción de sí mismo, aceptándose a sí mismo y a sus peores contradicciones como el fiel acepta la voluntad de Dios. De ahí la insistencia con que el ginebrino repetía la siguiente fórmula al final de su vida, tan en boga en la mente del hombre moderno: «hay que ser uno mismo ... Por todo ello, declarará sin ambages nuestro autor: ,<el hombre de Rousseau es el ángel de Descartes haciendo la bestia ... Y es que Maritain no se llama a engaño respecto del optimismo y naturalismo rusonianos por suponer este último una repulsa del orden sobrenatural y proclamar aquélla bondad de la na­turaleza, adivinando en su trasfondo una realización integral de la vieja herejía pelagiana de la mano ahora del misticismo de la sensibilidad. Se completaba así en la casa de campo de Mme. d'Epinay en Montmorency, la gran mutación conceptual e histórica incoada dos siglos antes en una celda del monasterio agustino de Erfurd y soñada años más tarde al calor de una estufa a orillas del Danubio, mutación que Maritain disecciona a la luz de la verdad cristiana y teniendo a la vista en toda su seriedad sus consecuencias en el destino último de las almas.

El dieciséis de febrero de 1546, dos días antes de morir, Lutero ano­taba en un suelto de papel en su Eisleben natal su postrer pensamiento. Tras encomiar en latín la profundidad insondable de la Sagrada Escritu­ra, terminaba afirmando en alemán esta vez: «somos mendigos. Esa es la verdad ... Ahora que el ángel de la Historia de Benjamin contempla con desolación la quiebra de la Modernidad, puede que este desconsuelo nos esté insinuando precisamente el carácter mendicante del yo, de la razón y de nuestra naturaleza. Acaso sólo desde dicho reconocimiento de la indigencia podamos alcanzar la limosna de la verdad y sus frutos parejos. Como aquella que Maritain y Raisa recibieron hace ahora cien años en una mañana de junio entre los muros de una iglesia erigida en el mundanal Montmartre, muy cerca de la humilde morada de León y Jeanne Bloy, y que dio lugar a páginas polémicamente preclaras como éstas que ahora se le ofrecen oportunamente al perplejo lector, hijo de su tiempo.

Ignacio García de Leániz

En Diálogo Filosófico, 67, Enero/Abril 2007, pp. 113-116.