02. EVOLUCIÓN, HOMINIZACIÓN Y HUMANIZACIÓN

A. EVOLUCIÓN

Cuando en el sigloXVIII el naturalista sueco Linneo (1707-1778) clasificó en su Sistema de la naturaleza las rocas y los seres vivos en reinos, clases, familias, géneros y especies, encontró un lugar en su taxonomía donde situar al hom­bre. Mas en ningún momento creyó que los ras­gos que el ser humano compartía con los anima­les, y en especial con los grandes monos, pusieran en entredicho la diferencia abismal que desde siempre se había considerado que separa­ba a la especie humana del resto de las criaturas.

Fue la teoría darwiniana de la selección la que nos insertó propiamente en el reino animal al mostrar que la semejanza entre nosotros y los animales se explicaba por nuestro origen común: poseíamos los mismos antepasados.

Junto con las teorías del materialismo histórico de Marx y de la acep­tación por parte de Freud de causas inconscien­tes de la conducta humana, las tesis de Darwin han contribuido de forma decisiva a configurar una visión mecanicista del mundo.

Vamos a estudiar la concepción darwiniana del ser humano y preguntarnos si el hombre es algo más que un animal.

1. La teoría de la evolución

Por teoría de laevolución se pueden entender tres tesis diferentes:

1. La afirmación de que las especies de seres vivos ahora existentes proceden de laformación de seres vivos pertenecientes aotras especies. Es el reconocimiento del hecho de la evolución. A esta doctrina se la conoce como transformismo.

2. La descripción pormenorizada del proceso evolutivo, esto es, el descubrimiento de los pasos que se han dado para llegar a la situación actual; algo así como dibujar el árbol genealógico de cada especie viva.

3. El descubrimiento del mecanismo que explica el hecho de la evolución: encontrar las causas que producen la transformación de unos seres vivos en otros muy diferentes.

Naturalmente, las tres tesis están conectadas. No tiene sentido describir el proceso evolutivo si no se acepta que existe evolución. Tampoco sería sensato sostener un mecanismo evolutivo si se niega el transformismo. Sin embargo, cabe aceptar el transformismo y negar tal o cual descripción de la evolución y no aceptar una determinada explicación de esta evolución.

Darwin proporcionó muy buenas razones para aceptar el transformismo: describió someramente algunas de las líneas que ha podido seguir la evolución; pero su aportación más importante fue proponer un mecanismo explicativo de la evolución que, con algunos retoques, todavía hoy, tras más de un siglo y medio, sigue siendo aceptado.

2. El transformismo

Algunos filósofos griegos habían propuesto la idea de que los seres vivos que ahora pueblan la Tierra descienden, a través de muchas genera­ciones, de otros seres muy distintos. Sin embar­go, estas teorías nunca pasaron de ser excen­tricidades y la concepción que dominó el pensamiento occidental hasta finales del siglo XIX fue la creencia en que el mundo vivo era estático en sus líneas generales. Si bien es ver­dad que los individuos cambiaban, nacían, cre­cían y morían, los tipos de individuos, las espe­cies, eran modelos inmutables.

Este inmovilismo se vio reforzado por la tradi­ción judeo-cristiana-musulmana, que aceptaba el relato del Génesis y la creación simultánea de todas las especies animales y vegetales. Además, ¿por qué Dios había de crear un mun­do imperfecto que se transformase lentamente hasta alcanzar la perfección que ahora con­templamos? Más propio de su omnipotencia es crear el mundo en toda su perfección en un solo acto.

Elfijismo, la creencia en la inmutabilidad de las especies, se une de forma natural al creacio­nismo: el mundo, incluidos los seres vivos que lo habitan, fueron traídos al ser desde la nada por un acto consciente y voluntario de un ser omnipotente. El hombre proviene, asimismo, de este acto creador.

2.1. El descubrimiento de fósiles

Contra el fijismo hablaban unas extrañas rocas con formas de seres vivos desconocidos, los fósiles. Se pensó que eran caprichos de la natu­raleza, rocas que habían adquirido esa peculiar forma, pero nadie acertó a explicar qué fuerzas las habían modelado.

También se creyó que eran seres vivos aberran­tes mineralizados. Pero, ¿por qué entonces no aparecían mineralizados seres vivos normales? No faltó quien propuso que se trataba de una argucia del diablo para tentar a los hombres al inclinarles a no creer en la palabra de Dios.

Poco a poco se fue abriendo paso la idea de que esas extrañas rocas eran realmente restos de animales y vegetales extintos. El gran zoólo­go francésCuvier, para salvar lo máximo posi­ble del fijismo, concibió la hipótesis catastrofísta: la Tierra había sufrido una serie de cataclismos que produjeron la muerte masiva de innumerables seres vivos; después de cada una de estas grandes catástrofes, Dios repobló la superficie terrestre con nuevas especies que creaba. El diluvio universal fue la última de esas catástrofes.

La idea de Cuvier abandonaba la creencia en la inmutabilidad de las especies, pero no avanza­ba decididamente hacia el transformismo. Se seguía reconociendo que la única fuerza capaz de producir especies era la omnipotencia divina a través de la creación directa.

Ahora bien, en contra de lo que se suele creer, los fósiles no son la única prueba en favor del trans­formismo. Había otras razones que se compagi­naban bastante mal con la creación ex profeso de cada especie por Dios.

2.2. Pruebas en favor del transformismo

Darwin recopiló un gran número de pruebas en favor del transformismo y la biología moderna ha añadido otras nuevas. Todas ellas consisten en hechos difíciles de compaginar con la creen­cia de la creación separada de las especies, pero que concuerdan muy bien con la hipótesis transformista.

La existencia de homologías

Órganos homólogos son los que tienen el mis­mo origen y la misma estructura básica, pero diferente función. ¿Por qué las homologías hablan en favor del transformismo?

Pensemos en un edificio que se reforma. Los arquitectos logran encontrar muy buenas solu­ciones para los fines a los que se va a dedicar el edificio, pero no son las mismas que se habrían elegido en el caso de construirlo de nuevo. La estructura antigua sigue existiendo pese a su transformación y el ojo experto descubre que es un edificio antiguo remozado.

Lo mismo ocurre en los seres vivos. Si las espe­cies hubieran sido creadas tal como las conoce­mos, cada una mostraría la estructura más ade­cuada para su tipo de vida. Pero lo que se observa es que tanto los animales como las plantas presentan gran diversidad en sus órga­nos, y esta diversidad responde a variaciones sobre unos pocos modelos. Así, por ejemplo, los miembros de los tetrápodos (anfibios, repti­les, aves y mamíferos) tienen la misma estructu­ra, aunque se usen para fines muy diferentes. ¿No habla esto más en favor de una transforma­ción gradual a partir de un antecesor común que de una creación separada?

Las similitudes embriológicas

Evolución significa cambio gradual. Este cambio puede darse en un solo organismo desde que comienza su existencia como una única célula hasta que, tras crecer y reproducirse, muere, en toda una estirpe de organismos. En el primer caso, se habla de ontogenia (desarrollo de individuo) y en el segundo, de filogenia (trans­formación de unas especies en otras).

El biólogo alemán Haeckel propuso en el siglo XIX la ley de la recapitulación de la filogenia por la ontogenia, o sea, que el desarrollo de un ser vivo cualquiera pasa rápidamente a lo lar­go de las fases a través de las cuales evolucionó muy lentamente su especie. Hoy no se acepta como tal, pero es verdad que los seres vivos se parecen entre sí mucho más en sus estados embrionarios que una vez desarrollados.

De nuevo esta semejanza habla en favor de un antepasado común.

Las pruebas biogeográficas

Uno de los hechos que más asombraron a Darwin fue la distribución de los pinzones en las islas Galápagos. En el continente sudamericano existen unas pocas especies de pinzones que habitan grandes áreas geográficas. En cambio, en un gru­po de islas, a novecientos kilómetros del conti­nente, se encuentran muchas especies únicas de ese archipiélago, algunas de las cuales son endé­micas de una sola isla. ¿Cómo explicar esta extra­ña distribución si hubieran sido creadas por Dios directamente? En cambio, si suponemos que, al formarse las islas, en cada una de ellas quedaron aisladas diversas poblaciones de pinzones y que desde entonces evolucionaron separadamente, comprendemos la razón de esta diversidad.

Los órganos vestigiales

En muchas especies se observan órganos rudimentarios a los que no se les atribuye ninguna finalidad, aunque en otras especies esos mismos órganos, más desabollados, contribuyen a algu­na función. Así, por ejemplo, las ballenas, que carecen de miembros posteriores, presentan restos de la cintura pélvica.

La aparición de atavismos

A veces aparecen animales o plantas que pre­sentan órganos o partes de órganos que se supone que poseían las especies de las que pro­ceden. Por ejemplo, de vez en cuando aparecen caballos con dos o tres dedos en vez de uno solo, recordando a algunos fósiles considerados como sus antecesores.

