04. EL PROBLEMA DE LA PERSONA: ¿QUIÉN SOY? (SEIS AFIRMACIONES BÁSICAS DESDE UNA PERSPECTIVA FENOMENOLÓGICA)

EL PROBLEMA DE LA PERSONA

¿Qué es una Persona?

Quizás la pregunta esté mal hecha ya que la persona no es una cosa. Cuando preguntamos por las cosas preguntamos: ¿Qué es ....? Sin embargo, cuando preguntamos por las personas preguntamos : ¿Quién es...? La persona es un quien, no un qué. Por eso, mejor haríamos en preguntar: ¿Quién es la persona, cada persona? ¿Quién soy?

Intentar hacer una descripción de la naturaleza personal resulta harto difícil y complicado por ello me voy a limitar a hacer una breve descripción -a veces quizás imprecisa y seguramente en muchos términos problemática- de seis de sus notas esenciales que me parecen más importantes.

Son las siguientes:

1. La persona es una unidad.

2. La persona tiene entendimiento, voluntad y afectividad.

3. La persona es un ser abierto, un proyecto.

4. El proyecto personal es a la vez común y singular, único, irrepetible e insustituible.

5. La persona es un ser relacional.

6. La persona es un ser para el amor.

Analicemos cada una de estas propiedades esenciales de la Persona:

1. Ante todo una unidad. Si como observadores imparciales nos ponemos delante de una persona lo primero que observamos es que este ser es ciertamente un “bicho raro”. Es un ser que se nos muestra como misterioso, nos es difícil investigarlo.

Se nos muestra con algo común al resto de los seres vivos, por eso decimos que es un ser biológico, animado, un animal. Es un ser que tiene vida. En eso se parece a todos los seres vivos que le rodean. Si hiciéramos una clasificación de éstos tendríamos forzosamente que incluirlo. Pero si observamos esa realidad vital vemos que es también lo que le diferencia. Es un ser que muestra una intimidad, no es sólo un ser consciente, rasgo que aparece de forma innegable en los animales más evolucionados, sino también y sobre todo un ser autoconsciente. Es decir, no solo siente sino que sabe que siente y entiende que es sentir, no sólo conoce sino que sabe que conoce y qué es conocer, no sólo que quiere sino que sabe que conoce y qué es conocer. En sentido estricto es un ser que manifiesta su intimidad en una serie de procesos espirituales o psíquicos que tienen inmediatamente una expresión sensible (actúa, gesticula, habla ...; pero sobre todo, crea).

Es por tanto un ser peculiar en el que se unen lo sensible y lo no sensible, lo que se ve y toca junto con lo que no se ve y no se toca pero dando lugar a una unidad que es lo que conforma lo que denominamos vida humana. Es decir, no sólo comemos sino que hemos creado toda una gastronomía, hemos dado una dimensión netamente espiritual a algo que en principio no es más que puramente biológico, animal. Y así podríamos decir de todas esas manifestaciones que llamamos cultura. Por lo tanto no en vano hay quien ha definido al hombre como un ser cultural.

Es decir, utilizando terminología clásica, la persona es una unidad misteriosa en la que se funden en una misma realidad lo material y lo espiritual. Lo que durante muchos años se ha denominado cuerpo y alma y que hoy se denomina debido a las connotaciones religiosas que ha adquirido el concepto alma como cuerpo y mente.

Además, ambas realidades no son realidades inconexas sino íntimamente unidas de tal forma que no hay hombre si alguna de las dos falta. El lenguaje lo expresa muy bien, cuando alguien muere ya no hablamos de persona, eso que tenemos ante nuestros ojos, ya no es nuestro padre, nuestro abuelo o nuestro amigo, no, simplemente es su cadaver que como bien sabéis en su origen etimológico no es más que “caro data vermis” (ca-da-ver), carne dada a los gusanos. Eso es, carne, sólo eso pero no persona.

Pero, ¡cuidado!, no penséis que de esas dos realidades una es mejor que otra como pensaba Platón atribuyéndole al alma la preexistencia y definiendo la corporalidad como tumba del alma. No, ambas realidades son igualmente dignas porque lo digno es el hombre. No se pueden hacer dicotomías, no se podría expresar un sentimiento sin una obra escrita por la mano, sin una palabra expresada, sin un gesto, sin un beso, sin una mueca. La persona es todo, ni no uno ni lo otro, todo.