3. La explicación de la evolución

Si aceptamos la evolución, entendida según la primera acepción (transformismo), como un lecho innegable, debemos preguntarnos sobre el mecanismo que es capaz ele producirla. A comienzos del siglo XIX, el zoólogo francés Lamarck adelantó una teoría explicativa de la evolución cuyo estudio nos puede servir para entender mejor la que propuso Darwin posteriormente en El origen de las especies.

3.1. El lamarckismo

Lamarck acepta el transformismo. Ahora bien, qué causas producen que unas especies se transformen en otras? Según su teoría, el cambio se produce mediante una serie de pasos:

1. Se da por cualquier razón un cambio en las circunstancias que rodean la vida de un ani­mal; por ejemplo, el aumento de la sequía trae consigo una disminución del pasto.

2. Ese cambio en el ambiente origina nuevas necesidades en el animal (necesita comer las plantas que hasta entonces despreciaba, por ser más difíciles de conseguir, más duras de masticar, etc.).

3. El cambio en las necesidades trae consigo la ejecución de nuevos actos para satisfacerlas.

4. Para ejecutar esos actos nuevos, el animal necesita ejercitar partes que antes apenas usaba, lo que las desarrolla, como el depor­tista desarrolla sus músculos; o incluso nece­sita disponer de nuevos órganos, de nuevos miembros o de nuevas partes. Así, por ejemplo, ciertas aves que consiguen su alimento pescando, pero a las que no les gusta zambullirse en el agua, han ido poco a poco esti­rando sus patas y alargando su cuello para poder alcanzar sus presas sin mojarse; o las ansias de nadar de las ranas, los patos y los castores han producido las membranas interdigitales que unen los dedos de sus patas.

5. Las modificaciones adquiridas de este modo se transmiten por herencia a los descendien­tes, los cuales, al seguir ejercitando las partes modificadas de sus cuerpos, las perfeccionan más aún y las dejan en herencia a sus hijos, que continúan el proceso. Al cabo de unas cuantas generaciones, la especie ha modifi­cado profundamente uno de sus órganos.

La obra de Lamarck, como zoólogo, causa asombro, pero hay que reconocer que su expli­cación de la evolución es deficiente. Ante todo, ¿cómo explicar la evolución vegetal, si la evolu­ción implica necesidades y deseos?

Pero hay otra objeción: puesto que se admite que los cambios que ocurren poseen una finali­dad, se producen para obtener algo, Lamarck conserva una ideateleológica de la evolución que no se acomoda bien con la de quienes rechazan cualquier finalidad en los seres naturales inclinándose a favor del azar.

Además, esos cambios siguen siendo misterio­sos. Tenemos experiencia de que el uso conti­nuado de un órgano lo fortalece. Si fuera verdad que las características adquiridas durante la vida de un animal se transmiten a sus descendientes, el nuevo ser nacería ya con ese órgano más desarrollado; y si continuara usándolo, lo de­sarrollaría más aún y el órgano en cuestión apa­recería más fuerte en sus hijos.

Pero Lamarck no solo necesita el fortalecimien­to de los órganos ya existentes, sino —y esto es increíble— la aparición de nuevos órganos que permitan ejecutar los actos que satisfagan unos nuevos deseos. Pero, aunque el ejercicio de un órgano lo fortifica, el ejercicio de un órgano que todavía no existe, no puede crearlo. ¿En qué con­siste ejercitar un órgano que no existe?

3.2. La teoría de la selección natural de Darwin

En 1859, Charles Darwin (1809-1882) publicó El origen de las especies, donde propuso su teoría explicativa de la evolución. Es una idea relati­vamente simple, que se apoya en unos hechos bien conocidos:

Hecho a

Crecimiento potencialmente exponencial de las poblaciones, sugerido tras la lectura del Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus.

Hecho b

Estabilidad media del tamaño de la pobla­ción a pesar de oscilaciones ocasionales. Esuna observación general que el número de seres vivos a nuestro alrededor es muy similar todos los años.

Hecho c

Limitación de los recursos necesarios para la vida. Es también una observación general a la que Malthus prestó atención. Es la razón por la que el tamaño de las poblaciones se mantie­ne uniforme pese a su capacidad de creci­miento.

Primera conclusión

De estos tres hechos Darwin dedujo, como antes había hecho también Malthus, una prime­ra conclusión: existe una lucha de los indivi­duos entre sí. Esta lucha no tiene que ser una confrontación directa, aunque a veces lo sea. Quedaría mejor descrita como una competencia de los organismos de la misma o de distintas especies por unos recursos limitados.

Darwin unió la conclusión anterior con un nue­vo hecho y extrajo una nueva tesis:

Hecho d

Existen diferencias individuales entre los organismos de una misma especie. Es también un hecho de conocimiento general que hay grandes diferencias entre los distin­tos individuos humanos, y los criadores de ganado y los agricultores saben que ocurre lo mismo en los animales domésticos.

Segunda conclusión

Se da una supervivencia diferencial. Como los organismos deben competir por conseguir recursos limitados y no todos están en igualdad de condiciones para competir, tendrán más posibilidades de sobrevivir aquellos que pre­senten características individuales que les repor­ten una ventaja en esa lucha. Esta es la super­vivencia del más apto. Darwin llamó a esta probabilidad diferente de supervivencia selec­ción natural y estimó que era similar a la que practicaban a diario los cultivadores de plantas y los criadores de animales tal y como venía ocurriendo desde la Antigüedad.

Solo queda unir esta última conclusión con un nuevo hecho y completar la explicación de la evolución.

Hecho e

Heredabilidad de la mayor parte de las diferencias individuales. Todos los criado­res de animales o de plantas conocían que los seres vivos producían nuevos organismos que no solo compartían los rasgos específicos, sino también los rasgos individuales de sus proge­nitores.

Tercera conclusión

Este hecho, unido a la supervivencia diferencial,origina que, a través de varias generaciones, la

mayoría de los individuos de una población presenten el rasgo diferencial que

reporta ventaja en la lucha por la existencia. Si cambia el ambiente, el rasgo que hasta

entonces proporcionaba esa ventaja puede no ser ya ventajoso, mientras pasa a ser preferible otro diferente. La selección natural favorecerá a los individuos que tienen este otro rasgo, que al

cabo de un tiempo serán mayoría.

Realmente la evolución de las especies no consiste en la aparición de un nuevo carácter (un

rasgo morfológico, bioquímico, de comportamiento, etc.), sino en el hecho de que ese carácter se haga mayoritario en los organismos que constituyen una población de una especie,cuando se acumulan en los miembros de unapoblación muchos caracteres distintos, hasta elpunto de que se vuelva imposible la hibridación con otros individuos de la especie, surge unaa especie. Esto es la evolución.

3.4. Diferencias entre la teoría de Darwin y la de Lamarck

1. A diferencia de Lamarck, Darwin propone una teoría para explicar la evolución en la que queda excluida toda causalidad final. Es un mecanicismo ciego, que no pre­cisa de una inteligencia que lo dirija.

La evolución no tiene por qué mostrar una dirección fija ni apuntar a una meta. Los nue­vos tipos de individuos no son mejores que los anteriores. Ciertamente han tenido más éxito reproductivo, pero no porque sean más perfectos, sino simplemente porque po­seen alguna ventaja en la lucha por la existen­cia. Pero no debemos olvidar que esa ventaja es siempre relativa. Un cambio en el ambiente puede volver a favorecer la variedad anterior.

Tampoco Darwin utiliza la causa final para explicar la variabilidad que se observa en los individuos. Los seres vivos no se adaptan al medio ambiente en el que viven, si esta frase significa que los organismos desean y hacen algo para adaptarse. Darwin excluye explíci­tamente que los animales produzcan en sí mismos una modificación, que es, como vimos, el núcleo de la posición de Lamarck.

2. De acuerdo con el darwinismo, las diferen­cias sobre las que opera la selección natural se originan aleatoriamente, ysolo si por azar existen previamente pueden ser favorecidas por la selección.

En suma, la teoría de la selección natural pro­pone una explicación de la evolución basada en el azar (que aporta las nuevas variedades) y en la necesidad, que solo deja proliferar las varie­dades que mejor se adapten en ese momento.

3.5. La teoría sintética de la evolución

Darwin desconocía el mecanismo mediante el cual las características específicas e individua­les se transmiten de padres a hijos. Tampoco podía explicar cómo a veces surgen nuevascaracterísticas que no se encuentran en los padres.

Hubo que esperar hasta el comienzo del siglo XX para que se iniciase la ciencia de la genética: el descubrimiento de las leyes de la herencia, la identificación de los portadores físicos de la información genética y las causas de las mutaciones variaciones de los genes.

La combinación de la nueva ciencia de La genética con la teoría de la selección natu­ral constituye la teoría sintética de la evo­lución o neodarwinismo.

4. Las dificultades del darwinismo

Son numerosas las críticas que ha suscitado la teoría de Darwin. Rechazar la teoría de la selecciónnatural no supone negar que exista la evolución.Sabemos que, en principio, una cosa es el hecho de la evolución y otra su explicación, aunque en la práctica difícilmente se aceptará en la ciencia un hecho del que no se disponga de una explicación que se estime correcta. Por esta razón, la evolución fue aceptada de forma generalizada solo después del éxito de la teoría de Darwin.

Aunque los pocos que niegan hoy que se haya producido la evolución lo hacen movidos más bien por motivos ideológicos, no faltan genuinas razones científicas para dudar de la explicación darwiniana de la evolución.

Al decir «genuinas razones científicas», no queremos dar a entender que sean acertadas.

Es una cuestión muy debatida si puede aceptarse la posición de la teoría sintética de la evolución añadiéndole leves retoques o si debe modificarse profundamente.

4.1. La teoría de la selección natural es tautológica

Se ha señalado con frecuencia que la tesis de la supervivencia del más apto, punto básico de la teoría de la selección natural, es una afirmación tautológica. Una oración es tautológica cuando es verdad ocurra lo que ocurra. Por tanto, nadapuede contradecirla.

Podría parecer que obtener afirmaciones que nunca pueden ser falsas es lo máximo a lo que

puede aspirar la ciencia. Sin embargo, las tautologías pagan un precio muy alto por su infalibilidad. No pueden ser contradichas por la experiencia porque no dicen absolutamente nada. Si el hombre del tiempo nos dijese «mañana lloverá o no lloverá», su pronóstico sería tan exactocomo vacío: una pura tautología, una proposición claramente analítica.

«Los más aptos sobreviven» no suena tautológico. Pero lo es si no somos capaces de ofrecer un criterio con el que distinguir a los más aptos que sea diferente de su mayor tasa de reproducción.Dicho de otro modo, si podemos identificar a los más aptos antes de ver si son o no los que sobreviven, la afirmación estará llena de contenido. Encaso contrario, será vacía,tautológica, porque nos vendrá a decir que los más aptos, esto es, los

que sobreviven, son los que sobreviven.

Evidentemente, podemos pensar que es posible explicar cuáles son los más aptos antes de que

comience a funcionar la selección natural. ¿No es claro que a una mariposa nocturna le «con-

viene» esconderse? Sin duda, el mimetismo es una ventaja en la lucha por la existencia. De esta

manera, podríamos haber predicho que las polillas oscuras desplazarían a las otras en hábitats

contaminados.

Sin embargo, hay casos en los que la forma dominante de una especie no presenta mimetismo. ¿No contradiría esto la teoría de la selección natural?

En los seres vivos observamos muchos rasgos de los que no podemos encontrar una explicación coherente de la ventaja evolutiva que proporcionan. Por eso ningún biólogo puede predecir el curso que tomará la evolución, ni siquiera qué variedades presentan más posibilidades de sobrevivir. Resulta fácil explicar las cosas una vez que han ocurrido; mucho másdifícil es predecirlas. La teoría de la selección natural siempre las explicapostfactum, nunca las predice. Para algunos filósofos de la ciencia, esto habla en contra de su índole científica.

4.2. La selección natural es incapaz de explicar la especiación

Más grave es la objeción de que la selección natural no ha probado su capacidad para producir nuevas especies.

Los darwinistas aseguran que la acumulación de pequeñas variaciones —como el color— puede dar lugar a la larga a dos individuos tan distintos que ya no puedan hibridarse y, por tanto, a la creación de dos especies diferentes. Darwin, en este punto, mantiene el principio aristotélico de que la naturaleza no da saltos. Esto lleva con­sigo que todos los cambios de importancia sean graduales, nunca bruscos ni repentinos.

Pero entonces surge inevitablemente el proble­ma del tiempo. Si la especiación, o aparición de nuevas especies, es un proceso que requiere centenares de años, ¿ha habido tiempo suficien­te para que surjan todas las especies que han aparecido desde el inicio del mundo?

Es difícil dar una respuesta a esta pregunta. El propio Darwin creyó que sí. Pero cuando, tras la publicación de El origen de las especies, Lord Kelvin le hizo ver que la Tierra no podía ser tanvieja como él había supuesto, reconoció, en las sucesivas ediciones de su libro, que la selec­ción natural era un mecanismo explicativo de la evolución, sin duda el principal, pero no el único.

El argumento de Kelvin partía del supuesto de que el calor del globo terráqueo, que aumenta según perforamos la superficie de la Tierra, pro­viene del calor originario existente cuando se formó. Como en todo cuerpo caliente rodeado de otros más fríos que él, este calor se va disi­pando poco a poco. La Tierra, pues, se enfría.

Efectuó diversos cálculos para medir el tiempo que tardaría la Tierra en perder todo su calor. Partiendo de datos razonables y aceptados por la geología de la segunda mitad del siglo XIX concluyó que era imposible que la Tierra tuvie­ra más de cien millones de años: probablemen­te no pasaba de los veinte millones. Estas cifras echaban por tierra las teorías geológicas que le asignaban una duración mucho mayor y, de paso, arrojaban dudas sobre la posibilidad de la teoría de la selección natural.

Hasta el comienzo del siglo XX, con el descubri­miento por parte de la madame Curie de la radiactividad, no fue posible encontrar el error en la teoría de Lord Kelvin: el calor del centro de la Tierra no procede de la temperatura de los materiales que originalmente la formaron, sino de procesos radiactivos. Puesto que la Tierra se sigue calentando, no podemos calcular su edad midiendo su temperatura actual, la velocidad con que se disipa su calor y la temperatura que tenía al formarse.

Pero la gradación en la evolución necesita algo más que tiempo. El carácter paulatino de los cambios obliga a que la aparición de un órgano complejo, como el ojo, requiera múltiples pasos intermedios. Cada uno de esos pasos interme­dios tiene que proporcionar una ventaja adaptativa para que permanezca en la población. Y, aunque es indudable que un ojo es muy útil en la lucha por la existencia, el surgimiento gradual de las diversas partes del ojo no parece que pro­porcione ventaja alguna.

Si pudiera demostrarse que ha existido algún órgano complejo que no haya podi­do formarse por numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones, mi teoría habría fracasado rotundamente.

Charles Darwin El origen de las especies. Bruguera

5. Diseño Inteligente (InteligenceDesign)

La teoría darwinista de la evolución no es la única explicación de la evolución. Ahora mismo, y enfrentada al darwinismo, tiene una presencia activa –especialmente en Estados Unidos- la teoría denominada Inteligence Design.

Vamos a explicar con un cierto detalle el núcleo de la propuesta del Intelligent Design tal como lo expone uno de sus más avanzados defensores, Michael Behe, en su libro más popular: La caja negra del Darwin. A continuación resumiremos muy brevemente la propuesta de otro de los líderes del movimiento: William Dembski. Sus ideas están repartidas en un gran número de publicaciones. Nos centraremos, de una manera muy sintética, en lo que pensamos que es el núcleo central de su propuesta, que se complementa perfectamente con las ideas defendidas por Behe.

5.1. Complejidad irreductible de Michael Behe

Es claro que en el mundo natural, el que nos presenta nuestro conocimiento ordinario de la naturaleza, encontramos una extraordinaria complejidad. Dicha complejidad hace difícil la explicación de la evolución de las especies desde la perspectiva darwinista, es decir, aquella que se alcanza sólo con modificaciones casuales -sin ningún propósito especial- y selección natural. Una de las consecuencias lógicas de esta doctrina es que la evolución se produce de una manera gradual. Es cierto que ahora se están investigando caminos alternativos -y también complementarios- para explicar el "hecho" de la evolución, es decir, la procedencia de las formas de vida conocidas actualmente de otras formas anteriores y, por tanto, comunes a las existentes hoy día. En cualquier caso es el darwinismo, en sus diversas variantes, la teoría que domina en el ámbito científico y que el mundo académico ha adoptado como explicación más ajustada a los datos disponibles. Darwin es considerado por gran parte de la comunidad científica como el padre del evolucionismo en general. La mayoría de las teorías evolucionistas, al menos es así para los defensores del ID, de una manerau otra, tienen en común y remiten a las ideas básicas de Darwin.

Michael Behe, en "La caja negra de Darwin" comienza su crítica al darwinismo con un ejemplo que es uno de los preferidos en sus ataques al Darwinismo: el escarabajo bombardero. Como ocurre en otros muchos ejemplos de la naturaleza que el autor podría haber elegido, la complejidad que manifiesta este pequeño animal hace muy difícil explicar su aparición siguiendo el esquema darwiniano. A la complejidad que se resiste a ser explicada por el evolucionismo de tipo darwinista, Behe la llama irreductible. Antes de ilustrar más detenidamente esta noción hacemos una breve exposición de por qué es tan sorprendente este pequeño animal y expondremos algunas de las consecuencias extraídas por Behe.