2. Pero además esta compleja realidad se distingue de las otras por tres notas distintivas: tiene entendimiento (razón), voluntad y afectividad.

Esas tres funciones de la persona tienen cada una su propia misión pero no son compartimentos estanco.

La función de la razón es el conocimiento. Pero, ¿a que llamamos conocer? Conocer no es más que introducir en mí (dentro de un concepto) lo que las cosas que componen la realidad son. Es, y perdonadme el ejemplo, como meterse las cosas en la cabeza. Es, el intento, como han dicho algunos filósofos de adecuación (acomodación) del entendimiento a la realidad. Y cuando esa adecuación es plena se genera el concepto que es como la fotografía de la realidad. Pero la razón no se conforma con ese intento de “comprender” (fotografiar-conceptualizar) lo real sino que quiere hacerlo correctamente. Quiere, busca, que la foto no esté desenfocada. Cuando ese conocimiento es adecuado hablamos de verdad. Eso es por tanto la verdad, el conocimiento adecuado de la realidad. Por eso quizás podamos decir que el objeto del conocimiento es la verdad.

Bien, de acuerdo, pero ¿cuál es la función de la afectividad? La función de la afectividad ha sido largamente discutida a lo largo de toda la historia de la Humanidad, y hoy todavía estamos metidos en ello, quizás a la primacía que tienen esos fenómenos cordiales que llamamos sentimientos.

Pero intentemos, con mucha brevedad, arrojar un poco de luz sobre esta función de la persona. Es evidente que lo que hace el corazón es sentir. Sí, pero, ¿qué es sentir? Sentir es una respuesta ante la belleza que me muestra la realidad conocida adecuadamente. Es decir, lo real, conocido con verdad, produce en mí una respuesta, pero como toda respuesta, dinámica. El sentimiento no es puramente estático, eso es falso, el sentimiento no sólo se padece. El sentimiento responde ante a algo, hay por tanto una llamada en el sentimiento a la acción. Es decir, cuando yo siento alegría, ante el conocimiento de un hecho justo, no me quedo inmovilizado e inundado por este sentimiento sino que éste sentimiento me mueve a trabajar por la realización del valor de la justicia.

Es decir, el sentimiento supone por tanto un acto de conocimiento y es la respuesta del corazón ante el descubrimiento de lo valioso de la realidad. Pero ese carácter de respuesta exige inmediatamente que entre en juego la voluntad.

La voluntad es la capacidad de querer el bien. Es decir, supone el conocimiento de lo verdadero y el sentimiento de que esa verdad es valiosa en sí misma y me lleva a crear o a hacer perdurar, mediante mis acciones, esa realidad que desde mi conocimiento es percibida como verdad, desde mi sentimiento como belleza, y desde mi voluntad como bondad.

Es fácil ver después de este recorrido por qué decía antes que estas tres funciones no son compartimentos estanco. Funcionan unitariamente, o al menos, lo deberían hacer expresando así esa misteriosa unidad del ser personal. Pero a veces, y lo experimentamos todos los días, esto no es así. A veces tienden a funcionar por separado, al menos aparentemente, y a enfrentarse entre sí. Así surge el eterno problema del hombre, que percibimos en nuestras propias carnes con bastante frecuencia, y que los pensadores han llamado “el problema del mal”.

Pero no vamos aquí a hablar de eso porque nos llevaría lejos de nuestro propósito. Nos debe quedar claro que el hombre es un complejo de conocimiento, voluntad y afectividad.

3. La Persona, por tanto no es un ser acabado. Se ha dicho que una de las grandes diferencias entre el animal y el hombre es que el primero tiene Umwelt (entorno, no-mundo) a diferencia del hombre que tiene Welt (mundo). Esta oposición quizás nos pueda dar una idea de qué es lo que quiero decir. El entorno es estrecho, determinado, totalmente dado a diferencia del mundo que es amplio, indeterminado, no está dado, ha de ser creado, elegido, vivido.

Esta distinción proveniente de la antropología no hace más que recoger un dato que el hombre vive cotidianamente y a veces de forma hasta angustiosa. El hombre vive en una profunda insatisfacción. Tiene la permanente vivencia de que es imperfecto, no está completo, tiene que crear su vida, darle un sentido. Y eso lo percibe como una exigencia de su propio ser. De ahí que proyecte, que busque, que actúe, que cree, en definitiva que tienda hacia la posesión plena de su ser.