Complejidad biológica: el escarabajo bombardero

El escarabajo bombardero posee un sofisticado sistema defensivo cuyo esquema incluso ha sido estudiado como posible sistema de propulsión de cohetes. Básicamente está compuesto por dos cámaras separadas por un esfínter. La primera, que se llama vesícula colectora, contiene una mezcla de hidroquinona y agua oxigenada que es segregada por unas glándulas llamadas lóbulos secretorios. La segunda cámara contiene una serie de glándulas ectodérmicas que segregan bajo determinadas condiciones una proteína que se llama catalasa. La catalasaactúa como enzima para que reaccionen rápidamente la hidroquinona y el agua oxigenada. Esta reacción, cuando se produce, desprende agua y quinona a una alta temperatura: la mezcla puede alcanzar incluso el punto de ebullición. Cuando el escarabajo se siente amenazado contrae la vesícula colectora que, al abrirse el esfínter, empuja el líquido a la segunda cámara, que es llamada cámara de explosión. Inmediatamente se cierra el esfínter y se segrega la catalasa que activa la reacción. La quinona tiene por sí solaun efecto irritante. La elevación de la temperatura hace que el líquido salga a presión y a alta temperatura, proyectándose por el orificio de salida. El efecto que la mezcla produce sobre el depredador que se acerque al escarabajo debe ser muy desagradable y puede salvar la vida del insecto.

¿Cómo es posible que un sistema así haya sido obtenido por evolución gradual (darwinista)? Esta es la pregunta que la originalidad y complejidad del sistema explicado hace queuno se formule de manera natural. Responderla es uno de los desafíos que los creacionistas han lanzado repetidas veces a los darwinistas. Dawkins acepta el reto y ofrece una

respuesta que es detallada y ampliada por Behe en su libro. Behe expone un escenario en el que se podría dar razón, con los presupuestos de Dawkins, a la aparición de un escarabajo bombardero tal como lo conocemos en la actualidad.

La explicación darwinista se apoya en los siguientes argumentos:

1. La quinona tiene un efecto irritante por sí sola y otros escarabajos la sintetizan también. Llevar la quinona en una cantidad suficiente en el cuerpo es una ventaja para la especie: cuando un escarabajo es masticado sabe mal y el depredador aprende rápido lo que no debe comer.

2. Casi todas las células llevan catalasa. También el agua oxigenada es irritante y, por tanto, ha podido ser utilizada por diversos insectos para los mismos fines que la quinona.

3. Se puede concebir (de modo darwinista) un efecto defensivo con un solo elemento que se va perfeccionando con el tiempo de una manera gradual. El sistema defensivo pasa de funcionar cuando el insecto es comido, a hacerlo cuando se siente simplemente amenazado, lo cual es una clara ventaja competitiva y, consiguientemente, son aplicables aquí los principios de la selección natural.

Todo esto es posible y admisible pero, no obstante, Behe considera que quedan muchos interrogantes a los que se debe responder: la estructura (la forma) de todos estos órganos y cómo se han coordinado de manera tan perfecta no son explicados tan fácilmente con los principios anteriores únicamente. En realidad, reconoce Behe, todos los órganos que hemos visto tienen una estructura multicelular compleja y no sabemos cómo han podido formarse cada uno de ellos. Son como "cajas negras" de las que desconocemos su contenido y cómo se

han ido modificando: ignoramos, en definitiva, los mecanismos que controlan su aparición y coordinación.

La objeción principal que plantea Behe, dirigida principalmente a los evolucio­nistas pero también a los creacionistas, es que realmente no se da razón de la aparición de nuevas formas. Solamente se explica la posibilidad de que aparezcan, es decir, se afirma que "pudo haber evolución darwiniana". Esto lo admite Behe y reconoce que es difícil en esta situación decir si el sistema, el insecto, ostenta verdaderamente com­plejidad irreductible.

Sistemas de complejidad irreductible

En el sistema anterior y en otros de complejidad semejante o mayor, la explica­ción gradualista es difícil de refutar o de defender. Esto es debido a que se argumenta a partir de elementos que ya, de por sí, son complejos ellos mismos. Lo que se dice en esa situación, afirma Behe, se parece a decir que para construir un aparato de música estéreo basta con unir dos altavoces, un amplificador también estéreo, un reproductor de CD y un sintonizador. Lo que se ha dicho no es mentira, pero realmente es muy poco. La ex­plicación parte de bloques que ya son ellos mismos difíciles de explicar.

Es fácil dar explicaciones donde los componentes son como cajas cerradas (cajas negras) que son capaces, así lo asumimos, de realizar las funciones necesarias para ob­tener el resultado conocido. Además, aceptamos con bastante rapidez que es fácil lo que estamos acostumbrados a ver que funciona correctamente por sí solo. No nos paramos a pensar fácilmente en la complejidad que encierra el ejercicio de ciertas actividades vi­tales, o incluso de algunos instrumentos cotidianos. Utilizamos, por ejemplo, un coche o un ordenador sin reparar en su complejidad, pero si queremos explicar con un cierto ni­vel de profundidad qué pasa en ellos nos enfrentaríamos con serios problemas. Mirando las cosas desde arriba, es fácil "imaginar" modificaciones pequeñas en el interior de sistemas muy complejos que al final dan como resultado una mejora neta en nuestro sistema. De esta manera es admisible, sin plantearnos muchas dificultades, que dentro de un sistema muy complejo, y con muchos elementos, ocurren pequeños cambios que son la causa de un resultado notoriamente diferente, funcional y morfológicamente.

En la situación descrita (sin conocer el interior de los componentes) es difícil de­terminar si un organismo, o un sistema cualquiera, posee complejidad irreductible. También en un ordenador podríamos concebir una cierta evolución. Basta con haber in­troducido algún programa por el que se pueda adaptar mejor a la tarea que realiza. Es claro que en este caso tendría que estar previsto, pero se pueden concebir sistemas que aprendan del exterior y, por tanto, que puedan usar esa información obtenida para auto- modificarse: difícil pero concebible (al menos en casos más sencillos). Lo que sería to­talmente inviable es que dicha evolución se produjera al nivel de los tornillos y cables, en el caso del coche, o de las instrucciones elementales previstas para el procesador, en el caso de un ordenador. Esto sería posible si dichas piezas no fueran realmente ele­mentales sino compuestos de otros elementos de nivel inferior. Entonces tendríamos que fijarnos en esos para establecer con seguridad dicha imposibilidad.

La pregunta que se hace el autor de La caja negra de Darwin es, precisamente, si existe algún sistema biológico que permita afirmar con certeza científica que posee complejidad irreductible, es decir, que no se ha podido alcanzar de una manera gradual: cambios pequeños que supongan ventajas competitivas y selección natural. Es una pre­gunta que de tener respuesta afirmativa iría directamente contra el núcleo de la teoría darviniana. En este punto del discurso conviene precisar, así lo hace el autor, lo que él entiende por sistema irreductiblemente complejo: "con esta expresión me refiero a un solo sistema compuesto por varias piezas armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar". Es clave en la argumentación que hace Behe admitir que esas "piezas" son realmente elementales: como los tornillos y las tuercas del coche en relación con su fabricación. La solución de la casualidad múltiple para dar razón de la aparición de dichos sistemas en la Naturaleza no es aceptada ni por los actuales darwinistas más beligerantes.

Se trata por tanto de ver si es aplicable la definición de complejidad irreductible a algún sistema natural, es decir, en el que no ha intervenido la mano humana. En los artefactos es muy sencillo determinar si es aplicable la definición de complejidad irreductible. Behe se sirve, para exponer sus ideas, del análisis de un artefacto en el que es fácilmente aplicable su definición y en el que podemos determinar, por tanto, si se trata de un sistema irreductiblemente complejo. El artefacto es la clásica trampa de ratón. En ella se sabe perfectamente su función, atrapar ratones, y cuáles son los elementos básicos, "las piezas", que la componen. Es patente con sólo ver la imagen de la trampa que para conseguir realizar adecuadamente su función es necesario que funcionen todas las piezas y tengan la forma y características necesarias. Si falta sólo una, o no está como debe, o no tiene el tamaño requerido, etc., la trampa no funciona. Se trata de un sistema de complejidad irreductible. Es también claro que un sistema que, como éste, sea irreductiblemente complejo no puede alcanzarse de una manera gradual: o está todo o no tenemos trampa; una trampa que no tiene muelle, o cualquier otra pieza, no sería capaz de ejercer su función mínima: cazar el ratón. No hay posibilidad de tener, por tanto, un precursor físico con menos piezas, aunque sí pueden existir precursores conceptuales: sistemas para cazar ratones que empleen otro mecanismo como, por ejemplo, pegamento. Pero de estos últimos no se alcanza de manera gradual los primeros.

Podremos aplicar estas nociones a sistemas biológicos, o sistemas naturales en

general, sólo si somos capaces de aplicarles la definición de complejidad irreductible, es

decir, si podemos "enumerar las partes del sistema y reconocer una función". Las partes,

como hemos dicho anteriormente, deben ser elementales. Para Behe, en la actualidad

estamos en condiciones de abordar ese problema: la ciencia que lo permite se llama

Bioquímica.

Sistemas bioquímicos y diseño

La bioquímica moderna nos ha permitido, según Behe, llegar hasta los ladrillos

con los que están formados todos los seres vivos. Lo anterior equivale a descubrir qué hay en el interior de la "caja negra", poder desvelar los "mecanismos" mediante los cuales dichas "piezas" se relacionan entre sí sosteniendo las distintas funciones que nos presenta nuestra experiencia ordinaria. Con palabras del mismo Behe: "Por extraño que parezca, la bioquímica moderna ha demostrado que la célula es operada por máquinas: literalmente, máquinas moleculares. Como sus equivalentes artificiales (ratoneras, bici­cletas y naves espaciales), las máquinas moleculares van desde lo simple hasta lo su­mamente complejo".

Para ilustrar las palabras anteriores, el autor de la Caja negra de Darwin va pa­sando revista a un conjunto de sistemas de los que se puede decir que sabemos su com­posición desde el nivel atómico. Asume que los ladrillos de dichos sistemas son bási­camente los aminoácidos, con los cuales se forman las proteínas, y que estas son mara­villosas y diminutas máquinas moleculares (motores, trasportadores, cortadoras, repli­cadoras, etc.) que pueden alcanzar un grado de complejidad asombroso, que tienen fun­ciones perfectamente definidas y cuyo funcionamiento, al menos en un buen número de casos, conocemos con suficiente detalle. Cada uno de estos ejemplos en los que es apli­cable su definición permiten concluir que, asombrosamente, ostentan complejidad irre­ductible.

Los ejemplos de sistemas bioquímicos estudiados por Behe con suficiente detalle son:

· El cilio.

· El flagelo bacteriano.

· La coagulación de la sangre.

· La estructura de los distintos subsistemas de una célula eucariota.

· El sistema de transporte de proteínas.

· El sistema inmunológico.

· La síntesis en la célula de proteínas y de ácidos nucleicos.

El análisis detallado de estos ejemplos, y el hecho de que se conozca su estructura hasta el nivel molecular, llevan a Behe a afirmar en ellos la evidencia del diseño. De mismo modo que en el caso de la ratonera, por ser un sistema de complejidad irreductible, todos estamos de acuerdo en afirmar que ha sido diseñada y fabricada en los sistemas estudiados es necesario afirmar sin ningún miedo a equivocarse que son sistemas diseñados. Esto es lo que afirma Behe. Se entiende por diseño la intervención de un actor inteligente que ha dado forma a dichos sistemas. No se presupone ni quién es el actor ni cuando ejerció su actividad creativa. El hecho de afirmar la existencia de diseño tampoco impide a Behe aceptar la evolución e incluso, en una cierta medida, el darwinismo. Lo que niega categóricamente es que los sistemas que poseen complejidad irreductible puedan haberse formado de una manera gradual, según explica el neodarwinismo.

Behe también niega que estos sistemas hayan podido surgir como consecuencia de unas leyes naturales que, contando con el tiempo, han dado lugar a esos organismos. Esto nos obligaría a situarnos en un nivel de conocimiento que trasciende la ciencia.

En dicho nivel es donde se sitúa la metafísica clásica. Lo que defiende Behe, y así lo ha confirmado en escritos en los que responde a diversas críticas, es que el diseñador ha actuado creando estructuras que no son explicables desde las leyes naturales. Él llama a este tipo de diseño "diseño en sentido fuerte", es decir, el mismo tipo de intervención que es necesaria en la fabricación de un artefacto como la trampa de ratón. La naturaleza de los elementos que componen este último sistema artificial, no da explicación de cómo se han combinado en orden a poder realizar la función que cumplen. Como la probabilidad de que la unión de sus elementos sea una coincidencia múltiple resulta despreciable, hay que concluir que la causa que los ha unido es externa a los mismos elementos y, además, que dicha causa es el diseño previo y su construcción de acuerdo con esos planes. Es obviamente necesaria la intervención de un agente capaz de materializar dicho diseño.

5.2. Inferencia de diseño de William Dembski

Vamos a ser mucho más breves en el comentario de esta noción que constituye el hilo conductor de las tesis de William Dembski y que se complementa perfectamente con la propuesta de Michael Behe. Se puede decir que la existencia de información de complejidad especificada (CSI), noción propuesta por Dembski que hace posible la inferencia de diseño, es una traducción formal de la noción de complejidad irreductible que Behe explica en una sede no matemática. Por motivos de espacio no vamos a hacer en este trabajo un análisis comparativo de las dos nociones.

Dembski pretende actualizar algunas cuestiones que ya estaban planteadas en lafilosofía griega, particularmente con Aristóteles. Actualmente, según Dembski, la cosmovisión científica del mundo ha reducido la comprensión de la causalidad aristotélica. El intento de poner al día esta antigua propuesta le lleva a categorizar las causas que podemos encontrar en el mundo natural en tres clases: necesidad, contingencia y diseño. El diseño constituiría, para este autor, la versión actual de la finalidad aristotélico-tomista. Defiende que la ciencia, particularmente desde el siglo XVII con la mecánica, se ha olvidado del fin, o dicho de otra manera, ha perdido de vista la existencia de diseño en la naturaleza. Hasta el siglo XIX el diseño no pudo ser expulsado del mundo de la vida.

La biología era como un reducto donde la finalidad se había hecho fuerte. Darwin, con su teoría de la Evolución, hizo posible expulsar al diseño de sus últimas posiciones. La propuesta de Dembski constituiría la recuperación para el pensamiento científico de esta causa tan incómoda y arrinconada. El problema principal que se plantea es: ¿cómo descubrir que en la naturaleza existe diseño y que, por tanto, no todo se reduce a azar y necesidad? Dembski res­ponde a esta pregunta de una manera tajante afirmando que el diseño se puede inferir, y propone un algoritmo para lograr dicha inferencia.

Nociones implicadas en la inferencia de Diseño

Las tres nociones claves para poder inferir el diseño son: contingencia, compleji­dad y especificación.

La contingencia es expresión de la existencia de una posibilidad real de ser o no ser en el mundo físico. Tiene que ver, por tanto, con la noción clásica de potencia y, consiguientemente, con la noción de causa material. Esto último no lo explicita Dem­bski que ilustra la existencia de contingencia de diversas maneras. Dice, por ejemplo, que la disposición sobre el tablero de unas fichas de ajedrez no se puede reducir o dedu­cir de sus formas, del mismo modo, la imagen de la tinta en el papel no se puede reducir a las propiedades químicas de la tinta. Estos ejemplos son bastante ilustrativos de lo que Dembski quiere decir con contingencia.

La noción de complejidad está directamente relacionada, al menos en una prime­ra aproximación, con la probabilidad. Se trata, por tanto, la caracterización de compleji­dad más sencilla: un sistema cualquiera es complejo si son muchas las posibles configu­raciones que puede adoptar su estructura, es decir, si éstas ocurren en un espacio de probabilidad grande. Será tanto más complejo cuanto mayor es el espacio de probabili­dad. Un ordenador sería un sistema complejo ya que tiene muchos elementos y pueden estar unidos de maneras muy diversas (aunque solamente una, o unas pocas, funcionen).

Las dos nociones anteriores no suponen ninguna novedad conceptual. La noción quizá más original y que constituye el paso decisivo para la "inferencia de diseño" es la de especificación. Esta podría caracterizarse como la determinación "a priori" de un subconjunto reducido de posibilidades dentro del espacio de probabilidad en el que se mueve el sistema. Es importante para los objetivos de Dembski entender que el "a prio­ri" no lo es en sentido temporal. Pienso que en este punto es donde el autor del esquema que estamos explicando se juega su validez y oportunidad, analizarlo en detalle alarga­ría excesivamente este discurso y puede constituir materia para otro trabajo posterior. Uno de los ejemplos expuestos por Dembski puede servir muy bien para ilustrar esta noción.