En definitiva, es un ser que tiene una exigencia de plenitud y sabe que debe tender hacia ella si quiere hacer justicia a su ser. La persona, por tanto, es un ser abierto, un proyecto.

4. Pero este proyecto aunque es común (toda persona es igual) toma matices peculiares en cada uno porque cada persona es única, irrepetible, insustituible.

Quizás hemos llegado al punto álgido de las características esenciales de la persona. Toda persona se percibe como una, idéntica consigo misma, podrá haber una persona semejante pero nunca igual, ni aunque sea clónica. Quizás esta conciencia, si os fijáis, toma mayor relevancia en el caso de hermanos gemelos.

Esto nos parece tan evidente que nunca lo ponemos en duda, cuando exigimos que se nos trate como personas lo que pedimos en el fondo es que se respete nuestra unicidad, nuestra peculiaridad.

Y cuando sentimos la ausencia de una persona se nos da de nuevo la experiencia de una unicidad irrepetible que nadie podrá jamás ni sustituir, ni llenar.

5. Además, la persona no es un ser solitario. Es un ser relacional.

Al lado de la experiencia de la unicidad aparece la incontrastable noticia de nuestra necesidad del otro. Ya el lenguaje bíblico lo expresa perfectamente cuando en el Génesis se pone en boca de Dios que no es bueno que el hombre este sólo. La propia teología cristiana insistiendo en que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios ha profundizado en la naturaleza comunitaria del Dios Cristiano (uno y trino, familia, comunidad de ser e individualidad de personas).

La propia filosofía también ha insistido en ello. Aristóteles en un famoso texto de su Política define al hombre como un “animal social”. Y precisamente según él, lo que nos hace ver esta naturaleza social del hombre está en la presencia de la palabra. (Es curioso que en griego la palabra que se emplea para designar a la razón y a la palabra sea la misma: lógos).

Es un hecho, el hombre necesita de otros con los que vivir. Pero esos otros no pueden ser seres cualquiera. No le basta con la compañía de cosas y animales. Necesita seres que al igual que él sean personas. Necesita de un al que mirar a los ojos y con el cual emprender un proyecto común: el proyecto social como medio para realizar la multitud de los proyectos particulares.

6. Por último, la persona es un ser para el amor. De entre todas las actividades del ser humano hay que destacar aquella que da sentido a todas y más aún, aquella que da sentido a la propia vida y al ser del hombre. El amor es la actividad humana que recapitula en sí a toda la persona, la que la unifica. El amor es un acto del entendimiento, de la voluntad, de la afectivad –por tanto espiritual- y también un acto corporal, al mismo tiempo es un acto que siempre crece-como la persona-, es un acto que respeta y requiere la unicidad personal y que sólo puede darse entre personas. El amor es, pues, el acto que con justicia define mejor lo que es una persona. De ahí que algún pensador haya dicho que la persona es un ser para el amor o, mejor, que es Amor.

Repito: la persona es un ser unitario en el que se unifican lo sensible y lo espiritual, con tres funciones: entendimiento, voluntad, afectivad a través de las cuales realiza su propio proyecto porque no está acabado. Este proyecto es propio para cada persona porque refleja su unicidad e irrepetibilidad. Es un ser relacional que necesita de los otros para construir con ellos un proyecto común (la sociedad) que, a la vez se convierta en un medio para mejor realizar su propio proyecto. Desde el Eros del Banquete hay filósofos que han insistido en que este ser relacional busca con insistencia un que dé respuesta última a esa exigencia de plenitud amorosa que tiene en su interior y que sólo Alguien puede saciar. Y, desde ahí, han insistido en lo busca con insistencia –lo que se manifiesta en nuestra permanente insatisfacción-, porque aunque es verdad que la sed no exige la existencia del agua, sólo puede ser saciada con agua. Es evidente que hay otros filósofos que o bien niegan la dimensión relacional del ser humano reduciéndola a una relación de pura utilidad –por ejemplo Sartre con su afirmación: “El infierno son los otros”- o bien niegan esa segunda dimensión de la relacionalidad humana insistiendo en que no existe tal Ser (Heidegger, por ejemplo) o que, en el caso de que existiera, no se relacionaría con el ser humano (Kant, por ejemplo, al negar la posibilidad de cualquier Revelación). Y, por último, ese proyecto es un proyecto de Amor porque la persona es un ser para el Amor.