Si vemos que un conjunto de flechas han caído muy cerca de un grupo de blancos, podemos pensar que esas flechas no se han clavado allí de una manera casual, sino que han sido dirigidas por la puntería del arquero. Hay un patrón "a priori" para poder infe­rir lo atinado del arquero. Este patrón, determinado por la proximidad de las flechas a los blancos, restringe los lugares en los que pueden caer las flechas a unas áreas con­cretas. Es obvio que ver las flechas cerca de los blancos no me serviría para determinar nada si el arquero primero dispara las flechas y después marca los blancos. A esta últi­ma posibilidad Dembski la llama fabricación. El "a priori" quiere dar cuenta de que di­cho patrón debe ser describible antes de que ocurran los eventos en estudio, aunque en realidad se haya descrito después. Se trata de poder decir lo que debe ocurrir sin necesi­dad de saber lo que ha ocurrido. Es entonces cuando podemos decir que disponemos de una especificación o, en su caso, un sistema de complejidad especificada en el sentido en que habla de ella Dembski.

El filtro de diseño

Pensamos que, de las tres nociones anteriores, la que suscita más problemas es la tercera. No obstante, aceptamos la pertinencia de las tres sin más discusión y así pode­mos dar el siguiente paso. El filtro de diseño es un algoritmo que, supuesta la posibili­dad de determinar en un sistema las tres nociones anteriores, permite concluir con certe­za si el sistema ha sido diseñado o no. Esquemáticamente puede expresarse con el dia­grama que reproducimos aquí.

El esquema es suficientemente ilustrativo del algoritmo propuesto como filtro de diseño. En conclusión: podemos afirmar el diseño en un sistema, cuando somos capaces de determinar que dicho sistema es simultáneamente: contingente, complejo y especi­ficado.

5.3. Las dificultades del Diseño Inteligente

1. El diseño inteli­gente inhibe la investigación científica y, por ello, es una idea estéril.

El sentido de esta primera crítica residiría en la incapacidad predictiva del Diseño Inteligente. El Diseño Inteligente no sería ciencia porque no puede predecir en qué sentido va a avanzar el proceso transformista; lo único que hace es constatar la presencia del diseño y postular la necesidad de un diseñador pero no puede decir nada acerca del propósito del diseñador. Por lo tanto, no tiene utilidad alguna como ciencia ya que estaría incumpliendo el propósito de la ciencia: “Ver para prever a fin de proveer”. (Esta misma crítica es aplicada por los defensores del ID al darwinismo).

2. El diseño inteli­gente es un recurso de la ignorancia.

Algunos de los detractores del ID consideran que la conclusión a la que llega esta teoría, a saber, la necesidad de una inteligencia diseñadora, es fruto de no encontrar una respuesta adecuada a aquello que se quiere explicar. Así la respuesta dada es, simplemente, un recurso a la ignorancia o, como ellos dicen, una nueva versión del conocido argumento del Dios tapagujeros.

3. El diseño es superfluo porque la selección natural es adecuada.

Esta crítica es sostenida por los defensores del darwinismo. Consideran que a diferencia del diseño la selección natural sí da explicación de la transformación de unas especies en otras. Esta explicación convierte a la hipótesis del diseñador inteligente en innecesaria. (La respuesta de los defensores del ID a esta crítica es que tendría razón si realmente la selección natural explicara el transformismo, pero no lo hace. Y es por ello que tiene que ser sustituida por el ID).

4. Cualquier diseña­dor debería ser responsable también del mal.

Es un hecho que el mundo está lleno de desorden y de mal. Si el mundo es obra de un diseñador inteligente, entonces dicho diseñador tiene que ser responsable del mal. Estaríamos, por tanto, ante un diseñador perverso. ¿No es más fácil pensar que el mal es producto del ciego azar que de un diseñador malo?

Esta crítica es una versión del argumento conocido como ateísmo ético y presenta bastantes problemas:

a. ¿Qué se entiende por mal? Parece que el argumento confunde el “mal físico” con el “mal moral”. El Diseño Inteligente no habla en ningún momento del mal moral sino de cómo hay ciertas estructuras que manifiestan una complejidad tal que sólo pueden ser explicadas a través de un diseñador inteligente. Tampoco dice nada acerca del “mal físico” al que haríamos mejor en llamar “desorden”. ¿No están suponiendo los darwinistas que el diseñador tiene que ser omnipotente y bueno? Pero acerca de eso no dice nada el ID.

b. Suponiendo que el diseñador fuera perverso, ¿qué explicación sería más racional? ¿La que afirma que el mal es producto de un ser perverso –inteligente y libre- o la que afirma es un producto ciego del azar? Es evidente que los darwinistas se equivocan ya que el ciego azar no explica nada y, a su pesar, la supuesta hipótesis del diseñador perverso sí tendría fuerza explicativa: el mal sería producto de la acción libre de un ser inteligente.

c. Si suponemos, como parece que los darwinistas hacen, que el diseñador es omnipotente y bueno, ¿por qué él tendría que ser el productor del mal? Es evidente que en tal caso el mal no podría provenir de él pero la existencia del mal no probaría en ningún caso que él fuera su productor.

En conclusión, se puede decir que tal crítica es absolutamente infundada.

5. El diseño tiene una motivación religiosa y es inadecuado para la ciencia.

En conexión con la crítica anterior algunos darwinistas presentan esta crítica. ¿Tiene algún fundamento?

a. Los defensores del ID no postulan en ningún momento que el diseñador cuya acción infieren sea Dios y, mucho menos, que sea el dios de religión alguna.

b. En segundo lugar ¿Por qué suponer que una motivación, sea religiosa o de cualquier otra naturaleza, tiene que impedir hacer una investigación seria?

Así podríamos decir que esta crítica tampoco es seria.

6. Aceptar el diseño trastornaría toda la ciencia.

De nuevo nos encontramos ante otra crítica que refleja más un prejuicio de quien critica que un fallo de la teoría criticada.

¿Por qué aceptar la existencia de un diseñador inteligente trastornaría la ciencia? ¿Por qué pondría en duda su supuesta autosuficiencia? Parece que esta crítica parte de la posición cientificista –no científica- que algunos de los defensores del darwinismo profesan. El cientificismo es una posición filosófica –no científica- que considera que el conocimiento científico es el único posible y, por tanto, verdadero. Pero eso no es ciencia –más bien es el cientificismo el que trastorna la ciencia- sino otra cosa.

Si la investigación nos llevara a concluir que la única forma de explicar el transformismo es la existencia de un diseñador inteligente, ¿no sería lo más científico el reconocer los límites de la propia ciencia empírica y el pedir ayuda a otras ciencias como, por ejemplo, la filosofía?

7. El diseño confunde los planos científico y filosófico.

El ID está empeñado en presentarse como una teoría científica siguiendo la estela del darwinismo pero presenta un gran problema: la hipótesis del diseñador inteligente no es una hipótesis científica sino metacientífica. El diseñador no está en el plano físico-material que estudia la ciencia. Pero esto no impide que pueda ser postulado por un científico. Éste, al estudiar la naturaleza, puede llegar a la conclusión –como les ha ocurrido a muchos- de que las explicaciones científicas no son suficientes para explicar los fenómenos naturales y concluir que debe haber otro tipo de explicación perteneciente a otro plano que está más allá de la física (plano metafísico).

Pero lo que en tal caso debe hacer el científico es dejar claro que esa hipótesis no es un asunto que la ciencia pueda abordar porque excede su ámbito. Por ello deberá avisar de que dicha explicación es una explicación filosófica.

Eso es lo que no hace el ID. Se presenta como teoría científica cuando es una teoría filosófica. (Lo mismo le pasa al darwinismo al insistir en la selección natural como mecanismo ciego que produce al azar la transformación de unas especies en otras. ¿Es el azar una hipótesis científica o filosófica?).

A. HOMINIZACIÓN Y HUMANIZACIÓN

1. ¿Descendemos del mono?

Imaginemos que en el naufragio donde mueren todos los compañeros de Robinson Crusoe, se salva el chimpancé que bien podrían llevar como mascota. Imaginemos que Robinson y el chimpancé han ganado la costa en dos puntos opuestos de la isla, de tal manera que ya no volverán a coincidir nunca.

A Robinson, que naufraga y solo posee un cuchillo, cuatro años más tarde lo encontramos dueño de dos confortables viviendas, cultivan­do hectáreas de trigo y arroz, cuidando sus rebaños de ovejas y cabras, y navegando en una piragua con capacidad para 20 hombres, en la que piensa hacerse a la mar con un enorme cargamento. Para construirla había escogido un árbol gigantesco y dedicado veinte días a talarlo, catorce a cercenar sus ramas y brotes, un mes a darle forma y reducir sus proporciones y tres meses a excavar su interior hasta transformarlo en algo parecido al casco de un bote que podía flotar.

¿Qué ha sido del chimpancé, al cabo de esos cuatro años? Si ha sobrevivido, es seguro que lo encontraremos en las ramas de los árboles, alimentándose de frutas y plantas, como han hecho toda la vida todos los chimpancés del mundo.

Bien mirada, la posibilidad de descender del mono tiene menos relevancia de la que parece, pues el hombre, el mono y todas las especies descienden unas de otras, y todas de la primera bacteria.

Antes de conocer los datos de la biología molecular, para esta inquietante pregunta solía haber una respuesta afirmativa, reforzada por una secuencia gráfica que mostraba los sucesi­vos pasos de los monos al Homo sapiens. Una secuencia de figuras que iban logrando progre­sivamente la postura erguida. Pero esa sugerente procesión —que no falta hoy en ningún libro de texto— además de errónea es también una re­ducción que oculta lo esencial, pues no puede mostrar el salto inverosímil del mero animal al animal racional, dotado de pensamiento, sub­jetividad, lenguaje inteligente, autoconciencia, conciencia moral y libertad.

Por lo que sabemos, las raíces biológicas del ser humano (filogénesis) se remontan al tron­co común de los primates. De él proceden los monos actuales por una parte, y la gran familia de los homínidos por otra. Pensamos que los primeros homínidos fueron los Australopitecus, que vivieron en África hace 4 millones de años. Desde entonces, fruto de una progresiva hominización alcanzaron rasgos morfológicos que suponen un proceso de innovación radical en la película de la evolución (bipedestación, sorprendente índi­ce de cerebralización, manos aptas para fabricar instrumentos, aparato fonador capaz de hablar).

Sin embargo, además de hominización, en el ser humano observamos un proceso de hu­manización, un salto de lo biológico a lo cul­tural muy difícil de explicar, pues sus manifes­taciones son del todo ajenas al mundo animal.

2. ¿Es la inteligencia fruto de la evolución?

La inteligencia humana supone un salto a una cuarta dimensión, «como si una vaca salta­ra de pronto por encima de la luna», dice Chesterton.

Existe una cadena muy fragmentada de huesos, que sugiere cierta evolución del cuerpo humano. Pero no hay ni la sombra de un indicio que nos haga pensar que la inteligencia humana se haya formado por evolución. No existía y de pronto comenzó a existir. No sabemos en qué momento ni hace cuánto tiempo. En las pin­turas rupestres tampoco existe gradación, nada que indique que fueron comenzadas por monos y terminadas por hombres. El Pitecántropo no esbozó el reno que más tarde rectificó el Homo sapiens.

La inteligencia humana -ya lo hemos in­dicado- resulta patente por sus obras. Lo que no sabemos es cómo surgió. La naturaleza suele repartir entre muchas especies las características ventajosas: alas, ojos, pezuñas... Pero la inteli­gencia, el arma de supervivencia más poderosa, solo la posee el ser humano. La evolución tam­poco produce desarrollos más allá de los necesa­rios para la supervivencia: la especie antepasada de los topos vivía en superficie y tenía ojos, pero se adaptó a vivir bajo tierra y perdió los ojos, pues no los necesitaba. ¿De qué sirve a nuestra supervivencia haber llegado a saber la compo­sición de las estrellas, tener museos de pintura, componer música y escribir novelas?

Al analizar, en miles de especies, la relación entre el tamaño del cerebro y del cuerpo, siempre se observa proporción. Muy al contrario, el Homo sapiens tiene un cerebro cinco veces ma­yor del que le correspondería por el tamaño de su cuerpo. Una regla de la evolución es que todo órgano debe aportar más ventajas que desventa­jas. De lo contrario, deja de existir. Un negocio que requiera capital para producir beneficios en el futuro encuentra inversores, pero la evolución no invierte: si un órgano no es rentable desde el principio, desaparece. Sin embargo, el cerebro de los homínidos no ha sido rentable durante millones de años y ha vivido misteriosamente subvencionado.

Cuando todavía no existe la inteligencia, la situación descrita equivale a poner el carro delante de los bueyes, algo que la naturaleza nunca haría: con un cerebro mucho menor y un poco de instinto le hubiese bastado. Quizá por eso -a diferencia de los grandes simios- todas las especies de Australopitecos y Homos se han extinguido sin dejar ramas: cada especie de esa única rama dejaba de ser subvencio­nada una vez cumplida su función, y cedía la subvención a la siguiente. Nuestro pasado ha sido una misteriosa carrera de relevos en la que desaparecían las especies cuando entregaban el testigo.

3. El cerebro y las neuronas

Centro de todo el sistema nervioso y de los procesos intelectuales, el cerebro es el órgano más complejo e importante de la anatomía hu­mana, y el más relevante desde el punto de vista de la antropogénesis. Como cualquier tejido orgánico, está compuesto por células. Pero su increíble complejidad es —además de una fra­se hecha— un hecho cierto. El número de célu­las nerviosas, o neuronas, que constituyen los 1.350 gramos del cerebro humano es del orden de cien mil millones.

El cerebro funciona como una red de neu­ronas. La información pasa entre ellas por pun­tos de contacto especializados —las sinapsis—, con un doble sistema de señales: eléctrico y quí­mico. La señal generada por la neurona es un impulso eléctrico, pero ese impulso es transmi­tido a otra célula mediante sustancias químicas que fluyen a través del contacto sináptico. Una neurona puede establecer entre 1.000 y 10.000 sinapsis, de forma que es informada por cientos o miles de neuronas. Ella, a su vez, informa a otras tantas.

Solo en la corteza cerebral hay 146.000 neuronas por centímetro cuadrado: 30.000 mi­llones en total. Al estudiar sus incontables co­nexiones sinápticas,Cajal habló de la «impene­trable e indefinible selva adulta de la sustancia gris».

El resumen de lo que conocemos sobre el funcionamiento del cerebro podría formularse así: por medio del cerebro entra en el hombre el mundo exterior, y por medio del cerebro sale del hombre su respuesta al mundo. Entre la en­trada y la salida están las sensaciones, las ideas, las emociones, la memoria, los proyectos y todo lo que hace que el hombre sea plenamente hu­mano. Pero hemos de reconocer que no sabe­mos casi nada sobre el papel del cerebro en tales procesos. Y que quizá nunca lo sepamos. Podemos poner de relieve esta dificultad con una sugerente comparación: «Pensar que se va a comprender la conciencia humana al ver qué zonas del cerebro se activan, es como pensar que se va a comprender el trabajo de un Ministerio al ver en qué ventanas se enciende la luz».

A veces se oye que las neuronas piensan. Y se argumenta que sin cerebro, o con una lesión neuronal grave, no se puede pensar. Pero esta conclusión es tan pintoresca como concluir que los perros atados se vuelven sordos, pues no acuden a la llamada de sus amos.

A quien sostiene que las neuronas piensan, Leibniz le propone este experimento mental: si aumentamos un cerebro humano hasta el pun­to de poder pasear por su interior, ¿nos topare­mos con una sola idea?

Somos conscientes, pero la composición de nuestras neuronas no tiene nada que ver con los fenómenos de conciencia. No hay ninguna diferencia esencial entre los constituyentes úl­timos de un montón de arena y los del cerebro de Einstein. «Solo una fe ciega e infundada en la materia permite creer que ciertos trozos de materia pueden repentinamente "crear" una nueva realidad que no tiene el menor parecido con ella» (Roy A. Varghese).

A principios del siglo XX, psicólogos conductistas quisieron hacer tangible la actividad nerviosa. Para ello, redujeron el cerebro a un sistema de conexiones sensomotoras, de relaciones automáticas entre estímulos y respuestas. Así, el cometido del sistema nervioso central, que precisamente consiste en intervenir entre los estímulos y las respuestas, quedó rebajado al papel de mero transmisor. En lugar de hilos metálicos, la conducción de los impulsos se efectuaba a través de neuronas y nervios. Al fi­nal de la conducción, en vez de un timbre o de una lámpara había una glándula o un músculo. La comparación del cerebro con una máquina saltaba a la vista.

Estudios posteriores han demostrado que esa concepción mecánica de la causalidad no sirve para explicar los hechos psicológicos. Hoy sabemos que el cerebro no es un simple mecanismo de transmisión de impulsos. Más bien, es un órgano de transformación creadora y libre de tales impulsos, un sistema retroactivo que actúa sobre sí mismo controlando su propia ac­ción, adecuando la actividad de cada momento a los fines vitales de supervivencia y desarrollo.

Los sistemas nerviosos se pueden concebir como conjuntos de células capaces de mediar entre un estímulo del medio ambiente y la res­puesta motora del organismo: algo así como el mecanismo que hace sonar un timbre cuando se pulsa un botón. Sin embargo, lo que resulta evidente en el sistema nervioso humano es su capacidad para originar comportamientos que no son en absoluto pronosticables. Es obvio -como sugiere el magnífico ejemplo de Jacobson- que algo se interpone en el mecanismo del timbre.

4. La revolución instrumental

Suponemos que la primera actividad del hombre fue muy simple, al servicio de los fi­nes biológicos irrenunciables: alimentación, vestido, alojamiento y defensa. Algunos simios también son capaces de arrojar piedras, utilizar un palo como bastón o de servirse de una rama para robar miel de una colmena. Pero ninguno ha llegado a superar este primer nivel de activi­dad instrumental. Siempre han sido incapaces de fabricar instrumentos valiéndose de otros instrumentos. Esa hazaña estaba reservada al Pitecántropo, que fue el primero en desbastar una piedra con otra y potenciar artificialmente la fuerza de su mano.

Después, el hombre primitivo descubre que con una rama desnuda puede golpear más fuerte que con el puño, y advierte que el palo no hace daño a los animales grandes. El grande es vulnerable si se atraviesa la protección de su espesa piel y se le hiere en su interior. La rama y el garrote son mudos y nada entienden sobre esto, pero el hombre descubre en ellos la posibilidad de afilarlos y convertirlos en lan­za. Con la lanza puede enfrentarse el cazador al elefante o al mamut. Pero los pájaros no se pueden lancear. Para ellos no sirven las lanzas. Sería preciso disminuir su peso y aumentar el impulso. Así, en un alarde de inventiva, surge la conexión entre el instrumento flecha y el ins­trumento arco.

Sería un error pensar que el hombre inventa la flecha porque tiene necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y no inventa nada. El hombre inventa la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama.

Tener hambre solo impulsa a comer, no a inventar flechas: son dos cosas muy diferentes. Por eso no es correcto explicar al hombre desde sus necesidades. El hombre no necesita la inteligencia, simplemente la tiene. Y gracias a ella no es un animal más. Gracias a ella consigue de la realidad, exprimiéndola inteligentemente, lo que ningún animal puede conseguir.

5. ¿Somos ahora más inteligentes?

¿Tenemos más inteligencia que nuestros abuelos prehistóricos? Si respondemos afirmativamente, nos veríamos en el aprieto de explicar por qué los actuales aborígenes viven de forma prehistórica, habiendo dispuesto del mismo tiempo que nosotros para evolucionar. Tampoco sabríamos qué decir sobre esos niños tomados de tribus ancestrales, educados en colegios y universidades occidentales y convertidos en perfectos ejecutivos.

La cuestión se puede plantear al revés. Si una guerra nuclear arrasara nuestro planeta y dejara con vida a unos pocos recién nacidos, en el supuesto inverosímil de que consiguieran sobrevivir y hacerse adultos, ¿qué tipo de vida llevarían? ¿Alcanzarían el nivel de progreso que tuvieron sus padres? ¿Alcanzarían algún tipo de progreso?

No hace falta pensar mucho para imaginar una nueva época de taparrabos y de cavernas, una vuelta a la Prehistoria. Pero ¿por qué? ¿Aca­so esos niños llamados a educarse en las mejo­res universidades dejaron bruscamente de ser inteligentes? Si nacieron con ojos azules, sus ojos siguieron siendo azules. Si nacieron con la inteligencia del hombre del siglo XXI, ¿por qué regresaron a las cavernas?

Esto nos lleva a sospechar que el actual pro­greso técnico no es resultado de un paralelo progreso intelectual. Quizá sea fruto de un pro­ceso acumulativo, donde cada pequeño descu­brimiento es un escalón que coloca el siguiente punto de partida a un nivel superior. Newton consideraba que el mérito de sus descubrimien­tos lo tenían los grandes científicos que le había precedido. Se veía a sí mismo como un niño subido a hombros de gigantes.

Una sencilla constatación nos dice que es­tamos en lo cierto. Los electrodomésticos que usamos a diario necesitan la existencia previa de microscopios, hornos de alta temperatura, aleaciones difíciles, mecánica de precisión, quí­mica evolucionada, electricidad, magnetismo, óptica, termodinámica, acústica, matemáti­cas... Todo ese cúmulo de condiciones pone de manifiesto que el progreso requiere tiempo y pasos previos: no se puede inventar el carro sin inventar antes la rueda, y por eso el inventor de aquél no es más inteligente que el de ésta. En la lenta construcción de una vieja catedral gótica, los arquitectos que ponían los cimientos solían morir sin ver los arbotantes y las bóvedas. De forma similar, el hombre prehistórico pone los cimientos de la Historia y muere sin haber sido protagonista del progreso, mas no por falta de inteligencia sino de tiempo.

6. El lenguaje y su escritura

Una de las mayores conquistas de la inteli­gencia humana es el lenguaje simbólico, con su pasmoso poder de abarcar y comunicar la rea­lidad. Porque todo lo abarco y todo lo puedo expresar mediante palabras: lo que existe (Se­villa), lo que no existe (Pinocho), lo que existió (Troya), y lo que puede existir (el próximo vera­no). Hay que reconocer, además, que abarcar el mundo con dos sílabas constituye un poder fas­cinante y una insuperable economía de esfuer­zos, semejante a la que logro cuando entiendo lo que es un siglo sin necesidad de vivir sus cien años, o cuando narro la historia del Imperio ro­mano en unas páginas. Esta superación de los límites de espacio y tiempo es algo exclusivo del entendimiento humano.

La principal función del lenguaje es la co­municación. El animal que se nutre y se repro­duce cumple su cometido. Por eso no tiene casi nada que decir. En cambio, el hombre, en la medida en que piensa, sufre, ama, proyecta y trabaja, tiene mucho que decir. Pero además, la insuficiencia biológica del individuo humano se supera en la sociedad, y la sociedad es com­pletamente imposible sin comunicación. De entrada, las palabras de la madre serán, durante largos meses, el primer mapa del mundo que el niño va a conocer.

El lenguaje es quizá el principal medio de humanización y socialización. Y lo es por su capacidad de transmitir con fidelidad y rapidez una enorme cantidad de información. La inteli­gencia humana es capaz de encerrar millones de toneladas de roca en un símbolo que se escribe o se pronuncia con suma sencillez: cordillera. Todo lo puede simbolizar la inteligencia: lo grande y lo pequeño, lo subjetivo y lo objetivo, lo pasado y lo futuro. Al reducir los seres a letras o sonidos, opera en ellos una nueva y eficacísima formalización, que libera a la realidad de sus gigantescas dimensiones. Todo un cosmos limitado en el es­pacio y en el tiempo, es reducido por el lenguaje a un manejable universo de bolsillo.

El lenguaje ofrece una incomparable de­mostración de inteligencia: el ser humano habla porque tiene lengua, pero principalmente por­que posee inteligencia. La explicación es clara. Toda palabra se expresa en una dimensión física (el sonido), pero su significado no es de nin­guna manera algo físico, puesto que el mismo sonido que es palabra para el que lo entiende, es ruido para el que no lo entiende. Por tanto, es en el oyente, y no en el sonido, donde se produ­ce la metamorfosis del sonido en signo. De ahí que la palabra sea una realidad que se sale de lo puramente físico, y que todos, al hablar, pise­mos un terreno metafísico sin darnos cuenta de ello. Es tradicional pensar que el lenguaje debe su inteligibilidad a la psique humana, y que la dualidad observada en las palabras no es más que un reflejo de esa otra dualidad metafísica de la naturaleza humana: un cuerpo organizado por una forma espiritual.

Más que un invento, el lenguaje es un de­sarrollo necesario de una capacidad innata del hombre. Lo que sí es un invento, y de trascen­dencia colosal, es la representación gráfica del lenguaje hablado: la escritura. Cuando el hom­bre prehistórico inventa la escritura está realizando un descubrimiento de incalculable im­portancia. Si en la carrera del progreso humano pudieran medirse los pasos, quizá ninguno más largo que éste. La escritura consigue la misma posesión simbólica de la realidad que la lengua oral, pero aporta una enorme ventaja: su ilimi­tada capacidad de comunicación. Antes de que el siglo XX hiciera del mundo, gracias a los me­dios de comunicación audiovisuales e informá­ticos, una gigantesca aldea global, solo la escri­tura —no la voz— era capaz de cruzar fronteras, atravesar océanos, unir continentes y poner en común los mejores hallazgos intelectuales pro­cedentes de cualquier punto del planeta.

Así pues, la carrera del progreso ha multi­plicado su longitud y su velocidad gracias a la comunicación escrita. Sin la escritura los hallaz­gos técnicos o culturales quedan aislados. Con ella, en cambio, se suman. Y en lugar de reco­rrer todos los seres humanos la misma distancia, se unen los esfuerzos individuales como en una carrera de relevos, y se llega más lejos en menos tiempo. Sin lenguaje, el desarrollo humano hu­biera sido casi inexistente, y solo con la lengua hablada hubiera sido lentísimo: piénsese, por ejemplo, en las dificultades que plantearía a la investigación y a la enseñanza la inexistencia de textos escritos. Por consiguiente, además de un portentoso invento, la escritura ha sido y es una de las condiciones más necesarias del progreso. Y es precisamente el hombre primitivo, no el moderno, quien hace este descubrimiento ge­nial, que le permite salir de la Prehistoria por la puerta grande.